jueves, 3 de marzo de 2022

Desde las troneras del San Felipe

Juan Carlos Céspedes Acosta

Experiencias periodísticas

De las tantas chambas que he tenido en la vida, una fue de analista de hechos internacionales, y aprendí en esto, lo complejo de opinar de política internacional sin estar bien informado para ello. Entender que pocas noticias no están manipuladas por las centrales de inteligencia de los países, que hay "prestigiosos" periodistas pagados por gobiernos, que uno no se puede quedar solo con los flash informativos. 

Siempre, antes de analizar una noticia, que no repetir, acudía a la historia, gran fuente para tener una noción más o menos ajustada a la verdad, porque allí están los hechos y datos necesarios para comprender la realidad y poder hablar con veracidad. 

Desde entonces entendí el papel de la OTAN, de la ONU, etc., que detrás de lo aparentemente evidente, se esconden hechos maquillados, manipulados, (son expertos en manejar la sensibilidad de la opinión pública), que juegan al macartismo, que demonizan al oponente, y todo lo que sea necesario, porque saben que una guerra puede ganarse en los escritorios, la radio, los televisores, etc., porque "la primera victima de una guerra es la verdad", frase atribuida a tanta gente que ya no se sabe quién es el verdadero autor, y lo más importe, entendí que debía voltear la moneda para poder comprender la verdad-verdadera, es decir, todo el contexto, de quitarme la mirada occidentalizada, pues no es la única, solo así podía acercarme mínimamente a comprender la totalidad del hecho político, no solo nacional, sino internacional, como son las noticias que en esta ocasión convulsionan al mundo.

J. Céspedes. Cartagena del Caribe, 3 de marzo de 2022

domingo, 30 de mayo de 2021

EL SUEÑO DEL ESCOLTA

  • El sueño del escolta

Por Luis Payares Mercado

Era el mes de mayo del año actual. Entre el olor inconfundible del café hervido y el trinar de uno que otro pájaro, en una mañana, el escolta del ministro relató lo del golpe que había sufrido en una de sus mejillas:

Dormía yo anoche, en mi hamaca, después de haber revisado cuidadosamente sus ligues a los horcones. Entre ladridos de perros callejeros que la noche lamía en la oscura espesura, me fui cayendo en los brazos de Morfeo.

De un momento a otro yo estaba en la protesta y un hombre con vestiduras blancas como las que usan los indígenas de la Sierra Nevada, organizaba el pueblo.

Primera línea, decía, los jóvenes; segunda línea, los niños; tercera línea, los ancianos; cuarta línea, las madres; quinta línea, los solteros adultos; sexta línea, los padres no viejos… 

Yo estaba al lado del ministro Uve Elle, lo protegía como si él fuera yo. 

Un periodista se acercó al hombre de vestiduras blancas y le preguntó: ¿Por qué los niños en la fila, no es un peligro para ellos? El hombre con ojos francos y voz certera le contestó: No conozco a ningún pueblo, que se pueda llamar pueblo, si no tiene niños. Los niños son la amenaza más segura para un gobierno injusto. Olvida usted a Herodes, el Grande; que un niño, solo un niño era la amenaza para su corrupto gobierno.

Con una mirada preocupante, busqué a mi protegido y descubrí que había otras líneas detrás de mí. 

Primera línea, ordenaba un hombre con vestiduras verde oliva, los ministros; segunda línea, el presidente y el vicepresidente; tercera línea, los expresidentes; cuarta línea, los jueces y magistrados…

Cuando yo vi esto, grité y gritaba con todas mis fuerzas: ¡Media vuelta! ¡Media vuelta!...

El ministro Uve Elle me dio tremenda cachetada… Y aquí, fue cuando se partieron las amarras que sostenían mi hamaca.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Bitácora

La fiesta del pensamiento 

Por Pedro Conrado Cúdriz

“Compadre Ramón / le hago la visita / pá que me acepte la invitación…” Así se inicia esa bella melodía del juglar Adolfo Pacheco, canto emblemático en honor a la vida artesanal y cultural de la población de San Jacinto, Bolívar. Y en honor a la Hamaca Grande y al tejido o costura de manos delicadas de las artesanas de esta población nacida al pie de la montaña. 

San Jacinto es la cuna de Adolfo Pacheco y Andrés Landero, vivo en la memoria sensible de sus coterráneos, y también de un sin número de personajes que le han dado lustre a través del tiempo a este hermoso pueblo. Y es aquí donde hace más de quince años, un corajudo grupo de conciudadanos de esta hermosa e histórica localidad creo “La fiesta del pensamiento” para promocionar y conservar los hitos de la memoria cultural del territorio, esa que va del arte artesano, pasando por la música gaitera y vallenata, la literatura, el folclor, la vida deportiva, hasta alcanzar la vida académica. 

Para el sostenimiento de este largo evento en el tiempo, no solo se necesitó iniciativa, imaginación, inventiva, voluntad de servicio y creatividad, también se necesitó de la pasión de hierro de sus gentes por la vida organizada, y de los organizadores, fuente de sabiduría cultural con la intención de dejar un legado-espejo histórico donde los niños del mañana puedan verse reflejados en los sueños de los taitas, o los mayores. Sin estos sueños seguramente la vida comunitaria y social no tendría la brújula existencial de hoy contra esa suma de hábitos inocuos y estériles de la pobre vida de las sociedades de consumo. 

