sábado, 1 de octubre de 2016

Bitácora

Carta de paz a mis nietos no nacidos

Hemos cargado durante más de cincuenta años la grande tragedia de la guerra, no imaginan ustedes el desastre espiritual de una sociedad que vive bajo el dolor fratricida de la muerte; no pueden imaginar ustedes la zozobra y el estado de alerta permanente de miles de ciudadanos que viven a la deriva en medio de un Estado fragmentado e impotente para blindarle el derecho de la seguridad a todos en el territorio; no pueden imaginar nada porque una cosa es vivir en paz y otra bajo los códigos de la guerra.

En sus ausencias ocurrieron cosas ordinarias, esas cosillas de la vida cotidiana que nos hacen creer que todo está bien, y otras extraordinarias como la guerra, que desarticulan y desorientan todo. Contra ella no se puede hacer nada, simplemente defenderse para no morir en cualquiera de los bandos, y Colombia se pasó su vida defendiéndose de sí misma, porque la guerra fue fratricida, entre hermanos pobres, los más pobres, que se hicieron enemigos sin saber por qué.

Esto que les cuento ocurrió en el pasado, ustedes no habían nacido, de tal forma que ustedes son hoy unos privilegiados, porque forman parte de las primeras generaciones de la paz, las que abominan de la guerra, generaciones que vivirán sus vidas sin el olor de la pólvora o sin el rechinar de dientes de las motosierras, o sin el dolor de las masacres y los falsos positivos y sin el uso de los vocablos de la guerra: victimarios, dados de baja, víctimas, perpetradores, desplazados, parias, bacrim, guerrilla etc.

Y todo fue posible por el coraje y la visión de futuro de diez millones de colombianos que querían y soñaban con la utopía del fin de la confrontación armada. Vivir en combate es absolutamente diferente a vivir sin el estatus de la guerra y esto lo comprendieron muy bien las generaciones de la paz, conformadas por campesinos, profesores, amas de casa, ciudadanos comunes, adultos corajudos de la ciudad, obreros y estudiantes que sacrificaron sus vidas disciplinadas y dispersas para que ustedes pudieran vivir sin miedo y sin la angustia de morir más rápido que sus padres.

A ustedes no los afectará el resentimiento patriótico de los hijos que les reclamaron a sus padres un día la dejación, la pasividad y la resignación de vivir y aceptar la guerra como un dogma de vida. Ustedes lo sabrán por boca de los mayores, por nosotros los abuelos, quienes les contaremos lejos de las cartillitas de la historia oficial, la historia infame de un país prisionero del conflicto armado y que no se atrevió por mucho tiempo en acabarla;  hasta que el cansancio de ver todos los días tantos cadáveres a orilla de los caminos y en la corriente de los ríos muertos del susto de la nación, nos obligó sin la cobardía de las dudas y los miedos, a aceptar  los acuerdos de La Habana. Fueron días y horas de embriaguez histórica, pero también de decepciones aniquiladoras de fe, porque la sociedad siguió dividida entre los del "sí" y los del "no" a pesar de que los guerreros (el Estado y la guerrilla de la Farc) decidieron acabar con los actos bélicos del pasado.

Pero se logró lo que parecía imposible, de tal manera que la utopía pasó de la metafísica de lo ideal a la realidad sublime de la paz. Debo decirles entonces, que el estilo de vida pacifico que llevan ustedes hoy, es el producto del tesón y el coraje de una mayoría de colombianos que creyeron en lo posible.

Queridos nietos, esto era lo que quería que supieran y sobre todo para que comprendieran que los sacrificios y los sueños generacionales son los que permiten que los nuevos hijos y nietos vivan las comodidades de la paz. 

Desde las turbulencias y las esperanzas del 2016,

PEDRO CONRADO CUDRIZ

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