jueves, 13 de marzo de 2014

Una crónica de la infamia

VALEROSOS HOMBRES  ANTORCHAS

Por: Luis Payares Mercado

En Chalán, el 12 de marzo del año 1996 a las 7:00 p.m. de un día martes, en el momento en que las calles del pueblo se hallaban escasamente transitadas, pues  las familias comían en sus casas y veían la televisión, inesperadamente sonó algo tan espantoso, un estallido seco y duro, cual ventoseo de  un   aparato de guerra, que despedazó en ripias a un viejo jumento que en su inocencia animal cargaba lo que en el estallido arrancó árboles, lanzó  hierros oxidados y piedras asesinas, despedazó bancas de concreto, abrió puertas que de antaño permanecían condenadas, e hizo correr a ancianos con velocidades de jóvenes, esfumó perros a velocidades de gacelas y quebró ventanas a distancias considerables.
Tiros, granadas, morteros, estallidos, gritos, insultos, estruendos, carreras de gente con botas, aullidos de perros asustados, llantos contenidos, niños llorando… y un silencio intermitente que los instrumentos de guerra truncaban con sus sonidos conminatorios.

La ira, el odio y la ignorancia  del hombre vacío, resumido en la violencia, se juntó con el metal y el vicio. Aliados, sin motivos importantes y ya poseídos gritaban luego “victoria”, comían, bebían, fumaban y se gozaban, mientras otros silenciosos en sus refugios clamaban perdón y misericordia. Los once, sentían y veían  a la infame muerte, que no les daba permiso para pensar en el Ser Supremo, en recordar a sus seres queridos, en hacer una necesidad fuera de sus  pantalones, ni para llorar porque sus  cuerpos ya habían
excretado demasiado. Sus fusiles sin alimento desfallecieron, volviéndose inútiles a la defensa para la conservación de sus vidas y en último, los que aún tenían vida, optaron por rendirse ante brava ofensiva.

Antes, un avión como un ave defecaba llamas de fuego que iluminaba todo el pueblo cual luna llena. Para los agentes fue una luna para muerte.  Delató sus trincheras.
Los sacaron de sus cambuches, cansados, adoloridos, llorosos, rendidos; untados de sangre, tierra, heces fecales y orín. Temblorosos cual polluelos emparamados. Fueron bañados con plomo escupido y con fuego que consagró sus almas. Almas que hoy claman que no los echen  al  olvido.

A las doce de la noche, sin una gota de agua, se presentó un huracán seco y errante como venido de un desierto, trajo relámpagos, sus corrientes impetuosas de aire se herían con las líneas eléctricas, cercenaba hojas y ramas de árboles vigorosos. Se arrastraba por las calles cual serpiente antigua. El pueblo quieto, cada quien en el lugar donde logró refugiarse al momento del gran estallido de la carga que llevaba el borrico. Esa noche,  las camas fueron las que durmieron sobre sus dueños. 
A las cinco de la mañana, asustados, cantaron los gallos y  pájaros. Llegó el nuevo día. Un olor a carne quemada se esparció por el  pueblo, y uno a uno de sus habitantes se fueron  levantando de sus refugios como semejando una resurrección. Acto seguido, cada quien emprendió una búsqueda temerosa de sus familiares;  en donde el interrogante y el no saber nada, era lo que imperaba en aquella mañana del día miércoles 13 de marzo.

Los autores del hecho degradante, cobarde e inhumano, desaparecieron, se esfumaron, se escaparon, sin dejarse alcanzar del ojo insatisfecho, de ver quiénes fueron.
En el murmullo de sus habitantes se escuchaba: “¿No has visto a mi hijo?”, “yo me cagué”, “yo me oriné” “mamá se privó”, “a la abuela le dio el ataque de nervios”,   “pero, qué pasó, vamos a ver”,   “dicen que fue un burro”, “se metió la guerrilla”, “acabaron con los policías”, “los quemaron”, “vamos, vamos a ver”, “no dejan pasar, ya llegó el ejército”, “mataron a los policías”…

