viernes, 7 de diciembre de 2012

Bitácora

El complejo mundo de las cosas

Por Pedro Conrado Cúdriz

Están sueltas por el mundo doméstico de uno, sin arbitrariedad y sin ninguna clase de insolencias. Están puestas con ternura y esmero en los rincones, en la sala o en la alcoba, incluso, llegan hasta el baño con la paciencia de un objeto en apariencia domesticado. En otras ocasiones se van con uno de paseo por el barrio, o por la ciudad, o por el último rincón del mundo; tienen los privilegios que no tienen otros seres vivos y viven esto último como quien ignora la muerte. 

      Son unas observadoras acuciosas de nuestros aleteos por el universo de la casa y sin ninguna clase de asombros, nos ven volar cerca de ellas, y sólo se espantan con la cola luminosa de su propia risa, que es un canto al silencio de lluvia de las horas. Cuando nos ven ajetreados o estresados, a ellas les gustaría compartir con nosotros las penas y las argucias de la existencia, pero solamente nos observan porque la naturaleza de las que están hechas, no les permite ir más allá de la hermosura de la contemplación y la quietud. Su sufrimiento es entonces atroz, porque de tanto convivir con nosotros sus afectos se han depurado con exquisitez en la vieja manía del vivir juntos.

      Nosotros en cambio, las ignoramos en la espesura de los días y las noches; tanto, que ellas también se olvidan de sus propias existencias. Los fines de semana, recordamos que ellas también forman parte del paisaje familiar y es en esos instantes, cuando las tocamos y las limpiamos con los trapos más viejos de la casa sin demostrarles el aprecio por sus servicios decorativos. ¿Qué sería de la casa sin ellas? o ¿qué sería de la vida personal de nosotros sin sus servicios? No me atrevo a responder estas preguntas por el temor a que me escuchen, o por el miedo de ser descubierto in fraganti y  entonces, ellas se resistan a brillar con fulgor las instancias. 

      Uno sin embargo, no piensa que las cosas sientan y piensen por si solas, uno las cree inertes porque se dejan arrastrar de un lugar para otro, como le ocurre a María, o a todas las Marías y a todas las Martinas del mundo, que todas las semanas desarreglan la casa y los objetos, que así también se le llama a las cosas, en una aventura graciosa para éstas, que parecían condenadas al mismo lugar. En el nuevo arreglo de las instancias de la sala, la risa de los objetos es ensordecedora y cómplice; los humanos no hemos podido comunicarnos con las cosas por falta de entrenamiento y cuidado en el desciframiento de su lenguaje misterioso. Yo sólo he logrado conocer a una persona que lograba comunicarse con las cosas y al que todos consideraban un orate de cuatro pisos. En alguno de los días mágicos, esta persona hablaba seriamente de esclavitud con las cosas, sobre todo con las mayores, sea el padre o la madre, porque las más jóvenes eran entrenadas para poder alcanzar la sensibilidad de las mayores, que podían comunicarse con algunos humanos sin mayores esfuerzos. En las conversaciones, lograba enterarme del mal genio de las cosas y de su posición de esclavistas. “No logro, decía una, comprender porque los seres humanos dependen tanto de nosotras” .

      En estas conversaciones de desquiciados logré comprender la inversión del mundo, en la cual los seres humanos se creían dueños del universo con sus cosas y sus manuales, los equipos, los trajes, los CDs, los abanicos, las computadoras, los autos, las mesas, las sillas, las grabadoras, los aretes, los dientes de oro y todas las cosas que ellos lograban adquirir con el dinero, con el que podían comprarlo casi todo, o creían comprarlo todo, sin saber que nada era de nadie y si acaso, terminábamos esclavos de ese mundo de cachivaches que dominaban los espacios físicos y de paso nos esclavizaban a todos nosotros. Cómo nos asombra, mejor, cómo me asombra a mí, la economía de objetos de los chinos, sin tanto perendengue y sin tantas cosas de estorbos en las instancias que habitan; son menos esclavos que nosotros y más inteligentes culturalmente porque todas las cosas que hacen las venden a occidente y ellos sólo se quedan con las sensaciones de haber tocado el poder de los objetos que fabrican. La variedad de la cultura occidental que nosotros representamos no ha logrado entender todavía el sistema esclavistas que representa el complejo mundo de las cosas, lo que quiere decir que éstas seguirán siendo más importantes que nosotros, los seres humanos, y por más tiempo del previsto.

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