domingo, 18 de octubre de 2015

El menor infractor

MENOR INFRACTOR

Por: Luis Payares Mercado

El niño, el adolescente, el joven, el menor, entre otros son los términos que encierran a una población que podría pensarse que están fuera de actuar delictivamente. Este grupo de personas, más bien se ve como protegido por los padres y los adultos que los circundan.  Son ellos los habitantes vulnerables a los violentos accionares de los mayores, de allí, las leyes que los protegen y castigan a los adultos que los atentan. Por eso, en asunto contrario, es escasa la  existencia de normas o leyes claras que castiguen a un menor por haber atentado contra un mayor y las que en algunos países existen no precisan la forma justa por no compaginar con el tratamiento normal de la sociedad en formación. Una conducta delictiva en un menor, no encaja en el esquema social natural de la humanidad. Pero la realidad es otra y está afanosamente posesionando  lo contrario. Por tal razón, surge  sustancial  preocupación  en estos  tiempos sobre las causas y orígenes de unos indeseados comportamientos que brotan de  este grupo de pobladores. Con esta misma inquietud, hay que buscar salidas que establezcan  algunas talanqueras que afronten  tan grave problemática social. 

De lo expuesto con antelación,  entonces,  debe quedar bien claro si los menores cometen  o no delitos contra los adultos. Esto, es la gran deficiencia que la sociedad no ha podido definir por las contraposiciones encontradas. Definir qué es  un “menor infractor” sería un buen punto de apoyo, pero de igual manera nos arroja conceptos en discordancia.  Elba Cruz y Cruz, de la  UNAM aporta en sus investigaciones que “podríamos contestar tanto afirmativa como negativamente, siguiendo una u otra postura. Sin embargo,… consideramos que los menores, más que infractores o delincuentes, son un síntoma de la existencia de fallas más graves en la estructura social, en especial dentro de la familia y el proceso educativo.” 

En Colombia la Ley 1098 de 2006, ofrece todas las garantías a los adolescentes y “quedan excluidos de responsabilidad penal, sin perjuicio de la responsabilidad civil de los padres o representantes legales…Y los tratamientos para  su conducta indeseada deben darse conforme a la protección  integral.”   

Viendo que la parte legislativa, se encuentra atorada,  es necesario recurrir inteligentemente a la práctica preventiva y de manera urgente, para  ir encausando a la sociedad actual al interés por el fortalecimiento de la familia al igual que al proceso educativo. Siendo el  actor principal a tratar en esta problemática, la familia, de allí sale el menor y por ende,  también el infractor. 

En fin, queda claro, que el “menor infractor” es un tratamiento inadecuado a una población que por la descomposición social, son ellos los verdaderos afectados sin ser los culpables. Que es responsabilidad principal del Estado, enfilar sus políticas (ICBF) al trato directo y preventivo en la familia, de allí están emergiendo  los comportamientos inadecuados que la sociedad sufre hoy en su  horrenda descomposición. 

domingo, 11 de octubre de 2015

Bitácora

Libros, bibliotecas y cantinas

Por Pedro Conrado Cúdriz

 En la totalidad de los municipios del departamento del Atlántico, y de Colombia, existe una biblioteca pública contra un ciento de cantinas. Es decir, por cada 150 habitantes hay una cantina y hay dos o tres parques, mal construidos y mal cuidados para 20.000 conciudadanos. Y lo que hace falta son las políticas públicas de corte municipal, o regional, o nacional, que nos den opciones diferentes a la cultura monopólica del consumo del alcohol.

Las cantinas son más importes que los libros. Los fines de semana, por ejemplo, no hay nada qué hacer diferente a la propuesta cantinera del municipio.  Ruido y alcohol es el fin de la vida.

La dictadura cultural del consumo alcohólico, tiene sus raíces en la incuria, la negligencia pública del estado, en su ineficacia y su falta de preocupación por el arte, también tiene origen en el subdesarrollo mental de nuestros gobernantes y sus agentes, quienes viven de la inmediatez y los granos de maíz de la administración pública.

