lunes, 4 de noviembre de 2013

Bitácora

LECTOFUTBOL

Por Pedro Conrado Cúdriz

La discusión de un partido de fútbol nos margina del desastre colectivo, nos agita hasta darnos la estatura docta que anhelamos: soñamos con la huidiza tesis. Entonces, insensatos, creemos arreglar el mundo Emboscada, PC

Intentar  armar un discurso que dé cuenta de la interacción o transacción lectura-fútbol, plantea ciertas dificultades que no son fáciles de evadir en un mundo contaminado por la frivolidad. En primer término, porque vivimos una época de inmutaciones grandes que puede convertir en obsoleto, lo que ayer representaba una tradición vigorosa (Mockus.) Alude el ex -alcalde de Bogotá  a la conferencia que en el pasado descansaba en preocupaciones trascendentales compartidas por todos, pero que hoy se han dilatado y disuelto en lo vago y en lo superfluo. Por lo tanto, el suelo sobre el cual se podría inventar un discurso edificante cada día se hace más difícil. Queda entonces la posibilidad de reinterpretar. De jugar. Con el riesgo enorme que implica la frivolidad.

En segundo lugar, porque los medios de información de masas inducen con reiterada bastardía hacia lo inocuo, al extremo que lo han convalidado en el discurso del consenso, en esa suerte de coincidencia originada en el encuentro de lo oligofrénico y el bendito deseo de estar todos de acuerdo para estar bien con todos y así poder sentirnos bien espiritualmente. Para nadie es un misterio que los medios de información de masas, en particular el escrito, han abandonado la ética del esfuerzo formativo. Ese que le entrega al lector de periódicos, la posibilidad de dilucidar su mundo y de reflexionar sobre su espesa y contagiosa cotidianidad.

Por último, porque la magia de lo desechable y lo superfluo nos ha inducido a creer “que lo importante de los acontecimientos es proporcional a su riqueza en imágenes más fuertes, más interesantes, más importantes que aquel que permanece invisible y cuya importancia es abstracta” (Ignacio Remonet.) Esta visión ideológica de la lectura de la imagen ha deslegitimado el esfuerzo intelectual que exige estar informado, y lo más preocupante,  nos ha hecho creer que la lectura es un pasatiempo, el tiempo inepto e ineficiente de las masas y no lo que es, un ejercicio de abandono interior, de búsqueda santa para resarcirnos del engaño y el autoengaño, el ejercicio de la reflexión y más profundamente “el propósito de civilizar lo que nos pasa y lo que pasa” (Ignacio Remonet.)

Por esta inversión de valores que impone la cultura de la enajenación capitalista, en especial los medios, los colombianos recordamos más las emociones de los goles vividos en los estadios y trasmitidos en imágenes vivas por televisión, que los titulares de prensa o textos que hayan congelado poéticamente el instante único e irrepetible del gol experimentado por la nación. Y más allá de estos vientos y remolinos emocionales de la visión televisiva, queda olvidada la historia social que subyace invisible en cada uno de los colombianos y de manera especial en cada uno de los jugadores de la selección Colombia.

Por asociación rememoro algunos de los goles de la selección repetidos por los innumerables programas audiovisuales, que han convertido el fútbol, entre otras cosas, en una saturación rutinaria de movimientos ya realizados y en una reiteración artificial (por fuera del contexto real del tiempo) de un hecho en profundidad emocional, el gol, que no se volverá  a vivir por el prurito de la repetición radial o televisiva. El gol es una estrella fugaz,  explosivamente emocional y artística, un arco iris, pero conexo a unas circunstancias de tiempo irremplazables; lo demás es manipulación de la nostalgia y entuerto patriótico para la enajenación.

Entre fútbol y lectura media algo más que la misma historia convencional: el placer y el gusto. El placer que existe en quien escribe historias y reportajes futbolísticos y el gusto o el placer de quienes leen esas historias y reportajes de fútbol. El gusto es un simple ejercicio visual y frágil, que no supera la sensibilidad natural del ojo frente al objeto escrito, o la imagen escrita o televisiva; mientras que el placer volatiza el simple ejercicio visual y se instala en profundas sensibilidades de reflexión, en el corazón mismo del objeto de lectura.

