Por: Luis Payares Mercado
Todo niño Colombiano que cursa el grado primero de primaria, como si fuera una ley escolar lleva en su mochila o bolso una cartilla Nacho; libro útil a maestro y alumno; que en el contenido de sus páginas finales y con llamativos íconos expone el famoso poema, poesía o fábula “El renacuajo paseador” del poeta bogotano Rafael Pombo, que en sus años de vivencia poética escribió este hermoso texto; posiblemente inspirado en lo que había de venir para Colombia.
La situación que el poeta bogotano expone en su escrito “El renacuajo paseador”; hoy, no es más que una realidad reflejada en muchos hogares de nuestra querida Colombia.
“¡Muchacho, no salgas!” Cuantas madres sin autoridad en los días de hoy repiten ese grito que se pierde en el desprecio de unos hijos que como sordos o zombis viajan al desenfreno de la vida.
Son hijos huérfanos de padres porque la época violenta se los arrebató, dejándolos sin autoridad paterna y sin posibilidades de triunfos. En otros casos, porque el trabajo pesado y mal remunerado mantiene a sus padres fuera de casa, o porque están en la cárcel y lo peor, porque son hijos despreciados. Entonces, la mujer debe asumir el rol y es ella la que tiene que luchar contra los avatares de la sociedad y los enredos de la escasez. En esta agonía, solo pueden gritarle a sus hijos, ya crecidos: ¡Muchachos, no salgan! pero ellos hacen unos gestos y orondos se van.
Llegan siempre a la francachela y a la comilona, al démele cerveza y démele droga, démele ron y démele pistola, hagamos de él un gran matón…
Lo que ellos no saben es que dejan de ser niños y se convierten en sapos y ratones; para ser pitanza de gatos, de patos tragones y a la vez, carnes de cañones.
¡Muchacho, no salgas! —Le grita insistente mamá— ¡ni guerrillero, ni drogadicto, ni pandillero, ni paramilitar, ni ladrón, ni politiquero, ni juez torcido… no seas esto hijo mío! Pero él hace un gesto y orondo se va.
Mamá espera y espera que cese la horrible noche que clama El Himno Nacional, todos los días por la emisora a las seis de la tarde y nuevamente a las seis de la mañana lo vuelve a escuchar y es aquí donde espera; que el bien germine ya, y que traiga como tubérculo enraizado, la anhelada paz; pero de tanto esperar y esperar mamá Colombia, solita, solita sin buenos hijos se va a quedar.
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