sábado, 27 de febrero de 2016

Preguntas al General Santander

Señor, General Santander

Por: Luis Payares Mercado

Señor, General Francisco De Paula Santander; es a usted a quien van dirigidas estas palabras que con pesar, tristeza e indignación y acompañadas con remordimientos profundos se le hacen saber.

Usted que es conocido como “El Hombre de las Leyes”  y que, en Sincelejo se le ha hecho  reconocimiento y se le ha asignado un parque; el central, que lleva su nombre y su presencia  en  una efigie,  que sostiene el rollo de las  Leyes en una de sus manos  y que su rostro mira  hacia el lugar en  referencia a seguir: allí, mi General, donde están dirigidas las pupilas de sus ojos, donde su mirada sin espabilar se fija constantemente. Sí,  es allí, mi General,  precisamente donde están sucediendo cosas en Sincelejo como si no hubiera leyes, ni gobernantes, ni entidades que tengan que ver con los seres humanos. Es  allí, mi General,  donde unas mujeres se deterioran a expensas de sus pupilas y de las de todo el pueblo indolente que por el parque; por  su parque transitan.

Allí, mi General, se reúnen una  que otra cantidad de mujeres que viven de la prostitución en pleno parque, en plena sala de la capital sucreña. Allí, mi General, hay unas mujeres en estado de embarazo que siguen practicando esta actividad peligrosa para sus vidas y para la vida de los bebés en gestación. Se llamaría esto entonces, un problema de salubridad pública, de amoral,  de prostitución y de indiferencia a los problemas sociales de este pueblo. 
   
Señor General Santander; acaso, en esas leyes que usted sostiene en  una de sus  manos,  ¿no existe  los derechos de dignidad para estas mujeres y para estos bebés en desarrollo fetal?  ¿No están los derechos que el ICBF debe garantizar a estas mujeres y a estos niños por nacer? ¿No están  los derechos humanos para con  estas mujeres y sus hijos? ¿No existe un defensor del pueblo que deba defender a este pueblo?

Señor General Santander; acaso, no se ha preguntado usted ¿Dónde están las otras mujeres, que dizque defienden los derechos de las mujeres y de estas madres y próximos hijos por nacer, qué? ¿Dónde están las ONGs? ¿Dónde están los Honorables Concejales de Sincelejo?...

 Señor General Santander; usted que permanece en su parque y que sabe por dónde le entra el agua al molino, perdón, a la fuente ¿No ha hablado usted con el Alcalde de Sincelejo, Doctor Jacobo Quessep Espinosa, para tratar seriamente sobre este problema social que a diario crece en su parque? ¿No ha hablado usted con su vecino inmediato, Monseñor José Clavijo Méndez, para tratar este caso de amoral que está sucediendo en los alares de la Catedral? 

Señor General Santander; con todo el respeto que usted se merece,  en su parque, esto y otras cosas más;  no deben suceder ¡Pero están sucediendo! ¡Permiso, señor  General!

Por el ojo de la cerradura

Siempre seré el número 1: Gustavo Castillo García

(A la memoria del locutor, Gustavo Castillo García,   fallecido el 17 de febrero de 2016, en Barranquilla. Esta entrevista me la concedió el 9 de octubre de 2010 )
Por Tito Mejía Sarmiento

“Inventé la cuña: Tarde o temprano su radio será un Phillips y Murcia se lo vende en la calle de Jesús_ Marcos Pérez me fregó después porque sacó otra agregándole. ‘”Philco se lo fía”, recuerda Gustavo Castillo.

Con su chispeante buen humor, Gustavo Castillo García recuerda que nació “en Magangué, la tierra del coroncoro muelón, pero los mejores momentos de mi vida han transcurrido en Barranquilla, en donde siempre seré el número uno en el periodismo radial, y ni hablar del peluquín, doña Obdulia”. Era, en esos años de 1960 a 1990, el dueño de la sintonía radial. Además, cuña que se convirtiera en éxito era producto del talento de este genial locutor. La cita estaba planeada con tres días de antelación para un día de septiembre a las nueve de la mañana, gracias a los contactos de los colegas Eduardo Hernández Vega, Julio Castaño Bossio y Pepe Sánchez.

