sábado, 2 de mayo de 2015

El ojo de la cerradura


Carta abierta a mi hermano Nelson Ricardo Mejía Sarmiento

 “Para que el recuerdo sea el invitado de todos los días

Por Tito Mejía Sarmiento*

Querido NELSON:

En estos últimos días, cuando todos  los medios de comunicación en Colombia, siguen ocupándose de tu caso, por la forma como te asesinaron  alevosamente, fungiendo como alcalde popular de Santo Tomás – muy cerca de las dependencias del Departamento Administrativo de Seguridad (D. A .S.) - ¡Qué ironías tiene la vida! - en la ciudad de Barranquilla, el 29 de abril de 2004 y, cuando nadie estoy seguro puede limitar mi libertad conceptual, me dirijo a ti para decirte que, perdona que utilice la primera persona del singular, pero estas letras tienen tácito el plural de todos los que quieran adicionarse a ellas, mi vida durante estos once (11) años sin tu presencia, ha sido un inmenso mar de pena, angustia y dolor.  La conciencia de la ineludible soledad me fustiga, pero también me motiva a la búsqueda tuya, me empuja a la región sombría que cada uno de nosotros llevamos dentro. De ahí, que guarde con sumo recelo tus videos, fotografías, apuntes, anécdotas,  proyectos… Constituyen para mí, un gran referente de consulta habitual en el cual, siempre hallo la respuesta o al menos alguna pista, de lo que estoy buscando tiempos ha.

Amado hermano, todavía recuerdo aquel domingo 19 de febrero de 1983, cuando me pediste que te acompañara a la vecina población de Ponedera (Atlántico), donde ibas a ver en una finca a los hijos de unos humildes trabajadores, que estabas tratando para curarlos de unas alergias y otras enfermedades infectocontagiosas. Llegamos a las 11:30 de la mañana con un sol que acribillaba nuestros cuerpos y con una sed desértica a cuestas, después de haber caminado siete cuadras de donde el bus nos había dejado. El cuadro que vi fue conmovedor: unos niños de escasos cinco años, completamente desnutridos, catarrientos, mal vestidos y sin calzado al igual que sus padres, producto diría yo, de la explotación del hombre por el hombre en ese tránsito de la indiferencia estática. Media hora más tarde después de auscultar a los enfermos, observé que te quitaste los zapatos negros y se los diste  a uno de los señores, pidiéndome al mismo tiempo que le regalara los míos a otro que estaba allí. Yo te dije: ¡NELSON, estos zapatos blancos me los estoy estrenando hoy. ¡Cómo así! – Dáselos, que tú tienes para comprarte otros, ellos no – me contradijiste en el acto.¡Saben qué, amables lectores! Nos regresamos para Santo Tomás, totalmente descalzos, y sin plata en los bolsillos porque les regaló para los medicamentos, también. Ahí comprendí que NELSON era lo que era y nada más.

También llevo imbricado en el alma aquel jueves 9 de septiembre de 1999, cuando  el recibo de la luz llegó a mi residencia a la una de la tarde por un valor de $ 45.000 y con unas tijeras incorporadas anunciando el pago inmediato, debido a que tenía dos meses caídos. Yo solamente contaba, para decir verdad con $ 25.000 en el bolsillo y, enseguida pensé que la única persona que podría prestarme para completar el total a pagar, era precisamente NELSON, mi  hermano, mi pana, quien para esa época atendía en horas de la tarde en su consultorio de la vecina población de  Palmar de Varela.
Recuerdo que llegué a dicha localidad a las 3:00 p.m. en medio de una ligera llovizna, y en el consultorio había unos cuarenta pacientes: más infantes que adultos para ser más exacto. Y me dije para mis adentros: “aquí está mi salvación”. Esperé hasta las seis de la tarde, y  en el preciso momento en que le iba a decir lo relacionado con el recibo de la luz, se presentaron dos jóvenes cargando a un señor de avanzada edad, que sangraba por su pierna izquierda, ya que lo había mordido una culebra venenosa en el corregimiento de Burrusco. Le vio la herida y ordenó que lo trasladaran urgentemente para Barranquilla, porque no tenía suero antiofídico ahí en el consultorio. En medio de su dolor, el paciente herido expresó que no tenía ni cinco centavos para irse a la capital del Atlántico porque era demasiado pobre. NELSON me miró y me dijo que le diera lo que tuviera, a lo que yo le argumenté que me había presentado a su consultorio a pedirle prestado $20.000 para completar el pago del dinero correspondiente al recibo de la luz, pues me la iban a cortar ese mismo día sino la pagaba enseguida. No me tocó otra que darle mis $ 25.000 al señor ante la solicitud del médico NELSON MEJIA. De regreso  a casa le dije: “Ajá mi hermano, tanta gente y no paga, ¿qué?”—Así es, y cómo se hace si son pobres y yo tengo que darles, me respondió con una sonrisa en sus labios.
¡Saben qué amables lectores! Me cortaron la luz en mi residencia, pero me quedó una gran enseñanza de nobleza: El primero de mayo de 2004, durante el sepelio de NELSON, aquel señor de avanzada edad, el mismo que había sido mordido por la culebra venenosa, se me acercó llorando como un niño desconsolado y dándome un abrazo,  me dijo que él se había salvado por ese médico tan humanitario y tan bueno que iban a enterrar, y que hubiese preferido ser mejor él, el muerto.

