lunes, 12 de junio de 2017

Por el ojo de la cerradura

¿Y si Marco Coll Tesillo  hubiese  nacido en Argentina?

Por Tito Mejía Sarmiento

A raíz de la muerte del “Olímpico” Marco Coll Tesillo, gran jugador de fútbol profesional, ocurrida el 6 de junio de 2017 en su natal Barranquilla y, ante el alud de elogios superlativos por parte de la prensa hablada y escrita de nuestro país y de  todo el orbe a su notable carrera deportiva en muchos estadios, se me vino a la mente enseguida una pregunta con la cual doy  título a este escrito: ¿Y si Marco Coll Tesillo   hubiese  nacido en Argentina?

¿Qué hubiera pasado, se preguntarán ustedes, a lo mejor? Pues, conociendo  el valor, el ascenso social y el reconocimiento que los argentinos saben proporcionar a sus futbolistas, por lo menos: estatuas, monumentos, esculturas o escenarios se hubiesen levantado en su nombre desde el mismo año 1962, cuando le anotó en el estadio Carlos Dittborn de Arica, Chile (minuto 23 del segundo tiempo)  el primer y único gol olímpico que hasta ahora se ha  marcado en toda la historia de un campeonato mundial organizado por la Fifa, al mejor arquero del mundo según los entendidos: Lev Yashin (la araña negra), quien entre otras cosas, es el único guardameta que ha ganado el balón de oro. (Cabe destacar que  nuestro país participaba por primera vez en un campeonato de esa magnitud, igualando a cuatro goles con su similar de la Unión Soviética, cuya sigla era C.C.C.P. Tan importante fue aquel resultado que al año siguiente,  con la transparencia de los amaneceres y aún con el lenguaje del deseo vivo, en nuestra nación se rebautizó la semántica de esa sigla para mofarse de los Rusos por “Con Colombia casi perdemos”).

Pero lo enfadoso del caso, es que Marco no nació en Argentina, sino en nuestro país, donde la clase dirigente nunca le ha importado un bledo el bienestar de los futbolistas, sino los millones que entran con facilidad pasmosa en las  alforjas de la entidad deportiva. Y esto, estimados lectores, lo digo con conocimiento de causa porque en los últimos siete (7) años en la vida del “Olímpico”, tuve muchos acercamientos con él y con sus  cinco (5) hijos: Marcos, Mario Alberto,  Orlando, Fabián y Omar, quienes siempre me hacían hincapié de las promesas que nunca se cumplieron relacionadas por ejemplo con  una casa y una pensión por parte de la Adefútbol, hoy Federación Colombiana de fútbol para el “Olímpico”. Marco tuvo que irse a trabajar a las minas del Cerrejón en La Guajira para poder obtener una pensión y lograr de alguna manera capacitar a sus hijos.

Ojalá, a este exjugador creativo del medio campo que fue muy jovial con la vida, con toda su familia, con sus amigos(as), con el fútbol, que  se consideró un hombre muy creyente y sensible, al que le dolieron  las injusticias sociales en el mundo y para demostrarlo  cada vez que hablábamos me declamaba un  verso muy visceral de la poeta tolimense, Esperanza Carvajal Gallego: “...de nada nos sirve sentirnos más que los otros, si dentro llevamos el reloj que nos oprime por igual en esa batalla que nos  estruja el alma”, se le eternice la memoria bautizando con su nombre, el complejo deportivo que se está construyendo por parte de la Federación Colombiana de Fútbol sobre la avenida Circunvalar, en Barranquilla,  y se cumpla por fin con  la promesa de  su anterior presidente Luis Bedoya, quien eufórico ante la alcaldesa  de ese entonces, Elsa Noguera y miles de  invitados dijo: “sería un justo homenaje a Marco Coll,  una leyenda viva del fútbol internacional”.

