viernes, 30 de noviembre de 2012

Desde las troneras del San Felipe

¿Identidad cartagenera?

Por Juan Carlos Céspedes Acosta

La camiseta decía Atlético Nacional, miré fijamente la fisonomía del joven tratando de encontrar los rasgos propios de la gente de Antioquia, pero nada. Entonces decidí salir de dudas preguntándole directamente si era del interior. Su respuesta, con típico acento caribe, me dejó saber su origen cartagenero. Entonces me cuestioné sobre la posibilidad de si en Medellín algún paisa pudiese ser hincha de un equipo costeño. La contestación fue inmediata, ¡no! Conociendo el regionalismo andino y la solidaridad antioqueña, era imposible imaginar esto. 

      Eché un vistazo a mi alrededor absolutamente confundido, tratando de entender esta costumbre muy cartagenera de querer lo ajeno más que lo propio. Preciso pasa a mi lado una rubia de oxígeno con un suéter negro y en el pecho la bandera estadounidense con la leyenda I LOVE YOU USA. Tuve que hacer un gran esfuerzo para recoger mi mandíbula inferior que había dado justo en el piso. 

      Pensé que quizás la xenomanía nuestra podía deberse a una frágil estructura mental merced al continuo roce con otras culturas mucho más solidificadas, a una educación básica deficiente, a falta de políticas estatales serias para afianzar la nacionalidad, etc. 

      Vino a mi memoria el destino de la cumbia, parida y criada en nuestras tierras, pero relegada a lo meramente folclórico, mientras que en México ha sido adoptada y con ciertos arreglos musicales la bailan los jóvenes más modernos, dando incluso nacimiento a una industria discográfica, todo lo contrario a las limosnas que reciben nuestros artistas en parques y eventos culturales. 

      De tanto divagar me dejé llevar por el aire marino desembocando en Las Bóvedas, construcción que recuerda nuestro pasado colonial. Allí estaba el tipo, más de treinta años, vestido aceptablemente, lo que me hizo descartar la posibilidad de que fuera un “habitante de la calle”, recostado a una parte de las murallas, descargando todo el líquido de una necesidad mal administrada. Un montón de piedras es lo que pareciera que significara para mucha gente. Me acordé de San Juan, capital de Puerto Rico, con menos murallas que Cartagena, pero con una gran capacidad para convocar el turismo mundial debido a su vocación nacionalista, con todo imperialismo en contra.

      Quizás el desamor por lo nuestro obedezca a que no sabemos quiénes somos. Y sí no sabemos quiénes ni qué somos, la cosa está muy grave, porque sin estos requisitos somos hojas al viento expuestos a más de un capricho, o en el peor de los casos, de maquinaciones perversas que busquen pingüe ganancias en medio de tanta ignorancia.  

      En una ciudad donde todavía hay gente que saca pecho alegando dudosos abolengos europeos; donde cualquier extranjero nos pone de “ruana” por míseros euros; donde la etnia es motivo de segregación y cierre de puertas; donde el negro casa blanca para “mejorar” la raza; donde los jóvenes se sienten norteamericanos y los viejos de cualquier parte, menos de aquí; donde los políticos sólo alzan la mano para decir presente en el Congreso; donde la zona industrial de Mamonal se llena de andinos, porque los cartageneros “no sirven” o “no saben nada”; donde la cultura y sus políticas se generan e imponen desde Bogotá; donde “perro come perro y por un peso te matan”, como diría Henry Fiol en su canto, en fin, podríamos llenar muchas páginas enumerando anomalías, pero baste las pocas enunciadas para tener un panorama de la gran problemática que nos aqueja.

      Creo que no podemos seguir de espaldas a nuestras propias realidades, no podemos continuar con la venda del chauvinismo insulso que cerró las puertas a la gente que posteriormente industrializó a Barranquilla, de unos pocos llevando mal a muchos, de la invisibilización adrede y artera a las mentes capacitadas para ayudarnos a dar el gran salto. Por todo esto, se hacen necesarios muchos foros sin exclusiones de ninguna índole, donde cada quien pueda hacer sus aportes en aras de encontrar o construir la tan anhelada identidad, cimiento necesario y fundamental para el desarrollo social, cultural, económico y político de nuestra ciudad.

      Salí a la Avenida Santander, detuve un bus de transporte urbano, subí y busqué mi puesto. Hacía un calor insoportable, traté de abrir una ventana, pero fue imposible, todas estaban selladas, ¡claro! era un bus construido para el clima frío de Bogotá. ¿Me explico?