Hicimos sonar el timbre en tres ocasiones en una casa del barrio Paraíso de Barranquilla, antes de que apareciera Gustavo Castillo García en compañía de Jorge Iván, uno de los seis hijos del matrimonio con la agraciada dama manizalita Ruth Valencia de Castillo. 

Tarde o temprano

En la amplia sala de su casa se exhiben hoy estratégicamente varias clases de aquellos radios de la época de oro de las emisoras radiales, sobre todo uno marca Phillips, “el mismo de… Tarde o temprano su radio será un Phillips y Murcia se lo vende en la calle de Jesús”, como decía el jingle grabado con la voz del carismático hombre de radio nacido el 5 de marzo de 1932 en Magangué, Bolívar.
Se miró azaroso en el espejo grande que cuelga en la pared de la sala como retrotrayendo al hombre bohémico de 30 años atrás, que como casi todo hombre caribe se pegaba sus escapadas porque no era ningún santo, pero eso sí, no abandonaba para nada su exitosa labor periodística. Según algunos de sus colegas más allegados como Rafael Sarmiento Coley y Ricardo Díaz De la Rosa: “Paralizaba, más que todo en la mañana, a la ciudad y sus alrededores con su noticiero ‘La Costa en Noticias’.

Este ícono de la radio colombiana, hoy retirado en sus cuarteles de invierno, acaparaba una influyente audiencia producto de su inigualable manera de leer las noticias, ornadas con inigualable chispa humorística, un poco de sensacionalismo y expectativas que al fin y al cabo le sirvió para realizar varias campañas en pro de Barranquilla, como la adquisición de nuevas máquinas para el Cuerpo de Bomberos, construcción de escuelas, donación de sillas de ruedas y hasta féretros para la gente de bajos recursos.

Hombre de partido
Durante la entrevista luce un pantalón blanco con suéter rojo, haciendo alusión al Partido Liberal al que ha pertenecido desde hace mucho tiempo. Se mira un poco asombrado el tinturado negro de sus cabellos, y siente inmensa felicidad ante la solicitud de la entrevista para El Heraldo y Revista La Urraka, órganos informativos que lee sagradamente, y la que toma como un reconocido homenaje a su carrera profesional: “¡No joda!, al fin se acordaron de mí”, dice con una sonrisa de felicidad plena en su rostro.


Los pininos

“Me inicié como locutor en Transmisora Caldas de Manizales. No preciso la fecha exacta, solo recuerdo que estaba en la plenitud de mi juventud. Cuatro años después me vine para Barranquilla contratado por el empresario antioqueño Gustavo Cardona Agudelo, quien me vinculó a Emisoras Variedades. Después pasé a la Cadena Radial del Caribe (CRC), de Hernando Francisco Bossa. Luego estuve en Riomar de Todelar, La Voz de la Patria, de los hermanos Vasallo, unos italianos que lograron imponerle a su emisora un sonido con tonalidad perfecta, a pesar de estar en amplitud modulada. En La Voz de la Patria duré alrededor de 11 años. Estuve vinculado también a Radio Libertad, de don Roberto Esper Rebaje; Emisoras ABC y Radio Reloj de la cadena Caracol, entre otras estaciones radiales”. 

La novia de Barranquilla

Su agitada vida radial no se limitó al simple oficio de ‘locutor de cabina’. También dejó una brillante impronta en la animación de programas en vivo. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, ‘Aquí la Costa’, ‘La Tómbola Murcia’ o ‘Las cosas de mi tierra’?, programas que fueron creados y dirigidos por este fabuloso hombre de la radio colombiana, de donde surgieron grandes figuras de la décima, el humor y el canto como Manuel Rodríguez, Rodriguito; Orfelio Lara, Facundo Arzuza, Gabriel Segura, Luis Bernal, Mingo Martínez, el compae Manué, Nelson Pinedo, Alci Acosta y la queridísima Esther Forero, la gran compositora e intérprete de muchos éxitos, a quien bautizó como La novia de Barranquilla, cometiendo de paso, en uno de esos chispazos suyos, un gazapo idiomático que hasta hoy ningún filólogo o lingüista se ha atrevido a contradecir en cuanto a su género, siendo que novia y Barranquilla, pertenecen al femenino.

