domingo, 1 de diciembre de 2013

Bitácora

Dime qué lees y te diré quien eres

Por Pedro Conrado Cúdriz
                               
Soy lector, eso, un lector, peripatético, pero lector. De corto, mediano y largo aliento. Lector de varios géneros y voces, desde novelas y poemarios, ensayos y revistas, periódicos y todo lo que logre atraer el gusto de mi inteligencia, incluso hasta la internet y la vida, ese lugar de encuentros fortuitos y gratis, accidentados y previstos de la existencia.

Leer es un vicio como los demás vicios. ¿Mejor o peor que los otros? No creo, más bien diferente como decía Sartre, el escritor francés, del hombre.

Ahora, el misterio de la lectura está en la comprensión, en el desciframiento de los símbolos, los que sean, los que se encuentran como grafías en los libros que leemos y aquellos que alientan y direccionan el transitar por las calles de la ciudad, o los que se escudan en los gestos, en las estaciones de las esquinas, o en la voz acompasada o desmesurada del otro, y por supuesto, el misterio también está en la explicación de lo que nos pasa y le pasa a los otros. Nada más asomarse a Rayuela, la novela subversiva de Julio Cortázar, o al Extranjero de Camus, para reconocer que algo dentro de nosotros se conmovió, fracturó, o cambió, cuando las leímos.

Alguien dijo que la lectura de una novela tiene en nosotros la virtud de despertar el sentimiento de la empatía, ese sentimiento grueso y humano, que elevado a la máxima potencia del cielo del cerebro, nos acerca misteriosamente al otro, desvalido o no.(1)

Leer tiene sus retos, afincados en la lucidez, pero también en la capacidad del individuo por ir más allá de la literalidad, por inferir y verificar, en lazar hipótesis y sospechar del engaño o la supuesta verdad del que escribe o asevera algo (3), porque tanto el escritor como el lector comparten una misma historia sociocultural, unas maneras de describir la vida común, de interpretarla, de soñarla o de preservarla, y nada de esto está marginado de las ideologías y los prejuicios, o del control social. La idea es participar de las obviedades y los elementos ocultos del texto para poder cocrear nuevas realidades y de paso nuevas maneras de interpretar el mundo.

Cada autor crea su modelo lector, así como cada periódico tiene sus lectores: los de La Libertad son unos, los de El Espectador otros, los de Al día otros, los de las revista El Malpensante o La Urraka otros, y así sucesivamente hasta lograr formarlos en el estatus de hombres tontos o de hombres críticos; en este sentido los noticieros de radio y televisión también modelan a sus usuarios, oyentes y espectadores. El lector crítico y el peripatético, como lo era Onetti, hace uso de su memoria para crear la hipertextualidad (2), para ir conectando y relacionando lecturas reposadas en sus recuerdos, tanto de autores disimiles o contrarios; creo que esta es una habilidad innata de la memoria lectora y una competencia del lector contemporáneo. Despertar o formar esta memoria hipertextual en los estudiantes, en especial en los niños, es un compromiso ético y político, con mayúscula, de la escuela si quiere crear ciudadanos competentes para la transformación del mundo.

Y no solo los profesores, también los padres y los ciudadanos en general deben alcanzar la competencia crítica del lector funcional para poder crear entornos inteligentes, niños críticos y adolescentes críticos para superar el analfabetismo funcional de los lectores literales, aquellos  incapaces de comprender lo que leen. Hay que descartar las lecturas obligatorias, pero también hay que comentarles a nuestros hijos, amigos, vecinos y estudiantes los libros leídos para despertarles la curiosidad, la imaginación y los deseos de leer. La lectura crítica es una habilidad que se aprende; sin embargo, es una concepción del mundo, una teoría de la vida para elevarle la conciencia a la sociedad toda, una manera de comprender y explicar por qué somos como somos.

(1)     Armando Montenegro en su artículo dominical de El Espectador del 11 de nov/2013, cita a Steven Pinker (The Better Angels of our Nature) para tocar esta teoría de la relación de la literatura y la empatía. Y Jorge luís Borges, en el cuento El fin, escribe con la fuerza de la intuición y su inteligencia: “A fuerza de apiadarnos de las desdichas de los héroes de las novelas concluimos apiadándonos con exceso de las desdichas propias.”
(2)     La hipertextualidad no es un fenómeno exclusivo de la literatura, porque en la vida doméstica las gentes utilizan los recuerdos para conectarse y relacionarse con otras voces: Ante un comentario que le hice a mi esposa María, sobre el tapaboca y la gripe, recordó una escena en el cementerio, donde alguien llegó con un adaptador nasal y una amiga, quizás, la increpó por farsante.
(3)     Ver a Daniel Cassany, por ejemplo: Tras las líneas.

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