miércoles, 4 de diciembre de 2013

Por el ojo de la cerradura

Fantasmas de este mundo

Por Tito Mejía Sarmiento

En Fantasmas de  este mundo, libro de cuentos de Aurelio Pizarro, se juntan la sabiduría del narrador  y la paciencia del lector con la faena silenciosa de aquel que no se resigna a ser de una manera gastada e imprecisa un simple huésped incómodo de la realidad que lo rodea, es decir lo que se conoce como la  Narrativa del desmayo, de la omisión acompasada, de un despojamiento que es irradiación y declaración al mismo tiempo. 

Los cuentos de Aurelio Pizarro buscan “rastrear la ficción desde un lugar oculto”, como el tigre que atraviesa sus páginas y nos sorprende con el fugaz destello de su estampa, de sus garras… De ahí que, quien los lea, seguramente revelará que menos es más, y viceversa, que el blanco es una forma de existencia devastadora, desde la posibilidad misma de expresar esa meditación estrecha entre el hombre y su relación con su entorno mítico y fabuloso, la relación con su historia, sea esta particular o no, con ese realismo trágico y tierno de la vida secuencial, o sea el afán de rodear, según el narrador Bostoniano Édgar  Alan Poe los hechos con la perturbadora atmósfera de misterio. Por ejemplo: (Página 15 de Las trampas del azar)… “Así, las dos ruedas siguientes, tras un colosal esfuerzo suyo, se detuvieron en un orden inalterable, formando en las últimas cifras el número 307 de la serie 2. Ahora faltaba que se detuviera la primera rueda, que solo lo hizo pocos instantes después de que él se muriera  de un repentino ataque al corazón”.
De los  cuentos de Aurelio Pizarro me interesa destacar, especialmente: Pesadillas en el 240 de la calle Quain y El acertijo de Blackman los cuales plasman sigilosamente la reciente eclosión de textos donde predomina, por encima de cualquier otra instancia, la presencia del "yo", produciéndose así una frecuente actitud confesional, perceptible frente a sus propios   personajes en un mundo donde ningún valor permanece en pie, y en donde resulta primordialmente significativo este hecho, que habla de un sujeto tan confuso como para no atreverse a hablar más que de la pequeña baldosa de realidad que conoce en su en derredor. 
 (Página 129 de El acertijo de Blackman)… “Yo me desperté medio zurumbático y no se me ocurrió más que la sal de frutas y el analgésico de siempre para recobrarme de la acidez del whisky y de la pesadez de la noche anterior todavía latiéndome en la cabeza”. Recuerdo que a propósito de esto, el escritor Colombiano Guillermo Tedio en una oportunidad subrayó de Aurelio: “la fácil forma de asimilar  las costuras del relato fantástico con una vocación universalista que lo lleva, a través de un lenguaje riguroso en sus historias donde los temas de la venganza, el magnicidio, la existencia... adquieren una nueva dimensión al dinamizarse con la palanca del relato fantástico y con la cinta del Moebius”.

Además, en este libro, Pizarro pareciera ser  el mismo y diferente a la vez, con  una selección de cuentos mejor tratada literariamente hablando. Considero respetuosamente que,  no se trata sólo de una selección  por el gusto personal, como es arbitrario todo juicio estético. Estos textos, escritos por incitaciones diferentes, aislados entre sí, se relacionan sin embargo por una voluntad -podría decirlo- de explorar el infinito literario. Ya sea que jueguen con el tiempo, la noción del eterno retorno (como opuesta a fin), de identidades más allá de la distancia, del futuro sombrío imaginado con los recursos de la ciencia-ficción, en cada caso y, en todos hay el propósito -logrado- de asomarse al abismo y empujar a los lectores a las orillas de la escritura, como un modo de compartir esa presunción.
Por otra parte, no debe esperarse que el espacio y el tiempo, en los  cuentos de Pizarro, sean entidades enteramente identificables. Algunos lectores tratamos de indagar ese espacio-tiempo que percibimos como la muerte. O una suerte de post-vida como aquella versión laica de los famosos purgatorios cristianos donde las personas "reales" se convierten repentinamente en personajes y en ese sentido, Aurelio Pizarro es un maestro, es un campeón que juega magistralmente con el desdoblamiento de sus personajes, figuras y situaciones, logrando  un alivio de lo  definitivo en cuanto a la dramática del diálogo:(Página 74 del cuento  Pesadillas en el 240 de la calle Quain: -Estás loco, le dijo Abdala. 
Entonces,  Quezada Higueras se lo quedó mirando a los ojos e hizo hasta lo inimaginable para no hundirse en el miedo, pero la mirada de Abdala lo acuciaba ya doliente, con un cierto aire de condena; entonces empezó a sospechar que el error más grande de su vida había sido entrar en esa casa.
-Solo espero que el asesino de los Algarrobos no visite mi apartamento esta noche-le dijo al partir…

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