martes, 6 de diciembre de 2016

Por el ojo de la cerradura

Santo Tomás dentro de mí

Por Tito Mejía Sarmiento

Nací en Santo Tomás. Soy de los tantos nativos que aman a este terruño por distintas razones, casi siempre razones definitivas como las que tuvieron a lo mejor, los   hermanos Becerra para fundarlo hace más de 300 años, pero ya pocos recuerdan también es cierto, la suma de anécdotas o los referentes pasados con sus respectivas transparencias de estilos. Santo Tomás como casi todos los pueblos del Atlántico nace y se desarrolla gracias a la tenacidad de sus gentes, muy a pesar de quienes lo planifican, lo gobiernan, con muy raras excepciones, bajo los más grandes impulsos políticos descarados y egoístas, dicen amarlo con cierto desparpajo.            

Yo crecí con la triste sensación de que lo único que sucedía en mi pueblo eran los flagelantes del viernes santo, hasta cuando una gama de escritores e historiadores oriundos de ahí, como Ricardo Guardiola, (q.e.p.d.), Ramón Molinares, Mario Molinares, Roberto Sarmiento, Aurelio Pizarro, Pedro Conrado, Pedro Badillo, Pablo Caballero, Iván Fontalvo, Adalberto Charris,(q.e.p.d.),Tatiana Guardiola, Amelia Bolaños,Vera Judith Villa, José Ramón Mejía, entre otros, con una precisión matemática, argumentaron lo contrario. Hoy se siguen viendo los flagelantes pero hay otro color bajo el cielo tomasino. Es decir, ya no nos cuesta agacharnos   para recoger el equipaje. 

En Santo Tomás, uno puede maravillarse o estremecerse a diario porque converge un todo con errores y aciertos. Las diversas equivalencias culturales que han inmigrado, han soportado además procesos de cambios que forjan identidades inyectadas de lo local, lo forastero que, entre otras cosas, han producido como es lógico, una pluralidad sociocultural que comparte el mismo escenario cercano al Río Magdalena. De este modo, los habitantes de este pedazo de tierra, nos reinventamos la cultura y cada rama del arte en sus distintas expresiones como un desafío esencial todos los días. Basta con visitar las entrañas de una casa cualquiera para comprobar la inmensa hospitalidad consensuada que se le viene encima.

De una calle a otra se cambia de paisaje. Junto a una casa de estilo moderno adornada con árboles de mango en su frente, puede haber otra con un estilo semi-colonial o neo clásico convocando a la memoria. Es como si la historia de nuestro pueblo se edificara cada día, independientemente que  nuestro municipio ha venido creciendo como un adagio, como un movimiento  de generación en generación a lo largo de los años. El más rico y el más pobre, la más mundana y la más pura reflejan su protagonismo por unas calles que conducen a un mundo de realismo mágico sin final que está dentro de mí, como una honda reflexión de la existencia humana, nunca abstracta, sino personificada que emociona a todos los aquí nacimos, crecimos y vivimos con una inmensa capacidad de aguante.

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