Por Alfonso Hamburger
Confieso que no soy un salsero empedernido. Más que la salsa me gusta la buena música, incluso, algunos vallenatos. Si me creen, prefiero la salsa de tomate Fruko, aunque Piero Fernández diga que se trata de salsa de pura papaya, que es la que le da la consistencia.
Por eso, el día que entré por primera vez a este lugar salsero por excelencia, aquí en la misma esquina que divide los linderos entre la Plaza de la Aduana y la de Los Coches de Cartagena, más que con la salsa, me entretuve con este mar de recortes de periódicos, columnas de opinión, crónicas, reportajes y fotografías de Fidel con personajes de toda calaña. Confieso que me sentí un poco aturdido por el ambiente y disimulé mi mal momento- más bien me distraje- leyendo lo poco que pude, entre los escritos de John Junieles y Oscar Collazos, entre los que recuerdo. Sentí mareo y un poco de envidia. Me figuré entre quienes están abrazados con el personaje. Me propuse que algún día tenía que estar en esta pared con Fidel. Me gusta que me reconozcan. Que me lean. Pero no soy columnista de periódicos. Me parece inmamable que lo que uno escriba tenga que ser sometido al criterio de editores que defienden u obedecen a ciertos monopolios. Hace tiempo me mamé de eso. Por eso me refugié en las redes sociales.
Mientras pensaba la manera de figurar en este bello rincón de Cartagena, mis amigos cachacos, todos miembros de la Red de Radio Universitaria de Colombia, se habían perdido. Se los tragó la música. O tal vez los vericuetos del lugar. El ambiente es afable. La gente baila, gozosa. Sin distingo de sexos, hombres y mujeres, beben cerveza fría en la barra. El lugar es apretado. Se mete uno por un lado y se sale por el otro. Es como si este lugar fuese un templo sagrado en el que todos están de acuerdo con lo que oyen y lo expresan de la mejor manera. Se les ve la felicidad en los ojos. Se nota en los movimientos. Son ídolos incólumes de este ambiente.
No alcancé a leer los periódicos, porque me sentí como mosca en leche, como si la gente se hubiese dado cuenta que yo era un corroncho en el lugar equivocado. Confieso que me hubiese gustado escuchar “Las Miradas de Magalys” por Andrés Landero, aquella que se llevaron para Cali y el rey se quedó llorando.
Salí y afuera me sentí mejor. Los cachacos, entre ellos Rogelio Delgado, de Javeriana Estéreo y Carlos Cruz, de Mundo Digital de Cali, dialogaban con Fidel, en la segunda puerta, más cerca de la esquina. Comparé a Fidel con el de las fotos. Claro, era el mismo, hombre sencillo, feliz, que ha hecho de este lugar un sitio que se debe visitar y disfrutar, en donde sigue siendo el rey. Ya es tan necesario visitar Donde Fidel como tomarse la foto del recuerdo en el marco de la torre del Reloj.
Nos sentamos en las mesas de afuera, en medio de la calidez de una luna llena que contrastaba con la torre del Reloj, en un cielo invernoso, hociqueado por los cerdos. Pidieron cerveza. Máximo me tomo una Light, por aquello de la Diabetes, entonces me eché a dormir, mientras soñaba en la manera de figurar en esta pared.
Al despertar, ya tenía en mi mente esta columna, que me dispuse enmarcar a mi propio peculio, para figurar en esta galería exitosa. Fidel tiene la palabra y el marco en sus manos.
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