Es que ambos, amado hermano NELSON, teníamos mucho en común: “Tú procurabas hacer de la vida un canto a través de la Medicina y yo escuchaba y seguiré escuchando a la vida cantar en la poesía”. Difícil encontrar hermano mío, unas ejecutorias tan grandes como las tuyas para el bien de un pueblo en una jornada vital tan breve, y difícil además, concebir una vida con una mayor proyección. Tengo la sensación NELSON, de que todo lo que viviste, amaste y sufriste, lo hiciste con una intensidad que estaba relacionada con el corto tiempo de vida de que ibas a disponer: ¡46 años!
Los que te sobrevivimos, tenemos la obligación de mirar tu fugaz existencia con un profundo respeto, pero sobre todo quedamos con el imperativo de recoger tus banderas, de seguir tus ideales, de transformar nuestra indignación por el absurdo e inevitable suceso de tu asesinato, en energía progresista de nuestra realidad no sólo de Santo Tomás sino de toda esta Colombia sufrida.

Además, quiero manifestarte que he creado con todo lo que la gente me cuenta de ti,  un océano  maravilloso de anécdotas, convirtiéndome de paso, en una especie de notario marino de las mismas: “Para nada lo mataron, gritó a todo pulmón, una humilde mujer del barrio primero de mayo, porque todavía sigue haciéndonos favores”. “Yo me gané la lotería con el 0429” (fecha de tu homicidio) decía entre sollozos, otro joven de la Urbanización Camino Real. “Mi mamá se ganó una grabadora con el 2115 (registro médico tuyo) en una rifa” argumentaba una risueña señorita moradora del sector Siete de agosto…

Te cuento que Eloina, nuestra madre querida, ha perdido un poco la memoria y no es para menos, amén de toda la alegría que prodigaba con su natural vivacidad. En el mar de sus ojos, solo se balancean grandes olas de tristeza, hoy. Tres veces a la semana quiere ir  al cementerio a regar y a sembrar nuevas flores y plantas en tu tumba porque muchos seguidores tuyos, en un acto que sobrepasa los límites de la fe en ti, se las llevan a sus casas para sanar, como en efecto sucede, a sus enfermos.

En cuanto al viejo Tito, te informo que  falleció el 11 de abril  del 2011,  a las cuatro y diez de la madrugada en la Clínica Mediesp, producto de una fuerte gripe y una inclemente artritis que lo dejó inmóvil. Te cuento que a pesar de sus 92 años de edad, tenía su visión, audición y mente incólumes. Y cuando se veía rodeado por seres de tu misma sangre, preguntaba mucho por ti.

Tu esposa, tus hijos(as), tus otros hermanos(as), familiares y los habitantes de Santo Tomás, sumidos en el dolor, no alcanzan a comprender, en sus justas medidas, lo que pasó y entender, hasta qué punto, las personas están extrañamente unidas como hilos en esta urdimbre de acero que se relaciona con  los destinos humanos.
Ellos como yo, no guardamos aversión en nuestro interior hacia los responsables de esta tragedia sino que seguimos llorando con sentimiento porque el llanto lava las ventanas del corazón, pero eso si,  axiomáticamente, exigimos justicia tanto terrenal como divina, a pesar de que en nuestro país, cada día esa justicia parece desmoronarse por múltiples razones.
Te seguiré escribiendo hermano mío, porque la vida sin palabras es triste y las palabras sin vida son más tristes todavía y por supuesto,  para que el recuerdo sea el invitado de todos los días.

*Poeta Colombiano

3 comentarios:

  1. Me hiciste llorar, pues también tenía un hermano de 22 años, y era muy bueno como hijo, como hermano y como amigo. Hace 35 años y nunca se irá de nuestro corazón.
    Irene Angel.

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    1. ¡Solidaridad, Irene y gracias por tu comentario!

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  2. ¡Solidaridad, Irene y gracias por tu comentario!

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