sábado, 2 de mayo de 2015

Bitácora

El arte de la paz

“…las personas que estudian arte y literatura aprenden a imaginar la situación
de otros seres humanos, capacidad ésta que resulta fundamental para una
democracia prospera...”


Ruth O´Brien. (1)


Es muy difícil estar en desacuerdo con eventos artísticos, como la Primera Cumbre Mundial de Arte y Cultura por la Paz, realizada en Bogotá hace días, eventos que contribuyen a reflexionar sobre la desaparición de las causas de la vieja guerra nacional y sobre todo, con el buen espíritu del editorial de El Espectador (El arte al servicio de la paz), el artículo en El Tiempo, de Cristian Valencia (El regreso de las humanidades) y el texto de Santiago Parda en la revista Arcadia, también sobre humanidades y la ciencia.

En Colombia si la voz, la creatividad y la inventiva de los artistas se tuvieran en cuenta, tal vez el país fuera otro, pero la voz de los creadores es marginal.

¿Para qué la comisión de los sabios en los tiempos de Gaviria? García Márquez y el mismo neurocientífico Rodolfo Llinas escribieron sus libros, pero nadie los leyó ni a nadie le importó, comenzando por todos los gobiernos hasta el día de hoy. ¿Diez mil becas universitarias? ¿No creen ustedes que desde el gobierno Gaviria se han perdido más de dos décadas en la búsqueda del mejoramiento de la calidad de la educación en Colombia?

La visión del arte debe integrarse y contribuir a la humanización no solo de los guerreros y la guerra, sino del hombre colombiano común, y común somos todos. Los artistas con sus extravagancias y sus ideas extraordinarias deben estar en las escuelas, en las iglesias, en las universidades, en las casas de las culturas, en las alcaldías, en todos los espacios donde sea posible pensar, repensar y reflexionar la hechura de este país.

Sería interesante que desde todas las páginas de la prensa escrita, todos los lectores pudieran leer a los novelistas, a los poetas, a los cuentistas, a los pintores, a los teatreros, a todos los que hacen arte nacional, regional y local. Esa apuesta sería interesante si formara parte de la cotidianidad de los lectores, porque una visión, una reflexión del arte puede llevar a otras visiones y reflexiones enriquecedoras y democráticas. Además, le quitaríamos a los “especialistas” de la politiquería el monopolio de pensar y deshacer el país.

La paz ha sido siempre parte del monopolio de los políticos nacionales, como si el resto de los colombianos no formáramos parte del universo de la vida política nacional. La paz, sin embargo, es de todos, de los pobres y de los ricos, de los que gobiernan y los gobernados, de los intelectuales pero también de los que no han podido ir a la escuela. En fin, de todos. La paz es el bien nacional que palpita en cada corazón ciudadano, en cada aldea perdida en el territorio nacional, en el alma de los que no tienen acueducto ni energía eléctrica. Ellos y nosotros tenemos todos los derechos para contribuir con la paz, que vuele, que sueñe, que imagine, que diga algo, que nos cambie la vida.

Uno entiende que a nuestros gobernantes les fastidie el arte de la paz, porque interfiere con la dicha, su dicha, de seguir gobernando el país como lo hacen hoy y porque el arte termina demoliendo las ideas y las ideologías que defienden los privilegios de un sistema salvaje y subdesarrollado como el modelo capitalista colombiano.

El problema de la escuela es que las humanidades son áreas de segunda mano, rellenos académicos que le facilitan la existencia al régimen, porque no lo controvierten, no lo critican, no lo comparan con otros modelos económicos y políticos bienhechores. Su preocupación es el emprendimiento capitalistas, el trabajo, la ganancia financiera, por eso tienen prioridad las matemáticas, las ingenieras y las cosas prácticas. En las humanidades y en el arte por el contrario, un poema o un cuento, incluso una fotografía, pueden ayudar a transformar la vida de un hombre.

El arte de la paz (la poesía, el preforman, el teatro, la música, la pintura) nos enseña a conocer el país, a pensarlo y repensarlo, reflexionarlo, a afinar la crítica, las inferencias y las lógicas dialécticas. Nuestros gobernantes no tienen miedo, porque saben que es mejor tirar piedras, o es mejor la huelga, que la reflexión, que el pensamiento profundo, que es en últimas el que cambia el mundo.

(1).Martha C. Nussbaum. Sin fin de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. Editorial Katz.

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