domingo, 20 de enero de 2019

Por el ojo de la cerradura

Cuando la novela traspasa sus propios límites

Por Tito Mejía Sarmiento*

Leí con esmero y fruición, las 249 páginas de la nueva novela “Es de noche cuando los gatos son pardos”, (Premio de Novela - Estuario del Portafolio de Estímulos del Distrito de Barranquilla, 2018 - ), cuyo autor es Carlos Polo, escritor barranquillero, productor de radio y televisión, nacido en la capital del Atlántico  y,  puedo argumentar sin caer en una hipérbole en cuanto a su contexto, que está muy bien narrada desde su principio, nudo y desenlace. En ella, el lector puede hallar una tensión más apasionante (trascendental introspección) de manera constante que la propia realidad. Además, la novela fácilmente puede encajarse al mismo tiempo  por la trama y psicología de sus personajes en una novela criminal, negra o propiamente en un thriller policial, con un rigor literario influenciado quizás de los escritores  Arthur Conan Doyle , Agatha Christie, Dashiel Hammet o Édgar Allan Poe, si partimos por ejemplo del personaje principal, un periodista sin nombre que gana un sueldo de hambre,  que le toca dividir entre su manutención, los cigarrillos, el licor y lo poco que gasta en comidas, lo otro es la responsabilidad con su hija que es más sagrada que su abúlica existencia y que en su diaria faena reporteril en La gaceta, el periódico más antiguo e influyente de la región, debe cubrir bajo ciertas presiones de su editor jefe, del alcalde, de la policía, muchos feminicidios con tipologías similares, que guardan todos un ‘modus operandi’ y que le dan a entender a él y a otras personas en derredor, que hay un asesino en serie en los extramuros de la ciudad y el municipio de Las Distancias: “una bestia hambrienta, cruel, despiadada, que no conoce límites y no siente la más mínima empatía por sus víctimas. Para ese degenerado asesino en serie, esas muchachitas no son más que presas, trofeos, son solo un medio para obtener su retorcido placer”.

A través de los nueve capítulos, el lector ligeramente puede sentirse identificado con los momentos prósperos y adversos de algunos personajes: El periodista, Catalina Cabarcas  Rojas, la prostituta cuya historia bien podría convertirse en el retrato vivo de toda una generación,  el boxeador que al retirarse se dedica al mototaxismo, el Chino, uno de los conductores más antiguos del periódico, quien padece de alopecia severa , es refunfuñón y su voz es ronca como de viejo aguardentero, jovencitas víctimas de un depravado  entre otros, esbozados como un juego de lógica que depone paso al análisis de una realidad atroz e impía, donde sobresale en primer plano la denuncia social, la corrupción de la policía, el abuso del poder, la crisis económica y por supuesto, el agotamiento de un sistema netamente  poderoso.

Personalmente, me sedujo el contumaz narrador declarante de  “Es de noche cuando los gatos son pardos”, ya que suele penetrar por su grado de idoneidad  en los motivos personales de los otros protagonistas de la novela, a pesar  de su soledad, que entre otras cosas, está hecha a la medida de su desencanto con el mundo, con la vida, con la sociedad. Un periodista que vive  hace dos años en un pequeño cuartucho, (una especie de ermita que pareciera haber sido construida especialmente para acoger la miseria de sus huesos), ubicado en un segundo piso de una vieja casona que se cae a pedazos, la pintura se la devora el moho y el verdín; paredes desconchadas, puertas añejas que se las come el óxido y el comején; baldosas de cuadros desdibujados y sin brillo. Un periodista que en sus noches desoladas, el pasado se le tira encima con todo su peso y su contundencia: Elisa, su esposa que lo abandonó llevándose a su pequeña hija. Un periodista que cuando cree que el problema no se resuelve, le queda la sensación de que el libro que va escribir con toda la recopilación de los homicidios ocurridos sobrepasará los propios límites de la verdad ante la impunidad reinante.                                                                                                                                                                           
Basada en una novela de género criminal, su autor Carlos Polo nos presenta tácticamente, unos hechos reconocibles donde lo importante amén de la solución del misterio y el análisis psicológico de los personajes, está  el ambiente cicatero de la sociedad donde se lleva a cabo la acción extremadamente razonada con unas víctimas que llevan en sus hombros las privaciones de la vida en la marginalidad: “Las personas que nos miran por la calle se imaginan que somos perfectos el uno para el otro, sin saber que solo somos  perros callejeros abandonados y adoloridos que intentan simplemente lamerse las heridas”(135).

