jueves, 29 de enero de 2015

El ojo de la cerradura

“Vergonzoso amor” 

Por Tito Mejía Sarmiento *

Se ha dicho en múltiples ocasiones que cuando se tiene la responsabilidad de presentar un libro, se asume un enorme compromiso, y si se trata del libro escrito por un hombre que anteriormente fue mi profesor en la Universidad del Atlántico y que ha sido amigo de toda la vida, como es el caso de Ramón Molinares Sarmiento, el compromiso es enormemente mayor, pero por encima de esa pretensión, está el verdadero compromiso con el arte, con la honestidad de las palabras.

En toda narrativa, el cuento goza de su propia historia. Con el correr de los días esa historia la podemos dividir en distintos momentos. El oficio de contar como es sabido, es una acción caracterizada por la narratología, es decir, la relación entre el contar, el contarnos, y el tiempo hallado que genera la identificación cultural del mismo cuento. 

En el caso del libro: "Vergonzoso amor" de Ramón Molinares Sarmiento, encuentro en algunos relatos una identificación propia del Caribe Colombiano (concretamente  la población de Santo Tomás de Villanueva, Atlántico),  dividida también en varios momentos, con  morfología, sintaxis y arquitectura distintas a otros del mismo autor,  verbigracia: “Chartier y Carne de varón tierno”, premiados en el concurso “Noventa años del periódico El espectador” que también se incluyen en esta compilación, lógicamente,  sin olvidar la universalidad que tácitamente implican. Además, el autor ha sabido adecuarse talentosamente a un método de análisis de la modernidad literaria que llaman y, que aflora por ejemplo en Cortázar, Chejov, Poe, Quiroga y hasta en el mismo Borges.

Quiero significar que en la mayoría de los cuentos, el estilo está determinado por una confabulación proverbialmente filosófica y lo más importante, con una implicación psicológica cargada en algunos casos de un lenguaje humorístico propio de la idiosincrasia del Caribe colombiano, en medio de un aprieto social que padecen los seres humanos por las circunstancias de la vida. Cito por ejemplo del cuento "El ocaso del viudo":"Estela era de cuerpo escuálido y senos escasos. Desnuda, tendida sobre la cama, parecía un paisaje desolado, sin flores ni frutos redondos en los que detener la mirada, pero del que brotaban de forma inesperada  humedales que delataban la intensidad del placer que le producían las caricias. Se  le iluminaban los ojos y se le encendía la piel cuando mis labios, después de relamer las zonas desérticas de su larga y delgada figura, topaban con  oasis en cuyas aguas saciaba mi desesperante sed de viudo viejo”.

Pensé que era su nietecita, don Miguel, me dijo un lunes por la mañana, con la seguridad propia de quien ya había conquistado sus favores y podía permitirse hablar de ella con familiaridad. Esa mañana tuve deseos de romperle a golpes su agresiva  sonrisa pero logré contenerme, seguro de que todos los que me odiaban gozarían con el escándalo y encontrarían en él una buena razón para escarnecerme. Preferí soportar la humillación en silencio, muy a pesar de que el soberbio muchacho continuaba de pie frente a mi escritorio y debía observar burlonamente, mientras yo simulaba leer un informe, los escasos cabellos que yo peinaba cuidadosamente para ocultar los amplios espacios de mi calva otoñal

No puedo dejar de resaltar que el amor, la traición, la pobreza, la desigualdad social y por supuesto la muerte -una invitada indeseable-, son los temas recurrentes en los cuentos de Ramón Molinares Sarmiento, quien con una estructura narrativa equilibrada desde el comienzo, nudo y desenlace, determina el ritmo y la tensión del lector que no quiere despegarse del texto como sucede en el cuento “La muerte de un adolescente”: 

