viernes, 9 de octubre de 2020

Por el ojo de la cerradura

Con la lluvia regresan otros vez, las pandillas juveniles

Por Tito Mejía Sarmiento

“Un grande nubarrón se alza en el cielo,

ya se aproxima una fuerte tormenta.

Ya llega la mujer que yo más quiero,

por la que me desespero

y hasta pierdo la cabeza (¡Clara!).

Y así como en invierno un aguacero,

lloran mis ojos como las tinieblas.

Y así como crecen los arroyuelos,

se crece también la sangre en mis venas…”

Habrá que hacerle hoy con todo respeto, unos cambios en algunas de sus estrofas a esa bella melodía “La Creciente”, compuesta por Hernando Marín y grabada en 1976, por Rafael Orozco e Israel Romero (El Binomio de Oro), a raíz de los violentos enfrentamientos entre las denominadas pandillas juveniles cada vez que llueve en muchos barrios de Barranquilla, que en lo que va corrido de este 2020, han llenado de luto a varios hogares y, ante esa disyuntiva, los entes del Estado no han hecho absolutamente nada, como tampoco padres y madres de familia:

“Y así como en invierno un aguacero,

lloran mis ojos como las tinieblas.

Y así como crecen los arroyuelos,

se crece también la muerte entre pandillas en Barranquilla…”

Con el asomo de algún amago de lluvia, jóvenes de 11 hasta 15 años de edad, se conectan en el acto a través de las redes sociales, para encontrarse en determinado punto de algunos barrios localizados en los extramuros de la ciudad, no para recrearse jugando fútbol o cualquier otro deporte sino para matarse con toda clase de armas. Entretanto, muchas personas de bien pegan un estentóreo grito en el cielo para ver quién le da solución a este problema que está tomando desvíos desconcertantes:                               

“Los ríos se desbordan por la creciente

y las aguas corren desenfrenadas

y al verte yo no puedo detenerte,

soy como un loco que duerme

y al momento despertara…”

Y como alguien tiene que despertar, me he dado a la tarea de consultar a dos especialistas en ese componente social, el sociólogo y escritor Pedro Conrado Cúdriz y la psicóloga Vanina Mejía Berdugo, directora de VM Comunicaciones, para conocer las posibles causas y efectos que llevan a esos muchachos de la nueva generación a actuar de esa forma irracional y, para ver hasta donde es factible, se puede coadyuvar a ponerle coto a esta desagradable situación que afea el bello rostro de Barranquilla ante los ojos del mundo:


Pedro Conrado Cúdriz: “Es cierto que este grupo de población es un problema para la sociedad y el Estado colombiano: en el estadio, en el barrio, en la escuela, o en cualquier otro lugar donde opera contra el mundo. Las preguntas que nos hacemos diariamente son: ¿Por qué viven desintegrados de la sociedad? ¿Cómo ocurrió este fenómeno? ¿Es nuevo? ¿Obedece al crecimiento urbano? ¿Simplemente es una fuerza caótica de la sociedad excluyente como la nuestra? Si hablamos de una sociedad de clase, entonces estamos hablando de una sociedad desintegrada, fragmentada por los que tienen más y no por los que tienen menos; mejor dicho, hablamos de una sociedad excluyente. <Por allá lejos queda el barrio La Chinita>, dicen las “personas de bien,” por ejemplo. O sea, por allá viven los más pobres, los más jodidos. ¿Qué significa esto? Pues, que somos inmezclables. Pero también que el modelo neoliberal colombiano no tiene interés en incluir, en mezclar las poblaciones con bienestar con las demás; es decir, en resolverle la vida a millones de colombianos que viven como zombis en la miseria. Este es nuestro apartheid, nuestra tragedia, tratar de construir una sociedad basada en la regulación social de clases para negar, lo que es imposible de hacer invisible, porque los pandilleros son seres humanos, que sienten y piensan, son también sentipensantes. Estoy recordando a Gustavo Petro, cuando era alcalde de Bogotá, que trató de romper esta estructura de clase intentando construir un barrio de pobres (que palabra de sufrida y fea) en un barrio de “clase”. Ese es el origen de la enfermedad social y mental de la sociedad colombiana.”

