domingo, 21 de abril de 2019

Bitácora

La risa

Por Pedro Conrado Cúdriz

“Cuando la risa es genuina (…) revela una conciencia mayor de las cosas…” Paul Brito

No voy a mentirles, el texto que leen lo inspiró Paul Brito, concretamente su artículo “Lo cómico como sensor cósmico,” publicado en el magazín de El Heraldo, este domingo inmediatamente anterior.

Uno supone que la risa es la expresión de una persona espiritualmente saludable. Sin embargo, la escamosa realidad contradice esta aseveración común. Porque la risa es humana.

Y no es poseedora exclusiva de ella ninguna de las clases sociales que integran la clasificación de las sociedades del capitalismo occidental.  Ningún sujeto, pues. Los pobres se ríen, los más pobres también. Los ricos se ríen, los más ricos también. Cierto, la risa es profunda y en exclusividad humana.

La risa es la explosión espiritual de un alma libre. Expresión de aquel ser que sabe que reírse es una venganza contra un día tan terrible como aburridor. Esa es la razón por la que los psicólogos, los psiquiatras, los filósofos y los sociólogos dicen que reírse es liberador. Distensiona, desestresa y rompe la fuerza de una tensión acumulada en el cuerpo. Tensión-energía en voltios extraordinariamente negativos. 

La risa le abre un paréntesis al dolor, al sufrimiento, al tedio. “Vamos, hombre, refiere un chiste para reírnos,” le dice uno al cuentachistes de la cuadra. Y cuando éste inicia ya hay más de veinte tipos alrededor del humorista, prestos a romper por un rato, la quietud de las horas de la arrebatada abulia.

La risa es levedad. Italo Calvino en Las seis propuestas para el próximo milenio, cuenta una historia, que más bien es una metáfora del quite, una manera de zafarse del peligro o del peso de la realidad. Cuando Guido Cavalcanti es perseguido por el grupo de Micer Betto, aquel vuela entre las tumbas para poder liberarse de la persecución. La risa nos quita de encima el peso del mundo por unos instantes. Es una liberación de la conciencia petrificada por el miedo. Es como la tensión creativa del artista, que bajo su inspiración se olvida de la realidad que lo tortura.

Desde la primera carcajada hasta la última, la risa es una experiencia emocional humana, impracticable por los rígidos sujetos de la moralidad, los fanatismos y los tiranos. Porque incluso, la risa es peligrosa. Recuerden la novela de Eco, El nombre de la rosa, y los crímenes ocurridos en una abadía por el afán de ocultar el libro de la risa.

No se escoge la hora para reír. Pero mi cuñada, Miriam Berdugo, cuando aterriza en Santo Tomás, busca a sus hermanas y a un jovencito de la cuadra, Alcides, para reír a carcajadas con las historias, que el muchacho le repite cada vez que viene al pueblo. Sus carcajadas alcanzan decibeles increíbles, que el vecindario ríe al compás de las olas del movimiento de sus gargantas y cuerpos.

La risa es un hachazo en el centro de una realidad abrumadoramente pesada o acartonada. Los lectores de los cuentos de Cortázar reconocen el hachazo o el nocaut en sus historias. Es la sorpresa, lo inimaginable, el final impensado. Por eso nos reímos con el chiste, porque nos desestructura del mundo serio de lo cotidiano. Le abre un boquete para la burla. Acuérdense de Mafalda y su afán de ridiculizar la vida adulta, el mundo. Ver a la vecina caminar emperejilada y luego tropezar para caer a tierra, no evita la vergüenza y menos que soltemos los perros de la risa, que en aquel instante parece una intrusa.  Como el dolor y la pena que origina el difunto en la familia.    

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