jueves, 12 de junio de 2014

De visita por La Urraka

El ensayo como vehículo de fraude en la educación colombiana

Ppor Pedro Merino

Para Jonathan, Paola, Julián, etc., no incumbe su nombre, solo les importó darles la buena noticia a sus padres sobre sus calificaciones en la escuela, instituto politécnico o de educación superior. Lo transcendente era pasar, aprobar el año, ser alguien, o comenzar a trabajar como docente graduado, por ejemplo. 

Sin embargo, esos padres de Jonathan, Paola, Julián, etc., jamás se imaginaron o quizás a sabiendas de que la mesada que les enviaban a sus hijos iba a confabularse con el pago de un ensayo, requisito indispensable para el pase o aprobado de cada alumno, y así continuar la búsqueda del tan ansiado trabajo de mejor remuneración.

Pero cometieron fraude, sí, tanto los padres como sus hijos al pagarle a cierta persona que por tener habilidades en la redacción de ese género literario como el ensayo dio al traste con la graduación de alumnos que jamás escribieron o incurrieron en ese ejercicio narrativo. Peor aún: tal vez ignoraron el contenido de ese ensayo que probablemente no haya respetado el derecho de autor.

Por Internet se pueden apreciar disimiles ejemplos de ensayos con su introducción, desarrollo y conclusiones, que ya sea por cuestionar personalidades importantes de una época, o exponer un tema crudo sobre la realidad, etc, o de cualquier tema,  sirven, esos propios ensayos, para acumular ideas que conforman esos ejercicios de redacción que tanto anhelan  muchos estudiantes quienes pagan desde 250. 000 hasta 500. 000 pesos colombianos, según la extensión de dichas obras.

Es cierto: esos alumnos obtienen el galardón. Se gradúan. ¿Realmente se imparte en cada centro de estudios cómo escribir un ensayo? La respuesta puede que se quede a medias o se deslice abruptamente en silencio el consabido fraude entre padres, alumnos, y ¨ensayistas¨, para lograr ser alguien en el mañana. Solo que esa satisfacción no tiene un nombre original: el verdadero.

martes, 10 de junio de 2014

La sombra de la acacia

El buen escritor no es escribidor

Por Shirley Esther Soto Vásquez

Hace días apreciaba una obra literaria y entre los comentaristas se discutía el talento del escritor en cuestión. No cabe duda de que ser un buen escritor requiere del poder de la pluma, esto es, su capacidad de gobernar la lengua escrita, del estilo y de una magna creatividad, pero en literatura es cosa de gran importancia que el escritor sea un fin en sí mismo: sea transcendental, que posea la capacidad de ver lo profundo y tenga un punto de vista humano extraordinario. 

No se puede prescindir el dar valor a los conceptos universales que este use  para “abarcar” y no “limitar” la visión de la realidad de la vida, esto lo hace pasando más allá de sus propias circunstancias.  Es decir, la escritura no debe ser subordinada a su historia personal, sino que su historia debería ayudar a que el descubrimiento de la historia imaginada por el lector, sea genuina. 

Escribir bien depende sobre todo del cumplimiento de un deber moral, siendo fiel a los criterios propios; la idea del ’Yo’ debe ser bien definida, cosa que debe ser tomada en consideración para lograr transmitir ideas y experiencias que le son propias al escritor y a veces se hallan alojadas en el inconsciente. Muchos escriben para enseñar, o solo para parecer importantes, otros para alabar su propio trabajo (estos son los más aburridos).  

En una novela el escritor saca a la luz situaciones que ni él mismo era consciente que le preocuparan. La buena escritura debería ayudar al lector a apreciar hechos de la realidad en su modo más profundo. Las obras mal escritas, no nos dejan nada, no nos “nutren” ni enriquecen el alma. Es por eso que el escritor excelente tiene un lenguaje “vivo”, posee sus propias convicciones, y además, es original, tanto en la estructura del lenguaje como en su modo de expresión.  De este modo nos acercamos a su verdad interior, que logra reflejar en lo que escribe.

Manejar la palabra es un arte y para expresar el arte se necesita talento.

martes, 3 de junio de 2014

El ojo de la cerradura

¡Un guiño por la paz!

Por Tito Mejía Sarmiento

Debo decir que voté por la doctora Clara López Obregón en las elecciones presidenciales del pasado 25 de mayo de 2014, porque era la candidata que reunía las condiciones para dirigir los destinos de nuestra amada Colombia,  pero en esta segunda vuelta que se avecina, y de acuerdo a las circunstancias,  haré un guiño por  la paz.

Considero que ya está bueno de tantos ríos de sangre que hemos visto correr en nuestro país por más de 10 décadas, producto de la violencia inusitada  por parte de grupos al margen de la ley y por qué no, de los que están en ella... 