Ojalá que el actual presidente de la Federación Colombiana de fútbol, Ramón Jesurún y el alcalde Alex Char, quienes entre otras cosas son barranquilleros, le cumplan  a Marco Coll Tesillo. (Que casualidad hay en la vida,  cuando el campeonato mundial de fútbol  se va a jugar en el 2018, justamente en los estadios de Rusia, el país más extenso del mundo y  a  cuya selección le marcó categóricamente el gol histórico). Si esto sucede, tengo la absoluta convicción de que Marco Coll Tesillo  los  aplaudiría  desde lo más alto del  estadio celestial con sumo placer y de paso, el mejor locutor deportivo de Colombia en todos los tiempos, Édgar Perea Arias, narraría con su vibrante calidad de siempre el segundo gol olímpico de Marco como en su momento lo hiciera Gabriel Muñoz López con el primero. “Ver para creer”, solía decir Santo Tomás.


jueves, 8 de junio de 2017

Bitácora

De las cosas de este mundo que quiero contar hoy

Permítanme usar de epígrafe la literatura para iniciar este texto con lo que el escritor Ramón Molinares Sarmiento, plasmó en su ensayo Exilio e identidad, publicado en la revista Latitud, mayo 14 del 2017: “Nos complace vernos en este espejo con nuestros defectos y virtudes; saber que los fundadores de Macondo eran intrépidos, emprendedores, soñadores, tiernos, amorosos, justos; gente con un alto sentido del honor y de la equidad, que construyó sus primeras viviendas de modo que todas disfrutaran de la misma frescura y de las misma música que cantaban los pájaros en las horas de más calor; pero también podemos ver en este espejo las peores atrocidades que puede cometer un hombre, alimentada por poderes de identidad difusa, sin sentido de pertenencia…”

O Lo que escribió Alonso Sanchéz Baute, en la Revista Arcadia, sobre La lectura: “La gente corrupta no cree en Colombia porque no sabe crear, porque no tiene talento para imaginar que se puede vivir sin robarle al Estado.” Revista Arcadia. 2017-5-15
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Así como la intolerancia y el maltrato son actos deliberados, igual los actos de los corruptos, que omiten las consecuencias de sus conductas porque aspiran a seguir viviendo en la manigua de la impunidad.

Recuerdo varias cosas del pasado, por ejemplo, la compra y venta colectiva del voto, la voz de algún padre diciéndole al hijo, con voz queda, “dígale a ese man, que no estoy en casa,” o la voz de un amigo regresando de la infancia con la alegría en el rostro, porque el tendero le había dado unos centavos de más. En estos ejemplos, uno puede rastrear no sólo lo antiético, también la envoltura futura de la corrupción.

Poco a poco y con actos pequeños, contrarios a la moralidad familiar, civil o cristiana, se van formando los individuos, que años más tarde participarán de actos más graves de corruptela. Sujetos formados para ser depredadores salvajes (en la pradera de la sociedad) de las fortunas ajenas, ya sean públicas o privadas. Uno diría que seleccionan cuidadosamente la presa. Desde niños asistimos a estas escuelas difusas de la familia, el barrio o el colegio, donde no hay formas de discutir lo incorrecto, lo injusto, los dineros públicos, etc.

Los corruptos tienen pues escuela y también han ido a la universidad, a cualquier clase de universidad.

Somos como niños caminando en una ruta empedrada de seres salvajes, que todo lo toman sin hacer preguntas y al final todo lo pueden, cueste lo que cueste.

La corrupción es violencia vedada y es igualmente la representación de lo que somos individual o colectivamente. Nosotros hoy estamos representando la humanidad e igual una época triste y desfavorable para los ciudadanos inermes; somos hijos de todas las vergüenzas, las del pasado, las del presente y las futuras, igual herederos de los que roban y los que no roban, los que dudan y los que han decido vivir del lado del bien y también los que se han atrevido a regresar bolsas de dólares a sus dueños sin pensar en los resquemores de los que tienen alma de ladrones y los acusan de tontos.

