martes, 31 de marzo de 2015

Bitácora

El mundo todavía no ha colapsado

Pedro Conrado Cúdriz

El mundo todavía no ha colapsado. Y no lo va hacer nunca. Lo terrible, en el caso colombiano, es que llevamos más de 21.900 días en el delirio del precipicio, sin caer al vacío definitivamente. Nos hemos acostumbrados a las repeticiones de las crisis, a fragmentos de ellas, multiplicadas en el tiempo hasta agotarnos como nación; entonces terminamos experimentándola como seres marginados de las realidades mayores del mundo, como individuos perdidos en las favelas de siempre.

De cualquier manera, es un instante interesante (me niego a escribir histórico), porque es como un temblor, un pequeño temblor que no ayuda a colapsar ningún edificio, y esto es lo terrible, porque no pasa nada en el país, absolutamente, y como en la novela El gatopardo de Lampedusa: para que todo siga como está, es necesario que cambie algo. Un tema de formas.

La guerra ha sido eterna, eso creemos y experimentamos sin cesar todos los días, y bajo toda clase de guerreros persistimos en cerrar los ojos para no ver lo indeseable y para tampoco respirar el olor nauseabundo del animal podrido de la corrupción. Vivimos de fracaso en fracaso y bajo la égida de un desastre institucional que ha terminado fundiendo el estado de ánimo de los colombianos.

Las dudas y el escepticismo florecen y se retroalimentan en medio de la lucha extrema e imperceptible de las pobrezas, de la mediocridad y el cinismo perverso de quienes nos gobiernan y aplican todos los días “su” justicia.

Los colombianos del común vivimos impotentes y pasivos la historia, como en la fiesta de corralejas, observando el toro miura embestir sin piedad al borrachín que se atrevió a ingresar al corral. Porque ahora es la misma generación de los guerreros de siempre (paramilitares o sus adláteres, los protectores de los falsos positivos, los comerciantes de votos, los cínicos y los corruptos), esos que no han permitido las transformaciones institucionales, los que hoy quieren salvar la nación del clientelismo y la corrupción de las cortes. Pero todo será en vano como en el Titanic.

Y las mayorías, indiferentes e impotentes, observan el festín de las argucias electoreras, siempre electoreras, de los actores de la historia de siempre, esa máquina constructora de mentiras, que envalentona a los hacedores de la misma para conservarse salvadores del mundo: los guerreros, los que nos gobiernan. Bajo esa cloaca de mentiras históricas nos quieren hacer creer que el problema es de individuos (Jorge Pretelt, el procurador, el fiscal, Uribe) y no del Sistema, o del Régimen, como lo categorizó Álvaro Gómez Hurtado.

El Sistema funciona bajo el modelo de vida del clientelismo, que es el manto que alimenta toda la porquería del régimen. Al Congreso, a las Cortes, a la Fiscalía, a la Presidencia de la República, a la Justicia, a toda la malla de las instituciones que nos gobiernan. Nada se mueve en este país sino es bajo los truques clientelistas, incluso, no hay portero de las alcaldías del país que se salve del comercio del sufragio.

Algunos se han atrevido a calificar el Sistema de mafioso, sin embargo, escuchar a Pretelt en la W, deformó esta imagen sagrada del crimen, porque no actúo como tal, sino como miembro de una pandilla de criminales de barrio, que frente al descubrimiento del delito, sale a denunciar a todos los delincuentes del mundo para salvarse. Esta es la hondura de alguien (y del Régimen), que incluso, como lo escribió Daniel Coronel en Semana: “Es estremecedor oír al señor magistrado Pretelt diciendo “nadien”, o explicando “mi finca del Urabá no queda en Urabá.” Da miedo.  

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