lunes, 28 de enero de 2013

Bitácora

áDOSSIER K

Pedro Conrado Cúdriz

Del libro del premio Nobel Imre kertész – Dossier K – posiblemente lo impresiona a uno no sólo la atmósfera interna y existencial del mismo, sino también los hilos dictatoriales que se cruzan entre el pasado narrado y discernido y nuestra realidad presente. El miedo del que habla el autor de “Sin destino” [“Es probable que pasara miedo (…) Mucho más importante fue, sin embargo, otro sentimiento, algo así como una toma de conciencia que logré formular,, muchos años después, en “Fiasco”: “Había entendido el simple secreto del universo que me había tocado: el de poder ser fusilado en cualquier sitio, a cualquier hora".] Es el mismo miedo que hemos sentido los colombianos sin la necesidad de estar recluidos en un campo de concentración como los que tenían los alemanes en la segunda guerra mundial. Cuántos de nosotros hemos pasado por ese sentimiento de nimiedad y negación humana originado en el régimen, en un sistema que nos aplastó o nos puede aplastar a voluntad sin que pase nada, absolutamente nada. Porque su poder ha sido tan desmesurado y arbitrario que la impotencia humana por transformar las cosas, no sólo ha sido la parálisis corporal, ha sido también el estatismo del espíritu por el físico miedo. Y se podrían colocar varios ejemplos que la nación conoce, pero prefiero la memoria viva del lector para que vaya soltando las imágenes y los hechos terribles de nuestra realidad cotidiana y absurda, después de todo.

      Sin embargo, hay en este libro apasionado y lucido (uno le siente la pasión y el placer de su construcción y escritura en cada una de sus páginas) algo que llama poderosamente la atención: el desborde de toda lógica en la violencia ilimitada de Auschwitz. Dice el autor: “Donde empieza Auschwitz, se acaba la lógica (…) Y ahora busco ese hilo, ese razonamiento del desequilibrio que hace que el absurdo parezca necesariamente como una lógica, ya que no tenemos otra opción en la situación de trampa que es Auschwitz" Y aquí estamos nosotros intentando no salir de la trampa de la violencia paramilitar y parapolítica, enredados en elucubraciones que más bien son las telarañas de la sombra ideológica del sistema, refundido en paramilitarismo, narcotráfico, parapolítica y corrupción, estructura detrás de la cual está no sólo el poder mediático, sino también la aspiración presidencial de volver eterno lo temporal, infinito lo fugaz, inmortal lo efímero, lo absurdo normal y lo inconstitucional constitucional.

      Y he aquí el lazo que Irme Kertész comienza a trazar entre Auschwitz y todas las formas de las dictaduras humanas, los lazos de la esencia humana, las manzanas que se pudren en el corazón humano, porque si la razón no tiene compasión, el corazón tampoco. “La vivencia –dice el autor también de “Liquidación”- de los campos de exterminio deviene en experiencia humana cuando descubro la universalidad de la vivencia. Y esta es la ausencia de destino, ese rasgo específico de las dictaduras, la expropiación o estatización del destino propio, su conversión en destino de masas, (como las encuestas) el despojamiento de la sustancia más humana del hombre (…) después de Auschwitz toda dictadura lleva inherente la virtualidad de Auschwitz (…) he dicho que  bajo el régimen de Kádár entendí con claridad mis vivencias de Auschwitz, que no habría entendido nunca si me hubiese criado en una democracia.”

      Y esas vivencias tienen relación con la búsqueda de una respuesta a la esencia humana que es el descalabro auténtico de la historia del hombre, porque el conocimiento de la misma hacía y hace previsible todos los Auschwitz de la tierra, sin excluirnos a nosotros que nos hemos refundidos en un pozo sin fondo de violencia, irracionalidad y absurdo histórico. “Después de Auschwitz, dice Kertész, resulta superfluo emitir juicios sobre la naturaleza humana,” de tal manera, que el misterio de esa racionalidad son los actos absurdos mismos; para decirlo con la voz de Irme Kertész, “El misterio del mundo sigue siendo una espina torturante como siempre". ¿Por qué jugar fútbol con la cabeza cercenada del tronco de la víctima? ¿Por qué desde el poder de estado se auspicia la carnicería humana? ¿Quiénes son estos hombres que hablan por la TV con la mayor normalidad del mundo?

      Y a veces uno se siente deshumanizado dentro del propio mundo que habita, o a veces regresando de esa tarea lectora y deshumanizante de la cultura de masas, que el autor del Dossier K confiesa: “resulta extraño regresar al mundo humano”, a ese extraño mundo que aceptó la sociedad, convivió con él y además compartió la basura de los campos de exterminio allá, acá nosotros las moto-sierras y la avidez de la sangre en el terreno de las masacres. El absurdo, convertido en vida cotidiana, en besos y abrazos, en comida imposible de compartir después de tanta miseria humana. En perdición, porque el hombre se haya hoy extraviado de sí mismo. “Creo, dice Kertész, que esa era la sustancia de la historia, como también de mi vida: me perdí. No tenía ante mí ningún modelo para la vida".

      El clímax del libro está concentrado en aquello que nosotros también hemos elevado a  duda existencial y cultural, razón por la que kertész ha creído universal la experiencia de Auschwitz: “Si el asesinato en masa puede llegar a convertirse en un ejercicio diario, es más, en un trabajo cotidiano, como quien dice, habrá que decidir si es válida esa cultura cuyo sistema de valores ilusorio se enseñaba aquí en Europa a todos, tanto a los asesinos como a las víctimas, desde la escuela primaria". Es decir, sin las pretensiones de la grosería cultural: ¿Es válido que siga existiendo Dios, la Iglesia, la escuela después de Auschwitz y la Rochela, Tres Esquina, Segovia?

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