domingo, 7 de abril de 2013

Bitácora

Emma Reyes, Memoria por correspondencia

Por Pedro Conrado Cúdriz

Curiosamente en estos días de vagancias y lecturas placenteras, un profesor me dijo que él no entendía para qué carajo servían los libros, porque después de años de vicio lector, los libros lo aburrían y le resultaban inútiles. Quisiera comprenderlo, pero aparto la vista y me dedico a disfrutar la lectura de varios libros que compré en diciembre: Memoria por correspondencia, Uribe es la suegra de Santos, de Camilo Durán Casas, Contra la memoria, de David Rieff, Los secretos de Steve Jobs, de Carmine Gallo, y Sin fines de lucros, de Martha C. Nussbaum.

      Cuando uno lee el libro de Emma Reyes, la historia de este país nos da vuelta en la cabeza como un trompo loco; imágenes atroces, que no han desaparecido del todo en el país, nos acompañarán hasta la última página. Y nos llama poderosamente la atención de la narradora el humor, la inocencia recobrada y la ausencia de odios perpetuos, a pesar de “Los miserables”.

      Y logré preguntarme por qué la memoria humana se especializa en guardar tanto dolor y trauma existencial. Quizá porque la memoria de la infancia de Emma Reyes fue terrible, y aunque algunos actos felices de su vida fueron marcados en el libro, éstos no fueron superados por la soledad, la angustia, la orfandad, el maltrato y el vacio del tiempo futuro.

      De Memoria por correspondencia me impresionaron varias cosas: el vaciado de la bacinilla, que “habíamos usado todos durante la noche”; la historia del general Rebollo, un muñeco que representaba la simbología de los afectos perdidos y posteriormente la historia de Terrarrurra, otro muñeco simbólico de la locura de la soledad en el convento; la historia del diablo y todo el adoctrinamiento religioso medieval que nunca fue comprendido por la niña.

      Emma reyes vivió en las primeras décadas del siglo XX, recluida en un claustro religioso, hasta que se escapó de la tiranía del sistema y se hizo pintora, lejos de ese mundo viciado, quien lo creyera, por la ausencia de Dios.

      Los que hemos leído el libro, sabemos que desde que abrimos la primera epístola, nos fue difícil abandonarlo. La narración es fluida y pegajosa, igualmente graciosa, sobre todo para una mujer que aprendió los líos de la lectura y la escritura casi en la pubertad. Narrar tiene su arte y la autora de Memoria por correspondencia lo aprendió a hacer desde la necesidad de una oralidad que la ayudara a aquietar el sufrimiento.

      En la aventura del vivir la autora nos cuenta los pormenores de su desarrollo infantil, la locura perpetua de los adultos, la pedofilia y la locura de un hombre que le vació el contenido de los desperdicios de su vejiga en el cuerpo cuando había cumplido cuatro años; incluso nos narra la primera vez que vio un monstruo de cuatro llantas, asomando su rostro y sus ojos gigantes e iluminados, pero recorriendo la calle.

      El testimonio del profesor sobre la inutilidad de los libros, me cae como una montaña viviente, porque la lectura de un libro como este que reseño, vuelve inútil la sentencia profesoral. En este libro está atrapada la inocencia de miles de niños huérfanos de Colombia y sobre todo, el desfile de imágenes que nos sobrecogen por inverosímiles. Nunca la inocencia de los niños ha sido respetada en este país y Memoria por correspondencia es un testimonio incomparable para saber que en esta nación la niñez es una aventura dolorosa. Duele ser niño, pero también duele ser adulto

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