domingo, 23 de agosto de 2020

Bitácora

El odio ideológico o la ideología del odio 

Por Pedro Conrado Cúdriz

“Si la autoridad serena, firme y con criterio social implica una masacre, es porque del otro lado hay violencia y terror más que protesta”. Trino de Álvaro Uribe recién posesionado Duque en la Presidencia 

El ejemplo más claro de este fenómeno es el nazismo. Hitler convenció a sus huestes y a la sociedad alemana de la época a operar el odio contra los judíos. Pero nunca fue capaz de confesar esta mentira o este invento ideológico, que convirtió luego en su fe o en convicción política para alcanzar el poder. El resto ya es historia y ustedes lo saben. 

Este odio no gratuito es lo que se conoce como odio ideológico- político. Solo lo alcanzan las mentes severamente dogmáticas y de corte tiránico.  

El otro odio, el interpersonal se debe a las malas relaciones humanas o a conflictos entre miembros de familia, o a conflictos de trabajo o barrial. No van más allá de este círculo. Sin embargo, el  ideológico-político, es el que niega al otro como interlocutor válido, porque es considerado entonces un peligro –negado- para poder llegar al poder.  

“A veces – escribe la filósofa Carolin Emcke  en “Contra del odio” – me pregunto cómo son capaces de algo así: de sentir ese odio. Cómo pueden estar tan seguros. De lo contrario no hablarían así, no harían tanto daño, no matarían de esa manera… tienen que estar seguros… Si dudan, no podrían estar furiosos.” Este odio tiene que ser ciego, pienso yo, sin fisuras, para poder atacar, agredir, callar, perseguir y matar al otro,  considerado el enemigo. Ser objeto de la ideología del odio implica quedar al descubierto en el centro del camino.  

Previamente el que ejerce el odio político ha desbrozado la maleza enemiga hasta localizar la presa seleccionada para el ataque. 

En ese entramado se validan todas las armas estratégicas posibles e imposibles como las ilegales o las falsas noticias para confundir y ganar adeptos, difamar, despreciar, espiar, filtrar los teléfonos o negar la información al medio periodístico considerado enemigo de la causa política. 

El prurito de esta estrategia es la mentira, rampante, cínica, repetida. 

Tampoco escapa el invento de los falsos enemigos para confundir a la mayoría de las gentes sin identidad política. Así difuminan el odio y el miedo. La Farc ha sido el caballito de batalla en el pasado y en este presente convulso y caótico a pesar de los acuerdos de la Habana y la presencia guerrillera en el Congreso. 

El discurso del odio ideológico-político - está notorio en un trino reciente del expresidente Uribe a causa de la prisión en casa por orden de la Corte,  lo repiten hasta el cansancio y hasta convertirlo en verdad, en verdad ideológica. El odio es tan visceral e irracional que el prisionero número 1087985 y el Centro Democrático despotrican de la decisión de la Corte. Los epítetos van de mafiosos, bandidos... 

Hasta hoy este odio ideológico desapercibido por los uribista incautos ha rendido sus frutos. En especial entre los más pobres que, por su ignorancia política han caído en sus cadenas de mentiras y noticias falsas. Sin la ignorancia de los pobres nunca hubieran alcanzado y conservado el poder. Las 200 camionetas cuatro puertas de las caravanas de estos días no son suficientes. 

Lo increíble es que las redes sociales, caídas en manos de los manipuladores de la derecha, les dan a los pobres ignorantes de la historia de este país, la ilusión de la libertad. Con este espejismo libertario son capaces de atacar el pensamiento crítico. En el fondo no saben que ya están inscritos por ignorancia en las páginas del totalitarismo nacional.    

viernes, 7 de agosto de 2020

Bitácora

La muerte en los tiempos de pandemia 

Por Pedro Conrado Cúdriz

En las sociedades ahora productivas, consumistas, narcisas y febrilmente hedonistas la muerte ha resultado más inaceptable que antes. Y esta es –quizá- una de las razones para que la gran mayoría de las gentes le hagan los esguinces, los dribles y los afanes eternos de desatenderla como tema de conversación cotidiana. Carga ella con el estigma de lo macabro o lo tétrico. Solo los filósofos, los antropólogos, los psicólogos, los sociólogos, los teólogos, los literatos, los poetas y los médicos entre otros, reflexionan sobre un destino final predeterminado de antemano por la naturaleza. Ellos intentan ir más allá de la función biológica del cuerpo para comprender sus efectos patológicos y culturales en la vida humana y poder lograr entender también los cultos creados por el hombre para su defensa mental, sobre todo aquellos rituales conocidos y llevados a cabo en casa, en las iglesias y en los cementerios.  

La pregunta aquella que le hace una niña a la abuela (“¿Por qué abuelita, tengo yo que morir?”) es el marco filosófico de la complejidad del tema. Cuando la niña le hace la pregunta a su abuela, seguramente su pensamiento ignora la relación dialéctica entre la vida y la parca. Y es en este sentido que Eugenia Villa Posse, en su investigación sobre el morir, considera que “la muerte es mucho más radical que la vida.” 

Pesa más la muerte porque le corta todas las amarras a la vida. Absolutamente. Y sin embargo, si comprendemos su biología, lograremos entender mejor su radical “postura.” Quien no lo comprenda así sufrirá de un duelo indescriptible. 