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Edición N° 5

Hispanorama
Alicia Rosell
Ídolos de barro y ego inflado

Vamos a andar
Rodrigo Ramírez
No intervenir, sentido natural

Tras las huellas
Alejandro Salgado
De animales y bestias

Impresiones
Nadim Marmolejo
Las dos caras de Cartagena

El ojo de la cerradura
Tito Mejía Sarmiento
Los rostros tristes de las noches de fin de año

Sería Más fácil callar
Rosemari Maciá
Si yo tuviera una hija

Vox populi
Alfonso Hamburger
Yo quería estar donde Fidel

La bitácora
Pedro Conrado Cúdriz
Tibio: la muerte de un amigo

Apetito sustituto
Juan de Dios Sánchez
La voz

Desde el malecón
Ignacio Verbel Vergara
Algunas estancias de la poesía

Atapaz
Juan V Gutiérrez Magallanes
El caballo de la Arcadia

Desde las troneras del San Felipe
Juan Carlos Céspedes
Paraísos pastorales

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Hispanorama

Ídolos de barro y ego inflado

Por Alicia Rosell*

Mi reflexión para todo el fin de semana y todos los días de nuestra vida va hoy dirigida a ciertos personajes que se consideran luchadores por la democracia real y el pueblo cuando en realidad, son tanto o más déspotas y prepotentes que la clase política corrupta. Están vacíos de esos valores que pregonan. Esos personajillos de tres al cuarto pueden ocupar cargos incluso en la Justicia. Se creen jueces de todos, incluso de la palabra de la gente que los nombra aunque no se les insulte. Pretenden ponernos el celofán en la boca y amenazar con meternos demandas sin otro motivo relevante que el sentirse frustrados como hombres. Tienen el ego tan inflado que se creen,dioses.

      Además, son tan osados que pueden llegar a creerse muy chistosos. No usan la ironía por ser inteligentes ni para hacer gracia, sino para mofarse de su prójimo, directa o indirectamente. Porque son redomadamente insulsos, ignorantes, petulantes y sobre todo, usan y manipulan a cuantas personas les rodean para medrar y luego hundirte si pueden, a la primera ocasión que se les contradiga.

      Existen personajes así a nuestro alrededor en mayor número de lo que presuponemos. Lo menos gracioso de todo es que son personas sin ética ni principios, con dos caras y que usan varias chaquetas que alternan como si cambiaran de piel. Pero es lógico, tienen la lengua viperina de la serpiente y la sacan con idéntica impulsividad que el reptil al que imitan. No, no crean que es ósmosis...

      Capaces de ganarse a las gentes del pueblo por unas pocas obras buenas en su vida (con estipendio de por medio porque no trabajan por altruismo), se creen héroes cuando solo son ídolos de barro que acaban haciendo el ridículo ante todos. Su altanería es tan peculiar que no perdonan a un amigo ni a quienes los aprecian o aman. Pueden llegar a despreciar a sus seres más amados e incluso traicionarlos. Llevan siempre un arma de doble filo escondida y la usan en nombre de la ley -si hace falta- contra quien les resulta incómodo o molesto por el solo hecho de llevarles la contraria o no dejarse manipular.

      A estos personajes les digo a la cara que son escoria, que ojalá se den cuenta sus acólitos de los varios bandos, entre los que se mueven como correveidiles o comadres, como infiltrados, espiando para luego amenazar y minar la moral de quienes no tienen el poder que ellos tienen, o creen tener. Pero no los infravaloren y cúbranse bien la espalda, pues cuando se enfrentan con quien les planta cara, se vuelven aún más peligrosos. No se fíen mucho de quien les alaba siempre, porque por detrás les estarán vendiendo al mejor postor.

      A estos 'ídolos de barro y de egos inflados', esos que se hacen pasar por mansos corderitos y piden que los demás callen, yo les digo que son bazofia, porquería que acabará en el basurero como la lacra social que son. Me da igual el ejercicio de la profesión que ostentan, aunque de esto es de lo que más se valen porque se sienten poderosos. Y porque la inteligencia no se demuestra habiendo sacando un 'cum laude' en la carrera, sino por la forma de tratar a sus semejantes, por carecer del mínimo sentido de la ética y para no caer en demagogias baratas ni en juegos irrisorios cuando sus deseos de venganza son confundidos con justicia real. Mientras ellos se sienten en poder de la única verdad, los demás solo los vemos como niños rabiosos con una fuerte pataleta. Así de penosos son.

      A todos ellos, les mando un aplauso: Pero no de aceptación sino de atención para que guarden su retaguardia. Porque somos más los inteligentes que sin ostentar poder alguno, somos capaces de observar y usar la astucia para descubrirlos y denunciarlos. La hipocresía se huele, tiene color y no es precisamente bonita. Cuidado, ciudadano... Tenemos infiltrados a 'infiltrados' que acusan a otros ciudadanos de serlo para hacer todo el daño posible...

      Y así nos va en el mundo. Nadie conoce a nadie y unos traicionan a otros. Y todos a todos... La hipocresía elevada al cuadrado es el arma del estúpido (enfermo de estupidez, que no insulto) que se cree inteligente porque tiene poder para aplastar a su prójimo.

      Va siendo hora de que acabemos con tanto farsante. Si hace falta una revolución que nos haga involucionar en la Historia, lo haremos. Mientras tanto: Trituremos la basura antes de que huela más. O acabaremos oliendo todos a huevos podridos.

*Escritora y directora editoral de Iberoamericana de Ediciones "ALICIA ROSELL® Editorial" a través de HISPANORAMA (Group Hispanorama Audiovisuals, S.L. www.hispanorama.net)

Vamos a andar

No intervenir, sentido natural

Por Rodrigo Ramírez Pérez

Este argumento lo escuché infinidades de veces pero nunca lo he comprendido como ahora: “No intervenir, dejar que tenga su sentido natural”. Y quizás muy pocas veces permití que fuera así, en la mayor parte actué para que mi sello quedara reflejado en todas mis decisiones personales, familiares, sociales, políticas y económicas.

