domingo, 11 de diciembre de 2016

Bitácora

Yuliana Andrea

Por Pedro Conrado Cúdriz

“Mi papi y mami me advierten a toda hora que en esta clase de ciudad, este mundo en especial, es un criadero de monstruos, pequeños Frankenstein que les sacan los ojos a las niñas y se las llevan para el nunca jamás.”

Me llamo Juliana Andrea Samboni, tengo siete años de edad, cumplidos, estudio en un colegio de primaria del barrio Bosque Calderón, en Chapinero, llamado Simón Rodríguez, creo que puesto en memoria del maestro de Bolívar, el libertador de cinco naciones. Tengo la fortuna que aprendí a leer en medio del trasteo y la velocidad de las geografías de los sustos. Del Cauca nos trasladamos a Bogotá en pocas horas y hoy tenemos como cuatro meses de convivencia en una capital hambrienta de sangre. Me gusta recordar el verde del Cauca, la tierrita marrón, las tardes oscuras por la lluvia, la miniatura de las gotas bañando las peceras del patio, mis amiguitas, las muñecas de trapo rojo, verde y azul de mis primitas, y las picadas de los Zancudos, arbitrarias pero naturales. 

En ese viejo territorio no dejé mis sustos, ni el miedo, ni la escasez del vivir, que vinieron conmigo, como una concha, una caparazón doliente, ardiente hasta Bogotá. Allá el sol era tan hermoso en las mañanas que salvaban mi pobre alma del quebradizo ensamblaje de mi barrio, que ya no es mío, porque lo abandoné para regalarme otro: Bosque Calderón. Bogotá es para mí un nuevo país, pero arrastra la lava de la miseria y las casitas tristes, con gentes y calles tristes, con perros y gatos tristes; vivo en medio de los cuchillos del frío y con los ojos de mamá y papá prendidos en mis espaldas, vivo con el miedo descosido y desconocido de las grandes ciudades. 

Mi mente divaga entre el sol del Cauca y la oscurana climática de la capital, ese mundo frío y de aparente tristeza, que nos puede inyectar la melancolía de días y noches ambiguas, un pueblo del que puede saltar, en cualquier momento, un monstruo o un fantasma que nos revientan la calma. Mi papi y mami me advierten a toda hora que en esta clase de ciudad, este mundo en especial, es un criadero de monstruos, pequeños Frankenstein que les sacan los ojos a las niñas y se las llevan para el nunca jamás. Yo vivo en esta zozobra alucinante, en esta frontera de miedos, sustos…, mientras el juego prende el olvido de la memoria de todos, porque nos creemos salvadas, intocables, protegidas por un Dios de manos gigantes, que a veces se olvida del barrio y de la sombra de sus manos cubriendo y protegiendo almas. Pero él es así, muy tierno para los olvidos. 

Ayer soñé que llovía a cantaros en el Cauca, en todo su territorio y yo me veía en medio del aguacero feliz con mi perrito, que ladraba y abría la boca para que la lluvia le llenara la pancita, soñé que había una barcaza en miniatura que recogía los peces recién nacidos para que no los ahogara la tormenta, soñé que dejé de soñar para siempre.  

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