La fiesta del pensamiento sanjacintera se celebra los primeros días del año nuevo, en especial en el puente de los Reyes Magos. Alrededor de esta fiesta del canto, la literatura, la poesía y la filosofía popular se congregan la sociedad y sus mejores seres humanos. Es la apertura anual de las rutas del pensamiento nuevo del 2021 en el territorio, agua bendita contra los días extraviados y pueriles de la vida, contra la rutina y los malos pensamientos. Después de esta fiesta los pelaos y las jóvenes saben a qué apostarles el resto del año. Esta postura del evento más importante del 2021, es más efectivo que el viaje de las maletas del 31 de diciembre alrededor de la cuadra, o de las posturas al revés de la ropa interior. Enero es entonces un nuevo camino trazado finamente por los taitas en la fiesta del pensamiento. Están invitados a participar de esta fiesta. San Jacinto los espera.      

viernes, 18 de diciembre de 2020

La adolescencia, una etapa que aun no llega a muchos jóvenes wayúu.

La adolescencia, una etapa que aún no llega a muchos jóvenes  wayuu. 

Por Delia Rosa Bolaño Ipuana

Hablar de la adolescencia del indígena wayúu es algo que merece total cuidado y de sumo análisis, ya que  en los procesos internos de las rancherías es diferente a la del alijuna (no indígena).  Esta etapa no es tan relevante  en cuanto a que la joven tenga que vivirla como preparación a la adultez en un largo periodo, como es el caso de otras culturas, de lo contrario,  para el wayúu la joven, majayut o adolescente debe reforzar el aprendizaje de labores domésticas en unas cuantas semanas y de una, por decisión de sus tíos maternos, quienes además le seleccionan el esposos y quienes la entregan con o sin su consentimiento, y en el caso del hombre ya participa en las decisiones tradicionales junto a los mayores, a diferencia de otras culturas los adolescentes no viven etapas de noviazgo, estudios y otras experiencias propias de la misma.

 La adolescencia inicia en el joven wayúu al desarrollo de la joven y ahí mismo termina, ya que también es el inicio de la adultez y la vida en familia para el wayúu.

Se ha discutido este caso, ya que a pesar de ser algo cultural,  con la inmersión de la cultura alijuna  donde existe mestizaje  y ya muchos wayúu se han preparado, se desea buscar un cambio a la concepción de que se debería permitir que los wayúu que permanecen en ranchería, quemen su etapa, ya que se vulnera ese proceso de desarrollo del ser, la esencia misma de poder tomar y asumir decisiones sin negarse a ser orientada u orientado, pero en  su debido tiempo por los tíos maternos.

Se cree que se ha venido vulnerado en el adolescente wayúu derechos que no están contemplados y que son normales en su usos y costumbres, pero como ser humano el reconocimiento de permitir vivir satisfactoriamente la etapa de la adolescencia, que sin duda es un tránsito por el que debe pasar en un tiempo estimado y que le permita tener distintas experiencias que lo lleven a múltiples aprendizajes que lo harán un adulto responsable y capaz de asumir culturalmente la riqueza socio cultura.

Se ha comprobado que  los wayúu que se han venido preparado y que han podido entender más la riqueza cultural que los hace diferente. 

 Para dejar este tema más claro, quiero que lean un caso similar a uno de los tantos que suceden en algunas rancherías, resulta que en una ranchería vivía una niña de 12 años que recién sea había desarrollado, ella, que antes jugaba y soñaba en seguir los pasos de su abuela, pero con lo que no contaba era que ya sus tíos la habían casado con un hombre de 48 años, quien se enamoró de su ternura y quien ofrendó  collares, chivos y vacas por ser su esposo, todos en la familia estaban de acuerdo, menos Aipia, quien pensó que ese desarrollo le iba a permitir crecer y seguir aprendiendo más cosas, pero no para su familia, ya estaba preparada para asumir hogar, realmente a ella se le salía de las manos  tomar decisiones  y según la tradición ella no siente y no piensa, solo debe asumir la situación como adulta. 

En este caso, igual que la protagonista se mi Novela Teichon, no se les permite o no existe para ellas la adolescencia, de niña pasan a asumir  la adultez. 

Por tanto, las mujeres wayúu capacitadas en este siglo XXI  asumen retos en contra del machismo que ha venido gobernado  la cultura wayúu durante siglo y la búsqueda de la igualdad de condiciones donde se le permita asumir etapas y roles que solo la mujer sabría qué hacer y cómo asumirlos.

lunes, 7 de diciembre de 2020

Por el ojo de la cerradura

Tomado del libro “A veces llegan cartas” de Tito Mejía  Sarmiento                            

DE MI DIARIO 

Me llamo NELSON RICARDO MEJÍA SARMIENTO. Soy médico de profesión con énfasis en pediatría y un loco enamorado de la vida y, por eso creo que nunca me han asesinado. Tampoco quiero que la soledad me consuma sin sentido. Necesito que me escuchen o mejor que me lean. 