      Hoy cuando entiendo qué tan errado anduve, es cuando le encuentro lógica a los procesos que han tenido verdaderos éxitos. Vale la pena hacer la salvedad que también se llega al éxito de momento y coyuntural, y no precisamente a ese aspecto me voy referir.

      Desde lo espiritual aprendí que el sentido natural de nuestras actuaciones y decisiones nos permite estar en armonía con todo lo que nos rodea, porque el sentido natural, es una forma de desprenderse del egocentrismo y uno comienza a tolerar lo demás, conforme a su naturaleza real. A manera de ejemplo y para ser gráfico, me explico: si uno de mis hijos se apasiona por ser artista y yo he crecido con prejuicios a los artistas, no tengo un problema si acepto el sentido natural de la vocación de mi hijo.

      Ahora bien, algunos de ustedes. que seguramente, no tragan entero todo lo que aquí escribo, me preguntara: ¿Ahhh, pero si mi hijo quiere ser protagonista del mal, entonces debo dejarlo que sea malo porque ese es su sentido natural? Responderé a esta hipotética pregunta con un juicio general: Si el sentido natural del hogar que formé, donde nació mi hijo estuvo cimentado en el amor y el respeto, mi descendiente jamás podrá tener como sentido natural los malos ejemplos, pues el modelo que le he enseñado a mi hijo desde su nacimiento se fundó en justicia, entonces donde hay amor y respeto predomina lo justo.

      Bajo esta premisa, hoy el trabajo periodístico, La Educación Prohibida,  película documental, elaborada por una Red de la Educación en la Región Iberoamericana, nos reitera que el modelo de escolarización en la región, debido a una serie de intervenciones basadas en prejuicios personales e institucionales, no corresponde a la verdadera naturaleza de nuestros escolarizados.

      El documental parte de la visión de los estudiantes y de la comprensión de los docentes que aceptan dar el salto de educar según el sentido natural de los escolarizados, sin lugar a dudas es una pieza periodística que además del gran aporte reflexivo, toca la base de patrones con más de 200 años de vigencia, y además, descontextualizados de la realidad y las verdaderas necesidades del escolarizado.

      Al final, la película documental, donde participan unos 90 docentes de  Iberoamérica concluye que el modelo de la escolarización en la región está de espalda a la realidad de los estudiantes, a quienes no se les tiene en cuenta, porque ignoran su sentido natural, el cual debe estar fundado en amor y respeto.

      Esta hermosa mañana cuando, tengo más claro que ayer, que el sentido natural es parte de la armonía de todo lo que me rodea, entonces entiendo que no intervenir, es dejar que cada propósito tome su curso natural, siempre y cuando, el mismo esté fundado en lo justo. Porque es justo que el amanecer nos dé hermosas mañanas, porque es justo que llueva, porque es justo que aprenda a convivir con mi entorno natural y es justo aceptar a los demás como ellos son.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Tras las huellas

De Animales y Bestias

Por Alejandro Salgado Baldovino

En los últimos días nuevamente se volvió a remover el tema del maltrato animal, cuando observábamos esas crudas escenas en donde dos hombres maltrataban a un indefenso caballo que no podía continuar con la carga que le había sido impuesta. 

      Si revisamos las noticias en los periódicos locales, podemos observar que a diario se ven este tipo de atropellos contra los animales. En los últimos meses desde septiembre, muchos casos han salido a la luz. 

      Es alarmante la noticia que salió publicada el pasado 23 de Octubre, en donde salió a la luz que varios jóvenes utilizaban a algunos animales para “practicar” puñaladas y perder la sensibilidad en el acto de causar daño. En donde además de puñaladas, propinaban golpes, quemaduras y machetazos, entre otras torturas equivalentes al de cualquier campo de tortura.

      Si estos son los jóvenes, que han sido identificados en barrios como Torices, Nariño, Daniel Lemaitre y otros cercanos al cerro de la Popa, que se están preparando para ser los delincuentes del mañana, no sé qué se puede esperar en ese futuro cercano.

      Históricamente los animales han estado al servicio del ser humano, y para mantener el equilibrio entre ambas especies, aunque actualmente sea más para mantener la sobrepoblación del planeta tierra, muchos animales son sacrificados. Lo conocemos como el ciclo de la vida, la cadena alimenticia, etc.  Pero, ¿de dónde viene esa crueldad? ¿Dónde están las autoridades? Y sobre todo ¿dónde están los padres? 

      Hace poco estuve leyendo un libro de la India titulado “El cazador y el sabio” de Su Divina Gracia A.C. Bhaktivedanta Swami Prabhupada. En uno de los diálogos, el cazador que se encuentra masacrando a todos los animales por su camino, se encuentra al gran sabio Narada. Cuando llega el gran sabio todos los animales huyen del lugar, el cazador reclama a Narada de por qué se le ha aparecido y espantado a los animales que cazaba. Él le responde: “Abandoné el camino y he venido a ti, para resolver una duda que hay en mi mente”.  Y prosigue: “Me estaba preguntando si todos los jabalíes y demás animales que están a medio matar te pertenecen”. El cazador responde afirmativamente. El sabio entonces le dice: “¿Por qué no mataste a los animales por completo? ¿Por qué los mataste a medias, traspasando con flechas sus cuerpos?”. 