 ”Todos supimos aquí en Villanueva que el causante de la muerte del adolescente Fabio Donado fue Patrocinio Reyes, pero nadie lo denunció ante el  alcalde  y sus dos policías, que no podían desconocer los detalles del crimen, de dominio público desde la misma noche  de su ejecución. Durante el velorio, en el patio y en la puerta de la casa de la tía del  difunto los comentarios se hacían en voz suave, casi inaudible,  pues, en la confusión,  la pena y la ira suscitadas por la inesperada muerte del adolescente no pudieron sobreponerse a lo vergonzoso de la causa que la produjo. Los pocos que pasaron de la ira contenida a la expresión en voz alta, los más educados, alegan quejosos ahora, siete lustros después del homicidio,  que no hubo denuncia ni investigación formal de las autoridades ni condena para el culpable porque en Villanueva no sabemos obrar con espíritu de cuerpo frente al delito. Otros sostienen que la impunidad obedeció a la cobardía, al miedo que inspiraba Reyes, que mucho antes de poner las manos en el cuello del adolescente había protagonizado un hecho sangriento en  Barranquilla. Desde temprana edad, Patrocinio Reyes tuvo fama de pendenciero; después, ya en la juventud, siguió siendo el mismo buscapleitos,  el “desbaratabailes”, como le decían en el pueblo. 
Una noche, en Barranquilla, ciudad que visitaba con frecuencia para vender allí bollos de yuca, sintiéndose vencido en una pelea a trompadas librada al pie de una venta de refrescos, agarró el punzón de picar el hielo y  lo hundió hasta la empuñadura en el pecho del contrincante. Salió de la cárcel a los treinta años, después de  permanecer ocho en ella, sinceramente arrepentido de haber cometido el crimen; anduvo entre los burdeles de la ciudad por algún tiempo y regresó a Villanueva con un niño de brazos que no tenía como él los ojos verdes ni nada que hiciera pensar que fuera de su sangre, pero a quien, con la ayuda de Encarnación, su madre,  crio como un hijo legítimo, con la ternura que inspiran los huérfanos y el rigor de quien no deseaba ver repetido en el adoptado  su destino de indeseable.

Fabio fue muerto en el rincón de un patio enmontado, aledaño a la casa de Encarnación, sin cerca en el lado que daba a la calle. Su cuerpo flaco, de  vértebras salientes, cuya blancura ósea era casi perceptible a través de la piel que las cubría, quedó bocabajo, con el pantalón y el calzoncillo enrollados en los tobillos y una franela blanca de rayas negras que, subida como la tenía, sólo le tapaba la parte superior de la espalda

El patio enmontado separaba la casa de Encarnación de la de la señora Eugenia, quien, todas las noches,  antes de acostarse, a eso de las ocho, se instalaba en el fondo del solar de su casa a hacer sus necesidades mayores. Sentada en una bacinilla de peltre que colocaba sobre un banco de madera, la señora pudo ver en el patio vecino, a través de la cerca de palos amarrados con alambre, las siluetas de dos adolescentes que, al paso de la luz de luna, no tardó en identificar.

Primero observó las figuras con curiosidad, después con asombro, y finalmente con estupor: Alfredito tenía el tronco inclinado hacia delante, como en cuatro patas, con las nalgas desnudas y la cabeza apoyada en el tallo de un papayo; y detrás de él, también desnudo de la cintura para abajo, Fabio agitaba su cintura con un vigor que contrastaba con la fragilidad de su apariencia. Avergonzada de lo que veía, la señora Eugenia cerró los ojos; cuando los volvió a abrir, Fabio,  suspendido en el aire, en vilo, guindaba de unas manos fuertes que, detrás suyo, le apretaban la garganta. Cuando, con la lengua afuera, el muchacho dejó de patalear y fue lanzado como un pollo flaco contra el tallo del papayo, la señora Eugenia columbró el brillo de los ojos verdes de Patrocinio Reyes.

Lo visto por la señora Eugenia pasó en seguida a todos los oídos, a todos los labios, pero el homicida no fue denunciado ante las autoridades porque, como siguen sosteniendo algunos, el pueblo entero  no pudo resolver la discordia establecida entre la muerte del adolescente  y su causa: un crimen y una relación amorosa entre muchachos eran más o menos lo mismo para los villanueveros de entonces”.

Además, el autor Ramón Molinares Sarmiento nos presenta en sus cuentos “Vergonzoso amor y Larga espera”, con una asombrosa finura los triunfos y decepciones de sus personajes, apuntando al universo imaginativo y atrayente de los mismos con una unidad  de espacio y tiempo (Cronotopo) formalmente funcional con el propósito de lograr al máximo el efecto final que parece más bien una sentencia donde vibra el yo penetrante con el yo habitual:

“Yo vi las lágrimas que brotaban de sus ojos cuando el café quedó silencioso y vacío.

