miércoles, 22 de abril de 2015

Desde las troneras del San Felipe

La tormenta ocupa el lugar del horizonte*

Por Juan Carlos Céspedes Acosta

Entonces uno va por la vida como un trueno
soltando a chorros, en polvo de caminos,
el sudor. Dorado y vital frente a la muerte.
Tarcisio Agramonte

¡Qué duro es tratar de escribir algo con el alma reventada por el dolor! Qué se nos fue el amigo, el poeta, el cómplice de sueños, Tarcisio Agramonte Ordóñez, un sobreviviente de la vida, un luchador inquebrantable, un tipo que se construyó a sí mismo con los pedacitos de grandeza que le birlaba a los días. 

Nos conocimos en mi época de estudiante en la Universidad Simón Bolívar, presentados por Guillermo Coronel —quien tenía la buena costumbre de presentarte a la misma persona hasta que te tocaba decir «ya nos conocemos»—. Yo comenzaba con la gesta literaria con mi grupo “Renovación bolivariana” y Tarso era un egresado de sociología perdido en los laberintos de la supervivencia, la pobreza y el cordón umbilical de la universidad, y es que conseguir trabajo como sociólogo en este país es un viaje catarata arriba. 

Desde un comienzo me impresionaron sus profundos conocimientos, un tipo muy culto embutido en el cuerpo de un quijote quebrado en carnes, con ropas dos tallas más grandes, vapuleado por la vida y olvidado de las esperanzas. Me impresionó su gallardía —que hacía frontera con la caricatura—, ese salir con el mondadientes a la calle sin haberle hincado diente siquiera al pan más duro. 

Era sencillo y elemental con los amigos, soberbio y altanero con quien osara tocar a uno de los suyos. Aún recuerdo la muenda que le «pegó» a dos estudiantes de sociología (no le gustaban los sociólogos porque «hablan mucha paja y hacen poco») que nos trataban de impresionar con sus conocimientos de historia, sicología y todo lo que pudiera terminar en «ia». Los apaleó durante casi una hora con su método discursivo inapelable. Claro, estos inocentes proyectos de demagogos solo vieron a un tipo con apariencia de vencido, de rezagado… Nunca vieron venir al león que los devoró a dentelladas de inteligencia. Hasta lástima sentí por ellos. 

Así era el poeta, bajo perfil, muy humano, desconfiado con quienes no conocía, y cómo no serlo cuando se ha vivido en la calle, a la intemperie, alguien que durmió a las puertas del Teatro Amira de la Rosa cuando lo construían, porque se quedaba sin dinero para pagar los cuartos de mala muerte de los hoteles del centro de Barranquilla, solo utilizados por las prostitutas de acera, vendedores de paso y ambulantes con un retazo de fortuna.

Quizás nuestra amistad creció porque lo respeté como persona, porque lo acepté en su esencia sin reparar en su aspecto. Y compartimos la poesía, los cafés, las aventuras, el Ron Tres Esquinas, el discurso bolivariano, las largas caminatas por las solitarias calles de la noche barranquillera buscando una esquina donde un trago nos diera ánimos para criticarlo todo.

Sé que pasaba hambre, pero nunca pedía, orgulloso como nadie, digno en actitud defensiva contra la discriminación, a la que conocía de primera mano. Cuando me llegaba el giro de casa nos hartábamos en cualquier comedero callejero, que los conocía todos, y nos sentábamos a comer en un puesto del centro con buses y gente presurosa a nuestras espaldas, y me divertía aceptando mi provocadora invitación para repetir, que el hambre se acumula, me decía. Hambre, pura hambre que muchos nunca conoceremos, pero que el poeta podía darnos cátedra de ella. Su dieta salvadora era pan de sal, cebolla y panela, cuando lo descubría comiendo esto nos reíamos, pero yo disimulaba mis lágrimas y le decía a mi casera, que tenía una tienda, que le fiara comida hasta mis magras posibilidades de estudiante. 

Su gran héroe fue su abuelo, un exsacerdote que lo inició en la lectura y en el amor por el conocimiento, y por quien se le iluminaban los ojos cuando lo evocaba. Me cuenta que un político de la región donde vivió su infancia, celoso porque Tarcisio era mejor estudiante que su hijo, lo lanzó a las aguas del río Magdalena para que se ahogara. Me dice que se salvó porque su abuelo le enseñó a nadar como un pez. 

Y de historias como esas tenía muchas, demasiadas para una sola persona. Era un fumador empedernido, lo vi cazar colillas para fumarse hasta los dedos. Sé que muchos demonios lo acechaban, mucho dolor adentro, la separación de su hijo, de su compañera, el abandono de su padre —Agramonte no era su apellido, este lo tomó del héroe cubano Ignacio Agramonte, y en cuanto al Ordóñez, me río al pensar las mentadas de madre  que habrá lanzado contra el retrógrado procurador Ordóñez, que mancilló su apellido—, que seguro lo llevó a cambiarse el nombre. A mí como abogado ya titulado, me tocó ir de oficina en oficina a actualizarle todos los documentos para registrarle su nombre «literario».

Cuando te presentaba a sus amistades, te avergonzaba por la cantidades de títulos y adjetivos que te otorgaba en la universidad de su lengua, que te ponías rojo del pudor ante un currículo nunca vivido ni ganado, había que cortarlo para que no te hiciera sentir como un José Martí reencarnado. Era demasiado generoso con lo poco que tenía —todo su patrimonio cabía en un maletín, al que yo bauticé jocosamente como el maletín del gato Felix, y que lo hacía morir de risa, porque de todo salía de esa valija azul—, me cuenta que por una deuda de arriendo perdió sus haberes, que tampoco podían ser muchos. 