No sólo para comunicarme con ustedes sino para prescribir señales de vida, aunque sea como un eco lejano, un grácil sabor de mi yo detenido en estas calientes tierras de Yaure, donde a decir verdad, me han tratado muy bien en muchos sentidos y en donde entre otras cosas las mujeres sin proponérselo, instalan proa cuando miran por las ventanas que convierten en punto de estiba mágico y, desde donde se hacen etéreas para fugarse con el amor deseado, queriendo significar con ello,  que nadie puede enjaular los ojos de una mujer enamorada que se arrima a una ventana. Tengo una grande, diría asombrosa impresión de que alguien responderá estas misivas, (un buscador infatigable de mis acciones con una precisión tal, como si conociese el don de mi ubicuidad), que expresará además, el mundo en el cual quiero moverme con un lenguaje de portentosa imaginación para que no se difumine el eco sonoro de mi espacio. ¿Quién soy yo entonces se preguntarán ustedes? Pues, un ser que flotará en torno a unas cartas, a unos escritores que perseguirán mi eternidad legada, a unos padres que nacieron, crecieron y lo dieron todo por amor, y que se morirán por amor, a unos hijos(as) sin el olor a padre en sus prendas de vestir, a unos hermanos(as)  portadores de sueños, a unos pacientes que son la prelación en el rutilante apostolado de mi vida, a unos amigos (as) de verdad- verdad, de esos que te tienden la mano hasta en el vago cofre de los astros perdidos, a unos pueblos de habitantes díscolos y afectuosos que a veces ignoran el quehacer más importante de sus vidas por un carnaval de indiscernibles emociones durante cuatro días, a unos amores ajenos, a unos sentimientos encontrados, a unos gallos finos que anuncian profecías, a un hecho concreto y lógicamente a una esposa, quien a propósito le exteriorizaría fervorosamente que cuide a la familia, que me espere, que incluso no se case ni se comprometa con nadie porque la amo todavía y, si lo hiciere, tengo la plena seguridad que los hijos le nacerían con los mismos rasgos míos debido a que la fuerza de mi amor hacia ella es y será de muerte y de memoria. Para ser franco, no quiero que me pase como “el alfiler con óxido del saxo tenor del gran poeta español Felipe Benítez Reyes, hundido como un talismán de olvido y de infortunio”

viernes, 9 de octubre de 2020

Por el ojo de la cerradura

Con la lluvia regresan otros vez, las pandillas juveniles

Por Tito Mejía Sarmiento

“Un grande nubarrón se alza en el cielo,

ya se aproxima una fuerte tormenta.

Ya llega la mujer que yo más quiero,

por la que me desespero

y hasta pierdo la cabeza (¡Clara!).

Y así como en invierno un aguacero,

lloran mis ojos como las tinieblas.

Y así como crecen los arroyuelos,

se crece también la sangre en mis venas…”

Habrá que hacerle hoy con todo respeto, unos cambios en algunas de sus estrofas a esa bella melodía “La Creciente”, compuesta por Hernando Marín y grabada en 1976, por Rafael Orozco e Israel Romero (El Binomio de Oro), a raíz de los violentos enfrentamientos entre las denominadas pandillas juveniles cada vez que llueve en muchos barrios de Barranquilla, que en lo que va corrido de este 2020, han llenado de luto a varios hogares y, ante esa disyuntiva, los entes del Estado no han hecho absolutamente nada, como tampoco padres y madres de familia:

“Y así como en invierno un aguacero,

lloran mis ojos como las tinieblas.

Y así como crecen los arroyuelos,

se crece también la muerte entre pandillas en Barranquilla…”

Con el asomo de algún amago de lluvia, jóvenes de 11 hasta 15 años de edad, se conectan en el acto a través de las redes sociales, para encontrarse en determinado punto de algunos barrios localizados en los extramuros de la ciudad, no para recrearse jugando fútbol o cualquier otro deporte sino para matarse con toda clase de armas. Entretanto, muchas personas de bien pegan un estentóreo grito en el cielo para ver quién le da solución a este problema que está tomando desvíos desconcertantes:                               

“Los ríos se desbordan por la creciente

y las aguas corren desenfrenadas

y al verte yo no puedo detenerte,

soy como un loco que duerme

y al momento despertara…”

Y como alguien tiene que despertar, me he dado a la tarea de consultar a dos especialistas en ese componente social, el sociólogo y escritor Pedro Conrado Cúdriz y la psicóloga Vanina Mejía Berdugo, directora de VM Comunicaciones, para conocer las posibles causas y efectos que llevan a esos muchachos de la nueva generación a actuar de esa forma irracional y, para ver hasta donde es factible, se puede coadyuvar a ponerle coto a esta desagradable situación que afea el bello rostro de Barranquilla ante los ojos del mundo:


Pedro Conrado Cúdriz: “Es cierto que este grupo de población es un problema para la sociedad y el Estado colombiano: en el estadio, en el barrio, en la escuela, o en cualquier otro lugar donde opera contra el mundo. Las preguntas que nos hacemos diariamente son: ¿Por qué viven desintegrados de la sociedad? ¿Cómo ocurrió este fenómeno? ¿Es nuevo? ¿Obedece al crecimiento urbano? ¿Simplemente es una fuerza caótica de la sociedad excluyente como la nuestra? Si hablamos de una sociedad de clase, entonces estamos hablando de una sociedad desintegrada, fragmentada por los que tienen más y no por los que tienen menos; mejor dicho, hablamos de una sociedad excluyente. <Por allá lejos queda el barrio La Chinita>, dicen las “personas de bien,” por ejemplo. O sea, por allá viven los más pobres, los más jodidos. ¿Qué significa esto? Pues, que somos inmezclables. Pero también que el modelo neoliberal colombiano no tiene interés en incluir, en mezclar las poblaciones con bienestar con las demás; es decir, en resolverle la vida a millones de colombianos que viven como zombis en la miseria. Este es nuestro apartheid, nuestra tragedia, tratar de construir una sociedad basada en la regulación social de clases para negar, lo que es imposible de hacer invisible, porque los pandilleros son seres humanos, que sienten y piensan, son también sentipensantes. Estoy recordando a Gustavo Petro, cuando era alcalde de Bogotá, que trató de romper esta estructura de clase intentando construir un barrio de pobres (que palabra de sufrida y fea) en un barrio de “clase”. Ese es el origen de la enfermedad social y mental de la sociedad colombiana.”