Vanina Mejía Berdugo: “ Si bien es cierto que el fenómeno social de las pandillas juveniles se ha venido presentando desde hace mucho tiempo en diferentes sectores de Barranquilla, con estilos, lenguajes, argumentos propios e inclusive con acciones únicas para poder atemorizar a los que sus miembros desean ser o consideran para ellos sus víctimas, también es muy cierto que, hoy en día, la nueva modalidad que se está imponiendo en la ciudad, es el enfrentamiento de algunos muchachos mientras llueve. Ustedes se preguntarán ¿Por qué bajo la lluvia? ¿Acaso hay algún estudio que demuestre la existencia de una estrecha relación entre el comportamiento agresivo de esos jóvenes y la lluvia? Ningún estudio ha demostrado lo anterior. Sin embargo, desde el punto de vista del enfoque social, esas denominadas “Pandillas” necesitan ser reconocidas, identificadas por algún factor, es decir ellas condicionan proyectar o manejar sus propias identidades o imágenes. Para los jóvenes que conforman dichas pandillas, es muy fundamental, que la comunidad en general e incluso sus propios enemigos de turno, puedan avistar en ellos un estilo de vida, marca o quizás modalidad que los reconozca para ser “ultra famosos”. De tal forma, que enfrentarse bajo la lluvia, es como invadir el lado más expresivo (catarsis) que un ser humano puede tener al momento de mojarse y/o bañarse libremente. Para nadie es un secreto que en una ciudad como Barranquilla, por costumbre o idiosincrasia, el agua caída del cielo representa alegría, gusto, nostalgia… Y es ahí, en ese instante, donde los jóvenes, precisamente, se liberan de todo. Así que, para esos grupos tratar de invadir la tranquilidad de una comunidad, los ayuda a sentirse como los verdaderos protagonistas o héroes del fenómeno social bajo la lluvia. La identidad y el vínculo en esos grupos, son los dos grandes factores que desencadenan el desarrollo de habilidades específicas en los mismos, para luego tomar acciones de enfrentamientos, riñas y por supuesto, muertes… El proceso de poder reinventarse (tomarse a la fuerza) viene a ser el principal mecanismo que lleva a manejar esas nuevas modalidades en la urbe: grupos reconocidos que necesitan crear espacios, para que sus víctimas y la comunidad en general “respeten sus leyes”, durante la caída de un fuerte aguacero. 

El foco de atención para intervenir oportunamente a esos jóvenes, es crearles espacios diferentes, donde ellos pueden expresar sus propias conjeturas, para proyectarlos como gente de bien. Sumado a eso, se necesita plantear un proyecto de vida donde se sustente en cada uno: ¿Qué hacer? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué quiero? ¿Cómo me veo en algunos años? Y además, enseñarles la importancia de los grupos. Concientizarlos del valor que recobran, crear nuevas habilidades en los mismos para un estilo de vida diferente desde el punto de vida personal y social”.

Ojalá que: “Con el repiquetear de una campana 

se haga la luz en el pensamiento de esos jóvenes, 

hoy con sombras de luces declinadas para que entonces, 

brille la alegría y la lluvia caiga como una bendición de amor y paz”

Bitácora

Sobre la protesta social en Colombia 

Por Pedro Conrado Cúdriz

Se conoció el documento borrador del protocolo uribista del presidente Duque para regular la protesta social. Entre los puntos que llaman poderosamente la atención está la intención absurda de exigirles a los organizadores de las movilizaciones sociales una póliza de responsabilidad civil extracontractual para que se hagan responsables de los daños causados en bienes ajenos. ¿Solo entonces las organizaciones adineradas serán las potencialmente capaces de organizar las protestas? ¿Quiénes serán? También el protocolo define la moda del vestir de los protestantes y prohíbe las capuchas y el uso de pinturas - El partido verde la defiende -  y finalmente quiere quitarles a las autoridades civiles las facultades de ordenarle a la policía.  

“Permitir, dice el editorial de El Espectador del 1 de octubre del 2020, que sea la Policía la que defina el momento de utilizar el Escuadrón Móvil Antidisturbios…, es no entender las raíces de la desconfianza de los ciudadanos y las preocupaciones de las Cortes. Lo que necesitamos es más poder de las autoridades civiles, más pesos y contrapesos, más control y no que se deje una decisión tan importante al juicio de quienes están en la línea de fuego.” 

El protocolo parece creado para un mundo sin ciudadanos y sobre todo mudos si existen, donde solo sea permitido el rol activo del gobierno y la Policía. Es la construcción de una ficción forzada y pretenciosa de intentar que ésta se parezca a la realidad concreta de todos los días para que sea igual a la distopía de sus creadores.  