Desde aquel día se convirtió en un hombre solitario y triste. Más de quince años lo vimos arrastrarse por esta cuadra. Dicen que no volvió a salir de esta calle porque lo apenaba la cicatriz que le cruzaba el rostro, pero yo creo que lo que más lo avergonzaba era que la bailadora de tangos siguiera todavía con el poder de conmover su alma”. (Vergonzoso amor).

Danilo Cruz  no pudo cumplir con sus obligaciones de varón en su primera noche de casado ni en las casi cien de intentos fallidos que le siguieron. 

Virgen como era, como debía ser entonces en Villanueva la mujer que subía  al altar para contraer matrimonio, Rosa Agustina esperó con curiosidad, quizá con algo de ansiedad y temor, que el hombre tomara la iniciativa, sin hacer un gesto que lo ayudara a sobreponerse al desaliento. Huraño él, habituado  a la soledad de los campos, a hablarles en voz alta a las gallinas,  a los cerdos, a las vacas  que ordeñaba y  al manso animal que lo llevaba al rancho por la mañana y lo traía de vuelta al pueblo en la tarde, Danilo quedó estupefacto, sin decir una palabra, sudando a chorros ante su esposa, la primera mujer que veía desnuda en su vida. Sin experiencia en las artes amatorias, ajeno a los prolegómenos de la cópula, desacostumbrado a dar y recibir caricias cuando se desfogaba en los montes, Danilo no buscó el beso de la desposada porque nada sentía en el  miembro viril, cuya extendida dureza es lo que más incita a buscarlo. 

La madre de Rosa Agustina, que había hecho construir en el patio de la casa una habitación para el matrimonio, fue la primera en darse cuenta de que su hija no había sido feliz en su primera noche de casada. Lo presintió cuando, en la mañana, todavía entre oscuro y claro, Danilo no la miró a los ojos al recibir la taza de café negro que le ofreció; y lo comprobó cuando, ya habiéndose despedido el yerno, que salió de prisa porque tenía que ir a darles de comer a los animales de su rancho, entró al cuarto de la hija y la encontró pensativa, con los ojos cansados, todavía desnuda bajo la sábana blanca y sin mancha que la cubría. La interrogó con la mirada, sin ocultar su ingrato presentimiento, y como Rosa Agustina cerrara los ojos y permaneciera  callada, insistió en voz baja, sentándose a su lado: ¿te dolió mucho?
-No, mamá, no me hizo nada, déjame dormir.

- A veces sucede, se da con más frecuencia de lo que una cree; los hombres son unos tontos, se asustan la primera vez, debes tener paciencia, después verás que no te dejará dormir, querrá hacerlo de noche y de día, no le vayas a contar a nadie. 

Pero Rosa Agustina tuvo la debilidad de contarle a la que consideraba su mejor amiga, ésta le contó a su madre, que a su vez le contó a la vecina, de modo que antes del mediodía se sabía en todo el pueblo que el matrimonio no se había consumado”.(Larga espera).

Como colofón, los lectores de estos cuentos deben tener presente que, por muy similares que sean a la realidad, e incluso apoyados en un hecho vivido, oído, o leído, lo que van  a percibir es algo que  fragua y recrea en la fantasía del buen narrador Ramón Molinares Sarmiento y que como tal hecho imaginario,  él quiere por supuesto transmitirlo o en su defecto, como al mismo escritor argentino Adolfo Bioy Casares le pasara en su cuento “Las vísperas de Fausto”, venderle el alma a Mefistófeles. (Deténganse un buen rato en el cuento  “El portador de la luz “y vivirán esa experiencia). Esto según el crítico y cuentista argentino Carlos Mastrángelo,  “ no obsta para que todo cuento tenga que ser verdadero, pero no en el sentido de que la historia que en él se cuenta haya sucedido o corresponda a una realidad exterior (verdad histórica), sino, mejor, verosímil en cuanto que logrado, conseguido, plausible, creíble o, dicho de otra manera, coherente y satisfactorio para el lector, dadas la cohesión interna y la armonización de los elementos que lo integran, al conseguir el autor que los sucesos relatados sean “reales”, es decir, funcionen con total plenitud dentro de ese mundo real que es el creado por el texto”. A más de un lector le ha ocurrido todo eso cuando han leído  algunos cuentos de Julio Cortázar, Alberto Pineta, Luisa Mercedes Levinson, Guillermo Tedio, Adolfo Ariza Navarro, Juan Carlos Céspedes, Aurelio Pizarro, Pedro Conrado…

Mil felicitaciones a Ramón Molinares Sarmiento porque los tinos en este libro titulado “Vergonzoso amor”, terminaron siendo más numerosos que los desaciertos.

