domingo, 7 de abril de 2013

Por el ojo de la cerradura

(En clave muy personal, al cumplirse 9 años del asesinato del alcalde de Santo Tomás, Nelson Mejía Sarmiento). 

“Mi papá se murió sin saber quién asesinó a su hijo Nelson Mejía Sarmiento”. 

Por Tito “Sensación” Mejía 

El viejo César Eurípides Mejía Pizarro murió según el acta de una clínica barranquillera de una fuerte gripe a los 93 años, el 11 de abril del año 2011. 
Mi papá estaba lúcido a pesar de tantos años, su visión y audición eran incólumes, pero en su cara centelleaba el hecho individual del ser humano en tiempos de angustia y dolor, de incesante zozobra interior y exterior que, sabía que se iba a morir sin tener conocimiento a la larga de quién había dado la orden de acabar cobardemente con la vida de su hijo Nelson Mejía Sarmiento, el alcalde en ejercicio de ese entonces de Santo Tomás (Atlántico), aquel 29 de abril de 2004 a escasos metros de las instalaciones del DAS en Barranquilla. Fueron dos disparos certeros a la cabeza del alcalde y también dos disparos certeros al alma de toda la familia, especialmente a la del viejo César.

      Es que a partir de ese instante, mi papá ya no fue el mismo, casi todos los días eran profundamente tristes en su marginal silencio, desde las rurales mañanas hasta cuando las tardes se perdían en el extraño abrazo de las noches que los acunaba. El viejo lloraba calladamente y hablaba de Nelson para sus adentros como exigiendo justicia para que el crimen no quedara como hasta la presente sigue, impune después de ocho años. 
      Papá persistía y persistía en dar a conocer su inconformidad frente a la sociedad como aquel poeta que protesta a través de sus mágicas palabras, llamando a las emisoras casi todos los fines de semana, para ver cómo iban las investigaciones del caso juzgado con relación al crimen de su hijo amado Nelson, y esto de alguna manera porque él me lo manifestó en varias oportunidades, le daba ánimo a su fértil corazón, donde todavía según él, echaban raíces sagazmente la esperanza de que la verdad sobre el asesinato saliera a flote algún día y no se perdiera en el espacio que ahonda el vacío inabordable de la razón de ser o de una locura imprevista del tiempo dolorosamente resignado para todos nosotros, para toda una familia destrozada desde aquel aciago día. Por ejemplo: Mi madre Eloína, quien aún vive, en ocasiones pierde el sentido de las proporciones, y se enlaguna, producto de un Alzheimer, en la intrépida angustia de hallar a su hijo Nelson en casa o en un paisaje paradojal, quedando atrapada además, en un llanto cuasi eterno hasta cuando uno de nosotros: Cipriano, Arnaldo, Bertha, Vilma, Alejandra, Alex, Nolasco o yo, la devolvemos a la realidad de manera injusta, no sin antes pasar por un desmedido torbellino de dolor. Y qué decir de Onésima, la esposa de Nelson, y de sus hijos; pues ellos prefieren guardarse sus pesares en un profundo y respetuoso silencio y acrobacias sálmicas, sin olvidarlo como es lógico un solo instante de sus vidas, sobre todo en las noches cuando los pájaros se alistan para surcar las casas arrastrando el amanecer. 

Presentes ausencias 

      Mi papá era un hombre que a pesar de haber cursado sólo hasta quinto año de primaria, supo recorrer por cuenta propia su camino intelectual, hablando dos idiomas(Español e Inglés, incluso un poco de Alemán)y llegando a ser por muchos años, jefe del departamento de contabilidad de las empresas Scadta, Socograsas e Industrias Yidi. Había que verlo, hablando con excepcional propiedad de la situación política de nuestro país y de otras latitudes, con mis amigos escritores Pedro Conrado Cúdriz y Ramón Molinares Sarmiento en la terraza de la casa, sin dejar escombros regados por las calles de la historia, mientras otros contertulios dominicales en derredor como potrillos sin riendas aprobaban con sus cabezas en el imaginario imperio de la memoria. Recuerdo como si fuese ahora que antes de empezar su intervención, el viejo César prometía ser breve, pero con gentileza también advertía que debía tenerse sumo cuidado cuando se le daba la palabra a un godo laureanista como él, porque se corría el riesgo de que se pasara 20 años hablando sin parar, pero meses después del asesinato de su hijo amado Nelson, papá ya no fue el mismo: tocaba el portón de las angustias, traspasaba el tiempo de evocaciones viejas con su aguda lanza, mientras las huellas de la vida iban quedando impresas en los ojos del alma para siempre con sus lágrimas furtivas y rebeldes ante una “justicia injusta”. 
      Por todo lo anterior, creo que definitivamente: “Mi papá se murió sin saber quién asesinó a su hijo Nelson Mejía Sarmiento, alcalde de Santo Tomás, el 29 de abril de 2004, mientras tanto todos sus familiares estamos aquí, frente a los embates inagotables de las cosas habituales como queriendo despertar lo que parece muerto.” 

¿Quién fue Nelson Mejía Sarmiento? 

      En un país angustiado y salpicado por la crisis social y la violencia, el médico cirujano Nelson Mejía Sarmiento, graduado en La Universidad Estatal de Cuenca (Ecuador), llegó a ser elegido dos veces alcalde
popular de Santo Tomás para los períodos constitucionales de 1995 a 1997 y de 2004 a 2007 (obteniendo las más altas votaciones en la historia del pueblo tomasino y realizando una magnífica labor en su primera administración: ¡Ahí están las obras, ante los ojos de todos!) pero unas balas asesinas acabaron cobardemente con él, aquel 29 de abril de 2004 a las 12:45 de la tarde cuando contaba con 43 años.
      Segundos después, la vida a todos los habitantes de la población se le vino encima como un volcán de iracunda erupción que todo el mundo conoce. Y el pueblo que es soberano y constituyente primario no se convirtió en el payaso de la realidad y supo interpretar la historia, eligiéndolo nuevamente por tercera ocasión aún estando muerto, en la persona de su esposa Onésima Beyeh Cure el domingo 27 de junio de 2004. 
      “Un hombre de puertas abiertas, por donde, sin pedir permiso, entraba todo el quería a cualquier hora del día o de la noche”. 
Ramón Molinares Sarmiento 

      “NELSON no sabía que lo iban a matar. Lo que sí sabía, es que un grupo de amigos y yo lo íbamos a recordar para siempre, y que parodiando al maestro Héctor Abad Faciolince, lucharíamos por rescatarlo del olvido, al menos por unos cuantos años más, que no se sabe cuánto duren, con el poder evocador de las palabras”. 

5 comentarios:

  1. Antonio Alonso Gallardo. Así como la ausencia de un hijo, opaca la vida de un padre, la perdida de un padre opaca la vida de un hijo. Desde que murió mi padre he venido en bajada, con tendencia a subir, pero es más dominante el declive.

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    1. Duele Toño, duele de cualquiera forma:¡subida o en bajada!

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    2. Muy sentido y hermoso tu escrito, y como no va hacerlo si fue tu hermano, si fue tu pabre que murio con la incertidumbre de no saber quien lo arran có d sus brazos, pero sabes a veces es mejor no saber porque duele y duele y sigue doliendo..


      un fuerte abrazo .Giovanna Oobinson rangel

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  2. Profe muy emotivo como describe a su padre y todo lo q sabía con solo quinto uff es de admirar fue grande. Descanse en paz

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  3. Profe muy emotivo como describe a su padre y todo lo q sabía con solo quinto uff es de admirar fue grande. Descanse en paz

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