domingo, 31 de marzo de 2013

Desde las troneras del San Felipe

Hipócrates, ¿dónde carajo te metiste?

Por Juan Carlos Céspedes (Siddartha)

Dije «buenos días» y el tipo ni me miro. Volví a repetir el saludo pensando que tal vez no me escuchó, pero para mi sorpresa me contestó diciendo: «ya lo escuché, tome asiento». 

Yo digo tipo, la verdad es que el crío debía de haber sido recién desempacado de La Casa del Niño. Me acordé que el doctor Cuchara, jurista que asesora a algunas empresas de la salud, me dijo alguna vez que las entidades los prefieren jóvenes porque cobran menos y tienen menos gastos (para la rumba es suficiente). Cosa distinta con los mayores que ya tienen hijos, mujer y están llenos de deudas por la compra del primer carro, los cuales piden más plata y conocen algunos derechos. 

      Mientras él estaba fajado en el computador, creo que jugando al Solitario, yo revisaba las facturas de servicios preguntándome porqué las malditas nunca bajan a pesar de que me auto raciono hasta el punto de perderme las tonterías de Jota Mario y las aburridas homilías del padre «Chucho» —nuestra versión chibcha y parodiada de la Madre Teresa de Calcuta—. De pronto comenzó a hacerme preguntas a lo Procurador Ordoñez, le pedí que me asignará un abogado de oficio porque no tenía plata. Le entró un berrinche, pero lo calmé rápidamente con el cascabelito del carné del Sisben. Mientras él seguía de amanuense, tímidamente le pregunté si no me iba a examinar. Me respondió que para qué, si yo me veía muy bien, además el computer decía que yo no padecía de ninguna enfermedad… «Pero yo me siento enfermo». «No insista, usted lo que está buscando es alguna incapacidad. Por eso es que este país no progresa». 

      Me comenzó a regañar el sinvergüenza. Le exigí que me tomara la presión por lo menos, me contestó que yo estaba muy viejo para querer jugar al médico, que el no era gerontólogo ni psiquiatra. Le dije que yo de allí no salía sin la receta de mis medicinas, que si no me atendía lo denunciaría a sus superiores, o me quejaría ante la Personería. Parece como si hubiera escuchado el chiste del año. El imberbe se aflojó la corbata, se desabotonó la bata de muñequitos y se reía a más no poder. Lo amenace con Santos, con la Superintendencia de Salud, con el alcalde, con gobernador y nada. Entonces me la jugué con Las FARC y ¡oh sorpresa! se paró de reír. Empezó a escribir en su teclado, movió el mouse y la impresora parió una receta. La firmó muy seriamente y me la entregó. Leí el nombre de las medicinas: Omepraxol, Diclofenaco o Ibuprofeno, Mylanta, y un supositorio de fe en ayunas. Le miré la cara sin pelo y le pregunté cómo carajos me mandaba esa vaina sin examinarme. Desde su altura me dejó caer su sentencia «yo sé más que usted, para eso pagué una carrera, además, si no es así, ya sabremos qué tiene en su necropsia». Le quité el carné y salí reventando la puerta. 

      La fila de los que esperaban era larga, me les quedé mirando y pensé si no era más seguro automedicarse, ingresar a la cofradía del nony o hacerse cliente de Omnilife, esa nueva panacea.    

Edición Nº 8

Vox populi
Por Alfonso Hamburger
Tengo amores con la Chechi

Tras las huellas
Por Alejandro Salgado Baldovino
El teatro contemporaneo

Sería más fácil callar
Por Rosemary Maciá
En el siglo XV y en el XVI

Bitácora
Por Pedro Conrado Cúdriz
La paz, tan querida

Por el ojo de la cerradura
Por Tito MEjía Sarmiento
Cada día que pasa añoro más a mis zapatos viejos

Atapaz
Por Juan V Gutiérrez Magallanes
El hombre que caminaba sobre el filo de la autoridad

Letras sin fronteras
Por Irene Ángel
Una vieja cadena

Impresiones
Por Nadim Marmolejo Sevilla
Los prejuicios sociales en Colombia

lunes, 18 de marzo de 2013

Vox populi

Tengo amores con la Chechi

Por Alfonso Ramón Hamburger

Tengo amores con la Chechi Baena, pero ella no lo sabe. Siempre ha sido así. Ajá, uno se enamora solo, va a las citas, pero lo malo es ilusionarse.
No es la primera vez que me sucede. Cuando surgió Isolina Majul, una niña barranquillera que destrozaba a los ajedrecistas contrarios como si jugara un partido de damas con tapillas de cerveza, fue lo mismo. La briosa mente de la hermosa barranquillera era tan contundente que parecía una candela arrasando casas de palmas apretujadas en una planicie en pleno verano. Sólo quedaba el solar. Con esa misma fuerza arrasaba mi provinciano corazón. Y yo la amaba...