Castillo García recuerda que “un domingo, cuando presentaba el programa en el radioteatro de La Voz de La Patria, llegó Esthercita Forero vestida toda de blanco, y sin pensarlo dos veces dije a los presentes y oyentes: “Con ustedes, la novia de Barranquilla, Esther Forero… y así se quedó para siempre”.

Cuando se le pregunta por el colega a quien más agradezca por algún aporte en su carrera de locutor, por momentos se queda pensativo, cierra los ojos y se agarra el bigote con su mano derecha para responder: “Hay un hombre que yo quiero muchísimo. Ese es Ventura Díaz Mejía. Me tendió la mano cuando más lo necesitaba. Con el actual Embajador de Colombia en Jamaica fundé el ‘Diario hablado’ (la manta que no respeta pinta). También aprecio a Édgar Perea Arias, Abel González Chávez, Tomás Barraza Manotas, con quienes formé, siendo su director, aquel famoso grupo cuyo eslogan era: ¡Tranquilos, que el equipo gana!

Sobre el Carnaval tiene una anécdota que nunca olvida. “Cuando la reina fue la inolvidable Julieta Deivis Pereira, bajo los efectos de un guayabo trepidante le hice un inolvidable estribillo o lema: “En los carnavales de Julieta que nadie más se meta”, que más tarde se convirtió en una recordada canción grabada por los Hermanos Martelo”.

Ficción futurista

En medio del diálogo empieza a recordar episodios de su infancia. Su voz parece esconderse entre la fragilidad de las palabras, como una ilusión de espesa hojarasca que apresa madrugadas mezquinas de su tierra natal, allá por los años cincuenta, cuando bajo la misma luz de los primeros rayos del sol, los pescadores del río Magdalena se disputaban la subienda de enero y febrero en un alucinante portal caribeño que envidiaría hasta el más desprevenido poeta. Entonces, saca fuerzas del diafragma como lo hacía delante del micrófono: 

“Les recomiendo a los nuevos colegas que se preparen, que lean, que se informen, para que mañana más tarde no les metan el dedo en la boca. Que se lean las veces que quieran ‘Cien años de Soledad’, de Gabriel García Márquez, donde se plantea magistralmente una realidad ficticia o una ficticia realidad, y otra novela muy hermosa: ‘Un mundo feliz’, de Aldous Huxley, donde uno puede capturar al vuelo una ficción futurista de carácter visionario y pesimista de una sociedad regida por un sistema de castas, y donde se imagina una sustancia o droga llamada soma, utilizada con fines totalitarios”.

Bitácora

Un trago de whisky o la banda está borracha

Por Pedro Conrado Cúdriz

Los recuerdos no son brumosos, son, cómo decirlo, olorosos, sabrosos, con coco, con hielo y soda, o secos. Comencé a embriagarme primero con Ron Blanco, que combinábamos con Castalia y agua de coco para convertirlo en trago natural y por supuesto, bendecido por el líquido de la planta cocotera. Era, sigue siendo, un trago inmortal. Tendría algunos veintitrés años, o tal vez un poquito más, y el mundo me parecía no una mierda como hoy, sino una bacanería, un regalo en vida de algún dios dionisiaco que nos quería ver felices con un trago de aguardiente o ron.

