sábado, 24 de agosto de 2013

Letras sin fronteras

Memorias de mis vivencias en el Parlamento de Escritores en Cartagena de indias.

Por Irene Ángel

Llegamos a Cartagena de Indias el 14 de agosto 2013, dos días antes ya habían llegado algunos extranjeros, así sumamos ochenta en total. Unos presentaron novelas, otros leímos poesía,  y otros hiciero ponencias sobre el homenajeado, Raúl Gómez Jattin, que aprovecho e invito a leer su vida y sus poemas, para que se asombren de la genialidad de su pluma. 

      El primer día nos fuimos al teatro Adolfo Mejía, situado dentro de la ciudad amurallada, empezamos a presentarnos y a tomar fotos, no podían pasar desapercibidos los registros fotográficos, esos son los que quedan para el recuerdo, y  son las que algún día miraran los hijos de los tatataranietos. Esa noche empezó la amistad con Gladys Duran, poeta y declamadora de Palmira Valle, y creo que coincidimos en muchos momentos y gustos. Esa noche la programación fue muy amena y el interesante discurso del Presidente de la Asociación de Escritores de la Costa, sr Joce Daniels, cuando dijo palabras más, palabras menos: Este no es un parlamento que necesita electores, no es un parlamento permeado por la corrupción, es un parlamento de escritores, donde la palabra convertida en novelas, poemas, es la protagonista. Bueno, no tengo memoria exacta, pero algo así dijo y si me quedó algo, fue porque me gustó mucho. Luego empezaron a leer: Juan Carlos Céspedes de Colombia en su magistral poema dice, “… escribe, poeta, que llegan los invasores y no dejarán piedra ni memoria…, escribe, escribe, escribe…”, Gustavo Tatis Guerra: “Mi corazón es un mar de noche que se besa con el arco iris…escribo mi nombre con nubes con espuma de las olas…” Ruth Patricia Diago “Tendrías que verme ahora sin un voto de encima, los pies colgando de la cama y la furia en gestación de los diluvios” y así uno a uno iban dejando sus versos en el corazón de los presentes. Me disculpan los otros poetas, pero no tengo sus memorias, aunque sé que todos fueron excelentes, esa noche el presidente Daniels eligió lo mejor de lo mejor para la inauguración.

      Al día siguiente, 15 de agosto, me levanté temprano a desayunar, pues ya me tocaba el turno de leer a las 9 de la mañana en el Centro de Enseñanza Precoz, Nuevo Mundo. En el comedor conocí a otros asistentes de distintos países y,  como dice en el programa, nos fuimos cada uno a cumplir compromisos. En el Instituto de Enseñanza Precoz, Nuevo Mundo, estuve con Álvaro Maestre de Valledupar, quien leyó poemas y Sarita Rey Pérez  de Ibagué, una joven de 17 años que estaba empezando a escribir cuentos de terror. A los 12 ya se había leído todo lo de Edgar Allan Poe y Lovecraft, ella va por muy buen camino, leyó unos cuentos realmente de terror, que hicieron  llamar la atención de todos los presente y estuvieron muy atentos, pues al final hicieron preguntas sobre lo que leímos.
Salimos de allí a escuchar a otras ponencias que se daban en el Colegio Mayor Bolívar, también a la misma hora en la Cámara de Comercio de Cartagena, así que optamos por la más cercana. Colegio Mayor de Bolívar, y escuchamos a Gladys Duran con su libro “rarezas amorosas” y sus poemas declamados de quiero ser niña, sí, sí, sí, subir las montañas, elevar la cometa, besar a mi primo, esperar a papá, quiero ser niña, sí, sí, sí”. De allí salimos a almorzar al restaurante que el Parlamento nos tenía asignado y otro punto que se sumaban, pues el bufé fue excelente. En la tarde escuchamos a Fernando Cely de Bogotá, “Diversidad poética en Colombia y su incidencia en el panorama en la nueva poesía latinoamericana”, a Madeleine de Cuba con su novela “Los zapatos de Isidro” y otros ponentes hablaron sobre la vida de Raúl Gómez Jattin. Lastimosamente me perdí las ponencias de Alejandra Moreno Aswood “La literatura como terapia”, a Nora Pérez, Carta a Gómez Jattin, igual me perdí de escuchar a muchos, pues también estaba leyendo mi libro de poemas a esa misma hora o escuchando a otros en otros escenarios. Luego, en la noche, a dormir temprano, para madrugar el 16 que también teníamos que leer y escuchar a otros compañeros.