      El cazador responde: “Mi querida persona santa, me llamo Mrgari, el enemigo de los animales. Mi padre me enseñó a matarlos de esa manera. Cuando yo veo sufrir a animales a medio matar, siento un gran placer”. 

      A pesar de que cada vez el tiempo transcurra más rápido, que vayamos “evolucionando” en muchos sentidos, aún prevalecen arraigadas ideas tradicionales y arcaicas, que por más que se enfrenten, nunca se llegan a erradicar por completo. Es una marca en nuestro subconsciente que se hace presente en los momentos en los que menos nos imaginamos. En esos momentos, en donde nuestra llamada “verdadera naturaleza” sale a flote. 

      Pero es importante que haya una orientación, una guía, que muestre a cada una de las personas, en este caso de los jóvenes, las capacidades que tienen para explorar, explotar y desarrollar para su propio crecimiento personal. Porque si no se presta atención a estos “pequeños” problemas, lo más probable es que el día de mañana no sean los animales las víctimas, sino otras bestias aparentemente más desarrolladas.  

jueves, 15 de noviembre de 2012

Impresiones

Las dos caras de Cartagena

Por Nadim Marmolejo Sevilla

Es indudable que el Concurso Nacional de la Belleza le produce satisfactorias ganancias económicas y publicitarias a la industria turística de Cartagena, y se constituye en una feliz demostración de la tremenda capacidad de sus regentes de realizar eventos de tamaña envergadura. Incluso, el Reinado de la Independencia brilla por su buena organización.

      No hay modo de cuestionar a ambos certámenes en esta materia. Empero,  resulta inexplicable que a estos concursos de belleza todo le salga bien y a obras públicas como el sistema de transporte masivo Transcaribe, que raya en la vergüenza tras algo más de un quinquenio en construcción, todo le salga mal. No se nota en la gente la misma disposición de participar en la vigilancia y el cuidado de este proyecto vial como lo hace con el reinado.

      No se explica nadie por qué Transcaribe siendo de tanta trascendencia y beneficio para todos en general, no reciba de los cartageneros la misma atención y la misma fuerza empresarial que se observa detrás de dichos eventos sociales. Ni suscite igual indignación de los ciudadanos la postración en que se encuentra, como suele ocurrir cuando la reina escogida no es la que todos esperaban.

      Pareciera que a la masa le importara más el concurso de belleza que Transcaribe. O que es mejor vivir sin Transcaribe que sin reinado. A cualquier extraño le sería fácil llegar a esta conclusión tras percatarse del interés envidiable que producen las actividades de las fiestas novembrinas frente a la indiferencia atroz y silenciosa que muestra la ciudadanía hacia situaciones como la crisis de la salud y su temible paseo de la muerte.

      No obstante, creo que no es la falta de preocupación de la comunidad por su bienestar la que engendra este fenómeno sino el engaño al que recurre a diario el poder corrupto enquistado en la administración pública y sus contratistas. El recurrente uso de paños de agua tibia para tratar problemas de carácter grave ha conllevado al incumplimiento de plazos y clausulas contractuales, en perjuicio de muchas obras en construcción o de la prestación  de servicios básicos.

      Todo esto sin que la gente se entere de la verdad, que es reemplazada por explicaciones técnicas bien calculadas para que nadie las entienda pero las acepte. O por verdades a medias que adormecen cualquier reacción del pueblo contra sus gobernantes y sus empresarios aliados.

      Es por eso que ver a Cartagena por estos días presa de la euforia y la atracción que producen los dos reinados que mencionamos arriba, nos obliga a reflexionar en el sentido de que si la ciudad es capaz de hacerlos con lujo de detalles por qué no es capaz de actuar del mismo modo con sus obras públicas vitales para mejorar su calidad de vida.

E-mail: nadimar63@hotmail.com

martes, 13 de noviembre de 2012

El ojo de la cerradura

Los rostros tristes de las noches de fin de año

Por Tito Mejía Sarmiento

“Hay un algo de sacrílego
en la anaranjada luz del ocaso”
Migdalia B. Mansilla  R.

Con la llegada de la temporada de fin de año, en casi todas las  casas del Caribe Colombiano, sin importar la capa social, parecieran cambiar de sitio las memorias, pero no por culpa de sus moradores o propietarios sino por las empresas prestadoras de energía eléctrica que, monstruosamente aumentan cada vez más sus tarifas y estrangulan de paso, el bolsillo de los usuarios, a quienes sólo se les escucha un profundo quejido que fluye de lo más profundo de sus almas. Ya no se ven como otrora, (circunscribiéndome en este caso a Barranquilla), las casas plenamente iluminadas con una sinfonía colgante de colores que le daban a las noches, la sensación de estar  estrenando un largo vestido de fiesta, mientras la brisa marina suspiraba entre las piernas de los robles, matarratones y amarantos. 