      Lo bueno de estos amores míos es que no le hacen daño a nadie ni a mi mismo tampoco, pues muchas veces me han servido de inspiración. Como en el caso de Rubén Darío Salcedo, quien no logró tocarle un solo pelo a La Colegiala, pero ella le regaló tres de sus mejores canciones, en medio de esa borrasca de pensamientos entristecidos del primer amor.

      De Isolina me gustaban muchas cosas y llegué a soñarla como la mujer ideal para llenarla de hijos, pero la veía tan flaquita, tan niña y yo ya era un hombre de universidad. La quería por ser costeña (soy costeño por encima de todo) y barranquillera, además. Era hija de un hombre humilde, que la cuidaba como a leche en verano.
      Seguí su carrera hasta mucho después de venirme a las sabanas, pero jamás me le acerqué a nada, pues soy alérgico a los autógrafos, menos si provienen de esa persona que se ama en silencio.
      Ahora yo sigo joven y ella ya es una dama. Hace poco la vi en una entrevista por televisión. Sigue siendo bella e inteligente. Al fin, se casó con un moreno cabeza cuscú. Creo que era su entrenador. Hasta mi mujer, sin saber que la reina del ajedrez algún día fue mi ilusión, dijo que ese man era muy feo para ella. Yo guardé silencio.
      Fui cobarde para abordarla. ¿Qué tal si la espero? Jamás la vi en persona. Y creo que fue lo mejor, pues me hubiese desmayado del susto. A lo mejor, si la veo, no hubiese sido capaz de decirle nada.
      
      Ahora tengo amores con la Chechi Baena, pero ella tampoco lo sabe. Pero resulta que este es un amor diferente, de más respeto. ¿Acaso amar es un delito? Es un amor que está más cerca de mi sentimiento regional. Cuando la veo en la televisión y en las propagandas, haciéndonos quedar tan bien, pero tan bien, me acuerdo de Cartagena y los años que sentí en la piel la palpitación de sus murallas ( 1987-1992).   
      Eugenio, su padre, es nuestro colega y me imagino lo orgulloso que debe estar, como lo deben estar los colegas comentaristas del deporte.
      Cuando pasaba en las busetas o en el carro papamóvil de El Universal detrás de los casos judiciales de Cartagena por el Pie de la Popa, me encontraba que Eugenio estaba sacando su carro del parqueadero de su inmensa casa de ricos. A veces me lo encontraba en los bancos, en las ruedas de prensa o en otras partes, pero jamás sospeché que un día tuviera una hija tan hermosa y practicando un deporte no tradicional de Cartagena. Ella tendría 3 , 4 o 5 añitos, pues nació el 10 de octubre de 1986. Le tengo apuntadas sus mejores fechas.  Ahora ya es una niña-mujer. Tener una hija así luce mucho para un padre periodista. Es un ejemplo que nos enaltece a los periodistas.
... Y la Chechi estuvo en Sincelejo y yo me quedé quieto en mi casa, pues soy cobarde para afrontar la realidad. ¿Será que ya estoy perdiendo el olfato del periodista? ¿O fue que le tuve miedo? ¿Quién le hizo la entrevista que debía hacérsele? Por Dios y la tuve tan cerca.
      La vi delgada y pequeñina en la prensa, pero radiante y hermosa, con esa sonrisa que trasciende más allá de la ilusión. Doy gracias a Gustavo Pérez, por presentármela en una entrevista de este domingo 21 de marzo, en que no he resistido el deseo de gritar este amor y por eso he corrido al computador. Percibo en esta entrevista que en sus respuestas hay mucha ternura e inteligencia. Tiene chispa y deduzco que estudiará otra cosa distinta al periodismo, pero al final será periodista como su padre.
      Yo, de prono me la hubiese embarrado en una entrevista con ella, pues habría comenzado, como todo un bobo, por la última pregunta que le hizo el negrazo cartagenero. ¿Quién es el dueño de tu corazón? Dicen que preguntarle a una pretendiente si tiene novio es como sacarse uno mismo de taquito. Eso me lo aprendí de memoria de tanto tirar el lance sin conseguir nada. Confieso que en el amor he sido muy torpe y a la hora de la verdad no sé expresarme demasiado y por lo regular hago como el burro cuando lo espantaba el tigre. Se iba corriendo, pero regresaba a ver quién era el que lo había asustado y allí el tigre si que se lo cogía.
      