Es inimaginable un mundo así, aunque ahora el gobierno uribista de Duque crea que se puede construir una tiranía en medio de la máscara de la democracia nacional a punta de decretos pandémicos. Los que observamos al presidente Duque visitar un CAI y usar el uniforme de la policía, mientras la ciudad ardía por la muerte brutal de Javier Ordoñez, concluimos que la poca democracia que nos queda se agota en estos gestos institucionales de la fuerza bruta. Este gesto presidencial nuestro nos recordó que la negativa de Trump a no defender los grupos de supremacía blanca en Norteamérica está amarrada a la espada de la tiranía. 

La sentencia de la Corte Suprema de Justicia busca garantizar la movilidad y la protesta social, amparándose en la Constitución Nacional y el Estado de Derecho. El uribismo desprecia este modelo de Estado y quiere montar como sea su estado de opinión. 

Lo cierto es que el Establecimiento viene intentando regular las protestas sociales desde 2012. Sin embargo, los eventos repetidos en el 2019 y en especial, los ocurridos en plena pandemia en el mes de septiembre, han obligado a hacerle creer al régimen, en medio del aislamiento y el confinamiento, que es hora de repensar desde la ideología derechista el derecho a la protesta para torcerle el pescuezo constitucional y enderezarla a sus intereses particularísimos. En esta línea de pensamiento crearon el Protocolo regulatorio de la protesta social, que la Corte Suprema y el Tribunal de Cundinamarca los obligó a revisar para la garantía de la participación de los ciudadanos en las manifestaciones públicas.  

La derecha extrema que nos gobierna nos desea quietos, pasivos y más indiferentes que antes, mientras los que pertenecen a esa clase social, sí pueden utilizar lo que la mayoría de los ciudadanos no percibe como actos de violencia gubernativa, simbólica o invisible del Estado neoliberal contra las gentes más desprotegidas de la sociedad: las reformas laborales y de la salud entre otros actos administrativos pandémicos. Es más que un ensayo político de cierre de ciclos históricos, es la propuesta uribista de ahogar la sociedad pobre del país, de acabar con los pobres a fuerza de hambre y represión. Es una revolución demográfica silenciosa, imperceptible, indefinible y brutal si se quiere.      

Usted se ha preguntado si los muertos del 9S tenían capuchas. O ha logrado intuir ¿Por qué algunos de los manifestantes usan las capuchas o se pintan los rostros en las protestas sociales? Los líderes civiles y de derechos humanos que han matado y seguirán asesinando ¿Será por qué no usan capuchas? Otras preguntas: ¿Por qué los del Esmad usan trajes especiales y caretas?  O ¿Por qué la policía usa los protectores de las motos para cubrirse el rostro? ¿Por qué la policía también tiene la terrible costumbre de utilizar civiles policías en las protestas? E incluso se les ha visto infiltrando las protestas sociales en las ciudades. No son santos. El problema es que mientras el poder del Estado en el mundo ha ido evolucionando hasta desacreditar la violencia física, aquí, en este país de guerras ocultas y muerte, de desapariciones y torturas, a la sociedad toda le aplican los castigos físicos.       

Alguien dijo que en Canadá los manifestantes no usan capuchas. A caso Colombia es Canadá. ¿O allá asesinan a los líderes sociales como acá? ¿O la policía les dispara a los manifestantes como lo hizo en Bogotá? ¿O acaso Canadá tiene los niveles de pobreza, injusticia social de Colombia? 

Los que hemos asistidos a las marchas no vamos con la intención de violentar nada, vamos simplemente a rechazar el mal gobierno en medio de la alegría, la algazara y el fuerte sol de Barranquilla, donde se ha demostrado que sí es posible realizar las protestas sociales sin la necesidad de acudir a los actos violentos, vengan de donde vengan. 

A muchos colombianos les ha tocado experimentar las provocaciones y el uso indebido del Esmad y la policía. ¿A qué juega la policía cuando tiene un arma, usa la fuerza bruta y viste el uniforme verde de la civilidad? Este doble rol enmascara el verdadero rol de los cuerpos de represión del Estado: defenderle los privilegios estructurados del gobierno contra los que sobreviven en medio de un régimen histórico que vive de la bandera, el himno y se resiste a escuchar la voz de la Constitución Nacional.