      A la mañana siguiente 16, en en Centro Cultural Colombo Americano, leímos Clara Schoenborn poeta de Cali, Ruth Patricia Diago de Cartagena; la argentina Ailin Catica. De ahí nos fuimos a la Universidad Jorge Tadeo Lozano, escuchamos a otros compañeros con su presentación, y llegamos cuando estaba empezando la presentación del libro “Velox el perro legionario” por su autora Rusa, Anastassia Espinel Sourez. La cual ganó el premio nacional de novela corta en el 2012, después el poeta Juan Carlos Céspedes, presentó la novela infantil, de Carlos Colón Calado, “Mariestrellas” y Francisco Adriano Carrasco de Perú, presentó su novela “Tigres de papel”. El 17 nos reunimos la mayoría de los asistentes, digo la mayoría, pues algunos ya se habían ido en el avión de las 9 de la mañana y a esa hora nos reunimos en la Casa Museo de Rafael Nuñez, a elegir el nuevo presidente para el año entrante y se eligió por unanimidad a dos, para descentralizar eligieron a Gustago Tatis de Cartagena y Fernando Cely de Bogotá. En años anteriores los presidentes fueron Antonio Mora Vélez, Abel Ávila, José Ramón Mercado, Guillermo Tedio, Dina Luz Pardo, Gonzalo Alvarino, Juan Carlos Céspedes, Roberto Montes Mathieu. En el mismo escenario leímos varios y pude escuchar a otros que no había coincidido por horario.

     Para terminar, tomamos muchas fotos en la taberna de Fidel donde fuimos  a escuchar salsa en una noche mágica y de fiesta, al día siguiente solo un momento fui con Gladys Duran a tomar fotos, pues realmente no habíamos podido ir a la playa, primero teníamos compromisos adquiridos y era más importante cumplirlos, pero sí sacamos un ratico para tomar fotos y solo nos quedamos 15 minutos, pero al menos nos tomamos fotos frente al mar. A las 8 de la noche del 18 de agosto,  salía de nuevo el avión que me regresaría a la realidad de mi ciudad, ya en Cartagena estaba viviendo una realidad-mágica, como en las novelas de Gabo. Ciudad amurallada, coches, cultura, literatura, noches mágicas y amor, mucho amor por mi libro y la ciudad que me dejó enamorada.

domingo, 4 de agosto de 2013

Desde las troneras del San Felipe

La mamá de Tarzán

Por Juan Carlos Céspedes Acosta

Un día cualquiera, Cartagena se despertó con el grito destemplado de la madre del hombre mono. En una ciudad con valientes de boca para adentro, este aullido puso la piel de gallina a todo el mundo. Había llegado a La Heroica —ni siquiera los mismos cartageneros la han podido acabar— la verdad última; la cultura revelada. 

Sin perder tiempo puso manos a la obra. Inmediatamente se rodeo de un séquito de sátrapas que vieron la posibilidad de agarrarse a las lianas que iba soltando ella —si quieren, pueden llamarlo él, lo cual es intrascendente para el resultado— al pasar de palo en palo (léase dinero, los más ingenuos pueden entender mangle), buscando siempre  más fama y reconocimiento. Para este circo de la selva, se unió sagazmente a un celebre gacetillero, famoso por prestar plata y no pagar, pecadillo que podría perdonársele si no fuera porque es el peor enemigo de nuestra cultura, personaje nefando que posa de buena gente con una descomunal sonrisa que envidiaría la Boca del Puente (Torre del Reloj), pero que por debajo es un río tumultuoso de rencores e intereses. 

      La mamá de Tarzán sabía que debía realizar alianzas estratégicas, ella es experta en esto, así que conociendo la xenomanía nuestra y el saber que mucha gente aún no ha podido borrar del alma el hierro candente de la esclavitud, armó una pandilla que aupara, reverenciara y aplaudiera todo lo que dijera; él (o ella), en contraprestación, repartiría títulos, entregaría premios, escribiría recomendaciones, y los etcéteras que ustedes quieran. 

    En las reuniones sociales donde aparece la progenitora de Tarzán copa en mano, se observa seguidamente una metamorfosis más asombrosa que la de Kafka, la gente se vuelve muchas chitas que se agarran a sus piernas y brazos y casi no la dejan caminar. Entonces ya no hay conversación, sino gritos de primates que se combaten por pelar una banana,  ¿y el arte vernáculo?, más falso e hipócrita que nunca. 

    Si Luís Carlos López viviera, sabría perfectamente, después de unos traguitos en EL Bodegón, dónde apuntar su rifle mordaz, porque la mamá de Tarzán no se cansa de dar «papaya». Pero este mal que nos vino de afuera, no es eterno, y pronto se cansará de tanta rodilla y se irá a pontificar a otras junglas, dejando a su suerte a las chitas de turno, colgando de débiles lianas, muertas en la dulce miel como las moscas después del banquete. 

    Como pueden ver, no podía pasar esta maravillosa ocasión para celebrar a nuestras distinguidas figuras del arte, tan queridas ellas, y qué mejor ocasión que recordar a la mamá de Tarzán, ¡sin la cual la cultura no podría existir! Sí, ya sé que ustedes saben de quién se trata, entonces no me pregunten por él (o ella), porque después ni en los buses me podré subir. ¿Tanto es su poder? Sí.

Coletilla. En cada ciudad del mundo, hay una mamá de Tarzán volando por las lianas de los poderes que depredan a la cultura.

El ojo de la cerradura

En la vasta ausencia del abuelo

Por Tito Mejía Sarmiento

Toda la sabiduría y tolerancia del mundo le pertenecían sin lugar a dudas al abuelo Tomás Segundo Sarmiento. Lo supe desde el mismo momento cuando yo tenía escasos cuatro años, en aquellas frescas mañanas de mi pueblo natal Santo Tomás (Atlántico), y con el sueño aún instalado en mi rostro, lo vigilaba detrás del bruñido tamarindo, hablándose para sus adentros, y paseándose por el extenso patio de la casa paterna,  que un día me vio jugar. 

