domingo, 3 de enero de 2016

Bitácora

El árbol


Por Pedro Conrado Cúdriz

                  “Sembrar un árbol es igual a la crianza de un niño: hay que regarlo todos los días, hablarle a los oídos para ayudarlo a desafiar la aventura de la supervivencia. Y luego compartir con él la felicidad de su madurez.”
Cuando el profesor Jorge Charris me llamó salvajemente alarmado por su celular para contarme que habían cortado el árbol símbolo del Santo Tomás verde, el que estaba en toda la entrada del lado norte del municipio, recordé a Sábato en las conversaciones con Carlos Catania: Entre la letra y la sangre: “Nos decía (Tortorelli), tocando, acariciando el troco de uno de esos formidables árboles: “Pensá por un momento que cuando surgió el Imperio romano ya (esté árbol) estaba aquí, y siguió estando cuando ese imperio se derrumbó.” Más adelante Sábato comenta lo dramático de la enseñanza de la geografía si a ella se uniera la historia humana, sus vicisitudes y peligros: “Una geografía así (…) no es una inútil y olvidable colección de apuntes y cabos y golfos y montañas y mares, sino una viviente y emocionante aventura.”

Debo escribir que yo también sentí esa emoción local de salvaje indignación. La muerte de un árbol puede ser también la muerte de Dios, el desprecio por la naturaleza y es, por igual una desgraciada calamidad humana, la ausencia de la propia compasión y la ausencia de compasión por los demás. Es la atrofia de la inteligencia social. Sembrar un árbol es igual a la crianza de un niño: hay que regarlo todos los días, hablarle a los oídos para ayudarlo a desafiar la aventura de la supervivencia. Y luego compartir con él la felicidad de su madurez.

Alguien se atrevió a decirme que dejara la tontería de preocuparme por un árbol que tiene reemplazo, como otro día otro alguien me dijo lo mismo, pero por un perro de la calle. Entiendo el desastre de sus insensibilidades humanas y su vocación suicida y consumista del reemplazo, pero la existencia humana en estos precisos instantes nos está exigiendo otra cosa: humanismo, insuperable sensibilidad por todo lo que tiene vida, por el agua de los ríos, por los vientos calmos y la sombra de los árboles, por los pájaros y los animales en peligro de extinción, incluyendo al hombre. Nada más y nada menos. Egolatría, egoísmo, ceguera, incapacidad cultural, arrogancia política, ignorancia suprema. No sé, algo falló, algo estalló en todo el centro del cerebro, algo no permitió pensar en las consecuencias, algo no permitió contar con el otro, con el árbol, con los vecinos, con el municipio, con el país, con el mundo. No sé, no podemos continuar así desconociendo los límites de las libertades públicas y privadas. No sé por qué todavía somos así. No sé.

1 comentario:

  1. En efecto, así está pasando Pedro. No sabemos que ha podido pasar para que enarbolemos las lanzas y los puñales como banderas en nuestra cotidiana relación. Precisamente en mi pueblo natal son comunes estas trifulcas que evidencian no solo el poco afecto por los animales, el agua, el respeto, la solidaridad, los arboles...parece que todo eso quedó en los archivos de la memoria....pero ya no no se usa,, realmente no se sabe

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