      Y para corroborar lo arriba expresado, el martes 6 de noviembre a las 5:00 p.m., me le acerqué decentemente para preguntarle a una adinerada mujer, quien por razones obvias me pidió que omitiera su nombre para no comprometer su integridad,  el porqué ya no decoraba su casa ubicada estratégicamente en el norte de  Barranquilla como lo hacía treinta años atrás. La mujer antes de responder, miró al cielo con frenesí, como si estuviera incrustada a un pasado de antojos que se quedaban perdidos en la luz antiquísima que despedían sus hermosos  ojos verdes:-¡Usted cree, amigo,  que con estos recibos tan altos, a uno le van a quedar más ganas de decorar el frente de su casa para la temporada navideña!- ¡Eso se podía hacer con la extinta Electrificadora del Atlántico, pero con Electricaribe, ni de vainas!- ¡Esto de verdad, me conmueve, me mata, porque a este sector por ejemplo, venían largas caravanas de buses repletos de gentes de  todas partes de la Costa e incluso del interior del país, con el único deseo de  apreciar hasta altas horas de la noche y parte de la madrugada, la policromía de luces con llamativos motivos navideños! ¡La gente le tomaba fotos a las residencias bellamente decoradas! -¡Pero a decir verdad, estas empresas prestadoras de energía, lo que hicieron fue  electrocutar todas  las costumbres… Están matando todo con sus abusos, ante la mirada incompetente de las autoridades estatales que solamente se parecen “a los ríos mansos que se deslizan suavemente por su propio cauce, sin ruido, sin prisa mientras va horadando el fondo dejando su impronta”, como dice un bello verso de Isabel Miralles, apreciado amigo Tito, de la Revista La Urraka de Cartagena.

      Dos días después, me interné en el popular barrio Simón Bolívar, también de Barranquilla y las respuestas de las personas entrevistadas fueron idénticas a las de la señora que reside en el norte de la misma ciudad. “Es que nuestra querida  Barranquilla -me dijo una gruesa morena que estaba moliendo maíz, no sin antes presentar disculpas por el símil- se parece a la puta que obscenamente le hacen el amor por atrás y ella acompasa con sus caderas el convite sin que le paguen”.

      Caso contrario viene ocurriendo en Medellín, donde al parecer, las empresas  prestadoras de energía, digo yo acá  a través del ojo de la cerradura, son más consecuentes con sus consumidores  en la época navideña o para decirlo de otra manera más específica, los paisas se hacen sentir con sus reclamos ante la dirigencia gubernamental. Hace 46 años por ejemplo, que la magia de la luz se apodera de Medellín con el tradicional alumbrado, que cada noviembre, cada diciembre busca sorprender a propios y extraños con originales creaciones. 

      Da grima reconocerlo pero en Barranquilla, los rostros de las noches de fin de año serán una vez más, absolutamente tristes, las casas serán albergues de inauditas coyunturas en desmanes programados, cuando la palabra nos congregue con un gesto altanero, mientras los dueños de Electricaribe se seguirán viendo en el espejo donde sonreirán y aplaudirán por sus ganancias. 

      ¿Será que si nosotros los usuarios seguimos así de pasivos ante tantos abusos, muy pronto nuestras angustias se duplicarán quizás en los rostros sibilinos de la lejanía bañada en la indiferencia, cuya sombra se esconderá detrás de alguna casual estatua?

Desde las troneras del San Felipe

Paraísos pastorales

Por Juan Carlos Céspedes Acosta

Cuando salía a entablar una tutela contra mi EPS, porque no me querían dar mi medicina para la memoria —estaba pensando que todavía gobernaba Uribe, cosa que a mi mujer casi la mata del susto—, vi que Güevoncio estaba sacando su nevera. Miré el reloj y pude comprobar que aún era temprano como para llevarla a algún taller de refrigeración. También pensé que de pronto su mujer lo había echado de la casa por cosas de la revolución de géneros (que siempre han sido revoltosas ellas), pero descarté esta hipótesis al ver cómo la señora también ayudaba al marido. En voz alta le pregunté que si quería que lo ayudara, me contestó que quien va ayudar no pregunta. Así que por demasiado comunicativo (sapo, dirían algunos) me hallé de pronto empujando ese cachivache. 

      Les manifesté mi conformismo con la revolución ecológica de que debíamos deshacernos de las neveras viejas por contaminadoras, y además que gastaban mucha energía. La pareja de los Güevoncio me quedaron mirando como si fuera un testigo del “caso Colmenares”. Se me ocurrió que había metido la pata y para reparar la “embarrada” pregunté que para dónde llevaban el congelador. Fue el señor quien me contestó con cara de condescendencia ante tanta estupidez de mi parte, que se la llevaban al pastor de la iglesia a la que asistían, porque estaban caídos con varios meses de diezmo, y este enviado de Dios, decía que los tributos se podían dar en dinero o especie, que para el Señor no había diferencia. Cuando escuché esto, del asombro dejé de cargar el impuesto. La señora me reconvino fuertemente por querer dar al traste con las cosas del Creador, es más, me citó de memoria unos pasajes bíblicos que les había enseñado su guía espiritual, algo así como que el obrero es digno de su salario. Le expliqué como pude, que no veía bien este despojo, ya que ellos eran personas muy humildes y estaban en condiciones de recibir y no de dar. Güevoncio, que ya había traído su Biblia, me reprendió por la sangre de Cristo, y me aclaró que yo no podía entender estas cosas porque era una criatura mundana. Desesperado ante tamaña ceguera, les dije que si seguían así pronto entregarían el televisor, ella me respondió que ese inventó de Satanás ya estaba a buen recaudo en manos del susodicho pastor, que sí tenía el poder para enfrentar sus influencias malignas. 