Sí, allí estaban once policías, irreconocibles, destruidos con todo y comando, con la Alcaldía, con la Escuela Gabriela Mistral, con el Colegio de Bachillerato y con las casas vecinas, algunos yacían  en el pabellón del fusilamiento, acurrucados por las llamas del fuego. Los quemaron. ¡Cuánto dolor! Fueron ellos, valerosos hombres antorchas. No eran de Chalán, pero cuidaban a Chalán y murieron haciendo lo propio por Chalán: El comandante de la estación, Fernando Luis Carrascal Mendoza, de Momil (Córdoba). Los agentes: José Rufino Alvarado Guillen, de Barranquilla; José Ramírez Montes, de Chinú; Néstor Marriaga Hernández, de Barranquilla; José Deider Díaz Paternina, de San Antonio de Palmito; Jhon Fernández Ospina, de Dos quebrada (Risaralda); Jhon Alexander Julio Buelvas, de Cartagena; Arístides Barrios Álvarez, de Corozal; Jesús Restrepo Mendoza, de Barranquilla; Samuel Díaz Julio, de Sincelejo; y Heberto Fernández Rodríguez, de Calamar (Bolívar).

Lloró el pueblo, lloró Chalan, lloró Sucre, y lloró Colombia.
Que sea este  holocausto de hombres antorchas, un motivo para no olvidarlos y para no olvidar, que Colombia ya ha  ofrendado muchas vidas a la muerte violenta. ¡Basta ya!

Ayer, después de 17 años,  en el parque de Chalán, el sonido de una gaita se escuchó  con más ímpetu que aquel estallido del “burro bomba”. Era la gaita de Adolfito Álvarez, que había venido de Ovejas y Morroa, de cosechar libertad, de gritar, tocar y cantar en sus festivales que en Chalán ha florecido la paz. 

jueves, 6 de marzo de 2014

El ojo de la cerradura

La poesía en el corazón de la clase

A mis alumnos que sobreviven en la poesía

Por Tito Mejía Sarmiento

Una pregunta que con frecuencia nos hacemos los educadores es cómo acercar a los estudiantes a la poesía, sobre todo, al corazón de la misma sin que se desanimen. Lo primero que hay que hacer es abordar los mitos en torno a la propia poesía, como creer, por ejemplo, que Ella es un asunto exclusivo de personas románticas, de intelectuales… Aunque no lo parezca, la poesía está al alcance de todos(as). Desde los primeros años es posible acercarse a ella a través de la tradición oral. Y lo básico precisamente para arrancar en el disfrute de la poesía, es a través del conocimiento de rondas, trabalenguas, adivinanzas, retahílas… De allí se transporta al estudiante a la poesía de autores que se asemejen mucho a la de tradición oral. Es decir, ir de los poemas más claros a aquellos oscuros. En todo caso, lo esencial es el goce del texto poético.

En este libro, intento con base en las experiencias vividas, acercarme a una serie de  estrategias prácticas
que nos servirán para trabajar el poema en el salón, o mejor “La poesía en el corazón de la clase” de una manera más activa y creativa. Lo que quiere decir, que  los textos poéticos nos ofrecerán procedimientos que nos permitan de paso, comprender mejor y disfrutar del aprendizaje gramatical que en este sentido, será de vital importancia en la selección de las diferentes estrategias que hoy  plasmo en este texto que usted tiene en sus manos y que en honor a la verdad, surgió de la necesidad de “encontrar seres más sensibles a la poesía para el  bien de la sociedad no sólo colombiana sino de otros contornos”, o como dijera en una ocasión la poetisa colombiana Nohora Carbonell :  “La poesía es tan noble, tan buena que despierta en la juventud el disfrute de la palabra, incita su poder creativo y desarrolla su imaginación.”

miércoles, 5 de marzo de 2014

Bitácora

La mala educación

Por pedro Conrado Cúdriz

“Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa”
Ortega y Gasset

La ideología y la cultura funcionan desde algunos aparatos e instituciones (la familia, la escuela, las cárceles, las fuerzas armadas, el barrio, la justicia, la tecnología) para malograrnos intencionalmente la vida. Los politólogos y los sociólogos hablarían de control social.