Tito Mejía Sarmiento *
Ha  publicado los libros de poemas: El ojo ciego del planeta, (1992); Visionarios, (1993); La suma de las noches, (1998); Crónica de los días, (2003); Confesión anclada en la soledad de mi alcoba, (2005);  De la ciudad y sus amores ajenos, (2013).

sábado, 24 de enero de 2015

Desde las troneras del San Felipe

Un comensal con estilo

Por Juan Carlos Céspedes

Ahí está, se pasea como si buscara a alguien, creo que lo hace para que se acostumbren a su presencia, después se sienta con naturalidad y se va apropiando del espacio de «dueño», círculo invisible, pero real, que le permite decir: este lugar  y lo que hay en él me pertenecen. 

Pasa de los cincuenta años, tiene esa apariencia de los hombres a los que la modernidad dejó atrás. Viste sobrio, camisa fucsia con líneas azules y un pantalón de color oscuro, zapatos pulcramente lustrados. Ahora tiene en sus manos los cubiertos y es un cliente gozando de su pedido, trincha con eficacia, saborea el alimento, muestra modales cultivados, cuando gira la mirada, bajo la cabeza y me concentro en mis asuntos, no quiero avergonzarlo. 

Toma una servilleta de papel y toca con refinamiento sus labios, cuida no estropear su bigote cortado con esmero, creo que en algún momento de su vida esta era la ocasión para tomar el vino, pero en la mesa escogida no queda bebida, los vasos de plástico están vacíos. Con desenfado deja pasear la vista por la gran sala buscando su próxima estación, por un instante se encuentra con mis ojos, temo que piense que lo he descubierto. Me doy prisa en bajar la cabeza, aparento estar ocupado ensartando papas  a la francesa y ensalada dulce con la única intención de que se llene de confianza y siga con lo suyo. Lo busco de nuevo, no está en su antiguo sitio, espío el salón para hallarlo sin que se dé cuenta. Escudado en una cerveza fría, logro encontrarlo en el preciso momento en que lleva a su boca un vaso con Coca Cola. No sé por qué de pronto siento admiración, no lástima, sino un sentimiento de complicidad con el tipo, es algo que no sabría explicar, yo mismo no encuentro las palabras adecuadas para decirlo. 

Voy a la barra, pido otra cerveza y regreso a mi mesa, tomo solo un sorbo y me levanto con la firme intención de marcharme. Me alejo del salón y me ubico detrás de unos estantes  de comestibles donde no pueda verme, espero a que vaya por la cerveza. 

Estudia el panorama con la ciencia acumulada de la necesidad, se levanta del puesto que ocupa, mira a derecha e izquierda, y con toda la sencillez del mundo ocupa la silla que antes fuera mía, toma la cerveza con una de sus manos y bebe con solemnidad, mientras yo, de lejos, brindo con él con una cerveza imaginaria. 

sábado, 3 de enero de 2015

Desde las troneras del San Felipe

Un segundo de valor contra las mafias

Por Juan Carlos Céspedes A.

Cuando hablamos de mafias, siempre hacemos una relación involuntaria con las familias sicilianas, y hasta con la ficción de Mario Puzo, a través de su legendario personaje Don Vito Corleone, y no estaríamos equivocados, porque la palabra nace en esa isla italiana del Mediterráneo Su significado tiene connotación de clan, pero su estructura y objetivo es típicamente criminal, como lo respaldan las dos primeras acepciones del diccionario de la RAE. Pero mi propósito original no es detenerme en la parte anecdótica de esta palabra, sino en la forma en que ha hecho metástasis en toda la cultura occidental, más específicamente en nuestro país. 

Sin embargo, no voy a detenerme en los clanes delincuenciales tipos que han asolado nuestra nación desde siempre, llámese delincuencia común: bandas de atracadores, estafadores, contrabandistas, sicarios, etc.; o delincuencia organizada: como las típicas del narcotráfico, trata de personas, de armas, etc. Quiero parar en esas verdaderas estructuras delincuenciales mal llamadas de «cuello blanco», porque sus capos son elegantes señores, algunos graduados en importantes universidades del país, con columnas de «soldados» de todo pelaje, desde el «doctorcito» hasta el más avivato de los mensajeros. Organizaciones que se han enquistado en todos los estamentos sociales, montando verdaderas mafias, con un orden lineal de jerarquía, las cuales tienen por interés fundamental el dinero público.

