domingo, 12 de enero de 2020

Lectura, mi dulce alegría

Humberto Domingo Peribán da respuesta a la pregunta que cierto personaje* no supo responder... 

Por Pedro Linares Domínguez
Un muchacho conduce una cuatrimoto rodeado de una parvada de jovencitas. Atada a la parrilla posterior llevan una carretilla colmada de pencas de palma de coco y hacen uno y otro viaje para dejar toda esta basura en la playa a un costado de la panga, ese monstruo herrumbrado que arrastraron los lugareños hasta depositarlo a unos pasos de la playa, entre frágiles y polvorientos arbustos y médanos, y los restos de un uveral que se extendía desde la punta del faro hasta más allá de Playa Dorada. Las Palmas —a esta hora— es un pueblo tranquilo y fresco en las últimas brisas de la tarde. 

Humberto Domingo, recostado en la mecedora los mira pasar y retoma el hilo de la charla al mismo tiempo que deposita la taza de té en la mesita de madera que se interpone entre nosotros. 
—Fue leyendo a André Maurois como descubrí el gran mundo de la literatura. A través de sus páginas aprendí que la lectura requiere disciplina y buen gusto. No debes leer por leer. Debemos leer los mejores libros porque de todos modos no tendremos tiempo de leerlos todos. 
 —¿Qué obras leíste de este autor? —le pregunto. 
—Inicialmente «Las rosas de septiembre», «No cometerás adulterio» y «Lectura, mi dulce alegría». También leí una colección de cuentos, «La comida bajo los castaños» y una biografía de Iván Turgueniev, uno de los tres grandes de la literatura rusa. 
—Los otros son Leon Tolstoi y Dostoyevski** … 
—Así es.
  —¿De qué manera influyeron en ti estas lecturas? 
  —André Maurois me llamó al orden. Me orientó, por así decirlo. Antes de “Lectura, mi dulce alegría” mis lecturas eran muy desordenadas. Leía cualquier clase de libros. En aquel tiempo estaba muy en boga la ufología. Fui un asiduo lector de Erich Von Däniken, de J. Allen Hynek, y profundicé en ciertos tratados de piramidología y ciencias ocultas. Había una bruja que escribía libros, una tal Sibyl Leek y un señor de apellido Benavides que escribió un libro sobre las profecías de la gran pirámide. 
—No me digas que hasta leíste libros de brujería. 
—Sí y no creas que me da pena confesarlo. «El gran Grimorio», «Echiridione Leonis Papae» y otros tantos que no recuerdo. Me sumergí en el mundo de los grandes iniciados, las sociedades secretas y todo lo que tuviera que ver con fenómenos paranormales. Telepatía, telequinesis, PK, combustión espontánea, criptozoología, el famoso monstruo del lago Ness, Pie grande, Mothman, el hombre polilla o mosca ya no me acuerdo bien. Pero cuando irrumpe en mi universo mental el señor Maurois me doy cuenta de que hay otra clase de libros. Literatura seria por así decirlo. Y es cuando descubro a Honoré de Balzac, Victor Hugo, Emile Zola, Gustave Flaubert, Guy de Maupassant, George Sand, Baudelaire,  Cervantes, Benito Pérez Galdós, Goethe, Ibsen y toda la gran literatura rusa del siglo XIX. 

Vuelven los jovenzuelos con la carretilla vacía. Humberto Domingo apenas les presta atención. Toma un sorbo de té y prosigue: 
—Si me hicieran la famosa pregunta que le plantearon a cierto personaje de la política actual yo diría que uno de los tres libros que marcaron mi vida fue, sin duda, «Lectura mi dulce alegría». 
—¿Cuáles fueron los otros dos? 
—«Cien años de soledad» y «El ingenioso hidalgo, don Quijote de la Mancha». 
—¿De qué manera influye «Cien años de soledad» en ti? 
—Me abrió las puertas del boom latinoamericano. Yo no me quedé en Gabriel García Márquez con todo y que leí toda su obra. Busqué a los otros autores del boom: Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, aunque Rulfo es un poco anterior al boom, Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos, Arturo Uslar Pietri, Juan Carlos Onetti y a un señor que aún no termino de entender pero que disfruto mucho leyéndolo: Jorge Luís Borges. Porque, sabes, soy curioso por naturaleza, normalmente cuando leo un libro, el que sea, trato de averiguar quién es el autor, donde nació, qué otro libro ha escrito y el resto. Con Gabriel García Márquez, además del boom latinoamericano, descubrí a William Faulkner… 
—Nada menos. 
—Y a Hemingway. 
—¡Uf! 
—En la obra de García Márquez hay ecos de estos dos grandes autores, de Kafka y Virginia Woolf. El coronel Aureliano Buendía tiene su gemelo Literario en el coronel John Sartoris de William Faulkner. Macondo y Yoknapatawpha corren paralelos en la creación de mundos imaginarios. Y esto no es fortuito, el mundo que describe Faulkner —el sur de los estados unidos— es muy semejante al pueblo de García Márquez invadido por los norteamericanos de la compañía bananera. Pero hay más. El juego con el tiempo. Faulkner rompe con el relato lineal y reelabora la técnica del monólogo interior planteada por James Joyce, la llamada corriente de conciencia, desarrollada magistralmente en su novela «Mientras agonizo» y García Márquez despliega todo su talento de novelista en una obra muy parecida, con un tema clásico, puesto al día: «La hojarasca». Es su primer libro, y en esta obra ya hay destellos de lo que vendrá después.

Me siento abrumado, son muchos datos. Los chicos de la carretilla y la cuatrimoto van rumbo a la playa con otro viaje de pencas de coco y basura y Humberto Domingo está desatado. Pronto caerá la noche. Indira nos ofrece más té y se sienta en silencio en la mecedora que está vacía. 
—Bueno, recapitulemos: «Lectura mi dulce gozo», «Cien años de soledad» … ¿Y el Quijote? 
—Cervantes enriqueció mi vocabulario. La primera lectura del Quijote, haz de cuenta que la hice en chino. No entendí nada. La segunda la hice con un diccionario léxico muy bueno. Esto me permitió en una tercera lectura reír como nunca y asistir asombrado a esa desmesurada obra que inaugura el género novelístico en España y nos permite vislumbrar los alcances de la literatura de altos vuelos. El Quijote es una obra monumental. En literatura debería ser una lectura obligada. 
—Me dices que leíste El Quijote con un diccionario, cómo haces para no olvidar los términos nuevos que vas descubriendo. 
—Sencillo. Descubro la palabra, trato de intuir su significado a través del contexto, voy al diccionario y escribo en una libreta la palabra y su significado, y escribo algunas oraciones utilizando ese término. No falla. Es en el ejercicio de la palabra como puedes hacerlas tuyas y de este modo se integran en tu vocabulario. 
—Sencillo pero laborioso. 
—No obstante, no deja de ser enriquecedor. Por ejemplo, ¿sabes qué quiere decir “espilorchería”? 
—No lo sé. 
—Te lo dejo de tarea. La encuentras en el capítulo XXIV de la segunda parte del libro que estamos comentando. ¡Notable espilorchería! como dice el italiano… 

*En plena Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara (4 de diciembre de 2011), el presidenciable del PRI, Enrique Peña Nieto, no supo responder, sin titubear, cuáles son los tres libros que han marcado su vida personal y política. Confundió títulos y autores y se proclamó lector de la biblia.
**Increíble omisión, especialmente porque quien habla es Humberto Domingo Peribán, no menciona ni a Puskhin ni a Gógol.


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