Por Nadim Marmolejo Sevilla
Es indudable que el Concurso Nacional de la Belleza le produce satisfactorias ganancias económicas y publicitarias a la industria turística de Cartagena, y se constituye en una feliz demostración de la tremenda capacidad de sus regentes de realizar eventos de tamaña envergadura. Incluso, el Reinado de la Independencia brilla por su buena organización.
No hay modo de cuestionar a ambos certámenes en esta materia. Empero, resulta inexplicable que a estos concursos de belleza todo le salga bien y a obras públicas como el sistema de transporte masivo Transcaribe, que raya en la vergüenza tras algo más de un quinquenio en construcción, todo le salga mal. No se nota en la gente la misma disposición de participar en la vigilancia y el cuidado de este proyecto vial como lo hace con el reinado.
No se explica nadie por qué Transcaribe siendo de tanta trascendencia y beneficio para todos en general, no reciba de los cartageneros la misma atención y la misma fuerza empresarial que se observa detrás de dichos eventos sociales. Ni suscite igual indignación de los ciudadanos la postración en que se encuentra, como suele ocurrir cuando la reina escogida no es la que todos esperaban.
Pareciera que a la masa le importara más el concurso de belleza que Transcaribe. O que es mejor vivir sin Transcaribe que sin reinado. A cualquier extraño le sería fácil llegar a esta conclusión tras percatarse del interés envidiable que producen las actividades de las fiestas novembrinas frente a la indiferencia atroz y silenciosa que muestra la ciudadanía hacia situaciones como la crisis de la salud y su temible paseo de la muerte.
No obstante, creo que no es la falta de preocupación de la comunidad por su bienestar la que engendra este fenómeno sino el engaño al que recurre a diario el poder corrupto enquistado en la administración pública y sus contratistas. El recurrente uso de paños de agua tibia para tratar problemas de carácter grave ha conllevado al incumplimiento de plazos y clausulas contractuales, en perjuicio de muchas obras en construcción o de la prestación de servicios básicos.
Todo esto sin que la gente se entere de la verdad, que es reemplazada por explicaciones técnicas bien calculadas para que nadie las entienda pero las acepte. O por verdades a medias que adormecen cualquier reacción del pueblo contra sus gobernantes y sus empresarios aliados.
Es por eso que ver a Cartagena por estos días presa de la euforia y la atracción que producen los dos reinados que mencionamos arriba, nos obliga a reflexionar en el sentido de que si la ciudad es capaz de hacerlos con lujo de detalles por qué no es capaz de actuar del mismo modo con sus obras públicas vitales para mejorar su calidad de vida.
E-mail: nadimar63@hotmail.com
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