Las preguntas necesarias de respuestas son las que siguen: ¿Por qué somos tontos? ¿Por qué obedecemos? ¿Por qué vendemos el voto? ¿Por qué la escuela no sirve para nada? ¿Por qué nos hemos adaptado con facilidad a un sistema político y económico injusto? ¿Por qué somos los “Idiotas del sistema”?

Lo cierto es que la mayoría de los ciudadanos desconocen cómo opera el “Establecimiento” y si lo saben o lo intuyen se hacen los locos, quizá por miedo a la miseria, quizá por el terror a la guerra, quizá por no ser diferentes. No se distingue lo que no se quiere distinguir. Bueno, nos han hecho así, para no distinguir nada, para andar incluso enfermos de angustia y pobreza, para no saber nada, para disgustarnos con todo el mundo, para no tener esperanzas, para ser unos tontos.

¿Cómo se metieron en nuestras mentes? Quizá sea través de la historia, la personal y la colectiva, a través de lo que vemos, escuchamos, modelan otros, a través de la escuela, o el barrio, o los que nos gobiernan, a través de la familia, los amigos, las horas que perdemos frente al aparatico del televisor (viendo cómo se reproduce el estatus quo en los noticieros, en la telenovelas, en la programación deportiva), o con los teléfonos celulares, la internet, la insensible moda, los eufemismos gubernamentales, las instituciones locales, lo que leemos, lo que consumimos, los discursos del presidente de la República y sus adláteres. Es sutil esta tarea de la mala educación.

Por años nos han hecho pensar, o creer, que somos poca cosa, y desde la infancia nos tratan como a niños, por eso andamos buscando siempre quien nos proteja, quien haga el papel de padre salvador, quien nos aconseje y quien nos diga qué hacer. Con razón a las gentes les gusta y les gustaba el expresidente Uribe y quizá por estas mismas razones están los que anhelan infantilmente la mano dura.

Estas creencias históricas nos condicionan para ser explotados, negados, discriminados, para caer mansitos en las manos de nuestros verdugos, para tenerle miedo al jefe. Fuimos mal educados. Pero es la cadena de la clientela, formada desde la primera infancia para ser en el futuro los “Idiotas del sistema”, los reproductores de las malas conciencias, los sinvergüenzas, los cínicos, los apátridas.

Y la mala educación (el neoliberalismo de hoy) nos hace creer que el dinero está por encima de la humanidad de la gente, del dolor y la esperanza humana. Porque desconocemos que bajo el modelo del estado neoliberal, estamos fraccionados, desconectados, individualizados, analfabetos.

Se metieron en nuestras mentes desde antes del nacimiento. Ellos saben cómo pensamos, qué pensamos, cuáles son nuestras necesidades espirituales y materiales, nos arreglan además las iglesias y educan a los curas, nos pervierten los valores, descuidan las escuelas, desarreglan las leyes, nos subsidian la vida, crean bolsas de empleo para maquillar la realidad del desempleo y nos gobiernan con el vacío de las palabras (Santos todavía no ha podido reconstruir el pueblo de Gramalote, descuadernado por la naturaleza a comienzos de su gobierno), con acuerdos de paz imposibles de cambiar nuestra historia política.

Y sin embargo, ya han elaborado las palabras y las frases para el sentido común, que ha dejado de ser nuestro para ser institucional. Porque algunos incluso se han atrevido a decirle a los servidores públicos que son traidores del gobierno porque no son unos “Idiota del sistema”, porque no forman parte de la cadena del clientelismo, porque no son cínicos ni sinvergüenzas. En la película Calígula, este asesina a un servidor del régimen porque no es corrupto como él y queda claro que su honestidad deshonra al patricio. Hasta esta desmesura hemos llegado.