      Mi abuelo conversaba con las plantas que crecían al poco tiempo a su antojo, al instante de regarlas manguera en mano (mano callosa, hacedora de frutos…) en medio de un carnaval de mariposas y del afinado trinar de ruiseñores. 

      A su plateado burro Renato, lograba imponerle el paso cuando venía de la finca la Juntera, donde laboraba, sin el sonsonete devastador de otros abuelos, y sin necesidad del implacable zurriago, tan común en esa época, en los ajetreos del campo por la pesada carga encima que transportaban los asnos.

     Mi abuelo Tomás nos cogía a  todos(as) sus nietos,  al ritmo de un cendal de tácticas preguntas sobre la vida nacional y otros aconteceres para luego,  con una voz barítona, que a decir verdad, crecía temblando lo callado, nos extraía las respuestas precisas y sin exagerar, estimados lectores, hasta los más atroces pecados del alma… Es decir, con mi abuelo Tomás Segundo, la cuestión era tan seria que el propio gallo chino que tenía mi hermano Nelson,  no parecía cantar tres veces, sino siete, ni los locos se inclinaban ante la luna llena  que nos habitaba en cada diciembre.

     Mi abuelo nos curaba cuando estábamos indispuestos con su inmensa ternura ante el asombro de toda la familia y de particulares.

     Me parece verlo en las tardes de septiembre, sentado en un viejo taburete en las afuera de la finca, escopeta en manos, espantando con varios tiros al aire  a una bandada de cotorras que pretendían devorar en un santiamén su cosecha de maíz.

    A mi abuelo, el del andar suave, humilde y juguetón, salí a buscarlo hoy otra vez en el patio, tratando de hurgar todavía en  medio de un silencio tangible, la memoria que se afila todos los días por debajo de la propia vida y, me topé de narices con su ausencia, con su ausencia mayúscula,  pero me queda la eterna sensación de haberlo disfrutado a plenitud con toda su sabiduría, respeto y tolerancia del mundo, mientras bebo en la totuma que me regaló, un café tinto que sabiamente endulzaba con panela.   

Bitácora

Yo hubiera sido un perfecto huevón

 Pedro Conrado Cúdriz

Por fortuna no creo en Santos ni en dioses, ni en políticos; excepcionalmente creo en pocos  amigos, los que nos quedan después del incendio de los odios y los sueños.

La formación cristiana que recibí desde mi niñez, me preparó (educó) para creer en todo: en los santos, en los militares, en dios, en los políticos, en los corruptos, en los profesores; nos prepararon para ser los mejores tontos del planeta: odiamos a Chávez un día, y ahora a Maduro, pero adoramos a Uribe, a Santos y a los curas, religiones todas éstas “extrañas” al mundo.

         Yo he tenido que renunciar a esa educación y a las fiestas de todos los días, a la coprolalia de la esquina, al club de los amigos para poder esculcar todos los días la realidad, inquirir la prensa escrita, la radio, las revistas y en los libros, descubrir las claves misteriosas de nuestra encapsulada cotidianidad; también espiar los gestos y la doble personalidad de los gestores de realidades, buscar en la propaganda de la radio y la televisión, en las palabras sencillas del presidente de la república, en las peleas intestinas del poder del estado, lo que escapa a los ojos y oídos domesticados de mi niñez.

        Mis primeros años, toda la primaria y algo de la secundaria, fueron de rezos eternos, tanto en la escuela como en casa; fue un adoctrinamiento feroz, pero sin la intención perversa de los curas, que sí saben para qué sirve la religión.

    Otro adoctrinamiento fue la sagrada vida de nuestros próceres de la independencia, la historia edulcorada con las proezas y el heroísmo de los hombres de aquella época. Estuve a un segundo de escribir hombres revolucionarios. Fue una historia de mentiras y verdades a medias, personalizada, pero alejada de la historia económica de la nación.

      Hasta cierto tiempo de mi vida creí y amé la caricatura de los criollos que ofrendaron sus vidas por nosotros, estatuas de cemento, resistentes a los defectos humanos, pero ahogados en las postas de sus propios intereses económicos. El resultado de lo que somos hoy, es el producto de sus pequeñas victorias familiares y personales.

      Yo hubiera sido un perfecto huevón sino es por el tris de la sociología, la literatura y la poesía y los libros que han alimentado mi mente. Posiblemente andaría en campañas de iglesiaspon para construir nuevas piedras de dios, adoraría a Uribe y a Santos y prestaría mi firma para derrocar a Petro, odiaría a la guerrilla con las mismas ínfulas de los uribistas y las fuerzas armadas, creería que en el Catatumbo y en los movimientos sociales y estudiantiles la subversión ha metido la mano siempre; en fin, sería del talante del hombre común, aquel que usan y odian las clases gobernantes. (Con algo de razón alguien dijo que el hombre común es peor que Hitler.)