Vanina Mejía Berdugo: “ Si bien es cierto que el fenómeno social de las pandillas juveniles se ha venido presentando desde hace mucho tiempo en diferentes sectores de Barranquilla, con estilos, lenguajes, argumentos propios e inclusive con acciones únicas para poder atemorizar a los que sus miembros desean ser o consideran para ellos sus víctimas, también es muy cierto que, hoy en día, la nueva modalidad que se está imponiendo en la ciudad, es el enfrentamiento de algunos muchachos mientras llueve. Ustedes se preguntarán ¿Por qué bajo la lluvia? ¿Acaso hay algún estudio que demuestre la existencia de una estrecha relación entre el comportamiento agresivo de esos jóvenes y la lluvia? Ningún estudio ha demostrado lo anterior. Sin embargo, desde el punto de vista del enfoque social, esas denominadas “Pandillas” necesitan ser reconocidas, identificadas por algún factor, es decir ellas condicionan proyectar o manejar sus propias identidades o imágenes. Para los jóvenes que conforman dichas pandillas, es muy fundamental, que la comunidad en general e incluso sus propios enemigos de turno, puedan avistar en ellos un estilo de vida, marca o quizás modalidad que los reconozca para ser “ultra famosos”. De tal forma, que enfrentarse bajo la lluvia, es como invadir el lado más expresivo (catarsis) que un ser humano puede tener al momento de mojarse y/o bañarse libremente. Para nadie es un secreto que en una ciudad como Barranquilla, por costumbre o idiosincrasia, el agua caída del cielo representa alegría, gusto, nostalgia… Y es ahí, en ese instante, donde los jóvenes, precisamente, se liberan de todo. Así que, para esos grupos tratar de invadir la tranquilidad de una comunidad, los ayuda a sentirse como los verdaderos protagonistas o héroes del fenómeno social bajo la lluvia. La identidad y el vínculo en esos grupos, son los dos grandes factores que desencadenan el desarrollo de habilidades específicas en los mismos, para luego tomar acciones de enfrentamientos, riñas y por supuesto, muertes… El proceso de poder reinventarse (tomarse a la fuerza) viene a ser el principal mecanismo que lleva a manejar esas nuevas modalidades en la urbe: grupos reconocidos que necesitan crear espacios, para que sus víctimas y la comunidad en general “respeten sus leyes”, durante la caída de un fuerte aguacero. 

El foco de atención para intervenir oportunamente a esos jóvenes, es crearles espacios diferentes, donde ellos pueden expresar sus propias conjeturas, para proyectarlos como gente de bien. Sumado a eso, se necesita plantear un proyecto de vida donde se sustente en cada uno: ¿Qué hacer? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué quiero? ¿Cómo me veo en algunos años? Y además, enseñarles la importancia de los grupos. Concientizarlos del valor que recobran, crear nuevas habilidades en los mismos para un estilo de vida diferente desde el punto de vida personal y social”.

Ojalá que: “Con el repiquetear de una campana 

se haga la luz en el pensamiento de esos jóvenes, 

hoy con sombras de luces declinadas para que entonces, 

brille la alegría y la lluvia caiga como una bendición de amor y paz”

Bitácora

Sobre la protesta social en Colombia 

Por Pedro Conrado Cúdriz

Se conoció el documento borrador del protocolo uribista del presidente Duque para regular la protesta social. Entre los puntos que llaman poderosamente la atención está la intención absurda de exigirles a los organizadores de las movilizaciones sociales una póliza de responsabilidad civil extracontractual para que se hagan responsables de los daños causados en bienes ajenos. ¿Solo entonces las organizaciones adineradas serán las potencialmente capaces de organizar las protestas? ¿Quiénes serán? También el protocolo define la moda del vestir de los protestantes y prohíbe las capuchas y el uso de pinturas - El partido verde la defiende -  y finalmente quiere quitarles a las autoridades civiles las facultades de ordenarle a la policía.  

“Permitir, dice el editorial de El Espectador del 1 de octubre del 2020, que sea la Policía la que defina el momento de utilizar el Escuadrón Móvil Antidisturbios…, es no entender las raíces de la desconfianza de los ciudadanos y las preocupaciones de las Cortes. Lo que necesitamos es más poder de las autoridades civiles, más pesos y contrapesos, más control y no que se deje una decisión tan importante al juicio de quienes están en la línea de fuego.” 

El protocolo parece creado para un mundo sin ciudadanos y sobre todo mudos si existen, donde solo sea permitido el rol activo del gobierno y la Policía. Es la construcción de una ficción forzada y pretenciosa de intentar que ésta se parezca a la realidad concreta de todos los días para que sea igual a la distopía de sus creadores.  