Sin embargo, la historia intenta opacar la reflexión y descuida la lucha de las ideas. La revolución tecnológica de los medios de información de masas no sólo ha trastocado la realidad en ficción (recordar la guerra del Golfo Pérsico y la guerra por el petróleo en Irak), sino que la ha vulgarizado en un discurso simplista de Corín Tellado. Las causas rondan entonces la política. Los medios de masas, nos reitera Remonet, “han simplificado su discurso en el momento en que el mundo, trastornado por el fin de la guerra fría,  se ha complicado considerablemente. Tal distinción entre el simplismo de la prensa y la nueva complicación de la política internacional desconcierta a numerosos ciudadanos que no encuentran más en las páginas de su gaceta un análisis diferente, más trabajado, más exigente que el propuesto por el noticiero televisado.”

El deporte, específicamente el fútbol, hace el resto porque ha coincidido con la tensión mental de la humanidad y con la necesidad de la levedad nuestra. El comentario futbolístico, masivo, termina entonces fortificando esta simplicidad con la magia de la distracción, la nueva religión de nuestras sociedades, que han abdicado como una maldición de la reflexión y el esfuerzo intelectual para avalar la pereza mental y la dependencia hacia los medios que, defensores del orden de los desequilibrios, “obligan” a interiorizar lo baladí como conducta trascendental. Sin embargo, desde el mismo espacio de la práctica del fútbol saltan voces que nos previenen: “El fútbol no es tan importantes como para que se hable tanto y tan seguido de él. Con esa exageración se estimula una inversión de los valores de la vida (Saporiti, ex -director técnico del Junior de Barranquilla.)

Las relaciones del fútbol con la lectura también ocurren en el marco de la convivencia cotidiana, entre propuestas de prensa y lectores aficionados al fútbol (aquí no nos interesan las calificaciones de lectores buenos o malos, lectores eficientes o ineficientes, porque en última instancia, todos llegamos a la lectura por propósitos diferentes, propósitos que pueden ser o no baladíes. Pero sí nos interesa buscarle los nudos que puedan explicar los saltos cualitativos que van de la lectura deportiva, caricaturesca o ligera, a una lectura más profunda, menos insustancial, que le permita  a la persona transformarse en un sujeto culto o diletante) y entre lectores y características sociológicas de una sociedad que ha encontrado en la superficialidad, maneras de comportamientos promedios y normales, con una pasividad y un afán de adaptación que asombran. Todos sabemos que la propuesta lectora más cercana al hombre y a las mujeres de hoy es la prensa escrita, especialmente el periódico, y en tal dirección, de acuerdo a intereses de poder que no controla el hombre-masa, éste no tiene opciones aparentes para escoger, conformándose y adaptándose a ellas sin la conciencia crítica que preludie actos esperanzadores de cambio. Ni la escuela ni la sociedad han realizado en este sentido, aportes significativos para cualificar el propósito del lector nuestro, por el contrario, la cultura social ha fortalecido actitudes y esquemas conceptuales en la cima de la mediocridad.

Mas el éxito del proceso lector depende en todas partes del acuerdo tácito entre lector y escritor, sobre lo que se debe leer y sobre lo que se debe escribir, sobre el uso de esquemas conceptuales y elementos emocionales que permitan y faciliten la comunicación escrita. La literatura futbolística en la actualidad está recargada de ingredientes emocionales, cuasi afectivos entre lectores de prensa y aficionados de la selección nacional, o lectores de prensa y equipos profesionales, que son aprovechados insustancialmente para aumentar los tirajes de la prensa escrita diaria e inventar cualquier cantidad de temas y propuesta comerciales para pescar no sólo en el río revuelto de los afectos deportivos de la nación, sino también en el mar podrido de la alineación.

Debemos planear entonces la necesidad que tenemos de re-elaborar a partir de estas propuestas comerciales, nuevas tareas y proyectos de acción lectora que le permitan a los niños y a los jóvenes, y en general a toda la sociedad, exigir esfuerzo informativo y el deseo de hacer de la lectura un espacio reflexivo del vivir cotidiano, esa práctica que el periodista francés Ignacio Remonet, invoca para estar de manera excelente informado : “Es a este precio – dice Remonet – como el ciudadano adquiere el derecho de participar inteligentemente en la vida democrática.” Debemos insistir (reconocer lo que no nos enseña la escuela ni los medios de prensa), que la lectura exige trabajo, esfuerzo y pasión y, por supuesto, exige placer, sensibilidad, esa que le permite al escritor y al lector transaccionar significados profundos de sus existencias, el que en última instancia, les permitirá buscarse entre el toque del balón de fútbol y las letras para comunicarse las experiencias profundas de sus vidas cotidianas y recónditas.

