sábado, 12 de septiembre de 2020

Bitácora

 Las ausencias de los amigos 

Por Pedro Conrado Cúdriz

Lo que sentimos en medio del confinamiento pandémico –llevamos cinco meses de ausencias sociales- es individual, cada quien lo ha sufrido a su manera. Personalmente me he sentido extraño, fuera de lugar, a veces he sentido que no soy yo, o mejor, que no soy el mismo, que mi percepción del mundo, de la vida y del hombre es otra, quizás peor. Alguna crisis existencial ha bordeado mi vida y también la ha bordeado el espanto. En esos instantes no sé lo que tengo y lo achaco al maldito confinamiento, al duro aislamiento, a esta abruptiva y extraordinaria experiencia de sobrevivir la vida alejado de los amigos. En esos momentos, vivo acompañado de oscuros pensamientos no tan lejos de la sangre derramada en una nación amante de la guerra. Y estar ahí, sentado y automatizado por el teletrabajo, obnubilado y con los ojos secos por la máquina que me conturba, por el sentimiento extraño de ser una extensión de tuercas y tornillos de la inteligencia artificial y no cuerpo, absolutamente cuerpo humano. En la virtualidad, la conciencia  del otro es reemplazada por la conciencia de la máquina. No podemos ser humanos sin ella. He ahí otro dolor, otra conciencia de sí mismos. Y a mi frágil memoria arrinconada en aquellas imágenes del robot reemplazando al hombre en los trabajos domésticos, irrumpe peligrosamente la deshumanización del trabajo y la automatización humana. 

He escuchado quejas febriles, vibratorias, de compañeros de trabajo hastiados de los computadores, les he oído decir, lo insoportable y lo inimaginable que es pensar y hablar con una máquina. Dicen que después que se levantan y se alejan de ella, su sueño sigue acompañado del tic tac de las teclas o de la voz vibratoria que expulsa la maquinita. Es horror, pero es un horror no reconocido. Y llega otra vez la mañana, alineada en las repeticiones inocuas de lo mismo, la ensarta de acciones que no son hábitos, sino simple activismo laboral, hacer y hacer, no para cambiar el mundo sino para seguir bregando en la telaraña de las apariencias no esenciales de lo políticamente correcto. 

Aterra este mundo infernal de lo aparencial, esta manía loca de hacer y hacer acompañada de la creencia dogmática de cambiar las cosas. Es otra muerte lenta, aburrimiento absoluto del vivir en el no tiempo o en la improductividad de las que nos habla Byung Chal Hun en sus libros. “Mañana es otro día,” escuchó la voz de Gloria a través del celular. Y, sí, es otro día, pero no el deseado.   

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