Lo que nos angustia entonces es la finitud, abandonar el mundo irremediablemente, y se nos olvida que es la muerte la que le da sentido a la vida. “… el culto a la vida, conceptúo Octavio Paz, si de verdad es profundo y total, es también un culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega la muerte, acaba por negar la vida.”  

A propósito, recuerdo ahora con la precariedad de mi memoria la belleza de una conversación entre María Kadoma, la esposa de Borges, y su padre, quien ante la resistencia de la niña a la comida le dice que morirá irremediablemente. Y ella le pregunta con la inocencia del tiempo: ¿Papá qué es morirse? Y él, con la devoción en sus ojos le responde: No verás salir más lo que tanto te gusta, la luna.  

Nadie soportaría los círculos y las rutinas de la inmortalidad. Pablita, una vecina que alargó su existencia casi hasta los cien años, días antes de su muerte me confesó su aburrimiento por seguir viva. “Ya está bueno,” me dijo una tarde. 

El problema no es la muerte sino la experiencia de no poder vivir el culto o los rituales que la humanidad se ha inventado para paliar las pérdidas. Si los quitan o limitan nos fracturan la estabilidad comunitaria, la cohesión y la misma identidad. Viviremos entonces en el vacío y caminaremos por el mundo sin el soporte de saber quiénes somos como sostiene el filósofo Byung Chal Hun.

Les comparto algunas sentencias y frases de mi diario Piel de Hierro que llevo en el Facebook: 

-Se nos olvida que nuestro destino biológico es el mismo del perro: la muerte. 

-Nos angustia saber que no somos inmortales, que nos quedan pocos años de vida. 

-La indisciplina social no es otra cosa que la inoculación insignificante de la vida. El régimen educó a las gentes para ser objetos, cosas del consumo. 

-Las gentes le huyen a la muerte, pero ésta está oculta detrás de la oreja, y no nos avisa de la nueva visita. 

-El otro día leí algo así: “Yo estaba ya del otro lado de la vida, pero la muerte me rechazó. Observé un relámpago, una candela y me vine.” 

-Hoy creman los cadáveres y los entregan en frascos y convertidos en cenizas y como si fueran remedios de la farmacia. Otra nueva relación con los muertos, otro culto nuevo. 

-“Nada dura lo que dura el recuerdo / Apenas nos descuidamos todo se va…” Báratro. Roberto Núñez Pérez. 

-Somos apenas un recuerdo que espabila angustiado en el universo. 

-La conciencia de la muerte es el temblor y el asombro de la nada. 

Por el ojo de la cerradura

Petición paternal

Por Tito Mejía Sarmiento

Dos días antes de morir, mi padre César Eurípides, me dijo en medio del dolor que lo habitaba y carcomía que, no dejara para nada que el legado de Nelson, su hijo menor asesinado por fuerzas oscuras el 29 de abril de 2004, frente a las instalaciones del D.A.S., en Barranquilla, se esfumara veloz como el beso que se le da a la mujer que no se ama, y 16 años después, creo que no le he fallado en su afanosa y justa petición

Muchos saben que el médico Nelson Ricardo Mejía Sarmiento fue un fenómeno político en su natal Santo Tomás, por algo fue elegido alcalde popular en tres ocasiones con altísimas votaciones, (la última en una especie de cuerpo ajeno con la representación de su esposa Onésima Beyeh). 

Es que Nelson con su carisma sabía llegarles a las gentes, era un hombre como dijera el escritor Ramón Molinares Sarmiento, con un corazón de puertas abiertas por donde entraba todo el que quería, a cualquier hora del día, noche, sin pedir permiso y sin pagar cinco centavos.

Hoy, mi hermano Nelson navega en la memoria colectiva de los Tomasinos, Palmarinos, Sabanagranderos, Malamberos…

A Nelson lo asesinaron de tres disparos en su cabeza cuando menos lo esperaba, pero dejó en muchas casas colgado en sus paredes un retrato o un afiche de sus campañas, donde las personas se miran como en un espejo. Hay una veneración tan propia hacia Nelson todavía como si fuera la piel con que se sale a las avenidas para fijar el paso de los instantes.

Nelson es el hermano que nunca se ha ido, ni se irá, porque siempre extiende su mirada bondadosa al que lo necesita, es una especie de hombre en la bruma que vacía su presencia por completo cuando se le invoca. Lo digo con sinceridad porque a mí me ha pasado cuando acumulo quebrantos en mi cuerpo.

A veces da la impresión en Santo Tomás de que Nelson se convierte en los momentos adversos, es decir cuando las sombras se sostienen perezosas, en el pájaro sanador en cuyas alas todos, absolutamente todos volamos.

Entonces, podrán matar a Nelson las veces que quieran, pero nunca podrán acabar con su legado, mi amado padre César Eurípides. Hace 16 años, quedó imbricado para siempre en el corazón de las gentes que lo conocieron y eso es exclusividad de los afectos.

Y algún día no muy lejano, papá, las palabras descubrirán el silencio de los autores determinadores del crimen de Nelson, para olvidarnos, viejo mío, de este maldito tiempo imperfecto que ha destrozado el alma de la familia sobre todo cuando la noche envuelve más el dolor como realidad inagotable.