Por el ojo de la cerradura

Ante la tumba de mi hermano Nelson

Si hay un elemento simbólico que soporte con admirable consistencia y cotidianeidad tanto la fantasía como la realidad, ése es el cementerio.
José María Guelbenzu

Por Tito Mejía Sarmiento

 Estoy de nuevo frente a ti, hermano. Cuéntame todos tus secretos  que ya está bueno de silencios y necesito con urgencia apedrear la impunidad en este país, donde la inseguridad parece ser su única divisa y en donde se siente que rigiera sólo la mentira espesa.  Mi presencia aquí, Nelson, no es un simple pleonasmo incorrecto porque siempre mueren los otros, pero tú no, además, vivir no es otra cosa que desconocer el límite real de lo que somos, mi amado y eterno hermano. Piensa también en esa gente  que aún te ama y que diariamente te visita, la gente que pone sus ojos en los míos para llorar juntos por ti,  la misma gente que en un acto de fe poco usual se lleva el agua de los floreros de tu tumba para sus casas y en corto tiempo, espera asombrada, como en efecto ha sucedido, sanar a sus enfermos, como en la trova de los elfos nórdicos, en una especie fabular de un nuevo retorno hacia la vida. Piensa, piensa, piensa, te lo digo tres veces, en esa gente, doctor Mejía. Sé que estás ahí encerrado, hermano mío, en un impreciso panteón  desde el primero de mayo del 2004,  aunque para decir verdad, el 29 de abril del mismo año, fecha cuando dispararon con felonía en dos ocasiones en tu cabeza frente las instalaciones del DAS (¡Qué ironía, el Departamento Administrativo  de Seguridad de Barranquilla!), te fuiste para Yaure (África), donde ahora regalas con un afán encomiable como lo hacías aquí en Santo Tomás, un cúmulo de afectos a propios y extraños, que brotan de tu hermoso corazón de puertas abiertas durante las horas del día, noche, madrugada, sin titubear los pensamientos de médico eficiente. ¿Qué por qué vengo tanto, tanto, tanto, a hablar contigo, aquí a la tumba? ¡Pues, simplemente, Nelson, para que me digas quién fue “el intelectual” que dio la orden de acabar con tus sueños, y por una simple razón lógica: te conozco mejor  que la mayoría de los “vivos”, y sé que algún día me lo dirás! ¡No, no, no, te preocupes, gran líder carismático, no te preocupes, que ninguno de nosotros  va a tomar represalia contra nadie!  Amado hermano, sólo queremos que se acabe para siempre ese nido de incontables deterioros  que se hallan incrustados en ese absurdo recurrente al que llamamos justicia ¿Ahora sí comprendes mis jaculatorias, alcalde de siempre? ¡Ah! ¡Ahora si me entiendes, pana mío! ¡Eso es!  Escúchame bien, Nelson Ricardo, escúchame, escúchame, porque ya me voy y va a caer al parecer un fuerte aguacero: Ni la vieja Eloina, esa madre que sufre en silencio como una amante inédita  que se hunde en los espejos de las calzadas, y que ve morir el sol bajo sus párpados todas las tardes con su dolor infinito, ni tu esposa, ni tus hijas, ni tus hijos,  primordialmente Kelvin, ese inteligente y apuesto muchacho que tú dejaste plantado sobre la faz de la tierra y que ahora vive de tus humildes y altivas huellas,  sobre todo cuando las madrugadas comienzan a coser el día, ni todos tus hermanos(as) deseamos violencia, Nelson. _ ¡Nada de eso! _Te repito, únicamente queremos  saber la verdad acerca de tu homicidio para que el alba, se haga alba en la eterna cantata de sueños, y de paso, los recuerdos se conviertan en poemas cuando el viento empiece a abrazar vivencias y las golondrinas pueblen los inviernos en el patio de nuestra casa de nuevo. ¡Empieza, empieza, empieza, Nelson, a contarme tus secretos, para que tu memoria sea la memoria de otras memorias!