En aquel tiempo consumía alcohol de viernes a domingo, la mayoría de las veces en la cantina de “Guillo”. Ahí aprendí a bailar la salsa dura de Ricardo Ray, Eddy Palmieri y La Fania All Star. Bailábamos sin pareja, solos, y en un ritual solitario de fiesta loca que duró años. Viernes, sábado y domingo. Bailar solo es un reto parecido al hombre que se enfrenta en solitario y en corraleja, contra un toro salvaje que no tiene madre. 

Bueno, éramos machos y bailar solo no era mal visto, todo lo contrario, porque incluso en los matrimonios se abrían rondas para los solitarios, los salseros…

Santo Tomás, donde nací involuntariamente como todo el mundo que nace en Barranquilla, era una aldea perdida en la conciencia de la nación, tan tranquila que aburría, y la fiesta era la que la sacaba de la somnolencia del aburrimiento, y la cantina era una fiesta larga los fines de semana: picó, cigarros, alcohol, cervezas y piernas y zapatos y baile. Sin putas, como toda cantina de pueblo.

“Ese viaje era la putería,” me dice hoy un viejo amigo cómplice de esas parrandas alcohólicas, excusables solo por la salsa.

Ahora sé que a pesar del consumo de tiempo que implicaba la parranda, fue necesaria para volvernos hombres, en el sentido del reloj, pero también en el sentido de la madurez mental. ¡Qué tiempos aquellos!, me dice el “Pipo” Truyol cada vez que se acuerda que el desempleo y la falta de dinero no amainaban nuestros deseos de diversión salsera. Claro, éramos unos pelaos hambrientos de vida.

Y comparo, me comparo con el hombre de aquel tiempo y pienso que nada fue en balde. Todo entra en los cálculos del vivir, para bien o para mal, en los límites y la conciencia de las fronteras, en las rupturas, en las subversiones, en los escapes, en la lucha de no vivir siempre en el mismo tiempo del reloj de la historia personal de uno y de los otros.

Era mi madre, Manuela Encarnación Cúdriz, la que me obligaba a cuidar a Lasky, mi hermano menor, y fue esa celaduría y espionaje semanal implacable la que me llevó por largo rato al consumo del trago de aguardiente. Fue un aprendizaje mayor porque ya había obtenido la cedula de ciudadanía, una tarjeta que me abría las puertas de la libertad, después de vivir “prisionero del miedo adulto” por largos años en la casa de los viejos. Pero esa libertad era una ilusión, un pedazo de cielo quebradizo desparramado en unos ojos de ciego herido. 

Confieso que mi padre, el Chino Conrado, se bebió por todos nosotros los tragos que teníamos que ingerir en la vida. Consciente de tamaña locura un día decidí no beber más, claro que avalado por un psiquiatra cubano que tuvo el tino de salvarme la vida. “No puede beber más me dijo, porque el alcohol es un depresor que puede achacarle su poquita salud mental.” Y lo abandoné por más de una década después de amarlo tanto.

(¿Y por qué poquita?, le pregunté al psiquiatra, y él como lo más natural del mundo, me dijo: “Porque en medio de tanto drama y dolor, consumir alcohol, como quien se bebe el mar todos los días, es una locura; estamos mal, muy mal”. Y me fui de su consultorio tranquilo, pensando que todos estábamos locos).

Por esta época histórica de mi vida, alguien se atrevió a gritarme, en medio de la gente y la calle: “Oye peco, mama ron, que la vida es una sola.” Y entonces pensé en todos los borrachos del mundo, pero también en todos los abstemios, en todos los que van a la iglesia, en todos los que asisten a las reuniones de Alcohólicos anónimos; en fin, en todos los hombres y mujeres que se han atrevido al parricidio y a resolver su vida según su propia visión de la tierra, del mundo y del hombre.

Siguiendo con mi confesión, les digo que las parrandas eran eternas, porque los domingos vagábamos por el pueblo como zombis con los ojos achicharrados por el insomnio, torpe, tercamente agarrados al pescuezo de una botella de aguardiente o de Ron blanco. Borrachos y como payasos de un circo pobre. Nunca he podido comprender tamaña estupidez, entender por qué no nos conformábamos con tres o cuatro horas de parranda santa.