Es inimaginable un mundo así, aunque ahora el gobierno uribista de Duque crea que se puede construir una tiranía en medio de la máscara de la democracia nacional a punta de decretos pandémicos. Los que observamos al presidente Duque visitar un CAI y usar el uniforme de la policía, mientras la ciudad ardía por la muerte brutal de Javier Ordoñez, concluimos que la poca democracia que nos queda se agota en estos gestos institucionales de la fuerza bruta. Este gesto presidencial nuestro nos recordó que la negativa de Trump a no defender los grupos de supremacía blanca en Norteamérica está amarrada a la espada de la tiranía. 

La sentencia de la Corte Suprema de Justicia busca garantizar la movilidad y la protesta social, amparándose en la Constitución Nacional y el Estado de Derecho. El uribismo desprecia este modelo de Estado y quiere montar como sea su estado de opinión. 

Lo cierto es que el Establecimiento viene intentando regular las protestas sociales desde 2012. Sin embargo, los eventos repetidos en el 2019 y en especial, los ocurridos en plena pandemia en el mes de septiembre, han obligado a hacerle creer al régimen, en medio del aislamiento y el confinamiento, que es hora de repensar desde la ideología derechista el derecho a la protesta para torcerle el pescuezo constitucional y enderezarla a sus intereses particularísimos. En esta línea de pensamiento crearon el Protocolo regulatorio de la protesta social, que la Corte Suprema y el Tribunal de Cundinamarca los obligó a revisar para la garantía de la participación de los ciudadanos en las manifestaciones públicas.  

La derecha extrema que nos gobierna nos desea quietos, pasivos y más indiferentes que antes, mientras los que pertenecen a esa clase social, sí pueden utilizar lo que la mayoría de los ciudadanos no percibe como actos de violencia gubernativa, simbólica o invisible del Estado neoliberal contra las gentes más desprotegidas de la sociedad: las reformas laborales y de la salud entre otros actos administrativos pandémicos. Es más que un ensayo político de cierre de ciclos históricos, es la propuesta uribista de ahogar la sociedad pobre del país, de acabar con los pobres a fuerza de hambre y represión. Es una revolución demográfica silenciosa, imperceptible, indefinible y brutal si se quiere.      

Usted se ha preguntado si los muertos del 9S tenían capuchas. O ha logrado intuir ¿Por qué algunos de los manifestantes usan las capuchas o se pintan los rostros en las protestas sociales? Los líderes civiles y de derechos humanos que han matado y seguirán asesinando ¿Será por qué no usan capuchas? Otras preguntas: ¿Por qué los del Esmad usan trajes especiales y caretas?  O ¿Por qué la policía usa los protectores de las motos para cubrirse el rostro? ¿Por qué la policía también tiene la terrible costumbre de utilizar civiles policías en las protestas? E incluso se les ha visto infiltrando las protestas sociales en las ciudades. No son santos. El problema es que mientras el poder del Estado en el mundo ha ido evolucionando hasta desacreditar la violencia física, aquí, en este país de guerras ocultas y muerte, de desapariciones y torturas, a la sociedad toda le aplican los castigos físicos.       

Alguien dijo que en Canadá los manifestantes no usan capuchas. A caso Colombia es Canadá. ¿O allá asesinan a los líderes sociales como acá? ¿O la policía les dispara a los manifestantes como lo hizo en Bogotá? ¿O acaso Canadá tiene los niveles de pobreza, injusticia social de Colombia? 

Los que hemos asistidos a las marchas no vamos con la intención de violentar nada, vamos simplemente a rechazar el mal gobierno en medio de la alegría, la algazara y el fuerte sol de Barranquilla, donde se ha demostrado que sí es posible realizar las protestas sociales sin la necesidad de acudir a los actos violentos, vengan de donde vengan. 

A muchos colombianos les ha tocado experimentar las provocaciones y el uso indebido del Esmad y la policía. ¿A qué juega la policía cuando tiene un arma, usa la fuerza bruta y viste el uniforme verde de la civilidad? Este doble rol enmascara el verdadero rol de los cuerpos de represión del Estado: defenderle los privilegios estructurados del gobierno contra los que sobreviven en medio de un régimen histórico que vive de la bandera, el himno y se resiste a escuchar la voz de la Constitución Nacional.  

domingo, 20 de septiembre de 2020

El cuerpo nos humilla

El cuerpo nos humilla

*Ramón Molinares Sarmiento.