Canciones como recreación literaria

En casi todos los capítulos de la narración, las canciones aparecen como  siameses de los acontecimientos, lo que implica tautológicamente un encantamiento, (recreación literaria) para el lector, fundamentado en el alter ego del narrador Carlos Polo, quien me manifestara personalmente que de alguna manera la música que habita en la novela, es la misma que integra la banda sonora de su propia vida: “Ella va triste y vacía/llorando una traición con amargura/por aquel que le decía/ que era su amor y su locura/Ya la vida le ha enseñado demasiado/cometer el mismo error no le interesa/los amores que ha tenido le fallaron y dejaron en el aire las promesas”…/( 41) (Triste y Vacía, composición de Luis López Cabán e interpretada por Héctor Lavoe), o mejor para precisarle al lector que cuando una canción se encarna en el corazón, se convierte de hecho en el poema  que nunca escribe, en la esquiva letra que sigue sangrando en la esquina de los olvidados:  “Aprendí todo lo bueno/ aprendí todo lo malo/ sé del beso que se da/del amigo que es amigo siempre y cuando le convenga/y sé que con mucha plata uno vale mucho más”…/(52)  (Las cuarenta, composición de Roberto Grela e interpretada por  Rolando Laserie)

Cabe destacar en “Es de noche cuando los gatos son pardos”, el estilo  cargado de atrayentes figuras retóricas como símiles y sinestesias que se dan como elementos valorativos: “El extraño se pierde en la noche llevando a sus espaldas una luna narcótica y borracha que lo sigue en lo alto del horizonte  colgada como un farol” (196). “A  veces las palabras se sueltan a llorar solitarias en un rincón oscuro de una habitación desnuda” (172), sin apartarse del lenguaje corriente y callejero como un inconsciente propio de una sociedad realmente dura donde cada protagonista se expresa de acuerdo a su nivel educativo:” Amárrate la penca, mijo. No me preguntes cómo, ni por qué, ni con quién, pero ya sé quién es el malparidito que está violando y matando a las niñas del municipio”(192).

A manera de colofón solo me toca recomendar con honestidad lectora  esta novela de Carlos Polo, quien producto de su fundamento creativo nos pone  en el hallazgo con las gentes  y sectores vulnerables,  cuyos derechos son violados, que está lindante de quienes sufren la infamia de la sociedad, la misma que de alguna manera  rivaliza con el sistema y sus reglas injustas y que aspira a influir en valores para construir un territorio más  fraternal y equilibrado, es decir, un imperativo condicional no sólo de orden moral, sino distributivo, que lo enclaustra en un realismo insubstancial y crudo pero que lo induce, al mismo tiempo, lejos de la generalidad de lo espacial, según la cual, la propia crítica literaria procura transportarnos con la utopía a lugares desconocidos, aunque paradójicamente, la novela policíaca tampoco sea inmune a horizontes lejanos y dentro de los cuales se entretejen, cadenciosamente, espacio textual y espacio temporal imaginario.

Tito Mejía Sarmiento*
Licenciado en Filología e Idiomas, Universidad del Atlántico; poeta, locutor y docente de tiempo completo en el Instituto Técnico Nacional de Comercio (Instenalco), de Barranquilla.
Ganador del Quinto Concurso Nacional Metropolitano de Poesía 2001