domingo, 12 de marzo de 2017

¿Parrillero o pasajero?

PARRILLERO O PASAJERO

Por: Luis Payares Mercado
 
Narra una enseñanza bíblica que un hombre insensato edificó su casa sobre la arena y cuando descendió lluvias, vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; cayó y fue grande su ruina. 

Da tristeza e indignación que la insensatez de mandatarios y  honorables legisladores del caribe colombiano, hagan vista gorda al grave problema social, surgido por el uso inadecuado de la motocicleta: Accidentes, muertes, atracos, imprudencias, desórdenes y en fin, lo habido y por haber.

La anarquía, la demagogia, la corrupción, el engaño, la mentira y la indiferencia social, campean a diario en las organizaciones gubernamentales, arrojando como resultado, los malos gobiernos, y con ellos, entre otros, este indeseado fenómeno social.

Motocicleta o moto, es un vehículo automóvil de dos ruedas y manubrio, que tiene capacidad para una o dos personas. Al conductor se le denomina motociclista y a su acompañante parrillero.
Mototaxi, es una Motocicleta de tres ruedas y con techo que se usa como medio de transporte popular para trechos cortos a cambio de dinero, de la misma forma que un taxi; también se conoce como motocarro o mototráiler y a su conductor, se le denomina mototaxista.

Cuando se habla de Mototaxi no es conveniente mencionar parrillero, porque el ocupante de un Mototaxi es un pasajero. Y en referencia a un  motociclista, no se transporta a un pasajero, sino, a un parrillero. Por ende, en Sincelejo, por mencionar un lugar, los motociclistas están construyendo sus proyectos familiares en la arena. Creyendo ser mototaxista, son motociclista. Llevan parrillero y no pasajero. El pasajero paga el pasaje, en cambio que el parrillero no,  porque es acompañante del motociclista. Sahagún, por mencionar otro lugar, transitan por sus calles, Mototaxi (moto con tres ruedas, manubrios y techo) y su conductor (el mototaxista) recoge pasajeros y no parrillero.
 
Corresponde a Sincelejo y demás municipios del caribe colombiano, poner freno a este lesivo fenómeno social que en el diario vivir, desgarra a las familias caribeñas, aumentando los índices de muertes y de accidentalidad.

En conclusión, es necesario que se emprenda el reducir al motociclismo con el mototaxismo, para convertir al parrillero en pasajero.

P.S. Con astucia de serpiente se viene colando otro fenómeno en condiciones similares: UBER y una andanada de destartaladas busetas (PROVISIONAL) expiradas para el servicio de transporte público en Medellín, pero que en la Costa Caribe, como a cuervos que sacan ojos, les han dado asidero.

Bitácora

Las perversidades de la TV colombiana

Por Pedro Conrado Cúdriz

 

“.. quizás porque Caracol piensa que la decencia es una utopía nacional y porque en medio de la mediocridad, la corrupción, el crimen  y el desbarajuste de la sociedad colombiana, ya nadie, según su percepción, es una persona decente.”


“Yo conocí el lujo, fui un dios porque tomaba la decisión de matar a una persona, mejor dicho, me creía un dios, viví al lado de uno de los hombres más grandes del mundo, Pablo Emilio Escobar Gaviria; pues, si hablamos del mundo del crimen era el más grande”, le dijo Popeye a un periodista en 2012, según reportaje de la revista Semana.

De este sujeto- tipo, individuo, criminal, monstruo, sicario, es que trata la serie de Caracol: Alias J.J. En verdad su egolatría criminal está oculta en una parte de su cerebro, en Popeye, rostro y verborrea sociopática, egolatría que le hace creer que él es el personaje y no Jhon Jairo Velásquez Vásquez. Popeye no es el sobrenombre, ni siquiera es el nombre artístico del ser que oculta su patología; es sin embargo, la encarnación del mal, la que Caracol quiere enrostrarle a los colombianos todas las noches, mientras a más de cinco mil víctimas de la máquina de la muerte de Escobar, les regresan a cuenta gotas, todas las noches, la tragedia que vivieron padres, madres, hijos, hermanos, primos, vecinos…

Una amiga me decía en estos días aciagos e inciertos que era tanta la porquería de este país, que quería volverse pájaro para huir de RCN, de Caracol, del Congreso y del Gobierno. “Todos son lo mismo: estiércol”, me dijo.

Pensando en su dolor e impotencia pensé en las razones de los productores de la serie y advertí que no son las mismas razones que tienen el resto de los colombianos, quizás porque Caracol piensa que la decencia es una utopía nacional y porque en medio de la mediocridad, la corrupción, el crimen  y el desbarajuste de la sociedad colombiana, ya nadie, según su versión, es una persona decente.