            Se las puede encontrar en las universidades oficiales, en la salud, en la educación pública, en la justicia, en los mismos entes de control, y en todo lo que tenga que ver con el funcionamiento del Estado. Verdaderas estructuras mafiosas que mueven poderes descomunales, que quitan y ponen funcionarios, que firman contratos millonarios, que tienen la capacidad del boicot, de la sanción interna. Mafias que se ramifican, que hacen conexiones y acuerdos con otros corpus en el sentido de «tú me ayudas en este negocio y yo te ayudo en alguna eventualidad tuya», que determinan ejerciendo la autoridad y funcionamiento del Estado, obviamente con su ineficacia, su actuar paquidérmico, porque no es el servicio su razón de ser, sino el enriquecimiento a través del saqueo, ¡del robo!, que es la palabra a usar sin eufemismos cándidos para no ruborizar pánfilos.

En sus reuniones a puerta cerrada, al capo, verdadero criminal sin escrúpulo, se le rinden los informes de los negocios donde la «familia» tiene su injerencia, si están dando los beneficios esperados, si hay «obstáculos» que impidan que la maquinaria funcione correctamente. De allí saldrán las órdenes que irán desde ofrecimientos de sobornos, directrices para remover a la persona que estorba, o la eliminación física de quien ha tenido la osadía de frenar sus ganancias. Porque estas mafias tienen también sus ejecutores, sus «servicios de limpieza», cuando no hacen parte de la propia familia, los contratan con bandas de delincuencia común para que hagan el trabajo de la sangre.

Por estructuras de esta jaez, la política en nuestro país no es el arte de gobernar, ni de servir, sino de lo contrario, un asunto tenebroso, un oficio de malandrines cuyo único interés es el enriquecimiento a cualquier precio. Y es el político, quien a través de un sistema electoral contaminado, sirve de cabeza de playa, para que la mafia se apodere del ente, llámese Municipio, Distrito, Departamento, Estado, y cualquier institución, empresa, órgano donde haya dinero, que es, en resumidas cuentas, lo único que les importa. Que hay políticos limpios, claro, los que tratan de equilibrar la balanza de ese poder desproporcionado, los Petro, los Robledo, los Cepeda, las Claudia López, y periodistas, y líderes en derechos civiles, todos ellos en la mira del poder omnímodo de estas casas del crimen organizado que no saben ni conocen de límites cuando de proteger sus «inversiones» se trata. La prueba la pudo ver el país con la saña y desvergüenza con que se persiguió al alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, le cayó todo el peso del poder, con todas sus ramificaciones, y hasta la prensa tradicional —es lo primero de lo que se apoderan las mafias, por eso del cuarto poder—, que mueve a la opinión pública, siempre ella tan manipulada y convenientemente desinformada, la gran mayoría.

Mucha gente ha pagado con su vida la osadía de enfrentar a estas «familias», valga un solo ejemplo, el asesinato del subdirector del diario La Patria, Orlando Sierra, y como él, mucha gente ha caído por las balas asesinas de esta cosa nostra colombiana, que cuida y vela porque nadie les interrumpa sus pingües ganancias. Y el capo se levanta en medio de la reunión y reparte cachetadas, coscorrones, manda a callar, empuja por la cabeza, amenaza a «egregios» alcaldes, concejales, diputados, gobernadores, senadores, representantes, pura pacotilla frente al verdadero jefe: il capo.

Pero lo más triste es que el país lo sabe, la gente entiende que el origen de sus males: desempleo, pésimo sistema de salud, inseguridad, etc., es el resultado del actuar doloso de estas mafias, pero está tan anestesiada, tan acobardada, que incluso hacen parte del engranaje de la estructura mafiosa, la alimentan con sus votos, con su trabajo, con su silencio. Es tal su poder, su injerencia en nuestra cotidianidad que muchos ven este mal como algo natural, propio, de nuestra cultura, y es que nunca han conocido otra cosa, generaciones han nacido, crecido y muerto bajo el sistema mafioso. Algunos se resignan diciendo que está en los genes, en nuestra estructura molecular. ¡Falso! El poder es del primario, o sea el pueblo, quien puede ser su propio amo, o hacerse esclavo por generaciones de las mafias por un momento de venalidad o cobardía.


