sábado, 14 de julio de 2018

Bitácora

De cómo resucitó Aquiles

Por Pedro Conrado Cúdriz

Me da miedo decir que El ideal de Aquiles de Paul Brito, no es una lectura fácil –aunque ninguna lectura lo es–, pero la asumí sin otro verbo que las ganas y la pasión de leer. Desde un comienzo surge la primera pregunta: ¿Cómo comprender a Aquiles? El texto se inicia así: “La paradoja es la siguiente: Aquiles, el de los pies ligeros, debía competir en una carrera contra una tortuga. Como era el más veloz, se permitió darle una ventaja”. Pero el problema del héroe no es la carrera, sino lo que el autor va contándonos de la evolución espiritual del personaje, su lucha contra el infinito, el aburrimiento, las dudas, la lucha contra la distancia, las trampas del juego, el hombre ideal, la miseria y la fragilidad humana. Puedo definir el libro como un “documento” contra el rol de la fama y el éxito en la vida del hombre y al final también contra el espectáculo de lo ridículo.

El ideal de Aquiles nos ayuda a aterrizar la historia más allá de la anécdota, a trascenderla para entender las claves de la carrera, el peso de la existencia y la libertad en la vida del héroe. La tortuga es una simple excusa para levantar el perfil de Aquiles. En cada centímetro o metro vencido por el personaje se define su esencia de hombre, lo que es y no es, sus limitaciones y ventajas, el “caparazón de su universo”. Antes de aprender a volar, Aquiles tiene que aprender a correr. Esta es la lección que no quiere aprender el héroe: hay que aprender a correr antes de aprender a volar. Seguramente Aquiles nunca vio volar un avión. Sin embargo, aprenderá a distinguir el alba. Aquiles es un personaje tan fuerte como Gregorio Samsa o Meursault o el propio Coronel, el que nos pinta Gabriel García Márquez en El coronel no tiene quien le escriba. No hay manera de negarle a Aquiles su protagonismo en la historia de la literatura. Uno le puede tener lástima o resistencia, pero jamás indiferencia. Hay tanta ternura en él, que su belleza es la derrota.  

En el texto de Paul Brito hay un mundo filosófico recobrado, una vieja paradoja de la vida, la historia y los libros. El libro resucita a Zenón de Elea pero también recupera el mito de Aquiles, encumbrado en otras imágenes de las narraciones del cine y no corriendo contra la tortuga, sino contra sí mismo para tener un lugar en la historia de la inmortalidad.

Aunque en el libro surgen los recuerdos de espartanos y troyanos, sus guerras, la Ilíada de Homero, Héctor, París, el caballo de Troya, hay en la escritura de Brito la intención de convertir a Aquiles en un personaje del nuevo milenio, un héroe de carne y huesos que vive en la metrópoli y va de compras al centro comercial como cualquier hombre común y terrígeno. Sin embargo, pensar en una paradoja es pensar en una contradicción y concretamente en lo contrario a la opinión del hombre común, y en expresiones sin alguna aparente clase de lógica que suelen escucharse en la vida real. Por ejemplo: “Sí, el tipo tiene mucho dinero, pero sigue siendo pobre” o “Míralo, es tan avaro que, en su misma riqueza, sigue siendo tan pobre como rico”.

Uno le reconoce a Brito su sapiencia en la crónica y los ensayos, y El ideal de Aquiles no deja de ser un trabajo ensayístico, la presentación de una pensada hipótesis sobre el triunfo, la fama, la derrota y la ridiculez, y en últimas también sobre la paradoja. En cada historia el autor va presentándonos lo que piensa del drama del joven Aquiles y, como en una secuencia fotográfica, nos va entregando de a poco, pacientemente, las minucias de sus intenciones, motivaciones, frustraciones y derrotas. Uno nunca ve a Aquiles ganando una carrera, solo lo observa en competencia contra un animal pesadamente lento, y lo encuentra equiparado algunas veces con el galápago por la decadencia de su cordura o de su sentido común.

Afirma Paul Brito en la edición número 189 de la revista El Malpensante, dentro del ensayo “Lecciones para aprender a correr” sobre Usain Bolt, el atleta jamaiquino más rápido de la historia,  que “la velocidad lo alcanza siempre en movimiento. La velocidad se torna aceleración, profundidad”. Contrariamente, cada paso de la tortuga está profundamente arraigado a la pista. Uno puede pensar entonces en la lentitud como una meta infinita, inalcanzable e inconquistable. Y puede sentir no la pesadez del cuerpo, sino la respiración de la pausa, mientras se pasa de un punto infinito a otro, sin apuro y sin ansiedad.

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