      En fin, todos mis argumentos chocaron ante el férreo adoctrinamiento que cubría a la pareja de vecinos. Mientras ayudaba a perpetrar el crimen pensé que no había forma de controlar a estos impostores, que la ley no fiscalizaba estos dineros recaudados ni cómo se invertían, que estos señores eran reyezuelos en sus imperios económicos. Algo habré dicho en voz alto cuando la “hermana” me dijo que al final era su plata y a mí no tenía porqué importarme lo que hiciera con ella. Estuve de acuerdo en que era su dinero y que la forma como la invertía el pastor era asunto de él. 

      Cuando partió el camión con el diezmo, me quedé solo en la calle preguntándome si tanto desempleo no iría a redundar en una epidemia de iglesias sin control alguno, especie de paraísos fiscales donde la gente compra su salvación invirtiendo en el otro mundo. Fue entonces cuando recordé las palabras del doctor Meketrefe: cada cinco segundos nace un tonto y cada diez días un avivato. Camino a mi EPS me hice la señal de la cruz.          

lunes, 12 de noviembre de 2012

Vox populi

Yo quería estar donde Fidel

Por Alfonso Hamburger

Confieso que no soy un salsero empedernido. Más que la salsa me gusta la buena música, incluso, algunos vallenatos. Si me creen, prefiero la salsa de tomate Fruko, aunque Piero Fernández diga que se trata de salsa de pura papaya, que es la que le da la consistencia.

Por eso, el día que entré por primera vez a este lugar salsero por excelencia, aquí en la misma esquina que divide los linderos entre la Plaza de la Aduana y la de Los Coches de Cartagena, más que con la salsa, me entretuve con este mar de recortes de periódicos, columnas de opinión, crónicas, reportajes y fotografías de Fidel con personajes de toda calaña.  Confieso que me sentí un poco aturdido por el ambiente y disimulé mi mal momento- más bien me distraje- leyendo lo poco que pude, entre los escritos de John Junieles y Oscar Collazos, entre los que recuerdo. Sentí mareo y un poco de envidia.  Me figuré entre quienes están abrazados con el personaje.  Me propuse que algún día tenía que estar en esta pared con Fidel. Me gusta que me reconozcan. Que me lean. Pero no soy columnista de periódicos. Me parece inmamable que lo que uno escriba tenga que ser sometido al criterio de editores que defienden u obedecen a ciertos monopolios. Hace tiempo me mamé de eso. Por eso me refugié en las redes sociales.

      Mientras pensaba la manera de figurar en este bello rincón de Cartagena, mis amigos cachacos, todos miembros de la Red de Radio Universitaria de Colombia, se habían perdido. Se los tragó la música. O tal vez los vericuetos del lugar.  El ambiente es afable. La gente baila, gozosa. Sin distingo de sexos, hombres y mujeres, beben cerveza fría en la barra. El lugar es apretado. Se mete uno por un lado y se sale por el otro. Es como si este lugar fuese un templo sagrado en el que todos están de acuerdo con lo que oyen y lo expresan de la mejor manera. Se les ve la felicidad en los ojos. Se nota en los movimientos. Son ídolos incólumes de este ambiente.

      No alcancé a leer los periódicos, porque me sentí como mosca en leche, como si la gente se hubiese dado cuenta que yo era un corroncho en el lugar equivocado. Confieso que me hubiese gustado escuchar “Las Miradas de Magalys” por Andrés Landero, aquella que se llevaron para Cali y el rey se quedó llorando.

      Salí y afuera me sentí mejor. Los cachacos, entre ellos Rogelio Delgado, de Javeriana Estéreo y Carlos Cruz, de Mundo Digital de Cali, dialogaban con Fidel, en la segunda puerta, más cerca de la esquina. Comparé a Fidel con el de las fotos. Claro, era el mismo, hombre sencillo, feliz, que ha hecho de este lugar un sitio que se debe visitar y disfrutar, en donde sigue siendo el  rey. Ya es tan necesario visitar Donde Fidel como tomarse la foto del recuerdo en el marco de la torre del Reloj.

      Nos sentamos en las mesas de afuera, en medio de la calidez de una luna llena que contrastaba con la torre del Reloj, en un cielo invernoso, hociqueado por los cerdos. Pidieron cerveza. Máximo me tomo una Light, por aquello de la Diabetes, entonces me eché a dormir, mientras soñaba en la manera de figurar en esta pared.

      Al despertar, ya tenía en mi mente esta columna, que me dispuse enmarcar a mi propio peculio, para figurar en esta galería exitosa. Fidel tiene la palabra y el marco en sus manos.

La bitácora

Tibio: la muerte de un amigo

Por  Pedro Conrado Cúdriz

Cuando un amigo se va para siempre, algo dentro de nosotros se rompe como la base de un cristal invaluable; no sabemos qué hacer con tanto dolor y con el desgarramiento interior; entonces, algo dentro de nosotros se rebela contra la muerte y decidimos recordarlo como eran antes de la desintegración física.

      Me gusta recordarlo con la pipa en la boca, mientras me acompañaba en mis conversaciones con los libros; me miraba a los ojos y me preguntaba con su silencio de siempre por la obra de Adán Kahane, o por el autor del libro Morirse de vergüenza: Boris Cyrulnik, o por la poesía de María Mercedes Carranza, o los cuentos de Nadin Marmolejo Sevilla: Todos los días no son iguales. Nunca percibí en él ningún disgusto por la vida, por el contrario, vivía feliz entre mis amigos, que eran también sus amigos.

