lunes, 13 de junio de 2016

Bitácora

Brújula de los deseos

Por Pedro Conrado Cúdriz

“Es mejor comprar un libro en el evento de lanzamiento, que en las relaciones frías del comercio de las librerías. Uno tiene tiempo de conversar con los autores y con algunos asistentes sobre libros y otras pinturas…”

No sabía que existía Adriana Rosas Consuegra como otros seres en el universo, como otras estrellas, como otras cosas, como otros animales, como otros autores en el mundo, como otros mares, como otras islas, como no sabía que existían ciertas ciudades. Era la primera vez que la veía, y la vi en medio de la penumbra intencional de la Cueva, buscando algo y yo sin saber que era ella, la autora de “Brújula de los deseos”; confieso que mi alma fue zarandeada por una corriente de simpatía, quizá por el misterio de su sonrisa o por un extraño no sé qué neurológico que asombra a todos los seres humanos. Y luego fuimos convocados por Julio Olaciregui al salón del lanzamiento de los libros, incluyendo el suyo.

Ella es sencilla y humilde como su prosa. Compré su libro y me regaló su autógrafo y una fotografía en medio de la emoción del instante. Es mejor comprar un libro en el evento de lanzamiento, que en las relaciones frías del comercio de las librerías. Uno tiene tiempo de conversar con los autores y con algunos asistentes sobre libros y otras pinturas, observar que los jovencitos de hoy también compran libros; en fin, es mejor.

Con “Brújula de los deseos”, uno podría pensar que es un libro para el olvido, para la diletancia lectora, pero en verdad es un libro de viaje, de aventuras, y esto ya es placer, poder. Para parafrasear a Adriana Rosas, no importa el libro, solo leer. “… no importan los lugares tan sólo el sabernos estar aquí.” Es una escritura sin pretensiones de ninguna especie, no como los libros de aquellos filósofos abstrusos que tanto detestó el escritor rumano, nacionalizado en Francia, Cioran, y que tanto nos repelan también a nosotros; es una escritura viajera para contar la aventura del vivir (el instante sellado en la memoria juguetona de la escritora y del lector que ha aprendido a viajar en los libros), aventura marcada por el ir y venir de un lugar de la tierra a otro punto del mundo (Panamá, EEUU, España, Barcelona, Ámsterdam, Colón, Sabanalarga, Suan, Barranquilla, París…). Es una escritura limpia, higiénica, como la del autor del Viejo y el mar o la de Raymomd Carver, y allá al fondo el festejo del fantasma de Leila Guerreiro. Es la escritura que cuenta un viaje, el de ella: “… mis ojos brillantes por cosas que nunca había visto antes, mis ojos agradecidos por haberme llevado a esa ciudad.” (Ámsterdam)

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