martes, 25 de octubre de 2016

Los rostros de la violencia

Los rostros de la violencia

Por Germán Martínez Brochero

Los colombianos nos hemos acostumbrados a vivir con dos tipos de violencia: Una producida por el conflicto armado que todavía padece este país, cuya naturaleza es ideológica y se ubica principalmente en el sector rural, que aunque se presenta eventualmente, sus efectos ocasionan daños colaterales de lesa humanidad, especialmente a la sociedad civil que accidentalmente queda en la mitad de éste. 

Los principales actores involucrados en esta forma de violencia, son combatientes entrenados militarmente, que obligatoriamente tienen que enfrentarse en el campo de batalla, unos en cumplimiento de sus deberes constitucionales de protección a la patria y a sus ciudadanos y, otros aferrados a una lucha interminable, que tiene diversas causas y orígenes.

La otra forma de violencia se concentra más en los sectores urbanos. Se caracteriza porque es de recurrencia permanente y no es de naturaleza ideológica, sino que es provocada por distintos factores, principalmente por los problemas sociales y los fenómenos demográficos. Sus actores provienen de diferentes vertientes de la sociedad y las modalidades de generar violencia tienen distintas causas y procedimientos, por cuanto algunos actúan por cuenta propia, otros hacen parte de la delincuencia o hampa común y, otros más, actúan de manera colectiva, por cuanto integran bandas o estructuras criminales debidamente organizadas.

En ambos casos, ninguna de las dos formas de violencia son benéficas para una sociedad, al contrario, ambas son indicadores del estado de degradación en que se encuentra ésta, porque su accionar lo que produce al interior de la misma, además de dolor y muerte, es una sensación permanente de inseguridad y temor. Sabemos que la Paz, más que ausencia de guerra, es una experiencia individual que se conquista desde el interior de cada persona y que luego se exterioriza hacia a la sociedad, donde se vuelve parte integral de ésta, lo cual es la base para la construcción del tejido social,  que es lo que hace que una sociedad sea tolerante, respetuosa de las diferencias, menos desigual, más justa y equitativa en todos los aspectos.

Para construir tejido social en una sociedad acostumbrada a la violencia, es necesario que el Estado haga del capital humano que compone dicha sociedad, una masa formada en valores y principios morales, para lo cual tiene que invertir en la principal riqueza que tiene una nación, por encima de sus recursos naturales, la cultura y la educación, porque es con estas herramientas, que se le brindan las oportunidades a los que socialmente se sienten marginados, discriminados o desamparados, para que más tarde se desempeñen en algo productivo, que le permita mejorar sus condiciones de vida y las de su comunidad y, así  de ésta manera, evitar los resentimientos y los odios, que son los que desencadenan las distintas expresiones de la violencia.

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