Estos señores encontraron el mundo hecho para mejorarlo, pero no lo han evaluado ni han aportado una neurona para cambiarlo. Claro, ellos no aman el mundo, porque se aman a sí mismos con tanta devoción narcisa, que los pudre la egolatría. Necesitan que los amen, pero no aprendieron a amar ni aman el mundo donde nacieron y viven.

En el barrio La Paz de Barranquilla, un extranjero, amante del mundo, el cura Cyrilo, ha puesto una neurona y amor para el desarrollo de la zona: Hay una infraestructura construida a piedra y pala con una biblioteca solvente, sala de juegos infantiles, una sala de lectura para los niños de primera infancia, una sala digital y un lugar de atención para los ancianos y niños discapacitados. Nadie puede discutir su amor por el mundo.

La realidad nuestra es deprimente, tan deprimente, que Cesar Acevedo, el autor caleño de la película La tierra y la sombra, ganadora de varios premios internacionales, en especial Cámara de Oro, en Cannes, tuvo que salir corriendo de Cali, porque según su versión “En Cali no hay mucha esperanza, no hay mucho futuro… Cuando la visito siento que no estoy cómodo en ningún lugar… Yo quiero a Cali, sigue diciendo, pero para mí es como estar parado al frente del abismo, y si mirás mucho al abismo, te traga. Es un círculo vicioso en el que no pasa nada, no hay una buena oferta cultural, no hay nada qué hacer…” última Revista Boca, El Tiempo, Bogotá.

Una biblioteca no basta para veinte mil habitantes, porque puede resultar insuficiente, sin embargo, hay escasos lectores picados por el placer de leer, hay, eso sí, estudiantes hacedores de tareas, que van a la biblioteca en busca de los computadores para resolverlas. ¡Qué desgracia!

En los pueblos, convertidos en morideros de almas invisibles, la biblioteca tiene que convertirse en un faro o en un polo de atracción para subvertir la cotidianidad aburrida de los pobladores, alegrar el barrio y convertirlo en un hervidero de sueños. Pero no, es otra edificación más del lugar y en el caso de Santo Tomás, es una estructura física peligrosamente vecina de otra que construye el Estado para la policía acantonada en el lugar. Hasta estos extremos hemos llegado, en lugar de convertir ese punto de la geografía de los sueños, en  algo extraordinario, el lugar lo convierten en punto de la represión militar nacional. Díganme, si estos que dieron la orden de construir el cuartel de policía, y los que lo permitieron, aman el mundo.

Solo nos falta lo que pasaba en San Vicente del Caguán, que según Wilson Montoya, coordinador de cultura y turismo del municipio, había que pedirle permiso a la policía para ingresar a la biblioteca (ver Latitud de El Heraldo del 9 de agosto, Una biblioteca que le ganó a la restricción y al olvido.)

martes, 6 de octubre de 2015

El ojo de la cerradura

¡Si Carreño  estuviera  vivo!
 Crónica testimonial que suele suceder casi todos los días