      Era un ser altivo y muy discreto, que no congeniaba con los perros vecinos, mal educados y amantes del alboroto, como sus dueños. Lo que no le gustaba lo manifestaba sin pararse en sus dos extremidades superiores. Así era él, un ser digno para parecer un perro.

      Como vivía entre libros, revistas y periódicos, prefería la biblioteca de mi casa, porque le fascinaba el olor del papel escrito y siempre lo vi debajo de la mesa del computador, pensando en su amor de toda la vida: Melissa. Yo  era apenas un sustituto de sus pérdidas ocasionales. En cierta ocasión, que Mely durmió fuera de casa, se le ocurrió no despejarse de la ventana hasta que mi hija regresó del viaje. Lo más extraño era que su añoranza se la comunicaba a todos en casa.

      No creía en dios, pero tenía su religión: Mely. Yo quizás lo ayudaba a sobrellevar la tarde o la paciente y tranquila vida perruna. Su espiritualidad la manifestaba con su profundo amor por los humanos, sus hábitos alimenticios, el control de sus esfínteres, su afán de jugar con las pelotas de fútbol o las bombas inflamables y sus conversaciones con los autores de mis libros, nuevos y viejos. Sin embargo, no era ateo, porque creía en el hombre como un mono carablanca de circo.

      Fueron más de 12 años de convivencia perruna y humana, doce años de conocimientos mutuos. Yo sabía cuándo él no quería comer y él cuándo yo quería devastar el mundo. Nos sentábamos a conversar sobre el malestar de la existencia y cuando le leía la página de algún editorial de domingo, se reía o se burlaba de mis días quejosos, de mis incertidumbres y mis manías lectoras. ¿Para qué?, me preguntaba y luego decía entre dientes: “el mundo seguirá siendo el mismo, tonto”. Y yo le creía y nos reíamos hasta caer de bruces ante las imágenes impresas del mundo.

      Debo confesar que él nunca necesitó decir una palabra para comprendernos, sus gestos bastaban para romper el patrón del silencio, para argüir y para comunicarnos. Cuando se sentaba a mi lado, en el mecedor, lo hacía porque yo lo invitaba, o cuando él quería salir a pasear, sólo bastaba el movimiento de su cola y dos vueltas alrededor del mundo para comprender su necesidad de contaminarse del barrio.

      Su muerte me ha obligado a morirme de vergüenza, a disentir de aquellos que creen todavía que era solo un perro. “Los seres humanos no pueden llorar la muerte de un perro”, le escuché decir a alguien. Pero Tibio no era un perro, era mi hijo, mi amigo, mi compañero de lecturas diarias. Morirse, de cualquier manera, es morirse. Sea uno perro o ser humano. Se necesita mucha humildad para no establecer ninguna diferencia entre ser perro y ser humano. Como Marianne Ponsford con sus amigos, a mí no me duele para nada esta muerte. “Y si he llorado, no ha sido más que por puro egoísmo”.

Apetito sustituto

La voz

Por Juan de Dios Sánchez Jurado

El programa que por estos días se roba el tiempo y la atención de los televidentes de varias naciones se llama La Voz. Un concurso de canto que, como cualquier hamburguesa de Mc Donalds, se regó globalmente, adaptándose al mercado de cada país para el consumo de las masas. El objetivo del show es, según sus creadores, encontrar la próxima gran voz del territorio en que se franquicia el formato, llámese The Voice U.S., The Voice U.K., La Voz Colombia, etc. Lo anterior, siguiendo la consigna “las apariencias engañan, la voz no”. Pensando más en el lema que en el programa, se me ocurre que no les falta razón. No es acaso la voz el certificado de la temperatura y el temperamento de cada uno. Las notas que marcamos al afinar las ideas. Acaso no es la voz, también, el presagio del luto que a todos se nos ha prometido. 
   
      Antes que la voz, a los seres humanos no es dado el llanto. La tesitura del lamento con que saludamos el primer instante de mundo. Con el llanto anunciamos el hambre, el sueño, el fastidio, el temor. La voz viene después (aunque nos sirve para anunciar lo mismo). Es un premio a la permanencia. Gotas de aire que seleccionamos a voluntad o por imitación. Huella digital con la que bautizaremos, mediante sílabas primero, y parrafadas después, nuestra correspondiente rebanada de existencia. 

      El nido de la voz es la garganta. Ese instrumento de viento y cuerdas del que emana la caligrafía de nuestra historia. Desde la primera palabra. Desde que aprendemos a utilizar el esqueleto como parlante. Y que los demás se atengan a lo que diga nuestra voz y a lo que clame más allá de lo que dice.
   
      Está el que habla solo y persigue con los ojos la cometa del delirio. Está el que se rompe de dolor o alegría y que disuelve en un líquido su voz, otra vez llanto. Está la voz del que nadie escucha, atrapada en un aplauso perdido en las manos del silencio.

      La voz se incuba en la memoria. Canta el recuerdo. Gana resonancia y gravedad a medida que se deteriora el rostro. Es un oleaje. Un fuego. Demuestra que es cierto que llevamos dentro del pecho un corazón y que es la boca el hocico de un dragonzuelo. Es la voz un hilo de lengua que nos une al collar milenario de la estirpe. Aliento de serenata y luna, herencia de un pasado en cuatro patas, aullido y buen olfato. 

