viernes, 31 de agosto de 2012

El ojo de la cerradura

Un adiós para siempre

Por Tito Mejía Sarmiento

Santiago Morgan se levantó sobresaltado a las 5 y 45 minutos de la mañana, aquel  domingo 2 de octubre. En Toluca, ciudad mexicana donde vivía desde hacía 29 años, caía una ligera llovizna. Tomó un baño lo más rápido posible y salió raudo sin siquiera probar un bocado del desayuno que su esposa Mariana le había preparado y dejado humeante en la mesa del comedor.
Él tenía que despejar lo más rápido posible esa misma mañana en un pueblo cercano llamado Tomito, una duda o caso de infidelidad  que lo venía perturbando desde hacía pocas semanas atrás. 
     En Tomito  residía, Eva Brown, una agraciada y  hermosa mujer que Santiago había conocido en una caseta popular llamada “El Palacio del Campeón” en el septiembre primaveral del  2002, y con quien venía sosteniendo, una relación dentro de la más completa reserva para no trastocar las apariencias ante la sociedad tomista, por la profesión que ambos ejercían en el medio: ella, licenciada en Derecho y él un poeta experimental, además , ambos habían acordado desde un principio amarse de esa manera, es decir, estaban comprometidos consigo mismo y de paso con su propia hija Tania Paola, quien había nacido el 13 de enero del 2003.
     Cada vez que Santiago la poseía, generalmente los martes, jueves y sábados, se deslizaba ardorosamente por toda la geografía de su cuerpo, infringiendo sus límites sexuales hasta la saciedad, y eso a ella al parecer, la hacía supremamente feliz en todo sentido, es decir, la amaba con la mano bien puesta en el corazón. 
      Por varios años Celebraron entusiasmos compartidos. Pero con el correr de los días, Eva quien era una mujer muy sexuada según ella misma lo expresaba y a su edad, 33 años, quería estar a cada instante hirviéndose de amor en la cama con Santiago; acérrimamente, empezó a solicitarle que la acompañase en las noches, que una mujer como ella merecía más noches de pasión y por lo tanto, no podía estar demasiado tiempo  a solas. En el fondo, ella  deseaba que las noches se reflejaran en los espejos de su alcoba con un hombre permanentemente a su lado y ese era según ella aparentemente, Santiago. Pero él no podía complacerla con ese reclamo místico porque entonces, cómo le justificaba a Mariana, sus ausencias en el evento que no pudiera ir a dormir con ella, su esposa, a quien ante el cura Sigilfredo Agudelo Cifuentes, le había jurado amarla hasta la muerte sin traición alguna un 27 de junio de 1977 en la capilla Bolívar de  Toluca.
      Llegó  pasadas las 7 y 30 de la mañana a Tomito y se sorprendió al ver a su hija Tania Paola con la mamá de Eva Brown, tocando el timbre del apartamento 303 por más de 20 minutos. 
      -¿Nena, y tú no dormiste con tu mamá ayer sábado? -fue lo primero que Santiago dijo a su hija Tania Paola.
      -¡No, papi! Mi mamá me dijo que iba para Toluca y que no vendría a dormir! Me llevó donde mi abuela.
      Santiago sentía que su corazón de 58 años de edad iba a explotar y pensó en esos precisos momentos que, poéticamente  cada ser humano tenía su doble y el suyo a lo mejor estaba adentro con su mujer, con su compañera, con Eva Brown, la mujer de sus sueños, “la amante fiel de toda la vida”, revolcándose entre las sábanas de su propia cama con otro hombre.
      Ratos después, Eva abrió la puerta luciendo una bata de dormir que destellaba sus senos bellos y corpulentos. Estaba como era lógico, nerviosa, temblorosa y pálida. Tenía miedo al ser descubierta por su mamá, por su propia hija y  por  Santiago, quien la apartó de su lado empujándola, y dirigiéndose a su cuarto. La cama estaba en desorden y varios trocitos de papel higiénico rodaban en el piso por la presión del abanico encendido, lo que aumentó más las sospechas de Santiago, quien se sentía burlado en su honor de amante perfecto.
      -¿Con quién estabas anoche? -atinó a preguntarle.
      - ¡Respétame, me haces el  favor! ¿Por qué no me haces un examen si quieres? -rspondió Eva con voz entrecortada para persuadirlo.
      Santiago enjugó sus lágrimas y pensó en el cuarto de su hija, el cual estaba cerrado, se dirigió hacia él y lentamente fue acercándose a la verdad que cambiaría su destino para siempre.
      Intentó tumbar la puerta por varios minutos dándole unos puntapiés, pero Eva se lo impidió y abriendo sus brazos en cruz,  le dijo en su propia cara que sí había estado,  no la noche del sábado sino varias con otro hombre, ya que ella lo necesitaba para saciar sus deseos de mujer joven.
      Entonces, sus voces se fusionaron en una descarnada sinceridad de la primera persona del singular por más de 30 minutos  hasta darle riendas sueltas a la segunda y tercera personas del mismo número:
      -¿Dime quién está en el cuarto de la niña, por favor?
      -¡Para qué quieres saber!
      Santiago por unos segundos pensó en armar un escándalo, pegarle si era el caso, denigrarla,  pero se acordó de  su esposa, de  todos sus ocho hijos, de sus hermanos, de su padre recientemente fallecido, de su madre quien padecía mal de Alzheimer,  de sus poemas y, de que… a partir de ese momento, iba a ser el protagonista de UN ADIÓS PARA SIEMPRE.
      Meses después se enteraría que Eva lo engañaba con quien él suponía era uno de sus mejores amigos: Tofi Nojarreto, un italiano, un hombre que había llegado de la capital huyéndole a la justicia distrital porque según fuentes de entero crédito, estaba involucrado en el asesinato de su propio hermano, y a quién él en un acto de amistad sui géneris, como en un poema con prisa, le habría brindado posada por unas pocas semanas, mientras arreglaba su situación de hombre sindicalizado en medio de una expresividad contenida y, que días después se  convertiría en placer con el giro de la historia.

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