Por  Tito Mejía Sarmiento*

 "Ahora entiendo el motivo por el cual la mayoría de los educandos, se alegra cuando oye decir de un rector que “mañana no habrá clases”."
El lunes  31 de septiembre de 2015, me levanté  bien temprano como todos los días. Hice jaculatorias al cielo. Salté  de  la cama, me lavé la boca, me bañé, me vestí, desayuné, volví a lavarme la boca y me despedí gentilmente de mi señora y de una de mis hijas, quien a esa  hora también se levantaba. Asumí la musa de las calles de Barranquilla, con el paso despierto de mis piernas para dirigirme a  la estación del bus que me llevaría a mi trabajo, diciéndole por supuesto, “Buenos días”  a  todo el que me tropezaba en el camino, pero raro era el que me contestaba.  Cuando voy en el bus, que a propósito llevaba un escándalo de “padre y señor mío” con champeta a bordo, interpreto el vasto silencio de una hermosa dama que sentada a mi lado, fluía ajena todas sus rosas, mientras  arriba el sol parecía asomar sus primeras  pavesas de mil ojos. ¿Cómo te llamas, preciosa?, le dije, respondiéndome  tajantemente que a mí que me importaba. 
Dos horas más tarde, comencé a intercambiar memorias con los amigos de la cátedra que fieles a sus dogmas, terminan a la larga, haciendo el trágico papel de hombres sabios porque sus alumnos parecen no interesarles dicha cátedra. Ahora entiendo el motivo por el cual la mayoría de los educandos, se alegra cuando oye decir de un rector que “mañana no habrá clases”. ¡Qué vaina, la escuela es una cárcel para muchos y prefieren según lo manifiestan sin tapujos “seguir metidos en Facebook  escribiendo tantas estulticias”!  (Aún recuerdo a mi gran amigo y colega universitario Julio César Castaño Bossio, quien con denodado esfuerzo a través de la enseñanza, daba cátedras de Gramática para la adecuada redacción de la Lengua Castellana y de la Literatura). 
Luego de un apetitoso almuerzo y la consuetudinaria siesta, inicio el periplo de las actividades vespertinas. 
Entro entonces, a las dos de la tarde en una entidad bancaria, y una de las empleadas, hace caso omiso a mi estimulante saludo cuando le digo: “Muy buenas tardes, señorita”. Al notar su indiferencia,  saco un confite  de mi bolsillo,  se lo doy para ver si endulza su alma  pero lo recibe, frunciendo su ceño con infundada ironía.  
A  las cinco de la tarde, me meto en   las ondas hertzianas para despertar  a  una audiencia anestesiada con la  música variada, pero mi esfuerzo resulta en vano.
Después, en la calle 72 con 48, a  la muchacha de vestido pronto,  también le robo decentemente su diálogo vespertino, pero me contesta con evasivos monosílabos.  Voy entonces al parque  Surí Salcedo, ese lugar que rompe  sombras con sus chorros de luz enamorados y   donde presos turpiales en   jaulas gigantes, regalan sus tónicos conciertos a  los instantes ingenuos y mi vista se tropieza con algunos  “buscadores de la felicidad” quienes intentan cazar a sus respectivos amantes para gozárselos durante toda la noche.  
De regreso a mi residencia, luego de una frugal cena, caigo pesadamente de cara a las estrellas  ante  tanta incultura de la mayoría de la gente, tanta falta de Urbanidad: ese  conjunto de reglas, las cuales tenemos que observar y aplicar en nuestra vida: cordialidad, generosidad, elegancia a la hora de portarnos y expresarnos, como lo pregonó y aplicó en su “Compendio del manual de urbanidad y sus buenas maneras” , Manuel Antonio Carreño, ese gran músico, pedagogo y diplomático  venezolano en 1853, quien a lo mejor a esta hora debe de estar revolcándose en su tumba. 
Un importante “Compendio del manual de urbanidad y sus buenas maneras” que tuvo  gran repercusión a nivel mundial, hasta el punto de que fue una obra aprobada para la enseñanza en las escuelas de instrucción primaria y secundaria de España y por supuesto de nuestro país, hasta cuando un presidente de cuyo nombre no quiero acordarme, lo sacó para producir como es lógico, la hecatombe inmoral que se refleja hoy en toda la piel del territorio nacional. 
Tito Mejía Sarmiento*
Licenciado en Filología e idiomas, Universidad del Atlántico; locutor profesional; profesor de Tiempo Completo del Instituto Técnico Nacional de Comercio (Instenalco), de Barranquilla; poeta y escritor.  Ganador  del V Concurso Nacional Metropolitano de Poesía, organizado por la Universidad Metropolitana de Barranquilla, en agosto de 2001.