domingo, 2 de diciembre de 2012

Vox populi

Ensalada española:
Una mezcla confusa sin conexión.

Por Alfonso Hamburger

Usualmente se dice que al perro macho lo capan una sola vez y que guerra avisada no mata a cojo, pero  yo, que había pregonado por el mundo el cuento del profesor Joche Rodríguez, he repetido la escena, consciente de que me iba a llevar una frustración, muchos años después.

      Hace quizás treinta años, en los mejores tiempos del Instituto Rodríguez, en que el carro del profesor con solo pitar espantaba a  los estudiantes que andaban por las calles jugando chimarra, el distinguido maestro quiso deslumbrar a su chofer, en uno de tantos viajes a Cartagena, pidiendo una ensalada rusa, que jamás había probado, en un restaurante de lujo. En cambio, su chofer, para ir seguro, a la fija, pidió simplemente un mondongo, no obstante que en la carta decía “Cayitos a la madrileña”.

      Una vez le trajeron la ensalada, el profesor hizo varios intentos por entender su suerte. Metía el tenedor  y solo puyaba hojas y más hojas, coles, repollos fríos y pimentones duros rociados con vinagre. Es decir, una mezcla confusa y sin conexión. El profesor miraba con ansias locas como su chofer devoraba el mondongo, mientras él no encontraba siquiera la forma de asir las hojas frías e insipidas que le habían servido.
      -         Tas puyao, eso solo te pasa a ti, reía por dentro el chofer.

      Y tanto repetir este cuento que en esta visita a Santa Marta, que lo he vivido doblemente, en este taller liderado por Consejo de Redacción, sobre seguimiento a los dineros públicos. Primero fue en un restaurante Italiano, que se congestionó con solo los 21 periodistas del taller. Pedí un asado al horno y lo que sirvieron no fue más que una carne guisada.
      Y por la noche, en un restaurante de comida española  o  al menos atendido por españoles, fui el ultimo en ser atendido. Y para no llevarme una frustración, en una gama de nombres extrañas del menú, pedí pechuga de pollo. Al rato se acercó el español – un tipo calvo, flaco, barbudo y mal vestido- a disculparse,  pues se había acabado el pollo.  Los compañeros ya estaban desesperados, pues la luz se fue dos veces, pero los pedidos no llegaban. Y esos que no habían ido todos, sino una parte.
      -         Tráigame la especialidad de la casa, pero algo que sea liviano, le ordené.

      -         Ah, una ensalada española Tibai (algo así)

      -         ¿Qué trae?

      -         Pimentón, repollo, huevos cocidos, vinagre, etc.

      -         Listo, le dije.

      Al cabo rato el español trajo la ensalada.  Tenía medio cuarto de  huevos de gallina  cocido, repollo fresco y pimentón duro que fue quedando amontonado. Una vaina insípida, sin conexión con mi paladar. ¡Qué vaina desastrosa!
      Con el precio que pagué por la ensalada española, en Magangué se habrían comprado tres boca- chicos grandes con bastante yuca , guarapo de panela y limón  y habría alcanzado para tres personas.

      La idea es ir a la fija,  para no llevarnos tremenda frustración.
     Lo cierto es que busqué la receta española en la Internet y no hallé ni rastro. Menos mal que ensalada también es  una composición poética en la cual se incluyen esparcidos versos de otras poesías.

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