      Si yo hubiese sido Gustavo, habría comenzado la crónica con el cuento de la casa y de las palomas. La casa inmensa y rosada del barrio Pie de la Popa donde nació la amada  mía, esa novia mía y de todos los colombianos, era visitada por un enjambre de palomas que a cada instantes se le revelan como la imagen más recurrente de una niñez feliz.
      Y la paloma voló y voló, dejándome con esta fregantina en el corazón.

jueves, 7 de marzo de 2013

Tras las huellas

El Teatro Contemporáneo 

Por Alejandro Salgado Baldovino

Cada día, en cada lugar del mundo, el teatro ha ido perdiendo importancia e interés, en una gran parte porque al público empezó a parecerle falso. El teatro y las famosas máscaras de la tragedia y la comedia, en los últimos años han evolucionado y trascendido en la realidad. El teatro andante que circula por las calles, los montajes y el espectáculo de circo se han vuelto tan normales y comunes, que ya no le creemos al de las tablas. 

      Los grandes medios de comunicación junto con los medios masivos de consumo han engendrado y facilitado la labor de producción. Ya que como en toda obra, hay productores, que son los que ponen el divino dinero, y en la mayoría de ocasiones son invisibles. Los directores, aquellos más visibles, que se encargan de dirigir la obra y poner su nombre. También no pueden faltar los actores, principales, de reparto e incluso extras, entre otros, son tantos roles. 

      ¿Y el público o el espectador? ¿Quién ve la obra? Hay diversas respuestas a esas preguntas. Lo cierto es que actualmente todas las instituciones del mundo, desde el estado y los políticos, las clínicas y hospitales, colegios y universidades, iglesias y religiones, empresas y distintos sectores, todos siguen un guión y realizan muchas veces un montaje de acuerdo a su conveniencia e intereses particulares. (No quiero referirme a los hechos y noticias específicas, pero en Colombia y en el mundo hay muchos ejemplos ahora mismo, sólo tienen que encender el televisor o leer el periódico). 

    Tenemos que abrir bien los ojos y ver más allá de lo que nos muestran, porque estamos siendo engañados. Aunque a veces es más cómodo no ver y quedarnos en la caverna.

      Con el enorme flujo de información que tenemos hoy en día, nunca la verdad y la mentira parecían tan cercanas. Y también es cierto que no es garantía lo que te digan incluso personas o instituciones con “credibilidad certificada”. Ya que con el avance de la ciencia, se han aumentado los estudios sobre el ser humano y su psicología. Estudios que llevan haciendo desde hace mucho tiempo. Toda esa información ha sido usada como herramienta. Hoy en día, muchas organizaciones tienen un mayor conocimiento sobre usted, que usted mismo. Y esa información o conocimiento les da poder.

      Es por esto, que lo que promueven muchos libros de autoayuda y “gurús”, sobre conocerse a uno mismo y amarse a uno mismo, pero de una forma banal, superflua e inútil, no hacen más que continuar y redirigir el proceso de alienación con movimientos que en su mayoría se crean para sacar provecho. Pero nunca había sido tan importante eso que pregonaba Sócrates de “Conocerse a sí mismo”, sobre todo en estos tiempo de pérdida de identidad, en donde se debe mantener a la gente ocupada, estresada, quizás enferma, lejos de los problemas y nutrirlos a través de los medios, con sus propias versiones de los hechos.    
      Todo esto, no es otra cosa que lo que promulgaba Noam Chomsky, en sus estrategias de manipulación mediática, que hace un tiempo publiqué en mi blog. Hay que recordar esos conceptos y siempre mantener la duda, cosecharla e indagar por nosotros mismos. Tu mente es muy poderosa y capaz, tú tienes discernimiento y libre albedrío, así que úsalo de vez en cuando. Lo peor es confirmarse, aunque a veces es lo más fácil. 

     Y hay otro grupo un poco más tenebroso, que son los aparentemente conscientes de la situación, pero tan atrapados en su mundo material, “intelectual” o lo que sea, que se preocupan sólo por hablar y opinar. Pero al menor descuido, hacen absolutamente todo lo contrario a lo que predican.

   Y eso es normal, no se preocupen. También eso hace parte del estudio del ser humano y su comportamiento. Nosotros somos seres tan interesantes, nuestro comportamiento, nuestra psicología, todo en cierta forma nos hace amantes de la ficción y del teatro contemporáneo. A veces nos puede repugnar, pero siempre buscamos una forma de adaptarnos y sacar algo bueno de las cosas. Y esto también es bueno, porque aligera la marcha y la lucha. Son las ventajas del teatro, que muchas veces le puedes dar vuelta a tu guión y a tu personaje, ¿o son licencias del escritor? ¿Qué escritor?, preguntas y más preguntas, supongo que sería bueno analizarlo. 
      Hoy más que nunca sabemos que no hay tales cosas como buenos y malos, siempre hay un contexto, perspectiva, versiones, etc. Es extraño cuando te das cuenta de que perteneces a una obra y que es difícil salir, ya sea porque no puedes por las distintas fuerzas que te atan o porque no quieres.

