viernes, 8 de diciembre de 2017

Bitácora

Violación

Por Pedro Conrado Cúdriz

Hablemos del miedo y de la verga, del patricio que la cultiva desde niño para convertirla en un arma de muerte. Y no del pene, que remite a decencia, a vocabulario de infancia pudorosa, casta, niño débil.

La vagina de la niña, por el contrario, como la vasija de porcelana de casa, se cuida en extremo para que no estalle en ninguna parte, y debe prolongarse el cuidado en el tiempo para la época de la siembra.

Muy diferente a los genitales masculinos, que deben experimentar desde la imaginación infantil la fina puntería para los tiempos de la caza.

“Los niños, escribe, Charle E Blow, en The New York, y reproducido su artículo en El Espectador, serán niños y las niñas serán víctimas.”

En esto consiste la formación y la educación sentimental machista, en producir en serie victimarios sexuales (bestias) y víctimas, modelos desafectos, sociópatas afectivos, seres irresponsables y sin empatía, cazadores de fragmentos corporales (vaginas), depredadores sociales y asesinos.

La polla se luce en las fiestas, en la playa, en el número de mujeres e hijos que se tienen, o en las contertulias de vecinos donde se cuentan por cruces las desvirgadas, como en el otrora oeste norteamericano cuando los pistoleros contaban sus muertos.

La culpa es de la vulva, dicen algunos, que es descerebrada, exhibicionista, pantaloncitos cortos, atrevidos, falda corta, sonriente y provocativa. O como decían los abuelos: “El toro anda suelto.”

A las niñas entonces hay que protegerlas, no dejarlas salir solas, con trajes que le oculten el pudor, cuidarlas de cualquier clase de aventura en la calle.

En el caso colombiano, las violaciones no son el producto solo de organizaciones armadas. Detrás de estas fortalezas de machos está oculta, casi invisible, el falo o su poder destructor de almas, que ilumina como una vela, el fetiche sexual de la cuca, la adoración de la religión machista. Falta un altar para celebrar las desvirgadas, un culto sagrado con sacerdotes y acólitos; vale decir, una religión como las otras. En esa especie de religión sexual han sido nombrados hoy el guerrillero Raúl Reyes, el paramilitar Hernán Giraldo y el militar Raúl Muñoz.

Y no es la vagina con su forma y estética corporal la que atrae al depredador, es otra cosa que está en la esencia del criminal, en el pedófilo, en el abusador: el instinto sexual primitivo, aconductuado culturalmente para ver al otro o la otra como objeto de caza.
Blow afirma que somos “unos imbéciles a la hora de leer las sutilezas de la atracción o la aversión.” En la sonrisa de una mujer entonces, nos imaginamos lo que no es y en el rechazo, las pulsaciones están en un corazón egolátrico y resentido que no cree merecerse una negación de su sexo opuesto.

Toda una fina sensibilidad machista, mejor, una “enfermedad social” que toma el nombre de retaliación o vendetta sexual por el rechazo.

 El culto a la hombría es el culto al pito, pero también la adoración de la vulva. Es imposible comprender este fenómeno sociológico si no se entiende la función de la cuca en la vida del macho. Y ella, la vagina, es la excusa para dominar a la mujer. Entonces el sexo se convierte en el instrumento para el sometimiento, igual las instituciones del matrimonio y la familia, la escuela, la política y el ejército.

Con razón las mujeres ganan menos que los hombres, aunque hagan lo mismo en el trabajo; con razón su educación es podridamente sentimental; con razón a los hombres no los violan las mujeres; con razón las mujeres no caminan solas por el mundo; con razón, la sinrazón del sexo patriarcal es diferente de la razón del corazón de la mujer.

Para terminar esta “arenga” creo que la culpa no es de la vagina, es de la educación sentimental machista que se reproduce en una serie de hombres que invade, viola, abusa y a toda hora gusta escavar en el cuerpo de una mujer.

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