      La voz es, en últimas, la misión de cada uno: Parir un discurso apto para la música. Canciones culpables. Mareas inconclusas. Y para mí, que paso canturreando más de la mitad de mi día despierto, mi voz es el resultado de mascar la baba de aquello que me place o tortura. Mi fraseo al andar por ahí silbando burbujas y arias que nombren al que soy yo mismo. 

      Durante el tiempo. 

      Mientras me pudro. 

      Salvedad: Hace un año y dieciocho meses decidí no ver más televisión. Para enterarme del mundo tengo internet. Así que no soy de los que ven La Voz; pero sí de los que les gusta escuchar la voz de quienes le rodean. Y por estos días, sobre todo, dedico largas jornadas a escuchar la voz que hablo cuando pienso. La mental. Esa que con tantas distracciones atendemos tan poco.  

domingo, 11 de noviembre de 2012

Desde el malecón

Algunas estancias de la poesía

Por Ignacio Verbel Vergara

Cuando los primeros amaneceres irrumpieron con sus coronas de rocío y de luces sobre la faz de la tierra.

Cuando los mares bramaban, henchidos de sal, de soledad e inmensidad, poniendo una nota líquida y fulgurante a la vez.

Cuando los glaciares se hacían añicos y llevaban tras de sí miríadas de colores.

Cuando los primeros árboles festoneaban con la brisa, produciendo melodías sublimes, surcadas por los perfumes primigenios.

Cuando dos miradas se encontraron por primera vez y fue como si en ellas mismas hubieran descubierto el  paraíso

Cuando del vaho de las hojas se desprendía la luz de las estrellas

Cuando en las riberas de los ríos surgieron los primeros cantos, los primeros amores, los primeros frutos y los primeros alaridos de sensualidad

Cuando Dios dejó de esconderse en la maleza y saltó al labio humano convertido en palabra 

Cuando era posible encontrar los más genuinos  jugos  en las flores y en la hierba

Cuando aún no existían Roma, ni Atenas, ni París, ni Babilonia, ni Damasco, ni Tebas.

Cuando el vuelo de los pájaros más que vuelo era signo, augurio y placer.

Nació la poesía

Y se enredó con las barbas eternas del sol, con el aroma dulce y duro de la tierra, con los ritmos urdidos por el viento y las hojas, con la textura suave y cantarina del agua, con el oro de las mazorcas maduras, con la fastuosidad yodada del mar, con las caricias de los amantes, con el rumor  de los ríos, con el vuelo eléctrico de las mariposas.

Ella, la poesía, se apoderó de la sumatoria de las cosas y las habitó sin prisas, con delectación y sabiduría. Cosa en la que encarnaba, cosa que se vestía de hermosura y de encanto. Empezó a habitar también en los espíritus de los hombres y de los objetos.  Murmullaba en los bosques, en las cascadas, hasta en la oquedad de los desiertos y en lo inhóspito de la estepa. Se convirtió en abrevadero, en oasis, en tierno seno.

Y empezó a aparecer en los escenarios más insospechados: en la danza primitiva alrededor de una hoguera chisporroteante y lúbrica, en los pechos núbiles de las muchachas prehistóricas, en los sonidos arrancados a una concha de caracol, a una gaita, a unos tambores ancestrales, a unos trozos pétreos de madera que se chocaban entre sí. Se paseó por las nubes, puso su toque en las montañas, iluminó los jardines y florestas. Untó  con su esencia lo imperecedero, le prestó alas a lo trascendente  y habitó los colores y las formas perfectas.

Ella, la poesía, que no se avergonzó de su desnudez profunda ni de su sencillez a toda prueba. Que bendijo los labios de los profetas de la vida. Que ornó la sien de los mártires. Que defendió su lugar en todos los escenarios de la creación inmarcesible. Que coronó las sienes de sus más fervientes cantores. Que llenó con su elixir las copas de sus celebrantes.

La poesía en la vanguardia de la vida y de los sueños.

La poesía con su calidez y su ternura, con su vibrato encendido o su hisopo de blandura.

La poesía, presencia eterna, luz y música, viento y centella.

La poesía, síntesis del ser, abanderada del himno que da razón de la existencia.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Edición N° 4

Arcoiris
Yamile Quiroz Quiroz
Salario Mínimo o viento raspao y agua molida

Epona grita
Ruth Patricia Diago
Homilías del siglo XXI

Columna vertebral
Jaime Arturo Martínez
La arquitectura del poema

Vamos a andar
Rodrigo Ramírez Pérez
Corrosión y corrupción

El ojo de la cerradura
Tito Mejía Sarmiento
Exiliado en Lille, 30 años después

Desde las troneras del San Felipe
Juan Carlos Céspedes Acosta
Estopa y fuego

Impresiones
Nadim Marmolejo Sevilla
La prensa y la paz

Vox populi
Alfonso Hamburger
De pandillas y tribus urbanas

Desde el malecoón
Ignacio Verbel Vergara
La estelarlización de la carroña

Sería más fácil callar
Rosemary Maciá
Más que un discurso

Mundo de palabras
Jairo Cala Otero
Los colombianos pedigüeños