      Tómense un día la labor de observar. No sólo en mirar y ver, sino en observar. Y verán lo gracioso que a veces resulta el mundo. Y no me llamen insensible, sé que hay dolor, pero nuestros comportamientos son graciosos. Todos sin excepción lo somos. Muchas veces predecibles, así como el comportamiento de una manada. 

      Al principio, pensaba que este iba a ser un texto corto, pero veo que ya me he extendido. Y en estos momentos me encuentro en una encrucijada: No tengo idea de cómo acabarlo. No puedo decir más, creo que la siguiente tarea o ejercicio depende del lector. Continuar y divagar la historia en su cabeza, o quizás olvidarla. Estamos tan acostumbrados a los finales, pero la verdad es que muy pocas cosas tienen finales. Incluso en las películas la historia sigue, muchos la terminan en su cabeza a su modo. Bueno, excepto los que te ponen el letrero de “Fin”. Pero aún así, imaginamos algo más. Así que lo único que se me ocurre es… continuará… en ustedes, y en mí, claro. 

domingo, 3 de marzo de 2013

Bitácora

La paz, tan querida

Por Pedro Conrado Cúdriz

La paz es tan necesaria como los amigos y tan justa como un helado en el verano inclemente del Caribe. Nadie puede abominarla, o negarla, o entorpecerla, o adelgazarla, o ser tan buribe para no quererla.

Ya sabemos que el horror de la guerra atrapa la piel del tigre, la encoleriza, la paraliza, la quema, o la asesina.

      Los poetas la aman más que nadie, porque saben que es sabia y no boba, que el blanco no es paloma ni el rojo, el mar rojo.

      La paz tiene varios rostros: paz romana, paz guerrera, paz imbécil,  paz astuta… Falta la paz de todos, la que no tiene dueño. Esa paz es como el multicolor sueño humano, pero los que gobiernan la detestan. Gobernar quiere decir hombre de estado, también hombre de paraestado.

      Está la pazología, que es como la atadura roca de las bestias, o su adicción a la muerte; luego también está la pazita, que es la calamidad de los pobres, las migajas de las mentiras.

      La paz ha sido violada por los Santos y los guerreros, también por el tiempo, por ese acumulado de odios y años de guerra; también por el olvido, por los soldados, por los paramilitares y los guerrilleros, y por los que no han dicho nada. La paz está casi muerte, agónica, teñida de dolor y sangre de pueblo.

      Le creo al poeta Charles Bukowski cuando dice: La gente que cree en la política es como la gente que cree en dios: sorben aire con pajitas torcidas/ no hay dios/ no hay política/ no hay paz/ no hay amor/ no hay control/ no hay planes…

      En el hospital le regalaron el paseo de la muerte y entonces, la paz espera atribulada y cómica, en una camilla, tanto la ambulancia del gobierno como la ambulancia de la guerrilla.

      Hay palomas blancas por doquier, en el capitolio y en la plaza de la paz de Barranquilla. Pero una paloma, es un delicado animal ignorado mil veces por los humanos y a veces sometida a la ira ciudadana.   
      Algunas veces la envenenan con los odios del tirano y amanece un cadáver insomne, indiferente a la indiferencia de los vivos, en todo el frente de cualquier plaza de Colombia. Han asesinado el símbolo sagrado, el que tanto amamos.

      La otra paz, es menos querida. Es la paz real del mundo, la que tiene dueños, sin pluma y sin bandera blanca. Pero con amos y dueños estrictos. Con y sin camándulas, con y sin crucifijos. Verde olivo, sin alivios.

      Hay que hacer el amor y no la guerra, dar besos y abrazos, cruzar los perdones de todos los tiempos, pasados y presentes. Los perdones del mañana serán otros, quizá sin armas, sin victimarios y sin víctimas. Ojalá sin el verde oliva de la guerra, pero con el color del alivio.

      La paz no es boba, tampoco la paloma, eso sí, son tan confiadas como los niños. El presidente de Colombia, tal vez aburrido de tanto muerto, no sabe qué hacer con la paz, con la paloma quizá sí sabe qué hacer. El color blanco nos baña de esperanza, pero una gota gigante de sangre colombiana se escapa entre los dedos de la tela. Es la huella de 50 años de guerra, de ceguera, de egoísmos fanáticos, de las fuerzas de la prepotencia, del dominio absoluto de la estupidez. La paz espera… Ella conoce a los guerreros, a los hombres.