Hasta que se impuso el whisky después de verlo volar de mano en mano y de boca en boca en las parrandas fotográficas de los narcotraficantes de la marihuana en Barranquilla, en aquellos apellidos blancos, pero ennegrecidos por el poder del dinero, las armas y todo lo que se podía hacer con el dinero y las armas.

No recuerdo cuando fue mi primer trago de whisky, lo que sí recuerdo fue todo el escándalo que se armó en el gobierno de Alfonso López Michelsen con la construcción de una vía cerca, muy cerca de una de sus fincas en el fondo del mapa de Colombia. En ese tiempo el olor de la marihuana contaminaba la nación y comenzaba, como un virus indetectable, a infectar el Estado.

Supongo que el sabor de mi primer trago de whisky es el mismo de hoy, con soda y hielo, o seco. No sé, pero el Buchanan´s estampillado y con soda, no te quema las entrañas, es un sabor tan delicioso que puede repetirse sin moderación. Aclaro: no soy un bebedor domesticado por la adicción, lo consumo ocasionalmente y con la connotación del “trago sociológico”; es decir, cada media hora o más de este tiempo lo consumo, con el único fin de aprovechar el encuentro, la conversación, porque las conversaciones alcoholizadas se parecen más al ruido de un picó sin control, como el que prende un vecino cada vez que no sabe qué hacer con el tiempo de su vida.

El “trago sociológico” era, es, mi racionalidad contra la irracionalidad de la cultura alcohólica nuestra, contra la desmesura de celebrar todo, desde el nacimiento de un chaval hasta la misma muerte. Como decía el poeta Charles Bokowski: “Ese es el problema con la bebida... Si ocurre algo malo, bebes para olvidarlo; si ocurre algo bueno, bebes para celebrarlo; y si no pasa nada, bebes para que pase algo.” El alcohol funcionaba y sigue funcionando como un somnífero para andar prendidos de la fiesta, obsesivos compulsivos para olvidar cómo somos y quiénes somos y también para olvidar que no tenemos las migajas de la codiciada esperanza.

 “No hay una vaina más horrenda que un hombre borracho, despeinado, descamisado y con los ojos caídos como sapo de feria.” Esta es la voz de Albita, una compañera de labores. “Los odio,” me confiesa en susurros. Y la veo, todavía le veo la descompostura de su rostro de reina.

Ahora mismo estoy recordando una parranda terrible, de esas que alcanzan la luz del sol, y donde no hay nadie cuerdo, donde la vida es un trago de aguardiente; estábamos sentados en el bordillo de un sardinel y Jaime, el esposo de una vecina, nos dice a todos, pero sin mirar el rostro de su mujer, que él es una pecuaca. “Yo soy una pecueca, dice, porque me gusta estar borracho, verdad mija.” Y es entonces cuando su mujer se levanta de un salto, apenada como un perro apaleado, y se va de la fiesta del sardinel de borrachos. Yo entonces, la sigo avergonzado con mis ojos de amanecido sediento de sueño eterno. Y me acordé de la melodía "la banda está borracha, está borracha”.

A estas alturas de mi vida logro comprender que un borracho es otro adicto más de la mancha oscura del vicio del mundo, un ser sin la voluntad de hierro de los grandes hombres. Una pecueca.

Confieso, es otra confesión racional, que el whisky me fascina, su olor y su sabor alcanforado con soda me mata. El otro día llegué a un lugar donde hacen fiestas y le pedí a una mestiza que tiraba a mestiza un trago de whisky. “Ay, señor, me contestó, qué pena, le vendemos la botella.” Esta petición ya la había hecho en otros lugares y recibí la misma respuesta. No hay en Barranquilla ni en sus alrededores quien venda un puto trago de whisky, ¿de dónde carajo son estos dependientes? ¿No ven televisión? ¿No han salido nunca de Barranquilla? ¡Véndame, por favor, un trago de whisky!

