viernes, 9 de septiembre de 2016

Bitácora

¡Qué pena señores!

Por Pedro Conrado Cúdriz

“… qué pena señores, que nuestros odios se sobrepongan a los amores de la infancia, a los juegos olvidados de los carros y balones, hasta que la guerra vuelva y choque contra los sueños de la inocencia.”

Sé que es muy difícil convencer a los que desean que continúe la guerra y que acabe el reinado de la muerte; tan difícil que tengo pena de este mundo, porque nos dividió entre los guerreros y los amantes de la paz, entre los que gustan  ver muertos en la faz de la tierra y los que somos felices viendo la vida correr en las piernas de un niño o de una niña. 

Así de dura y estúpida ha sido nuestra vida que nos importa un rábano que los hermanos se sigan matando entre sí, que los cuñados se sigan matando entre sí, que los hijos sigan ahorcando lentamente a sus padres, que los adultos violen a las niñas y a los niños, que el ejército o la guerrilla sigan matando gente como si fueran pájaros, que los amigos se maten entre sí como si fueran enemigos de guerras imaginadas; qué pena señores, tener que aceptar que la vida de los niños de este país va a seguir experimentando la tragedia violenta de sus abuelos, de sus padres y tíos; qué pena señores, que nuestros odios se sobrepongan a los amores de la infancia, a los juegos olvidados de los carros y balones, hasta que la guerra vuelva y choque contra los sueños de la inocencia. 

Así de torpe ha sido nuestra educación, que la guerra es superior a la vida y la muerte; esa diosa del dolor, es finalmente la virgen de los milagros. Los niños, como en nuestra “edad media,” siguen ocupando los últimos puestos del tren de la vida, siguen invisibles hasta ser olvidados en medio de la tragedia de los guerreros, porque éstos funden como salvadores de la misma derrota, que es la derrota de ellos y la nuestra. 

Ahora me viene a la memoria aquella sabia y poderosa poesía del francés Boris Vian: Señor presidente no voy a la guerra: “Señor presidente/ Os he escrito una carta/ Que quizás leeréis/ Si tiene tiempo/ Vengo de recibir/ Mis papeles militares/ Para partir a la guerra/…  Señor presidente/ Yo no quiero hacerla/ No estoy sobre la tierra/ Para matar a la pobre gente/… Después de nacer/ He visto morir a mi padre/ He visto partir a mis hermanos/ Y llorar a mis hijos/… Si hace falta dar su sangre/ Ir y dar la vuestra/ Sois buen apóstol/ Señor presidente…” 

Sé lo difícil que es revertir la fe y la creencia maldita de los que defienden la espada y la sangre, pero los niños, nuestros hijos y nietos no son culpables de nada y a ellos hay que salvarlos de las bestias, de nosotros, que no hemos comprendido nada, que respiramos pero no hemos comprendido nada, que parlamos, pero no hemos entendido nada. Solo los niños comprenden, porque los he escuchado de sus labios en un pueblo perdido del mapa colombiano, Campo de la Cruz, en el Atlántico: “La paz es mejor que la guerra.”

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