La sociedad tiene sus actos demostrativos de carácter social, como el que abordamos en este texto, en el que nadie podrá tira la primera piedra, porque la acusación puede convertirse en un maremágnum. Es decir, muy pocos se salvan de la escatología corrupta para poder llevar a la práctica lo que propone Gustavo Álvarez Gardeazábal en una de sus columnas: “Hay que buscar cómo convencer a este país de que todavía se puede gobernar sin robar.” (1)

La naturaleza humana es dual, no homogénea; en su estructura compiten, luchan, el bien y el mal, la belleza y la fealdad. (2) Es quizá esta complejidad, lo que dificultad comprender en carne propia el desliz hacia el campo minado de lo antiético, o hacia el área feliz de lo ético. Quiero decir, la emocionalidad que existe en cada conducta, sea buena o sea mala. De cualquier manera, esta dualidad es la que les ha permitido a los estudiosos de la conducta humana, pensar que todos somos corruptos. Por las opciones, las oportunidades, las circunstancias históricas, las formaciones, los temperamentos, los entornos y el carácter.

Con razón para el hombre común es inexplicable que alguien se encuentre una bolsa grande de dólares, o cualquier otra cosa de valor extraordinario y lo regrese a sus dueños. Para la persona con alma difusamente corrupta, el robo no implica sentimientos de culpa, miedo, arrepentimientos, vergüenza, incomodidad, por el aprendizaje cultural de su “deshonesta sociopatía.” En tanto, el hombre que le regresa a otro una bolsa de dinero encontrada en su automóvil, siente una satisfacción enorme, un sentimiento de bondad profundo que lo enaltece frente a sí mismo y los otros. (3) Le funciona lo que dicen los neurólogos: el sistema de aprendizaje emocional anticipatorio: el pálpito que nos alarma frente el “peligro.” (4) El corrupto no goza de esta alarma, por el contrario, es egocéntrico, cínico e hipócrita, insensible, sin empatía, transgresor, desinhibido, audaz, mezquino, mentiroso, maniqueista, arrogante, desafiante, abusador.

No es fácil hablar de estas cosas, si no incluimos nuestra experiencia personal: ¿Cómo llegamos a ser éticos o antiéticos? En mi caso, fui criado en un hogar cristiano, que tenía perfectamente claro los límites entre el bien y el mal, afincados día a día con labia, rezos, regaños y ejemplos. No soy perfecto, porque nadie es perfecto; todos mentimos, me dice un amigo. Agregaría una anécdota, que ha sido un reto perenne para mí: Gloria Navarro, Defensora de  Familia, me dice con el humor negro de la amistad, que yo no sé si soy corrupto, porque nadie me ha puesto a prueba. Tiene un cincuenta por ciento de razón, el otro cincuenta por ciento, forma parte de mi vida, de mi lucha por no hacerle daño a nadie. Lo que tal vez quiero resaltar, es la formación de mi carácter, mis rebeldías, mis opiniones en contravía, mis irreverencias, mi formación intelectual e incluso mi ateísmo (No hay algo más decepcionante que ver a un creyente hacer lo contrario de lo que dictan sus creencias y la ley de su Dios. Si a esta persona no le sirvió su religión, a mí tampoco tendría por qué servirme. Mi ateísmo es pues una nueva búsqueda...) Esto me ha servido para saber cuál es mi lugar en el universo y ser consciente del daño que le causamos a la humanidad cuando provocamos el mal. Excúsenme esta digresión personal.

No puedo dejar de contar otra anécdota, que está en el corazón de lo que cuento: Una amiga mía, profesora de una universidad cachaca, me contó que un día le preguntó a un enamorado suyo de qué no era capaz y sin esperar respuesta, continúo: de matar, de golpear a los indefensos, de robar. Ella me dijo que el tipo no supo qué contestarle y desapareció de su vista.