lunes, 15 de febrero de 2016

El grave asunto de hambre que padece La Guajira

LOS NIÑOS WAYÚU PROTAGONISTAS DE LA REFLEXION  MUNDIAL, NACIONAL, DEPARTAMENTAL E INDIVIDUAL

 Por Delia Rosa Bolaño Ipuana
 
Para el mundo los niños Wayúu  están siendo  protagonistas, la hambruna que los acecha, el abandono  y olvido  en que se les ha tenido,  por fin salen a relucir, gracias a los medios de comunicación e información de quienes en su ardua tarea se encargan de que se haga justicia, situaciones negativas, tristes e inhumanas que han venido ocurriendo a partir de que el Gobierno de Santos se llevó las regalías para Bogotá creando con ello la ley General de regalías, lamentablemente para los wayúu, esto no fue una gran idea, pues esperábamos que estos  recursos que hacen parte del subsuelo de los guajiros y que eñ Cerrejón  entrega al Gobierno Naciona,l fueran invertidos en la población de La Guajira, en educación, salud, vías de acceso, en infraestructura, tuberías para llevar el agua de la represa del Rio Cesar, ubicada en San Juan del Cesar, y  del rio Ranchería, ubicado entre Barrancas, Fonseca y Albania. 
 
Realmente si el recurso de los guajiros se invirtiera en las necesidades de La Guajira, hoy las rancherías lejanas, pero muy lejanas de la Alta Guajira, como Siapana, Portete, Puerto Nuevo, Nasaret, Punta Espada, Sierra de la Teta, entre otras muchas que están a las orillas del Océano Atlántico, no estuvieran afectadas como ahora, zonas de la península muy afectadas, ya que no existen vías de acceso adecuadas para que los wayúu obtengan los beneficios a que tienen derecho, ni mucho menos sus líderes, quienes gozan de privilegios inancanzables para los pobladores de las rancherías pobres, quienes no tienen el detalle de gestionar para el bien común, solo lo hacen por el bien particular, pues no entiendo cómo existe tanta hambre, si se supone que existen estos líderes o representantes legales de las comunidades para velar por el orden, la estabilidad de su comunidad, para el bienestar, la educación y progreso de todos sus miembros, pero también hay algo muy curioso y lamentables entre estos líderes,  existen  muchos que  no tienen entrada en el medio social o burocrático, y aquellos que no pueden son utilizados por  líderes de otras comunidades   con gran habilidad y que tienen acceso  a estos medios sociales, los hacen firmar documentos para que los  deleguen para gestionar los recursos de estos líderes con poca posibilidad para la gestión de sus comunidades y lamentablemente no se sabe o tal  vez si  sabemos qué  se hacen estos recursos, estas situaciones de hambre no se notaban y nunca pasaban hasta el punto de que niños, ancianos, mujeres y hombres wayúu murieran, pues se le engañaba con unos cuantos granos de maíz, arroz y azúcar, ellos no están acostumbrados a alimentos ostentosos como de pronto los Wayúu que  por el desarrollo tienen otro tipo de alimentación y para mantenerse en ellos se capacitan y busca otras fuentes, existen otros wayúu que bajo las limitaciones e inclemencia del tiempo han podido salir y tener éxitos con sus diferentes artes, unos por sus propios medios, otros porque son hijos de líderes con manejo de  recursos de  comunidades  a los que no pertenecen,  en fin, se trata de que se reflexione y se empiece a tejer un mejor mañana, a que seamos capaces de reconocer los errores que se han tenido y que esos recursos tomen nuevamente su cauce, que es educar y dar bienestar a nuestros paisanos, a buena hora ha llegado una gran mujer wayúu al poder, una dama que ha sentido el llanto, el dolor de sus paisanos, nuestra Gobernadora Oneida Pinto, que durante su campaña conoció las rancherías de la alta Guajira y se encontró que esta parte de nuestra tierra tiene una gran herida, de igual forma después de ser elegida la primera mujer  Wayúu gobernadora nos cumple y nos ratifica a  los guajiros que no nos equivocamos con ella,  con el nuevo alcalde de Uribía, Luis Solano, un joven capaz y con un gran sentido humano, el alcalde de Manaure, Aldemar Ibarra  Mejía, otro ser que sabe para qué fue elegido, y el alcalde de Maicao, José Carlos Molina , quienes como nuevos dirigentes también han sido de total apoyo, y gestores al lado de la Gobernadora quienes hacen equipo para un mejor mañana  a nuestra dama declinada.

