martes, 4 de diciembre de 2012

Mundo de palabras

Del «árbol de la amistad» debe caer la fruta «podrida»

Por Jairo Cala Otero

Hay algunas personas que renuncian a tener amigos, sus razones tendrán. Otras se quejan porque no consiguen amigos, sus razones tendrán. Y unas pocas quieren llenarse de miles de amigos, como dice la canción de Roberto Carlos; también sus razones tendrán. A cada grupo, e individualmente a cada persona, deberá respetársele su apreciación sobre la amistad.

      Quienes aprecian la amistad en una dimensión más allá de una simple relación social dicen que un amigo es un ángel custodio que se nos asigna, para que cuide de nosotros. Es probable que eso sea cierto. Porque no es mentira que hay amigos tan entregados a sus amigos que son capaces de velar por ellos en todas las facetas que la vida les ofrece. Por supuesto, sin enfocarnos apenas en aquellos episodios en que algún altibajo monetario se aposenta en nuestro entorno y nos hace la vida imposible, porque nos taladra el alma. Aunque ese aspecto está incluido, pero no es el único.

      Hay amigos que se comportan mucho mejor que algunos hermanos. Y estos, a veces, son tan frívolos en el trato con sus consanguíneos que podría decirse que tienen más «calor humano» los pingüinos que ellos. ¡Casos se dan por doquier!

      Descorazona, pero es preciso hacer referencia a los amigos desleales, a los que traicionan la causa por la que dijeron establecer una relación fraterna con alguien; a los que no se arredran para pensar solamente en sus voraces apetitos y asestar un duro golpe a sus mejores amigos en un negocio, o en circunstancia semejante en que el «dios» dinero se inmiscuye, casi que inevitablemente. Como en los casos en que con argucias ─que usan como escudo─ esos falsos amigos arrollan a sus relacionados; los despojan de dinero sagrado, obtenido por servicios prestados eficientemente (a veces para librar al saqueador de compromisos que no fue capaz de cumplir). Después acuden a argumentos insulsos e injustificables, para tratar de validar su latrocinio. 

      En esos y en muchos otros casos la amistad traicionada duele, duele tanto como debe de doler una herida de bala o de arma cortopunzante sobre el pecho. Pero, poco a poco, como bálsamo mágico, el paso del tiempo disipa ese dolor, si bien hay que soportarlo por largo trecho. Pero se pierde en el inescrutable «túnel del tiempo». Entonces es cuando se puede afirmar que el traicionado ha sacudido el «árbol de la amistad» para hacer que la «fruta podrida» cayera al suelo, y se consumara hasta su desaparición por sí misma con el silencioso abono del desdén y el olvido de quien fue su «fruticultor».

      Quizás esos episodios desalentadores son los que hacen que muchos digan que no hay amigos de verdad, sino simples conocidos. Hemos de concederles razón también, por respeto a sus sentimientos. Significa que aquellos traidores solo usaron la bondad del término ‘amistad’ para saciar su apetito de lucro monetario, a nombre de su amigo traicionado y de la soberana relación amistosa. ¡Son semejantes a un «dólar ruso»; o a un billete de cincuenta mil pesos en cachemira!
  
      Pero amigos sí hay. Por doquier se pueden encontrar, pero hay que saber buscarlos y seleccionarlos. He ahí la diferencia. No es asunto de sentarse a aguardar su llegada, pues aunque eso pueda suceder no tiene el mismo mérito que decir: «Conquisté una amistad valiosísima con fulano o mengana».

      Amigo, entonces, no es el que se aprovecha del otro para beneficiarse. ¡Ese es un granuja! Amigo es quien al guardar reverencial respeto por la relación de amistad, jamás osaría comportarse como vulgar bandido con su amigo. 

      El amigo real es capaz de actuar en todo momento con franqueza, lealtad, transparencia, sinceridad y, ante todo, con sumo respeto por el otro. 

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