Y cada cierto tiempo se presenta la posibilidad de reventar cadenas, de extirpar este podrido tumor, de quitarles el poder, de volver las cosas a su verdadera esencia, de ejercer el derecho constitucional inalienable de escribir nuestro destino como nación, pero las mafias están al acecho, alistan sus chequeras, montan sus estrategias, organizan sus cuadros de zombis, sus escuadrones de intimidación, sus periodistas pagados, y llega el día de escribir el presente y futuro de un país, y en un voto personal, el tuyo, el mío, el de todos, se decide por enésima vez la situación de nuestro país; solo se necesita un segundo de valor para derrotar a las mafias.

viernes, 2 de enero de 2015

Bitácora

¿Qué hay en la biblioteca de papá?

Por  Pedro Conrado Cúdriz

Después que murió mi padre, quise saber por qué papá pensaba como él lo hacía, por qué a veces era tan complicado y complejo y en otras ocasiones, tan sencillo y humilde. Confieso que muy poco me interesé por lo que él leía y menos por la biblioteca, ese mundo de libros donde se perdía sin molestarle una coma al silencio, cada tarde, cada mañana, cada noche. Me recomendaba los libros, me los llevaba a la cama, los empezaba a leer, pero después me desconectaba de ellos. Debo decir, y esta es quizá otra confesión, que él lo hacía porque quería tener una conexión diferente conmigo, no esa relación tradicional padre-hijo, sino algo que trascendiera más allá de los afectos, de esos que el poeta mexicano, Jaime Sabine, incendia, quema, en uno de sus poemas.

Y no era su ternura y su paciencia, era la manera como intentaba comprender el mundo, las situaciones, los comportamientos; era también su locura de no molestar a nadie, de no maltratar, de esperar que el mar se calmara para poder subir al barco; la manera cómo explicaba, cómo entendía, parecía que siempre estaba pensando. Mamá le preguntaba algo y él tenía la respuesta en la boca como si estuviera esperando la interrogación.

Y yo, ausente, tan ausenté de él, que ahora me duele. La verdad es que no sé en qué momento comencé a alejarme, en qué momento la montaña nos separó. La única reflexión que tengo para explicar este fenómeno es la edad, estaba muy joven, salía del tiempo atornillado de la adolescencia, y uno sabe que en ese corto instante histórico del individuo, priman más las perturbaciones y las búsquedas personales de la edad, que otras cosas.

Recuerdo la última vez que lo vi llegar cargado de libros y películas, feliz como un niño con sus juguetes. En esa ocasión me pregunté dónde metería tanto libro mi padre, porque su biblioteca parecía más bien el cuarto de San Alejo, ya que los libros, las revistas, los periódicos e incluso el computador de mesa, estorbaban el andar por ese micro mundo de autores. Me informó de los títulos y los autores comprados y me recomendó la película “Los idiotas.”

Sé muy bien que cada quien se alimenta con lo que tiene, de aquello que le alcanza, de lo que puede hacer, de lo que busca, de lo que sueña, en esto consiste, me dijo un día, el ejercicio de la espiritualidad. “Porque yo leo lo que puedo leer y tú lo mismo. Nunca envidies lo que otros leen, porque ellos hacen los mismo que tú, leen lo que pueden.” 

Duré largo tiempo hurgando en su biblioteca, revisando los subrayados de sus libros, lo que escribía al margen de las páginas, lo que escribía en la prensa escrita, sus libros, sus bitácoras, en las redes sociales, algo que me llevará a comprender el sentido de su vida, aquello que le permitió agarrarse al hilo invisible de la existencia. “A uno, escribió en una libreta de apuntes, lo trajeron al mundo y lo pusieron a sus pies, y al final uno tiene que descubrir por qué hicieron eso y luego darle respuesta al para qué, que es más importante que haber nacido.”

Ese era mi padre, un lector empedernido, afiliado a la soledad del ejercicio lector y escritural, ermitaño, pero sabio. Ahora mismo tengo la misión personal de realizar las conexiones espiritualmente trascendentales que no pude hacer con él en vida. La muerte también sirve para algo.