miércoles, 4 de diciembre de 2019

Por el ojo de la cerradura

Mi hermano, el médico Nelson Ricardo Mejía Sarmiento
                                                                    “¿Por qué das muerte a quienes han de morir?”                                                                          Alberto Assa

Por Tito Mejía Sarmiento

Nelson es uno de mis  hermanos  que siempre llevo y  llevaré muy adentro de mi alma y de ahí, nadie lo va a sacar. 
El 29 de abril de 2004, fue vilmente asesinado por la espalda a solo tres metros del DAS en  Barranquilla, cuando fungía como alcalde popular de Santo Tomás, Atlántico y el presidente de los colombianos era Álvaro Uribe Vélez. Hoy, 15 años y 8 meses después, y cuando diciembre asoma  con intensidad sus guirnaldas, su policromía de luces y villancicos, el crimen de Nelson sigue en la más completa impunidad ante los ojos de todos sus familiares y coterráneos. 

Muchas personas todavía en Santo Tomás y municipios aledaños, se miran en Nelson como si fuese su propio espejo y se pasean vestidas como lo hacía él por las avenidas casi todos los días, mientras los minutos pasan por sus cuerpos, estableciendo la duración del tiempo con humanidad ajena.

Mi hermano, el médico Nelson fue una pérdida muy dolorosa para todos nosotros cuando menos la esperábamos y desde entonces, nuestros ojos despliegan una inmensa mirada triste, acompañada de un silencio mayúsculo que llora cada vez  que mencionan su nombre por alguna circunstancia de vida que pareciera por supuesto,  no caducar sobre todo en las noches cuando las aves se dan de golpes contra la claridad de la luna llena.

A mí hace mucho tiempo me han tratado de loco porque no dejo descansar a Nelson en paz, pero es que ni él mismo puede descansar en sana paz porque no sabe quién o quiénes dieron la orden de asesinarlo pegándole tres disparos con una pistola automática,  en su cabeza con premeditación y alevosía, aquella tarde de abril cuando se disponía a saborear un sancocho de pescado que tanto le gustaba, acompañado de su abogada, Edith María Carrillo Badillo en el restaurante “don Efra” de la calle 52 con 43 esquina. Entonces, razones tengo de perseguir su recuerdo que vuela magullado por toda su casa, su finca La Juntera, mi casa, las casas de mis  hermanos y hermanas, en fin por todo el pueblo, con una perdurable vivencia de extensiones trastocadas.

No me queda otra cosa que seguir indagando y  tropezándome  con las  palabras  para lograr sus recuerdos de un presente que sea ha vuelto histórico en  la querencia diaria. Es que es muy duro y triste, amables lectores,  un hermano sin su hermano, no sentir la alegría de su cara en la mía, es todavía más durísimo, es decir, todos esos años  como dice el poeta Joan Margarit : “ debo convivir con la tristeza y la felicidad, vecinas implacables”.

Ahora voy en un bus, escucho un vallenato: “¡Ay! Perdóneme señorita si en algo llego a ofenderla, pero es que usted tan bonita, que no me canso de verla”, (La juntera),  creo que es Nelson el que canta, y no Diomedes Díaz, no  lo sé, solo sé que unas lágrimas recorren mis mejillas y que una hermosa dama sentada a mi lado, me dice sorprendida,  qué le pasa, señor. Trato de recomponer mi cara antes de responderle: ¡Es que con esa canción que está sonando, señorita, me acuerdo de  mi hermano Nelson, un médico que mataron el 29 de abril de 2004, un hombre de puertas abiertas, por donde, sin pedir permiso, entraba todo el que quería a cualquier hora del día, de la noche o madrugada. Ese día, no solo lo mataron a él sino a todo un pueblo que aún llora porque su asesinato sigue en la más completa impunidad!

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