Si fuera un ángel, si habitara en el cuerpo de un ángel, no padecería ahora esta angustia existencial que me tiene al borde de la locura. Dicen que los ángeles son felices mensajeros de las divinidades; yo, en cambio, no sé quien soy, nadie ha podido verme. Sólo puedo asegurar que soy distinto de este cuerpo en que habito desde hace más de ochenta años y que, a diferencia de las plantas, que dan flores y frutos, ya solo produce olores desagradables.   
Ahora permanece enfermo, canceroso, pudriéndose, cercano al morir, que es todavía más terrible que la misma muerte. Espero con impaciencia su fatal desenlace, que será también el mío, porque creo que sólo entonces, cuando me desprenda de él, podré saber quién soy. Vivo encarcelado entre sus huesos y su carne envejecida. Existo como prisionero. Me evado mientras duerme, pero tan pronto despierta me encuentro de nuevo en su prisión, observando cómo satisface el infeliz su infatigable tarea de condenado a comer. Tiene una tripa insaciable que no lo deja en paz, un tubo que se le retuerce en el vientre y que nunca termina de llenar ni de vaciar.
Cada mañana, cuando lo veo sentado en el bacinete, me siento tan humillado como él.  
Para confundirlo conmigo suele emplearse la categoría   Hombre, pero yo prefiero distanciarlo de mí porque sólo así podré dar una idea de lo mucho que me mortifica su presencia, sobre todo ahora, que esta hecho una miseria a punto de morir.
Desprendernos de él, alcanzar los más altos cielos de lo sublime, ha sido la mayor aspiración de nosotros, los espíritus, las almas, la conciencia, como nos nombran. Pero no nos deja; es testarudo, terrenal, no da cuartel, no puede pasar un día sin sudar, sin producir orines. Solo las artes, cuya condición es la irrealidad, tienen la virtud de hacerle olvidar por momentos sus necesidades elementales. Lo animo a pintar en la mañana, con los colores fuertes que empleaba Obregón, un cóndor de alas abiertas, una barracuda de ojos agresivos, un toro   de lidia con el lomo ensangrentado o una muchacha desnuda que lleva en las manos una guirnalda azul; en la tarde, a escribir poemas que procuren sostener el ritmo melancólico de los versos de Meiradelmar; y en la noche a tocar en el piano las dulces melodías de Francisco Zumaqué. Se eleva conmigo en esos instantes, se siente como desprovisto de la miserable materia de que está hecho, pero al día siguiente me humilla sin compasión: no soporto verlo deshacerse del peso de sus intestinos.
A los que viajaron a la Luna y se acercaron un poco más a las estrellas, los obligó también, allá en las alturas, a oler sus hediondeces. Creyeron los viajeros que subiendo a los cielos se sentirían como ángeles, pero regresaron desilusionados, convencidos de no poder ir a ninguna parte porque, en realidad, nadie puede irse del cuerpo en que habita, del animal con quien convive, que es de donde los humanos se quieren ir. Tan odioso es el cuerpo, que los teólogos acabaron por convertir a todos los dioses en un ser abstracto, que no tiene figura corporal. 
Estoy convencido de que el cuerpo y yo no nacimos al mismo tiempo; soy posterior a él, a esa cosa babosa y sanguinolenta que era en el momento de nacer. Por eso admito que la existencia es anterior a la esencia, como dice Sartre. No puedo precisar el instante en que me sentí en él, tan sorprendido como esos lirios blancos que nacen en la hediondez de los pantanos.
Afirman los teólogos que soy un soplo, pero no puedo imaginar a un dios soplando en una figura de barro, hecha de partes tan innobles. Una divinidad bondadosa no habría configurado un ser con unos órganos tan inmundos que hay que llevarlos escondidos. Si en verdad el cuerpo fue creado por un dios, no lo hizo a imagen y semejanza suya; lo hizo de barro con el evidente propósito de someterlo a la burla. Es fácil imaginar la risa, la carcajada de ese dios burlón cuando lo ve sentado en el bacinete, humillado, triste, con la sensación de estar recibiendo un castigo, expiando una culpa. Si no fuera culpable de algo la divinidad no lo sentaría allí todas las mañanas. Tan abominable resulta para algunos la carne humana, esa que se castiga en Semana Santa para expiar los pecados, que Borges creó en Tlon unos personajes sin cuerpo, inmateriales, que solo viven en el pensamiento, apenas sostenidos por la mera sustancia pensante. 
En la más remota imagen que tengo del cuerpo en que habito, lo veo pataleando en la cuna, rabiando, llevándose a la boca las manos sucias. Recuerdo con claridad esta imagen porque creo que fue para esos días, no antes, cuando, para huir de sus malos olores, de esa presencia que me pareció desagradable por primera vez, produje mis primeros sueños, una actividad propia de mi naturaleza inasible, inmaterial, que me permite tomar distancia, convivir con él en relativa independencia. Solo en el sueño soy independiente; cuando el cuerpo duerme me elevo, me alejo de la realidad que me atormenta. ¿Qué sería de mí sí, después de tolerarlo todo un día, no llegara la noche que me permite soñar? Pienso algunas veces que, cuando lo abandone del todo, cuando me desprenda de él, mi felicidad será inmensa; su compañía me ha privado del goce propio de mi condición de espíritu.
Con frecuencia me visita la idea de que las enfermedades, la vejez y la muerte son razones más que suficientes para que los hombres se desprecien, se odien y se maten. El ser humano mata y seguirá matando porque no tolera su condición de mortal hecho de barro. Mata al otro porque quisiera matar en ese otro las miserias que padece. Alcanzar la gloria de cualquier forma de poder y seguir envejeciendo como el más desdichado de los pordioseros es algo que enfurece a los mortales triunfantes. ¡Cómo quisieran los humanos ser distintos de los otros de su misma especie! ¡Cómo atormenta al poderoso sentirse igual al desposeído en el momento de deshacerse de lo comido y bebido en la fiesta de la noche anterior!
Me apena tanto la condición humana que, en mis sueños, los mortales sólo evacuan claveles de colores diversos. En estos sueños los seres humanos se sienten en armonía con todas las cosas del universo. En un mundo de cuerpos floridos ¿Quién sería capaz de apartarse de una dama, a la que, por descuido, le ha quedado colgando un manojo de flores perfumadas entre las redondeces de la cola?