Los Noticieros de la televisión nacional nos han sobrecargado de tanta inmundicia, tanto en el día como en la noche, que hemos terminado aceptando de alguna manera, cualquier cosa, en esa franja oscura y milimétrica del entretenimiento: narco-novelas, Colombia’s Next Top Model, Polvo carnavalero y todas las tonterías azucaradas y programadas por supuesto, por los que nos gobiernan, en su afán pérfido de ejercer el control social sobre la gente.  

Los de Caracol, en este caso, nos han hecho creer desde su ideología del negocio, que el televidente tiene el control remoto y la voluntad para no ver la serie de Alias J.J. Pero, y son dos preguntas inocentes: ¿Ellos no han tenido  toda la vida el control remoto para dejar de ver las telebobelas? ¿Y han dejado de verlas? 

Los dejo con la apreciación de Omar Rincón, un crítico de medios de la nación: “Si el libreto justifica todo lo que este personaje hizo, hay un problema, porque estaría mostrando que todo tenía una razón de ser, y un tipo tan despreciable como Popeye no debe tener ningún recurso de justificación. Él ‘man’ hizo eso porque es un cafre, mal habido y mala persona”.

jueves, 2 de marzo de 2017

Por el ojo de la cerradura

¡Ni la muerte los pudo separar!

Por Tito Mejía Sarmiento
Convivieron por más de 78 años, prueba del amor eterno que se profesaron que ni la muerte pudo separar y, a decir verdad, ni el mismo tiempo en su cuota inerme podrá cobrar con todas sus invasiones estelares.

El pasado 17 de febrero en la ciudad de Barranquilla, capital del Atlántico, murieron Víctor Herrera De la Espriella (106) y doña Ángela Iranzo Salas (96) con escasas horas de diferencia y juntos levaron anclas, para jamás volver, como en el hermoso poema “La canción de la vida profunda” de Porfirio Barba Jacob.

Que yo tenga conocimiento, hacía años no se daba en el Caribe una conmovedora elegía como esa. Don Víctor y doña Ángela convivieron juntos por más de 78 años en el popular barrio los Andes, en una demostración de infinita y pura ternura  que  sin desvalijar celos pero si condescendencias a la entrega, ansias de vivir y amar conformaron su existencia. Además, ellos se valieron por la naturaleza de los instantes del don preclaro de evocar los sueños en los extremos influjos circunstanciales de la propia vida que, ni la propia muerte que sigue siendo ingenua y triste con su mismidad apasionada   los pudo separar y, a decir verdad, ni el mismo tiempo en su cuota inerme podrá cobrar con todas sus invasiones estelares.

Razón tuvo entonces, don Víctor cuando constantemente repetía a sus familiares y amigos: “El amor y la muerte son engendros de la suerte” o el verso del poeta alemán Klaus Johann: “Contener la muerte suavemente, toda la muerte, aun antes que la vida y eso sin enojo, es indescriptible”. Es decir, Víti y Lilla aceptaron la vida como es, finita, compleja, doliente, porque vivir sin sufrir (envejecer sin hacerse viejo) era imposible.

A pesar de los quebrantos de salud producto quizás de la longevidad, nunca  permitieron  vivir con alguno de sus ocho hijos: Joao (actual alcalde de Soledad), Lao, Víctor, Esteban, Rafael, Zeger, Iván y Roque, importantes profesionales de la Radio, Televisión, Psicología, Literatura y Derecho. “Ellos siempre nos decían que querían vivir solos. Mi abuela Ángela le seguía cocinando a mi abuelo Víctor, le preparaba el desayuno, el almuerzo, la comida. Siempre lo estuvo atendiendo. Nunca se enfermaron, eran unos robles”, manifestó muy conmovido uno de sus tantos nietos Joao Herrera Olaya al portal informativo Zona Cero.

Una de las mayores complacencias  de mi vida es haber sido por muchos años amigo de esta pareja,  haberla visto vivir siempre unida. Me gustaba verla sentada, cuando en nuestra ciudad se podía, en la terraza de su casa, observando con encantamiento  las aves que pasaban en las tardes de sábado que eran muy distintas a las del domingo cuando caía la noche y las luces de los carros comenzaban a encandilar al final de la calle, donde precisamente, una brisa de improviso reposaba una garra y dormía. 

De don Víctor, me queda su dicción bien acrecentada de sus famosas efemérides en el radioperiódico “Informando” que dirigía el gran locutor calamarense, Marcos Pérez Caicedo. Su perspicaz mezcla de  silogismos, sabios consejos, en fin su vasta cultura  y de doña Ángela (Lilla), la bondad y el mar cubano de sus ojos y por supuesto, su prodigiosa memoria para repetir los dimes y diretes de su amado esposo Viti, primordialmente estos tres que le gustaban tanto: “Muchas veces somos felices sin siquiera sospecharlo”; “muchas veces el ciego se aparta del abismo en que cae el clarividente”  y  el pensamiento de José Luis Borges que dice: “La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene”.

¡Que sigan siendo felices, amigo Víctor y amiga Ángela en la propia muerte, hasta cuando la memoria desvalije los recuerdos bajo el peso del silencio!