Un
segundo de valor contra las mafias
Por
Juan Carlos Céspedes A.
Cuando hablamos de mafias, siempre hacemos
una relación involuntaria con las familias sicilianas, y hasta con la ficción
de Mario Puzo, a través de su legendario personaje Don Vito Corleone, y no
estaríamos equivocados, porque la palabra nace en esa isla italiana del Mediterráneo Su significado tiene connotación de clan, pero su estructura y objetivo es
típicamente criminal, como lo respaldan las dos primeras acepciones del
diccionario de la RAE. Pero mi propósito original no es detenerme en la parte
anecdótica de esta palabra, sino en la forma en que ha hecho metástasis en toda
la cultura occidental, más específicamente en nuestro país.
Sin embargo, no voy a detenerme en los
clanes delincuenciales tipos que han asolado nuestra nación desde siempre,
llámese delincuencia común: bandas de atracadores, estafadores,
contrabandistas, sicarios, etc.; o delincuencia organizada: como las típicas
del narcotráfico, trata de personas, de armas, etc. Quiero parar en esas
verdaderas estructuras delincuenciales mal llamadas de «cuello blanco», porque
sus capos son elegantes señores, algunos graduados en importantes universidades del
país, con columnas de «soldados» de todo pelaje, desde el «doctorcito» hasta el
más avivato de los mensajeros. Organizaciones que se han enquistado en todos
los estamentos sociales, montando verdaderas mafias, con un orden lineal de
jerarquía, las cuales tienen por interés fundamental el dinero público.
Se las puede encontrar en las
universidades oficiales, en la salud, en la educación pública, en la justicia,
en los mismos entes de control, y en todo lo que tenga que ver con el
funcionamiento del Estado. Verdaderas estructuras mafiosas que mueven poderes
descomunales, que quitan y ponen funcionarios, que firman contratos
millonarios, que tienen la capacidad del boicot, de la sanción interna. Mafias
que se ramifican, que hacen conexiones y acuerdos con otros corpus en el
sentido de «tú me ayudas en este negocio y yo te ayudo en alguna eventualidad
tuya», que determinan ejerciendo la autoridad y funcionamiento del Estado, obviamente
con su ineficacia, su actuar paquidérmico, porque no es el servicio su razón de
ser, sino el enriquecimiento a través del saqueo, ¡del robo!, que es la palabra
a usar sin eufemismos cándidos para no ruborizar pánfilos.
En sus reuniones a puerta cerrada, al
capo, verdadero criminal sin escrúpulo, se le rinden los informes de los
negocios donde la «familia» tiene su injerencia, si están dando los beneficios
esperados, si hay «obstáculos» que impidan que la maquinaria funcione correctamente.
De allí saldrán las órdenes que irán desde ofrecimientos de sobornos,
directrices para remover a la persona que estorba, o la eliminación física de
quien ha tenido la osadía de frenar sus ganancias. Porque estas mafias tienen
también sus ejecutores, sus «servicios de limpieza», cuando no hacen parte de
la propia familia, los contratan con bandas de delincuencia común para que hagan
el trabajo de la sangre.
Por estructuras de esta jaez, la
política en nuestro país no es el arte de gobernar, ni de servir, sino de lo
contrario, un asunto tenebroso, un oficio de malandrines cuyo único interés es
el enriquecimiento a cualquier precio. Y es el político, quien a través de un
sistema electoral contaminado, sirve de cabeza de playa, para que la mafia se
apodere del ente, llámese Municipio, Distrito, Departamento, Estado, y
cualquier institución, empresa, órgano donde haya dinero, que es, en resumidas
cuentas, lo único que les importa. Que hay políticos limpios, claro, los que
tratan de equilibrar la balanza de ese poder desproporcionado, los Petro, los
Robledo, los Cepeda, las Claudia López, y periodistas, y líderes en derechos
civiles, todos ellos en la mira del poder omnímodo de estas casas del crimen
organizado que no saben ni conocen de límites cuando de proteger sus «inversiones»
se trata. La prueba la pudo ver el país con la saña y desvergüenza con que se
persiguió al alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, le cayó todo el peso del poder,
con todas sus ramificaciones, y hasta la prensa tradicional —es lo primero de
lo que se apoderan las mafias, por eso del cuarto poder—, que mueve a la
opinión pública, siempre ella tan manipulada y convenientemente desinformada,
la gran mayoría.
Mucha gente ha pagado con su vida la
osadía de enfrentar a estas «familias», valga un solo ejemplo, el asesinato del
subdirector del diario La Patria, Orlando Sierra, y como él, mucha gente ha caído
por las balas asesinas de esta cosa
nostra colombiana, que cuida y vela porque nadie les interrumpa sus pingües
ganancias. Y el capo se levanta en medio de la reunión y reparte cachetadas,
coscorrones, manda a callar, empuja por la cabeza, amenaza a «egregios»
alcaldes, concejales, diputados, gobernadores, senadores, representantes, pura
pacotilla frente al verdadero jefe: il
capo.
Pero lo más triste es que el país lo
sabe, la gente entiende que el origen de sus males: desempleo, pésimo sistema
de salud, inseguridad, etc., es el resultado del actuar doloso de estas mafias,
pero está tan anestesiada, tan acobardada, que incluso hacen parte del
engranaje de la estructura mafiosa, la alimentan con sus votos, con su trabajo,
con su silencio. Es tal su poder, su injerencia en nuestra cotidianidad que
muchos ven este mal como algo natural, propio, de nuestra cultura, y es que
nunca han conocido otra cosa, generaciones han nacido, crecido y muerto bajo el
sistema mafioso. Algunos se resignan diciendo que está en los genes, en nuestra
estructura molecular. ¡Falso! El poder es del primario, o sea el pueblo, quien
puede ser su propio amo, o hacerse esclavo por generaciones de las mafias por
un momento de venalidad o cobardía.
Y cada cierto tiempo se presenta la
posibilidad de reventar cadenas, de extirpar este podrido tumor, de quitarles
el poder, de volver las cosas a su verdadera esencia, de ejercer el derecho constitucional inalienable de escribir nuestro destino como nación,
pero las mafias están al acecho, alistan sus chequeras, montan sus estrategias,
organizan sus cuadros de zombis, sus escuadrones de intimidación, sus
periodistas pagados, y llega el día de escribir el presente y futuro de un
país, y en un voto personal, el tuyo, el mío, el de todos, se decide por enésima
vez la situación de nuestro país; solo se necesita un segundo de valor para
derrotar a las mafias.
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