miércoles, 16 de enero de 2013

Desde las troneras del San Felipe

Donde nacen las palabras

Por Juan Carlos Céspedes Acosta

No se preocupe, es sin tilde (los cipotazos de la "seño" Dora me enseñaron para siempre el saber dónde va la tilde). Ahora que los académicos de la lengua nostra se reúnen en edificios modernos y cómodos, me interrogué por el origen de tanto vocablo nuevo y he llegado a la conclusión (una de ellas) de que la gente menos lega es la matriz de muchísimas palabras. 

      No son los académicos, todos ellos muy dados a mantenerse estáticos como guardas del Palacio de Buckingham; tampoco son la gran mayoría de escritores y poetas, medrosos ante el lápiz rojo del corrector o censor social; mucho menos los profesores de español, vigilantes gratuitos, para quien el español debe ser un fósil para mostrar en el Palacio de la Inquisición. Contrario a lo que podría creerse, el filón lingüístico se encuentra en el pueblo, que no sabe de Marroquín y su Canal de Panamá, de Caro y su Constitución nuñista, de Cuervo y su biblioteca, de Bello y su Gramática, de García Márquez y sus novelas. Los verdaderos padres del verbo son personas anónimas, que pululan por las calles vendiendo loterías, helados, repuestos de ollas y otros rebuscadores que desgastan los caminos de la ciudad con su hambre. 

      Seres preocupados por la subsistencia, que no saben de escuelas, ni movimientos literarios, de estadísticas del DANE, de neologismos ni arcaísmos, que machacan una palabra, la muelen, le sacan el jugo, la extienden, la planchan y luego le cogen el dobladillo y sueltan su golpe de aire con absoluto desparpajo, y viene el otro (que son muchos) y la repite mil veces hasta estamparla en todos los oídos. Luego la palabra no tiene dueño, y viene un padre putativo (en Cartagena hay muchos) y se la apropia como cosa suya, y se inventa orígenes griegos, etimologías y otras perversidades para dejar boquiabiertos a todos (aquí somos expertos en dejar la boca abierta), y esperan la “oportunidad única y feliz” y se llevan el derecho de ser creadores eméritos. Reciben un diploma de alguna universidad —proclives ellas a dar cartones a diestra y siniestra— y ya están hechos con su hoja de vida gorda para un cargo en el exterior. 

      Otro grupo destacado en la génesis de las palabras es el gremio de la “coletería". En él las palabras tienen otro significado: Azul no es un color, sino estar en el limbo; camufle, es irse a dormir; batallar, es molestar o irrespetar; pana no es una tela, sino un amigo; güiro, no es un instrumento musical, ni una planta, sino qué es tu "vaina", cuál es tu caballo de batalla, qué te traes; parcero es amigo. ¡Ah, y conste —bajo amenaza de demanda— que Siddartha no “mete” cannabis ni estuvo en Ultramar brincando "extasiado"!    

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