Esta situación permita que el Gobierno  Santos replantee el tema sobre los recursos de la Guajira y empiece a invertir en ella, llevando el agua como si fuera petróleo hacia lo más importante que debe cuidar el gobierno, su pueblo, la calidad de vida de los habitantes, a  los líderes de cada comunidad propia y a la que no pertenece, inviertan esos recursos en el bienestar de nuestros paisanos, en su educación para que ellos mismos sean los que empiecen hacer más por el progreso y desarrollarlo de su territorio.

La Guajira tiene una mujer de cambio ahora todos aportemos nuestro grano de arena, cumpliendo con nuestra responsabilidad para que podamos dejar de ser simplemente una etnia de lástima y empecemos a ser una etnia de superación, de cambio, de desarrollo, de competitividad como cualquier otro grupo humano de nuestra amada Colombia…

miércoles, 3 de febrero de 2016

Bitácora

Escuchar

 Por Pedro Conrado Cúdriz

                                                    “No recuerdo si fue Cioran el que aplicó hace tiempo ejercicios de silencios eternos y se convirtió en una piedra que asustó el barrio”

El que escucha es como un apóstol sufrido, o si se quiere, un cronista de viaje, porque su especialidad, la de ser cronista, es mirar, observar el mundo que camina. El que escucha ama el silencio, ama el paisaje, pero también ama al otro, porque sin él no sería quien es y le sería imposible la compañía; por eso afina el oído, por eso las palabras del otro son sagradas, y las respeta. 

Escuchar es una disciplina estoica en medio de tanto ruido de voces que luchan por salir a flote, por gritar al oído: “Hey, estoy aquí, yo existo.” El que escucha es un sabio, alguien que le ha torcido el pescuezo al ego; él se despoja de la prepotencia y de los falsos saberes, se queda quieto, se niega, se queda vacío para llenarse del ser y de las esencias del otro, no es un despojo, bueno sí, es un despojo de la podrida egolatría humana, de esa que induce a creernos superiores a los demás, o más sabio que los demás, a creernos el centro del mundo, aunque uno no sea parte de ningún centro, y esto es lo que nos llama poderosamente la atención de los habladores, del susto que sienten de estar solos, su incontinencia verbal (no quiero escribir verborrea o logorrea) es un grito vagabundo. 

No recuerdo si fue Cioran el que aplicó hace tiempo ejercicios de silencios eternos y se convirtió en una piedra que asustó el barrio; lo tildaron de loco, de sujeto absurdo, estrambótico, que es como si uno pensara en veneno, suicidio, pero logró que los otros escucharan el silencio, que lo sintieran así como uno siente el miedo, o los gritos de los cuchillos, o el terror de esquina. Estaba muy niño (pero lo recuerdo como uno recuerda imágenes de películas inolvidables) cuando observaba al abuelo Nolasco en el campo (nosotros lo llamábamos monte) sembrando las semillas que luego se convertirían en el pan de la casa, inclinado por largo rato al pie de la tierra y en el silencio más escabroso del mundo, tanto que era posible escuchar toda la poesía del lugar: la hoja movida por un lobito, el trinar de algún pájaro, la respiración del abuelo, o la respiración del mismo silencio. Todo en ese lugar era sagrado, incluso el hombre. En algún lugar de su universo periodístico, Leila Guerriero, escribió: “El oficio que práctico me enseñó a escuchar mucho y hablar poco, a olvidarme de mí y a entender que todas las personas son su propio tema favorito.” Otro ejemplo.