Recuerdo especialmente un recital poético que organizamos en la cafetería de la Universidad Simón Bolívar, a mí me tocaba presentar a los poetas. Cuando me tocó el turno de llamar a Tarcisio, lo veo venir con esa dignidad que de seguro se gastaba don Alonso Quijano, pantalón azul turquí, camisa blanca y un suéter que llevaba a guisa de chaqueta puesta en su brazo izquierdo, que uno se hubiera reído si no mediara la solemnidad que él le imprimía a cada paso, a cada gesto, a cada palabra. Yo creo que esta anécdota lo retrata exactamente. Era solemne y podía conocerte de toda la vida, pero por carta siempre te trataba de “usted”, segura impronta de su abuelo sacerdote.

Una vez se presentó en la alcaldía de Cartagena a conocer a mi madre, y cuando ella llega a casa me dice: «Por allá estuvo un amigo tuyo, parecía un actor de teatro, saludando como los mosqueteros franceses, como quitándose el sombrero y haciendo una venia y sacudiendo el aire con su mano derecha». ¿¡Quién más podía ser!?

Pero si tengo una imagen dolorosa de su vida, es esta: Viviendo yo en el barrio El Concord, de Malambo, en un cuartucho con ínfulas de apartamentico, sabiendo que estaba pasando la mar de necesidades, le ofrecí posada, y le conseguí una estera, una colchoneta, sábana y almohada.  Siempre que podía le regalaba mis camisas, que a él le quedaban bien de largo, pero holgadas por su flacura, y eso que yo tampoco era fornido. Hubo una época en que solo tenía la ropa puesta y una muda de reserva. Cierta mañana me levanto y me arreglo para irme a la universidad, me despido del poeta y lo dejo lavando. Pensé, «el man hoy no sale, le toca esperar a que seque la ropa». Como a las 10 de la mañana lo veo en la universidad con ¡la ropa recién lavada puesta como si nada! «Eh, Tarso, ¿cómo así?». «Viejo Juanca, donde quiera que estaba el sol, ahí me paraba para que se me secara la ropa, no me puedo dar el lujo de no salir, debo escarbar, mi hermano».

Pero son tantas y tantas las vivencias, los sueños calcinados, las batallas silenciosas, la poesía derramada. Un día debo partir de Barranquilla, graduado en derecho y en padre, y regreso a Cartagena a picotear la vida. Dejo al viejo Tarso con un mes pagado donde yo vivía, nos despedimos con los rostros apretados por ese mito absurdo de que los hombres no lloran. 

Después nos vimos un par de veces más en barranquilla, ya había sacado su primer libro que tanto le tocó camellar para hacerlo, del que me obsequió un ejemplar dedicado y que un hijo de puta me robó. En Bogotá nos encontramos una vez para una feria del libro, se había hecho musulmán, había viajado a Irán. Creo que desterró la cannabis para siempre de su vida. Nunca lo vi fumarla, aunque sabía que tuvo un pasado turbulento con ella.

Siempre me hacía una que otra llamada, él, menos ingrato que yo en la amistad, me ponía al tanto de sus planes, incluso me puso a hacerle un prólogo de un libro que tenía la intención de reeditar. Por ahí lo daré a conocer más adelante. Me hacía reír con los recuerdos, como ese mal consejo que me dio para enamorar a la pelada de la cafetería para que el grupo tuviera tinto gratis. ¡Ay, amigo, qué muerte tan pendeja tuviste!, tú que habías nacido para grandes gestas, tú que tantas veces le habías hecho el quite a la parca, ¡morir esperando que abrieran un comedor comunitario!, atropellado por un irresponsable, ¿qué muerte es esta para un poeta? 

Adiós, Tarso, amante del mar, del río, un frustrado hacedor de caminos, un poeta olvidado, como tantos otros, lejos del poder, del dinero, del reconocimiento, del Estado que jamás ha reconocido a sus artistas en vida, pero que está presto a hacerle homenajes, bustos, nombrar calles, colecciones de libros, y toda esa basura con que se pretende honrar a los muertos. Alá reciba tu alma y festeje tus versos. Yo me quedaré por ahora a celebrar los recuerdos. 

*Un verso de Agramonte

2 comentarios:

  1. arnold augusto sierraabril 22, 2015

    Conmueve el animo en todos los sentidos. Conocer de ti a un Personaje como Tarso Agramonte Ordoñez, es estimulante, es un sacudon a la realidad propia, de cada uno de los Tarsos que llevamos en nuestro peregrinar por la senda agreste que es la vida. No es fácil. Cuando la pluma tiembla y en el estómago no hay mariposas sino fieros cucarrones que nos reclaman vitute, ahí es donde el romántico tono del escribir se torna implacable. Maestro, Juan Carlos Céspedes Acosta, gracias por compartir tan bella amistad con ese valiente Poeta Tarso Agramonte Ordoñez. Cada uno le llevamos inherente.

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  2. Había otro Tarcisio, el de Bogotá, arropado de paño en tierra fría, Un intelectual brillante, lúcido y aguerrido que luchó por la cultura en La Candelaria. Nos quedan sus enseñanzas, más de historiador de la vida.

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