Reconozco que algo primitivamente perturbador vive en mí. Hubo un tiempo, antes de ingresar al Icbf, que deseé varias veces ubicarme estratégicamente en el Paseo Bolívar y disparar desde aquel lugar oscuro de mí contra la inerme multitud, pero confieso que fue la escritura la que me ayudó a franquear el dolor desconocido que vive en cada uno de los seres humanos que habitamos el planeta tierra. Desde aquellos tiempos, vivo conscientemente luchando contra el mal, que tiene todos los rostros.

El carácter es el que guía, según Peter Singer, las actuaciones en “las elecciones radicales,” (5) que son aquellas conductas marcadas por los dilemas y, sobre todo, aquellas decisiones que nos ponen a prueba como seres buena gentes y probos.

Lo que debe quedar claro, “es que la corrupción es una condición y no una función,” una condición de la naturaleza humana y su relación con el entorno y las fuerzas de una cultura de masas centrada en el individualismo y el egoísmo, pero reforzado contra el mundo; egoísmo que se extiende de manera acumulativa y perversa en la sociedad. Ya hemos dicho, que algunos individuos se salvan de ser infectados con su veneno.
Es fundamental mencionar el Estado y el gobierno en el que vivimos, su estructura de juegos pirotécnicos para hacerle creer a los gobernados que se hacen los esfuerzos contra la plaga de la corruptela; tocar el clientelismo y los partidos políticos, que no son unos fenómenos y unos aparatos desligados del veneno inmoral de la descomposición, que es inoculado todos los días a la gente para robarles el alma sin el permiso de los sufridos. Con alguna pizca de razón, uno puede explicar porque los pobres y la clase media esquilman el erario público y al final o al comienzo, los gobernantes también, y lo más grave, lo permiten para que los dejen gobernar para siempre. Porque todos tienen el pecado en las manos. Porque así se genera una complicidad mayor entre los gobernantes y los gobernados, quienes por ser gobierno tienen los privilegios del poder: hacer lo no permitido. (6)

He aquí el modelo de imitación mayor. Uno escucha: “Si ellos lo hacen, nosotros también lo hacemos.” Esta es la escuela de la vida, superior a la otra escuela, que sigue viva y permeada por la inacción, la falta de autocrítica y la acriticidad.  El optimismo de Gardeazábal, puede ser una bofetada para los escépticos como yo, pero es necesario para no vivir en la completa oscuridad.

Bibliografía
1.        Gustavo Álvarez Gardeazábal. ADN, Barranquilla. Jueves 11 de mayo de 2017, pág. 8.
2.        Según la opinión de Moisés Wasserman, ex rector de la universidad Nacional, Dios, por la versión de Leibniz, “no podía haber creado seres humanos que tuvieran libertad pero que, al tiempo, fueran incapaces de hacer el mal,” porque ambos, el mal y el bien, carecerían de significado moral. Es la libertad o el libre albedrio entonces, los que determinan ambos fenómenos. En otra columna, del mismo Wasserman, uno colige que el mal por abominable, se oculta y se condena, mientras que el bien es el reconocimiento del buen ejemplo moral.
3.        Los seres humanos realizamos acciones que nos hacen sentir bien, se llaman acciones autotélicas, es decir, que la acción y la gratificación es lo mismo. Libro de ética de Fonbienestar, Icbf.
4.        “Los sentimientos, dice, el filósofo Guillermo Hoyos, en Adiós a las trampas, con anterioridad a los juicios morales, son como alarmas y sensores que tenemos instalados desde niños y nos alertan en un mundo en conflicto para que reaccionamos ante el mal…”
5.        Peter Singer: Ética para vivir mejor. Ariel, segunda edición.
6.        Eduardo Lindarte Middleton, Dr. en Sociología. La corrupción en Colombia. El tiempo, marzo 19 de 2017.