Familias enteras han visto caer asesinados a sus seres queridos, por ejemplo,  mi hermano menor Nelson Ricardo Mejía Sarmiento, fue asesinado vilmente por la espalda un 29 de abril del 2004, a pocos metros de las instalaciones del DAS en Barranquilla, cuando fungía como alcalde de Santo Tomás, Atlántico, siendo presidente de Colombia Álvaro Uribe Vélez, y hasta el sol de hoy, su crimen sigue impune y nosotros impávidos, quedándonos con el dolor que diariamente, cargamos,  silenciosamente, en los hombros y que sopla enérgico hacia la condena de la mano del sibilino asombro. 

Por eso y otras múltiples razones, invito muy respetuosamente este domingo 15 de junio de 2014, a que depositemos el voto por el candidato que tiene al menos el propósito, de detener estos huracanes de violencia que han venido  danzando alrededor de nuestra presencia desde tiempo ha. 

¡Entonces, Colombianos sentipensantes, respaldemos al candidato que apoya los diálogos de paz en la Habana, Cuba!

¡Nada, pero nada que tenga que ver con el otro candidato y cuyo nombre no quiero mencionar, el mismo  que con la anuencia de su jefe protector, tengan la plena seguridad, se va a gastar  billones de pesos en la guerra descuartizadora de seres humanos que, dejará como es lógico suponer, más dolor enjaulado en el alma de las gentes.

La luna nos sugiere un nuevo día y no un río atestado de fantasmas”, como dice el poeta Fernando Vargas Valencia. ¡Por eso, un guiño por la paz!

Bitácora

De mis dudas, me salvo yo

Por Pedro Conrado Cúdriz

Ser neutrales es una mano de aplausos para la extrema derecha.

En estos días de furias, esquinas, conversatorios, dudas, dilemas y convicciones, los retos no dejan de ser mayores por la coyuntura histórica, que ha dejado de ser rutinaria, por aquello de la guerra o la paz. Pero también rica en pensamientos y opiniones. Por ejemplo, me sorprendió la columna de William Ospina, la del 1 de junio, titulada “De dos males” en El Espectador. La sorpresa la generó tal vez el quiebre en el esquema del pensamiento ordinario o tradicional. Él cree que Zuluaga es menos malo que Santos, porque éste último representa el “santismo”, o aquello que Álvaro Gómez Hurtado llamaba “El régimen”.

El santismo entonces es culpable del personaje Uribe, de la guerrilla, de Pablo Escobar, de Laureano Gómez, de los paramilitares, del narcotráfico, del analfabetismo, de la extrema pobreza, de los pedófilos, de los ateos, etc. Peligrosa hipótesis, porque deja sin voluntad propia a los personajes, al país y a sus pobladores.

Culpar a Santos de todas las porquerías de este país, es como colgarle a los españoles o al mismo Simón Bolívar lo que somos hoy en día. Es como separar el poder de los que pueden transformar la realidad, o también es como cercenarnos la libertad de elegir a los que nos gobiernan. Tenemos, he escuchado siempre, los gobiernos que nos merecemos, o hemos querido tener. Lo de santos, o el santismo, es un problema político estructural. Cambiarlo no depende de nuestros deseos individuales, y sin embargo, La Farc, El M19, El ELN quisieron hacer la revolución un día, pero no fue posible. Somos reaccionarios  y políticamente conservadores. Tal vez nos merecemos la suerte que cargamos como una cruz de hierro.

¿La historia? ¿Qué es la historia? ¿Acaso no es una vieja trampa ideológica? ¿Por qué olvidar las porquerías del gobierno de Uribe? ¿Por qué apoyarlas políticamente? ¿Y Uribe no terminó colaborando con el santismo? ¿Por qué excluirlo del santismo?

La columna de William Ospina es una columna de opinión, muy respetable, pero es una opinión puesta en la plaza pública para ser debatida. Leído su artículo infiero que va a sufragar en blanco, un voto respetable pero sin destino y sin esperanza, o quizá con la esperanza de mierda de los escépticos, los observadores que no creen absolutamente en nada.

A propósito, el voto en blanco, el histórico, no tiene dilemas, vive la realidad sin la dinámica de los cambios. Para los que aplican esta opción creen que todos los días son la misma cosa, son bíblicos, y sobre todo creen que no hay diferencias en las elecciones, porque las descontextualizan de las coyunturas históricas donde se cumplen. El voto de hoy, por ejemplo, es diferente del voto de la primera vuelta. Y esta diferencia nos obliga, nos puede obligar a decidir porque se acabe la excusa de la guerrilla.
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“La paz no pasa por la guerra, porque ésta no es autosuficiente”.