martes, 18 de julio de 2017

Bitácora

Frente a la ventana


Por Pedro Conrado Cúdriz

"va más allá y se atreve a todo. Si no se atreve a todo, no será jamás un escritor. No lo dijo Bolaño, pero imagino que una noche habría podido decirlo: Si vas a intentarlo, que sea a fondo. Si no, mejor que ni empieces. Puede que lo pierdas todo, hasta la cabeza. A pesar de los momentos horribles, será mejor que cualquier otra cosa que hayas imaginado. Te sentirás a solas con los dioses, y cabalgarás la vida hasta la risa perfecta. Es la única batalla que cuenta."  Vila-Mata

Y de pronto estás ahí parado en la mitad de la sala, peligrosamente perdido en medio de la red del tren de la vida o de todo lo donado por la hipermodernidad como bien lo dice el sociólogo y filósofo francés GillesLipovetsky, sin saber qué hacer frente al televisor de la mañana, frente al televisor del medio día, o frente al televisor de la noche, o frente al televisor de la madrugada, o frente a la vida con sus putitas esperanzas y con los colmillos del dolor de seguir vivo; sin saber qué hacer con el vacío y la nada pudriendo tus entrañas, sin saber qué hacer con lo que tenemos. Y caminas alrededor de ti mismo o alrededor de los muebles en un infernal espacio de cuatro metros, porque tu casa es una casita de palomas, buscando tocar el monstruo del malestar, sus espinas, sus burlas o sus silencios. 

Miras a través de la ventana y no ves nada, sólo palomas surcando los cielos y un gato de color gris echado boca arriba haciendo la siesta, o tal vez estás deprimido porque hoy a la caza de los ratones le faltaron dientes. Y recuerdas a Pligia registrando en su diario la inmovilidad: “Nunca pasa nada. ¿Y qué podría pasar? Es como si hubiera estado todo el mes de julio bajo el agua.” Este es el sentimiento, el cuadro emocional de un ahogado que lucha por su escritura. “Alguien te busca,” escuchas la voz de tu hija Lía, pero no te conmueves, estás absolutamente vagando y perdido en ti mismo, en trance y en silencio. Esto es seguramente el precio de estar vivo y lo piensas sin mucho convencimiento y lo escribes con demasiadas dudas, tan escéptico como un estadio de fútbol vacío. 

Antes te enteraste de las muertes de dos hermanos rebeldes y tontos con la vida, muy jóvenes y absurdamente jóvenes y piensas: “Cada día los jóvenes mueren más rápido, como si vivieran en guerra.” O recuerdas a Borges, en el poema aquel donde el  suicida dice: “Lego la nada a nadie”. Absurdo. Bueno, nada es absurdo, salvo que el vacío existencial sea ficción, el cuadro de una película menor. El vacío te persigue por toda la casa y como un monstruo invisible te sigue los pasos, pero teme adelantarse para evitar que lo descubras. Respiras tan profundo en el agua del fondo del mar, que ésta es inocua, buscas entonces aire fresco esperando que mañana sea otro día, porque el mañana siempre es otro día para los obsesos suicidas y para nosotros los mortales, que seguimos perezosos la ruleta de la vida. Y también recuerdas a Pavese en El oficio de vivir: “… es bonito irse a dormir porque nos despertamos. Es la manera más rápida de llegar al mañana.”

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