sábado, 4 de mayo de 2013

Bitácora

Yo también soy pobre

Por Pedro Conrado Cúdriz

El gobierno sale todos los años a informar a la ciudadanía sobre la caída de la pobreza en Colombia. "Hay menos pobres que el año pasado", dice. Este año, la pobreza cayó, en apariencia 1.4%, comparada con las estadísticas del año 11 y 12 con el año en curso.

¿Menos pobres? Vayamos por partes. Se descarta (¿) la población que está por debajo de un dólar ($2000.), que es denominada pobreza extrema. ¿Cómo denominar a los que ganan 4 dólares? ¿Pobres? ¿Y los del salario mínimo? ¿Pobres? ¿Y los que ganan entre un millón quinientos y dos millones? ¿Pobres? ¿Y 6,7, 8 millones? ¿Pobres? No señor, esa gente es de clase media. Bueno, este valor económico es inalcanzable para la mayoría de los colombianos pobres. Desigualdad, denominan los especialistas este fenómeno.

     Veamos el caso de Juan, quien tiene 18 años de estar trabajando con el Estado y en carrera administrativa, con pre-grado y post-grado, escritor de medios de prensa escritos y poeta, autor de varios libros y con un salario por debajo de los dos millones de pesos. ¿Privilegiado? Quizá, pero la cosa no es tan simple si el individuo vive entre los límites que trazan las leyes: ni delincuente ni guerrillero y con una formación ciudadana extraordinaria, pero sobreviviente de una economía pauperizada.

       Su familia es pequeña: dos hijos y una esposa, quien es ama de casa. Sus hijos estudian  en instituciones privadas (Universidad y un Centro Tecnológico). A fuerza de racionalidad y trabajo logró construir un techo modesto. Vive en un municipio cercano  a la ciudad de Barranquilla y en un barrio pobre como la misma ciudad que habita.

     Sus gastos van desde los valores de la comida diaria, pago de matrículas, transportes, meriendas, compra de libros, prensa escrita y revistas, trajes, zapatos, servicios públicos (energía, agua, gas, tv-cable, Internet), etc.

     Como se puede observar, es un salario para economía de guerra, para sobrevivir, no para vivir holgadamente como ciudadanos con la dignidad exaltada y reconocida por el Estado y el gobierno y la sociedad en general.

       Donde vive Juan, hay una sola biblioteca, la municipal, para más de 25 mil habitantes; no hay bibliotecas privadas ni públicas en los barrios, para que presten servicios al público, solo la municipal. No es el peor de los mundos, pero tampoco es el mejor.

      Acoto esto porque los entornos son fundamentales en la vida de los ciudadanos, como bien lo anotó en El Espectador Sergio Aguilar- Gaxiola: Coordinador para América Latina y el Caribe de la encuesta de salud mental de la OSM, en nota de Mariana Suárez Rueda: “Se sabe que factores como la pobreza y las condiciones familiares afectan directamente la salud mental. Por eso es vital el lugar donde habita la persona”. 

      De entornos pobres, salen ciudadanos pobres, limitados, deprimidos social, económica y culturalmente. Sus hábitos no son los mismos hábitos de las gentes que viven en ciudades inteligentes, no sólo por los televisores y enormes aparatos de sonidos, que ocupan la mayor parte del espacio físico donde habitan, sino porque además no hay bibliotecas ni espacios para las recreaciones y los juegos y  sus viviendas están construidas en estructuras que se sostienen milagrosamente en el aire, hechas con desechos de madera y otros materiales desechables.

      En estas condiciones viven un número enorme de colombianos, más del 20%, y los más increíble es que también hay niños y adolescentes. En reuniones con algunos alcaldes de la región, me ha tocado escuchar de su propia voz las mentiras de los funcionarios de la Red Unidos cuando hablan de las cifras de pobreza. Los mandatarios dicen no entender de dónde sacan las estadísticas reductoras de la pobreza y mencionan la informalidad, la desigualdad y la falta de empleo.

      En un país tan desigual como el colombiano los únicos que ganan son los grupos de capital nacional e internacional, al resto de la nación, les va como perros en misa. Alguien acuñó en el siglo pasado esta sentencia: “Al capital le va bien, al país mal”. En esto consiste el capitalismo salvaje nuestro, somos más los pobres que los ricos, pero el sistema funciona para las minorías que han concentrado el poder y gozan de todos los privilegios del régimen. La pobreza es la más visible de las políticas públicas del gobierno nacional, por eso las mentiras de las cifras, el afán por hacerle creer al país que se lucha contra este destino político del estado nacional. La ocultan en los subsidios y en las viviendas de bienestar social, pero la mancha de petróleo es tan dantesca que es imposible ocultarla en el mar. 

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