domingo, 7 de julio de 2013

Bitácora

El Poder, el control y la distopía

Por Pedro Conrado Cúdriz

La columna del sociólogo Alfredo Molano Bravo en El Espectador del domingo 18 de noviembre del año pasado, me condujo a la revisión de una de mis lecturas de fin de año: “Morirse de vergüenza”, del neuropsiquiatra europeo Boris Cyrulnik. La columna la tituló el sociólogo: “Del honor y otras maldades”. Escribió Molano: “Su honor (la de los militares) es una especie de cuerpo místico que les permite jugarse la vida y quitársela al enemigo; obedecer sin condiciones; someterse al absurdo de asumirse dueños de la verdad; ser faros, rayos, vengadores sin mácula”.

      En el marco de la reforma al fuero militar que se discutía en el Congreso de la República, resultaba peligroso el fuero porque buscaba ocultarle a la justicia civil las violaciones a los derechos humanos (acceso carnal violento, tortura, asesinatos). Y además, porque estos delitos serían juzgados por la justicia castrense.

      “Dueños de la verdad,” podría significar que los militares serían capaces de construir o amañar “sus verdades” para resguardar la máscara de la institucionalidad y la legitimidad.

      La historia del grafitero, asesinado presuntamente por un policía, en Bogotá, hace más de tres meses, nos sitúa en aquellos episodios de la ciudad que a los ciudadanos del común nos gustaría que no sucedieran, porque desenmascaran las porquerías de una institución que seguramente lucha contra la corrupción de sus miembros.  

      El honor –vocablo militar, primo hermano de los vocablos honorable, soberbio u orgulloso–, la lucha por el honor, digo, degenera el ideal bondadoso de la policía, porque siempre obliga a ocultar los errores y a defender a capa y espada la reputación patriótica de la institución, pero también a una conducta de acatamiento y sometimiento para alcanzarlo.

      Los que leímos la entrevista que Cecilia Orozco le hizo al padre del joven asesinado, este domingo 29 de junio/2013 en El Espectador,  nos morimos de vergüenza y asombro, pero también logramos explicar las causas de la corrupción policial a través del malentendido honor patriótico de las fuerzas armadas.

      En el libro “Morirse de vergüenza”, Boris Cyrulnik trae algunos ejemplos importantes, ocurridos en la segunda guerra mundial y relacionados con las órdenes militares “ejecutar” y “acatar”. Dice el neuropsiquiatra que la elección de la orden “ejecutar” libera al soldado del sentimiento de culpa y del arrepentimiento, mientras que la palabra “acatar” lo libera del crimen a pesar de ser un signo de debilidad militar y conductor de la vergüenza. Abstenerse de asesinar a miles de niños, en medio de las órdenes de guerra, es una conducta entrañablemente bella.

      En el primer caso, el soldado se convierte en un robot asesino y en el segundo, es un simple ser humano; eso sí, prisionero de un sistema que quizá repudie. “Acatar”, es entonces la fuerza de la duda, la posibilidad de que el hombre-soldado no crea tanto en los honores y en el orgullo patriótico del sistema militar.

      Los comandantes y generales del ejército y de la policía nos creen incapaces de comprender la furia de la ideología patriótica de los militares y la máquina de muerte que se moviliza en las acciones de guerra militar; sin embargo, el mundo se inventó unas normas humanitarias para regular la guerra entre combatientes y la población civil. Pero la ciudad se convierte, a voluntad, en un escenario de guerra para los enfermos mentales disfrazados de policías, que terminan quitándoles la vida a jovencitos inocentes. Por supuesto, que no podemos olvidar a los policías buenos, pero tampoco la suma de actos de vergüenza que le tapan la boca a las explicaciones aisladas y accidentales del oficio.

      Octavio Paz, el desaparecido escritor y poeta mexicano, decía en alguna ocasión para la televisión española, que el Estado contemporáneo tendía al totalitarismo, lo que en sus propias palabras daba lugar a la creación de un Estado criminal. Porque el Estado ha terminado siendo dueño de la vida, la honra y los bienes de los ciudadanos.

      En un conversatorio con adolescentes del último grado de secundaria, éstos no pudieron aclarar la manera cómo está organizada la sociedad. Dieron varias vueltas a varias de sus ideas, pero desconocieron que el orden del mundo lo genera el poder y el control social; quien lo tenga terminará imponiendo o tratando de imponer sus reglas a la sociedad (Chávez, en Venezuela, Pinochet en Chile, Uribe en Colombia). Con razón, el mismo Octavio Paz sostenía que la política no era una religión para salvar al hombre, ni una filosofía para volverlo sabio. La política, según este poeta del mundo, debe culminar en un acuerdo justo para todos los convivientes ciudadanos. El fuero militar puede terminar en una zanja de privilegios para los militares, pero en contra del resto de los ciudadanos.

      Quizás la vía del poder neoliberal conduzca a una sociedad dominada y gobernada por los indeseables; distopía llaman los filósofos a este estado.

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