viernes, 7 de febrero de 2014

Bitácora

Mi confesión

Por Pedro Conrado Cúdriz

“En mí han hecho tránsito varias corrientes de la vida, la muerte principalmente, aunque alguien pueda pensar seriamente que la muerte no tiene nada que ver con la vida; quizás a ese fulanito le falte algo de cordura para comprender la organización de los hilos de la vida y el destino, que siempre están atados al cordón de los zapatos de la muerte.

Antes de comenzar a matar prójimos, me inicié en la prostituta filosofía de la vida de ser un malo ejerciendo la maldad y aprendí sin más a matar torcazas, conejos y perros, y la verdad que fue divertido matar pájaros porque caían más rápido a tierra que la misma muerte. Después sobrevino un interregno, descargado de la tensión de los primeros tiempos de mi prehistoria, cuando aprendí a cortarle el vientre a la iguana para sacarle, por el simple prurito, los huevos. Y luego la aburrición de las clases y el sermón de mariquetos empolvados de los profesores, tipejos escuálidos y sin el vicio de la vida, que es el que lleva a uno a la aventura y a la arbitrariedad; fueron días terribles, sobre todo porque nadie en la clase se atrevía a romper el círculo de las tonterías de la formalidad escolar y la moralidad cristiana, tan afecta a la hipocresía, mientras en las iglesias y los conventos ruedan los culos y lo que sabemos.

Sé muy bien, que esto que confieso no contiene hechos maravillosos, por el contrario, son hechos que deberían estar ocultos en la memoria bastarda de un hombre que apenas es la silueta de un animal escapado de un frenocomio; sin embargo, hay que contarlos para que la humanidad no siga descuidando el entorno donde se cría la más peligrosa de las fieras del mundo: el hombre. De vez en cuando asistía a los rituales de las galladas del barrio, donde rompían vírgenes apenitas destetadas y desangraban los anos más diversos. Esa demolición de culos y anos, me ayudó a sobrevivir mientras el tiempo pesaba dolores. La universidad ni siquiera fue una fantasía de mi mente, que yo, a propósito, controlaba como quien controla una jauría de perros rabiosos. La primera prueba de mi vida, fue arrancarle el corazón a mi primer enemigo, mi padre. Y no es para asombros, cuando uno termina matando un cerdo. Como lo definía un amigo mío, cerdo: “Mamífero artiodáctilo y gordo, de la familia páter, que atenta fieramente contra su familia y al que hay que matar antes de que devore su cría.”

Después el camino se abrió fácil para otros asesinatos, hasta alcanzar la pericia de descuartizar cuerpos y seguir matando animales. Todavía no entiendo las alharacas que se oyen en la radio y que además se pueden leer en la prensa como quien lee un paquito de Batman, articulistas no sólo faltos de oficios, sino sujetos escuálidos y sin el vicio de la vida, peligrosos en el seno de sus pequeños mundos, hasta que alguien les pisa la cola. Reconozcan que aquí todo el mundo mata, o ha deseado matar a alguien.

Y no es demasiado la diferencia entre unos y otros, porque algunos somos criminales de verdad y otros, individuos que se congratulan con el asesino, cuando el criminal tumba al que se odia. Aquí todos somos unos asesinos; claro, el crimen depende de quien lo haya cometido, o de la religión a la que se pertenezca: si es un soldado de la patria, es dado de baja; si es la guerrilla, es por la revolución; si es por el paramilitarismo, es por el establecimiento, la patria y el honor de la familia y si es la delincuencia común, es por la supervivencia biológica.

Como se puede observar todos tenemos nuestra ideología y esto resulta muy respetable para la democracia, la que yo defiendo entre otras cosas con la vida, mi fusil y mis huevas, porque es diversa e intolerante con la diferencia. No sé cuánto va durar este experimento, del que aspiro a liberarme más tarde que temprano, pero al fin liberarme, sin tener que reparar a nadie, porque como ya lo dije, nadie en este país merece la reparación al menos que ese alguien sea un ángel, y como aquí no hay ángeles, y  presumo que todos hemos aceptado la teoría de Darwin; es decir, aquí sólo nos salvamos los más fuertes, el equilibrio de este mundo depende de la fuerza y no de la razón. Y yo les represento a este nuevo ser con el que usted tendrá que convivir el resto de sus días, así que prepárese para la supervivencia.”

1 comentario:

  1. "...el equilibrio de este mundo depende de la fuerza y no de la razón." Buen artículo, Pedro. Hemos convertido en doctrina las aberraciones más elementales. Un abrazo.

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