Lo ingrato de estos sueños es presenciar, como ahora, el despertar de este cuerpo de más de ochenta años, que se está pudriendo todavía en vida y al que, ya desahuciado, después de abrirle el vientre para sacarle podridos pedazos de hígado, páncreas y tripas, le han quitado las sondas, los tubos por donde evacúa.
¡Cómo me duele verlo en ese estado! Ha vivido en permanente rebelión contra mí, humillándome con sus ventosidades imprudentes, eructando y bostezando en ceremonias solemnes; estropeando los mejores momentos, levantando el falo cuando no debía y manteniéndolo arrugado cuando tenía que darle la firmeza del roble, pero, a pesar de ello creo haber llegado a amarlo. Es terrible pensar en lo que será de mí sin él. Me aterra la incertidumbre. Me aterran la libertad y el goce que he imaginado, quizá ingenuamente, me sobrevendrán con su muerte. Si pudiera mirarme ¡ay! Si pudiera mirarme yo mismo como lo miro a él. Está al borde de la muerte, a punto de regresar al polvo, al barro de que está hecho y todavía no puedo saber quien soy. ¿Qué haré, cuando el muera, con todo este universo que tengo dentro de mí? ¿Qué haré con todo lo que he aprendido de la vida y de los libros? Verlo como un cadáver me hace anhelar   los días en que lo observaba, como cualquier bebé, orinándoles los vestidos a las muchachas que se lo comían a besos. Es triste saber que se va a morir a pesar de haber sido un niño bello, amado por las vecinas. Me parece injusto verlo agonizando, pudriéndose, mientras yo permanezco intacto, lúcido, como si sobre mí no hubieran pasado los años, el tiempo que le ha tumbado los dientes, agrietado el rostro y despoblado la cabeza. Mi lucidez, en medio de su podredumbre, la experimento como un castigo.
Aún no ha muerto, ya los vecinos le han puesto en las manos, cruzadas sobre el pecho, una imagen de la divinidad que adoran; pero ¿Qué puedo esperar de un dios que he imaginado burlón y cruel? ¿Qué será de mí si en verdad soy un soplo? Me da vértigo suponer que, sin estar soñando, sin la posibilidad de volver al cuerpo, ya muerto, el soplo que conjeturan soy sea llevado a las alturas por ventarrones que lo dispersen en el universo, que lo reduzcan a la nada. 
La nada es todavía más horrible que este cuerpo que se pudre. Me aferro ahora con desesperación a él porque preveo que si me desprendo es el vértigo, el abismo, la nada.
Si se durmiera por un instante ¡cómo no pude pensarlo antes de agravarse!, me escaparía en el sueño, lo dejaría solo, tan abandonado como ya se dispone a dejarme. Pero hace dos días que permanece con los ojos abiertos a la espera de la muerte; no duerme para no darme la posibilidad de escaparme en los sueños que, hasta hace poco, nacidos de su remota infancia, eran abundantes en amaneceres luminosos y en tardes de lluvia. 
 En su agonía me parece absurdo todo lo vivido, absurda su efímera existencia. Me hace sentir con tanta dureza que le pertenezco, que nací de sus entrañas, de sus vísceras, que me veo obligado a admitir que haberme creído distinto de él ha sido una ilusión. Me enloquece saber que va a morir sin que yo pueda salir de aquí, de esto que ahora no es ni más ni menos que una cárcel de carnes descompuestas.

Se empeñan los religiosos en hacerme creer que soy una paloma blanca, un ángel, un rayo de luz, cualquier cosa que pueda elevarse y huir de la prisión en que he habitado. Pero en medio de estas imágenes de vuelos, destellos y vientos, que veo pasar y volver vertiginosas, observo también, allá, en la lejanía, en un paisaje ya un tanto borroso, desolador, triste, la del lirio blanco que se marchita y deja caer sus pétalos sobre el fango.
         En este instante no sé a qué atenerme. El cuerpo sigue con los ojos abiertos y yo deliro, nadie puede confiar en lo que ve o cree ver una conciencia que delira. En el delirio, ante la presencia enloquecedora de la muerte, cualquiera, como yo ahora, puede creerse mariposa, pájaro, viento, ángel, luz que se apaga.
Imposible saber quien soy en este estado de locura en que me encuentro. Me aterra pensar que en el mismo instante de su muerte dejaré de existir. Mi destino, como el de todas las almas, es indescifrable.

*Ramón Molinares Sarmiento
Estudió en la Escuela Normal de Medellín y en la Universidad Libre de Bogotá. En las universidades de Lille y Montpellier, Francia, realizó estudios de especialización en literatura francesa. Es autor de las novelas Exiliados en Lille (traducida al Inglés), El saxofón del cautivo y Un hombre destinado a mentir.

sábado, 12 de septiembre de 2020

Bitácora

 Las ausencias de los amigos 

Por Pedro Conrado Cúdriz

Lo que sentimos en medio del confinamiento pandémico –llevamos cinco meses de ausencias sociales- es individual, cada quien lo ha sufrido a su manera. Personalmente me he sentido extraño, fuera de lugar, a veces he sentido que no soy yo, o mejor, que no soy el mismo, que mi percepción del mundo, de la vida y del hombre es otra, quizás peor. Alguna crisis existencial ha bordeado mi vida y también la ha bordeado el espanto. En esos instantes no sé lo que tengo y lo achaco al maldito confinamiento, al duro aislamiento, a esta abruptiva y extraordinaria experiencia de sobrevivir la vida alejado de los amigos. En esos momentos, vivo acompañado de oscuros pensamientos no tan lejos de la sangre derramada en una nación amante de la guerra. Y estar ahí, sentado y automatizado por el teletrabajo, obnubilado y con los ojos secos por la máquina que me conturba, por el sentimiento extraño de ser una extensión de tuercas y tornillos de la inteligencia artificial y no cuerpo, absolutamente cuerpo humano. En la virtualidad, la conciencia  del otro es reemplazada por la conciencia de la máquina. No podemos ser humanos sin ella. He ahí otro dolor, otra conciencia de sí mismos. Y a mi frágil memoria arrinconada en aquellas imágenes del robot reemplazando al hombre en los trabajos domésticos, irrumpe peligrosamente la deshumanización del trabajo y la automatización humana. 

He escuchado quejas febriles, vibratorias, de compañeros de trabajo hastiados de los computadores, les he oído decir, lo insoportable y lo inimaginable que es pensar y hablar con una máquina. Dicen que después que se levantan y se alejan de ella, su sueño sigue acompañado del tic tac de las teclas o de la voz vibratoria que expulsa la maquinita. Es horror, pero es un horror no reconocido. Y llega otra vez la mañana, alineada en las repeticiones inocuas de lo mismo, la ensarta de acciones que no son hábitos, sino simple activismo laboral, hacer y hacer, no para cambiar el mundo sino para seguir bregando en la telaraña de las apariencias no esenciales de lo políticamente correcto. 

Aterra este mundo infernal de lo aparencial, esta manía loca de hacer y hacer acompañada de la creencia dogmática de cambiar las cosas. Es otra muerte lenta, aburrimiento absoluto del vivir en el no tiempo o en la improductividad de las que nos habla Byung Chal Hun en sus libros. “Mañana es otro día,” escuchó la voz de Gloria a través del celular. Y, sí, es otro día, pero no el deseado.   

domingo, 23 de agosto de 2020

Bitácora

El odio ideológico o la ideología del odio 

Por Pedro Conrado Cúdriz

“Si la autoridad serena, firme y con criterio social implica una masacre, es porque del otro lado hay violencia y terror más que protesta”. Trino de Álvaro Uribe recién posesionado Duque en la Presidencia 

El ejemplo más claro de este fenómeno es el nazismo. Hitler convenció a sus huestes y a la sociedad alemana de la época a operar el odio contra los judíos. Pero nunca fue capaz de confesar esta mentira o este invento ideológico, que convirtió luego en su fe o en convicción política para alcanzar el poder. El resto ya es historia y ustedes lo saben. 

Este odio no gratuito es lo que se conoce como odio ideológico- político. Solo lo alcanzan las mentes severamente dogmáticas y de corte tiránico.  

El otro odio, el interpersonal se debe a las malas relaciones humanas o a conflictos entre miembros de familia, o a conflictos de trabajo o barrial. No van más allá de este círculo. Sin embargo, el  ideológico-político, es el que niega al otro como interlocutor válido, porque es considerado entonces un peligro –negado- para poder llegar al poder.  

“A veces – escribe la filósofa Carolin Emcke  en “Contra del odio” – me pregunto cómo son capaces de algo así: de sentir ese odio. Cómo pueden estar tan seguros. De lo contrario no hablarían así, no harían tanto daño, no matarían de esa manera… tienen que estar seguros… Si dudan, no podrían estar furiosos.” Este odio tiene que ser ciego, pienso yo, sin fisuras, para poder atacar, agredir, callar, perseguir y matar al otro,  considerado el enemigo. Ser objeto de la ideología del odio implica quedar al descubierto en el centro del camino.  

Previamente el que ejerce el odio político ha desbrozado la maleza enemiga hasta localizar la presa seleccionada para el ataque. 

En ese entramado se validan todas las armas estratégicas posibles e imposibles como las ilegales o las falsas noticias para confundir y ganar adeptos, difamar, despreciar, espiar, filtrar los teléfonos o negar la información al medio periodístico considerado enemigo de la causa política. 

El prurito de esta estrategia es la mentira, rampante, cínica, repetida. 

Tampoco escapa el invento de los falsos enemigos para confundir a la mayoría de las gentes sin identidad política. Así difuminan el odio y el miedo. La Farc ha sido el caballito de batalla en el pasado y en este presente convulso y caótico a pesar de los acuerdos de la Habana y la presencia guerrillera en el Congreso. 

El discurso del odio ideológico-político - está notorio en un trino reciente del expresidente Uribe a causa de la prisión en casa por orden de la Corte,  lo repiten hasta el cansancio y hasta convertirlo en verdad, en verdad ideológica. El odio es tan visceral e irracional que el prisionero número 1087985 y el Centro Democrático despotrican de la decisión de la Corte. Los epítetos van de mafiosos, bandidos... 

Hasta hoy este odio ideológico desapercibido por los uribista incautos ha rendido sus frutos. En especial entre los más pobres que, por su ignorancia política han caído en sus cadenas de mentiras y noticias falsas. Sin la ignorancia de los pobres nunca hubieran alcanzado y conservado el poder. Las 200 camionetas cuatro puertas de las caravanas de estos días no son suficientes. 

Lo increíble es que las redes sociales, caídas en manos de los manipuladores de la derecha, les dan a los pobres ignorantes de la historia de este país, la ilusión de la libertad. Con este espejismo libertario son capaces de atacar el pensamiento crítico. En el fondo no saben que ya están inscritos por ignorancia en las páginas del totalitarismo nacional.